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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


2000 Ciclo B

1º Domingo de Cuaresma

 Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 12-15
En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían. El comienzo de la predicación de Jesús. Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".

SERMÓN
(GEP; 12-03-00)

Hoy están muy dominados por represas y canalizaciones, pero, en la antigüedad, el Tígris y el Éufrates , los dos grandes ríos de la Mesopotamia oriental, si bien normalmente benéficos garantizaban las cosechas y vida de la gente, desbordados, podían causar pavorosos estragos. Que lo digan hoy los pobres inundados y aluvionados de Madagascar o de nuestro propio noroeste. Antes de llegar a su desembocadura en el golfo Pérsico, atravesando el actual Irak, los dos ríos han de recorrer más de 350 kilómetros, con un desnivel apenas existente de tan solo unos treinta metros que es poquísimo para semejante recorrido, de tal modo que, cuando las nieves de sus nacientes de cuando en cuando se derretían súbitamente en primavera, ambos ríos se transformaban en una masa de agua incontrolable que hacía desaparecer toda la llanura. Cuando bajaba el agua era como si la tierra naciera otra vez de ella y había que comenzar todo de nuevo. Ciertamente esas grandes catástrofes de la antigüedad, algunas particularmente desastrosas, quedaron en la memoria de esos pueblos y se constituyeron incluso en leyendas y mitos. El agua servía de figura del caos y de la nada y, el surgir de la tierra, del comienzo de la vida.

Nuestro conocimiento de las civilizaciones mesopotámicas tuvo un enorme impulso el siglo XIX cuando, a partir del 1849, empezaron a llegar a Inglaterra las tablillas provenientes de la llamada biblioteca de Asurbanipal hallada en las excavaciones de Nínive. Desde 1857 comenzaron a ser descifradas en su difícil lenguaje acádico y caracteres cuneiformes. Y uno de los descubrimientos más notables fue el realizado por un investigador aficionado del Museo Británico, George Smith , en 1872, traduciendo la desde entonces universalmente conocida y célebre "Epopeya de Gilgamesh". En una de sus partes -la de la tablilla XI- se describe precisamente el episodio de un cataclismo acuático, un diluvio que han desatado los dioses sobre la tierra, fastidiados por el ruido y molestias que les traían los hombres. De esta pavorosa catástrofe se había salvado, empero, avisado por una divinidad benévola, un personaje mítico Utnapishtim , fabricando una enorme embarcación y llenándola con parejas de animales de toda especie. Las analogías y paralelismos con el relato bíblico del diluvio y de Noé eran extraordinarias. Desde entonces se han encontrado varias otras versiones del diluvio y del arca, como la leyenda de Atra Hasis en una copia del 1600 AC, o la del Rey Ziusudra en una versión sumeria todavía más antigua, más de 2000 años antes de Cristo y ciertamente muy anterior a la narración bíblica.

Resulta obvio, pues, que nuestro relato del diluvio y el arca de Noé compuesto más de mil años después es literariamente dependiente de estas comunes tradiciones mesopotámicas.

Pero en esos mitos de Gilgamesh, Atra Hasis o Ziudura, el diluvio -símbolo también de todas las catástrofes y calamidades naturales- es explicado como un castigo o venganza o maldad hechos caprichosamente por los dioses al hombre; a lo mejor una advertencia a no transgredir las pautas de los ritos y los tabúes. Y, sobre todo, es símbolo del destino mortal de todos los hombres a quienes los dioses se niegan a transmitir la inmortalidad. Esos pocos personajes que se salvan en realidad no representan al ser humano individual: son inhallables, habitantes de tierras inexistentes, oníricas excepciones, héroes divinizados. La gran multitud, cada individuo, además de estar sometido en esta vida al arbitrio antojadizo de los dioses y demonios está finalmente destinada a miserablemente perecer, retornar al caos, a la muerte. Cualquier desastre natural, enfermedad, encuentro funesto con bestias salvajes, había que interpretarlo -según estos mitos- como vesánica intervención de divinidades ajenas al bien del ser humano y frente a las cuales no había nada que hacer, salvo propiciarla con sacrificios, ofrendas y conjuros.

Nuestro relato del diluvio -parte del cual hemos escuchado en la primera lectura- muestra la cosa de otra manera. El episodio del diluvio, del arca y del arco iris, que no se da en un tiempo mítico sino que es ubicado, aunque legendariamente, en un tiempo real y pintando personajes bien humanos como nosotros, no héroes ni semidioses, en realidad no hace más que reafirmar la intención creadora no destructora de Dios sobre la vida en general y la vida humana en particular, al mismo tiempo reprobando la maldad de los hombres y sus desaguisados. Recordemos que el relato del diluvio comienza con la desazón de Dios por la perversidad del ser humano, corroborando de este modo que la vocación a la cual lo ha llamado es al bien y a la fraternidad. El mal surgido del corazón humano se opone radicalmente a la idea creadora de Dios. " Yahvé se arrepiente de haber hecho al hombre en la tierra ", dice antropomórficamente el texto, en el fondo ratificando su voluntad de encaminarlo a la verdadera felicidad, representada en el estado paradisíaco.

Por otra parte, el bajar salvados del arca se transforma en una nueva creación. En el relato se supone que ahora Noe hace el papel de Adán, y bendecido por Dios de manera similar a éste -es el pasaje oído en la primera lectura- será el antecesor, y por eso la representación, de absolutamente todos los hombres, ya que excepto Noe y sus mujeres y sus hijos todo el resto ha muerto. Por eso, si Vds. leen atentamente el relato en sus biblias, en casa, el diluvio no es un mero hecho meteorológico o natural, una lluvia intensa o una inundación: es un retorno a ese estado acuático, caótico, previo a la división de las aguas y al surgir de la tierra del mito creacional acuático del primer capítulo del Génesis. Las aguas primordiales que Dios en este mito de la creación separa, empujando una parte, mediante el firmamento, hacia arriba y otra, mediante la tierra, hacia abajo, ahora, en el diluvio, vuelven a reunirse. Se retorna al abismo original, al no ser. Dios no quiere su creación para el mal y es como si el relato avisara que toda maldad humana es un acto en contra de la creación y que lleva hacia la nada, hacia el caos primitivo. Por eso, de acuerdo a nuestro cuento, a causa de la maldad de los seres humanos, se abren desde arriba las compuertas del firmamento y desde abajo surge irrefrenable el agua del abismo, retrogradando, volviendo hacia atrás la creación.

Solo están en el orden de la creación los actos buenos del hombre, por eso solo se salvan el prototipo del hombre justo, bueno, Noé, y su familia, y lo hacen en el arca , representada a modo de templo, con sus 150 metros de largo, 26 de ancho y 20 de altura tan poco náuticos, símbolo de la salvadora benevolencia de Dios.

Dios, vuelve a proponer otra vez su propósito creador. Las aguas tornan a separarse arriba y abajo, la tierra surge otra vez y se seca. Aquí la destrucción no es lo definitivo -como en los otros mitos-, porque no es la desaparición de todo, sino de lo perverso, de lo malo, la erradicación del mal que es condición para la nueva creación. Y el que se salva no es un personaje mítico, es un hombre concreto, representante de todo hombre en su vertiente buena, justa. El mensaje del diluvio es un mensaje de esperanza, por eso lo hemos leído al comienzo de cuaresma en la primera lectura: una instancia a destruir lo malo en nosotros que nos lleva a la nada y hacer renacer, reconstruir, promover, lo bueno.

Pero ahora se cambian las reglas de juego. " Ya no habrá nunca más diluvio " dice Yahvé a Noé -lo hemos escuchado en la primera lectura-. Las calamidades naturales no serán castigos o maldades de Dios o de los demonios, a la manera de los mitos mesopotámicos, sino que la naturaleza se ajustarán a leyes físicas inmutables que, con el tiempo, podrán ser manejadas por los hombres y que Dios no cambiará ya más y regirán tanto para los buenos como para los malos. Lo dirá Jesús: " Dios hace llover sobre buenos y malos" . Los terremotos se abaten sobre justos e injustos. No hay que buscarles explicaciones pseudoteológicas, hay que promover construcciones antisísmicas.

En signo de esa fidelidad a sus leyes naturales, de esa promesa o alianza que Dios hace a Noé y todos sus descendientes -es decir a todos los hombres del mundo- Dios, como un guerrero que regresa a su casa después de la batalla, lograda la paz, cuelga su arco en la pared, en el cielo. Porque, en esa figuración, Dios había usado su arco en el diluvio, según el profeta Habacuc : "Desnudas y alertas tu arco, cargas de flechas tu aljaba. Hiendes con torrentes el suelo.. ." (3,9) (¿ven? los chorros de lluvia son imaginados como las saetas de Dios). Pero ahora Yahvé, Dios, cuelga su arco multicolor para siempre y de vez en cuando recordará a todo hombre su promesa, su alianza, haciéndolo aparecer rutilante y luminoso en el cielo, como signo de paz y promesa de vida, para todos.

Nosotros, hombres de ciudad, difícilmente veamos arco iris completos. Se ven solo en las grandes llanuras, en el mar, imponentes, bellos. Hace unos años, en invierno, en Pinamar, después de una tormenta, a la tarde vi uno espléndido, enorme, completo, ocupando todo el escenario del mar. Nos podemos imaginar el sentimiento del hombre antiguo frente a esta maravilla para la cual no contaba, como nosotros, con la pedestre explicación de la refracción de la luz en las gotas de agua en suspensión en la atmósfera.

Símbolo de la unión del cielo y la tierra, puente que Dios tiende desde arriba para acercarse al hombre, signo de la firmeza de las leyes de la creación que Dios somete al hombre, y revalidación de su intención buena para con él, el arco iris bíblico quiere ser un mentís a los mitos y concepciones que conciben a Dios castigando al hombre mediante la naturaleza o conduciéndolo a la muerte. Nadie podrá decir de ahora en adelante, 'Dios me está castigando con esto o con aquello a causa de mis pecados'. Dios será fiel a su promesa y será paciente con el hombre hasta el fin de sus días. Siempre podremos comenzar de nuevo. Pero queda flotando también en el relato la idea de que la maldad finalmente quedará aniquilada, el corazón perverso no logrará nunca alcanzar los fines de la creación y, si cerrado en si mismo, volverá tarde o temprano al abismo de la nada. Solo la bondad y el amor alcanzarán -en el arca de la Iglesia, dirá San Justino - la salvación, a pesar de todas las desgracias y calamidades naturales con las cuales podamos ser sacudidos en este mundo.

Pues ya sabemos que la tradición cristiana ha recogido la imagen del arca para aplicarla a la Iglesia, la verdadera arca, construida no con maderas 'resinosas' -tal cual dice el texto bíblico- sino con la madera de la cruz. La cruz, a su vez, arco iris, arco de guerra triunfal, de la definitiva alianza o promesa, con su flecha -el cuerpo de Jesús- tendida hacia el cielo, en la cuerda tensa de sus abiertos brazos.

Precisamente es en esa cruz, en ese arco que consuma el simbolismo del arco iris, de la unión de la tierra del cielo, del puente entre lo divino y lo humano, de la paz definitiva entre Dios y el hombre, es allí donde vemos la dirección final a la cual apunta la creación. No para cerrarse en las abcisas y ordenadas de este mundo, en la vida de esta tierra, sino para abrirse al don de la vida divina y, en el arca de la Iglesia, desembarcar en la cima de la montaña, catapultarse al cielo disparados por el arco celeste de la cruz.

Desde la buena noticia de la Resurrección el mal, el pecado, ya no será simplemente las rencillas de los hombres, sus maldades, sus falsías y perversidades, 'la violación de los derechos humanos', como se dice, sino querer permanecer solo en lo humano, resistirse a la vocación de cielo que está inscripta en el orden de la creación, dar la espalda a Dios o intentar usarlo solo para los fines de este mundo.

Es la tentación permanente del cristiano, es la tentación perenne de la Iglesia. Fue también tentación de lo humano de Cristo, usar el poder de Dios en mesianismos terrenos y no en vistas al definitivo Reino, en búsqueda de los nuevos cielos y tierra nueva de los cuales habla la Escritura.

El escueto y oscuro relato de la tentación de Jesús que hoy nuestro evangelio de Marcos nos transcribe, sin hablar de ayuno ni especificar las tentaciones, acude a simbolismos que solo podemos interpretar en parte. Ciertamente los cuarenta días recuerdan el relato legendario de Elías caminando por el desierto cuarenta días hacia el encuentro con Dios en el monte Horeb, alimentado por los ángeles con comida traída del cielo... y, probablemente, aluden también a los cuarenta años de desierto de los judíos liderados por Moisés, continuamente tentados por volver a Egipto, antes de entrar en la tierra prometida.

El desierto era también, para los judíos que no eran hombres de rios ni de mares, imagen del caos, de la nada. En el segundo mito de la creación que nos trae la Biblia es el desierto, no el agua, el origen de todo y en donde Dios planta un jardín para el hombre. Quizá las fieras que se mencionan, los ángeles, el papel que juega el llamado Satanás o mejor, el adversario, quiera recordarnos que Jesús vuelve a los orígenes, se va al desierto, para empezar la historia otra vez, para iniciar su nueva creación. De hecho Vds. ven que es recién desde allí cuando Jesús se pone a anunciar el verdadero fin de la creación: " El Reino está cerca , conviértanse -empiecen de nuevo, sumerjan en el agua todas sus maldades destinadas a la muerte, volvamos al desierto para comenzar otra vez- y crean en esta buena noticia ".

Eso nos pide desde el miércoles de ceniza y hasta la Pascua la Iglesia en estos cuarenta días que median entre ellos: que ajustemos nuestro arco, nuestra puntería, hacia los verdaderos fines de nuestra existencia, uniéndonos al propósito primigenio de Dios -llevarnos a la feliz resurrección-. Esta vida hay que vivirla solo como tránsito, en camino, querer sofrenarnos en ella, perder de vista el horizonte de eternidad o, peor, para alcanzar fugaces gozos, ignorar el querer de Dios y hacer mal a nuestro prójimo, solo puede llevarnos nuevamente al diluvio, al caos, a la nada de la muerte.

Cuaresma debe ser pues tiempo de reflexión, de oración, de meditación, de desierto, de diluvio, en donde intentemos dialogar con los ángeles para llenarnos de deseos de cielo y también con las fieras que llevamos en nuestro interior para domesticarlas. Reconocernos, erradicar lo malo y volver a empezar. Leamos menos diarios con noticias que no sirven para nada, veamos menos televisión con programas que nos estupidizan y envilecen, escuchemos menos conversaciones preocupadas solo por problemas temporales, aprendamos a desprendernos de nosotros mismos siendo más generosos con los demás, rectifiquemos nuestros apetitos y deseos desordenados, subamos al arca salvadora de la Iglesia mediante las cuerdas de su palabras y sus sacramentos, ¡busquemos santidad!, único propósito de valía que un hombre o una mujer pueden tener en esta vida y sepamos saborear, a pesar de todas nuestras dificultades, calamidades naturales, penas y tentaciones, los propósitos de paz, de felicidad y eterna pascua que Dios tiene para con nosotros y nos promete con su palabra inconmovible en el arco iris, en el estandarte victorioso de la cruz.

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