2001 Ciclo C
1º Domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 1-13
Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan". Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá". Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto". Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra". Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios". Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.
SERMÓN
(GEP, 04-03-01)
Nadie puede escapar a la consternación que produce en nuestro ánimo el ambiente amoral en el cual estamos sumergidos los argentinos. Tanto en la vida política, como económica, como artística, como familiar, los grados de asombro que cualquier hombre de bien llega a sentir frente a hechos reprensibles comprobados o presuntos escapan a todo antecedente. No se hable de la criminalidad, la droga, la imprudencia homicida en el tránsito, la prostitución. Y pásense en silencio esas cesiones menudas que nosotros mismos hacemos a la pequeña coima, 'piolada' o contravención furtiva, a nuestras calladas tolerancias públicas o privadas, a transgresiones de códigos de honor que para nuestros padres eran intangibles. Acontecimientos cotidianos y repetidos casi nos han acostumbrado a vivir en esta atmósfera malsana en la cual los mismos encargados de transmitirnos las noticias -aún los más famosos, los escuchados por la gente bien o los 'yupis' a la mañana-,no pueden hacerlo sin recurrir al lenguaje chabacano, a chistes subidos, a vocabulario poco honorable.
Y, sin embargo, cuando se trata de buscar culpables o señalar reos o réprobos, salvo el índice tendido hacia algún personajón de la política, donde más pesan en el dictamen las banderías partidarias que los hechos comprobados o los certeros juicios de valor, todo se tiende a disculpar. O es la pobreza o la falta de trabajo lo que lleva a la criminalidad, o la falta de educación, o problemas de índole familiar o psicológico o, incluso, una sana libertad.
Lo mismo -a otro nivel-: para juzgar la apostasía de las masas, la falta de religiosidad de la gente, el retroceso del cristianismo, la pobreza de las vocaciones sacerdotales, la degradación de la liturgia, la falta de espíritu sobrenatural en los mismos cristianos, la inconsistencia o falta de influjo público del catolicismo, cuanto mucho, a manera de disculpas, se hacen vagas alusiones al espíritu materialista de los tiempos, o la atracción de la sociedad del consumo, a la falta de tiempo que imponen las necesidades económicas, a incomprensiones... (Cuando no se culpabiliza a la misma Iglesia por sus errores del pasado o por su falta de adecuación a los nuevos tiempos o por su carencia de diálogo.)
Para la nueva predicación parece que el mal no existe, no hay enemigos, no hay adversarios, no hay perversos.
Señalar el mal o los malos es síntoma de una mentalidad discriminatoria, resucitar el espíritu de Savonarola y de Torquemada. Mencionar marxismo, masonería, judaísmo, protestantismo arrojando la mínima sospecha de que no son excelentes hermanos, y en realidad fueron impulsados por los excesos de la misma Iglesia a transformarse en nuestros adversarios en defensa propia, es regresar a formas de pensar inquisitoriales o a superadas manías de persecución.
No: no existe el mal, solo algunos errores. No existen los malos, solo un puñado de equivocados o de enfermos o presionados por situaciones familiares o sociales. No existe el pecado, solo algunas compulsiones que es necesario, en todo caso, si es que deben rectificarse, ser ayudadas por medio de una terapia bien pagada.
Si la Iglesia ha retrocedido, si cada vez hay menos cristianos, eso se debe solo al desgaste del tiempo, a la inercia de las cosas, en todo caso a la manera desmañada con que la iglesia de los últimos siglos -hasta que llegamos nosotros por supuesto- ha predicado el evangelio, no a que haya verdaderos obstáculos o enemigos.
Pero, en contraposición a esta visión amorfa donde todo es neutral, los evangelios sinópticos comienzan la actividad pública de Jesús con una especie de relato simbólico, onírico, donde de alguna manera se resume la vida de Jesús, en donde, bajo una forma imaginativa, aparece realísimamente mencionado un Adversario. Algo o alguien que se opone formalmente al evangelio, que estuvo presente siempre como enemigo de Jesús, que lo está en su presencia ominosa en la era de la Iglesia cuando escribe el evangelista y que estará hasta el fin de los tiempos dificultando e insidiando la obra de la salvación
Satán, personaje que aparece tardíamente en la sagrada Escritura, al comienzo, en el viejo testamento, como una especie de fiscal de la corte celestial, luego como un opositor maligno de Israel y finalmente, en los evangelios, como figuración de los poderes y reticencias que, individual u organizadamente, se oponen a la salvación de los fieles.
Lamentablemente nuestro texto traduce mal el original griego ' diabolos '. Vierte 'demonio' allí donde debería decir 'diablo' o 'satán' y es importante -al menos a nivel de la sagrada Escritura-, mantener firmemente la distinción entre diablo y demonios. Los demonios pertenecen al mundo de las categorías -digamos- 'científicas' o precientíficas de la época bíblica, comunes a muchas civilizaciones primitivas. Al buscar las causas de determinados males o enfermedades, desconociendo el mundo de la física, química o medicina modernas, se las encuentran erróneamente en poderes malignos personalizados. Muchas etnias y mentalidades toscas que aún subsisten participan de esas concepciones, que incluso perviven en civilizaciones ya cristianizadas como, por ejemplo, la macumba o en la escenografía de algunos tipos de sanaciones. No son pues los demonios de la Biblia conceptos religiosos, ni siquiera tienen que ver con la moral, sino explicaciones rudimentarias propias del saber de la época -hace dos mil años y más-, lo mismo que pensar que la tierra era chata o que el sol giraba alrededor del mundo o que existían horribles monstruos en el mar o que todo estaba compuesto por cuatro elementos fuego, aire, tierra, agua, todas concepciones arcaicas que se mezclan con el formidable y siempre novedoso y actual mensaje religioso de la Escritura.
Pero nuestro texto dice " Jesús fue tentado 'por el diablo' " no ' por el demonio '. Y también es importante saber que mientras demonios en la concepción bíblica hay muchos, diablo hay uno solo.
Y 'diablo' es un término de proveniencia griega que traduce el hebreo 'satán'. Así pues 'satán' y 'diablo' son sinónimos; pero no 'demonio'.
'Satán' es un adjetivo substantivado que no tiene al comienzo otro significado que el de 'enemigo', 'adversario', y así aparece usado muchas veces en la Biblia, como cuando se afirma que David era satán de los filisteos. En el ámbito judicial designaba también al acusador o al fiscal. Por primera vez aparece en la literatura hebrea como un personaje del ámbito de la corte celestial en el libro de ficción llamado de Job , una especie de diálogo a la manera platónica sobre el problema del mal, comenzado a escribir en el siglo V antes de Cristo. Satán es allí enviado por el mismo Dios a probar a Job y su paciencia, y se hace instrumento divino de la purificación de la fe del protagonista. Es un agente, no un enemigo de Dios, y solo tiene poder de infligir males temporales al hombre para ponerlos a prueba.
Pero es claro, a partir de aquí, la mente judía poco a poco lo irá asociando con toda tentación y aún con los males, el pecado y la muerte.
Porque hay que saber que una cosa es lo que enseñaban oficialmente los círculos doctos del judaísmo, los sacerdotes y los profetas y, otra, las creencias populares. En contacto con el mundo persa, después del exilio, las figuras espeluznantes propias del dualismo de esa civilización, llena de supersticiones y espíritus terroríficos, irrumpieron ampliamente en el mundo del pensamiento judío. De esta contaminación de las doctrinas persas nos podemos dar cuenta por la literatura judía del segundo y primer siglo antes de Cristo, descubierta recientemente, especialmente en Qumram. Satán o el diablo aparece allí de múltiples maneras y con gran protagonismo. Nunca, por supuesto, a la manera persa como una segunda divinidad que pudiera oponerse de igual a igual al Creador, pero si como un ángel caído o rebelde que se enfrentaría a los planes de Dios y a sus ángeles buenos y que, además, tendría a su servicio multitud de diablos secundarios y demonios que harían de agentes de enfermedades, vientos, granizo, pestes. Estas concepciones míticas, por supuesto, no pertenecen a la revelación, sin embargo, no dejaron de influir, como concepciones de la época, aún en el lenguaje del nuevo testamento, en donde siempre tenemos que distinguir qué es lo que nos enseña directamente y qué simplemente ropaje literario o cultural.
En el evangelio de hoy nos encontramos con una escena fuertemente teologizada con un lenguaje imaginativo, simbólico. Lo que Marcos nos indica escuetamente, " durante cuarenta días (Jesús) estuvo en el desierto siendo tentado por Satán ", Mateo y Lucas lo desarrollan temáticamente, utilizando toda la escena no solo como un resumen de las tentaciones que según la epístola a los Hebreos (4, 15) sufrió Jesús toda la vida -no solo durante esos cuarenta días de ayuno- sino como un paradigma de las tentaciones que sufre la Iglesia y que, de alguna manera, asedian a todos los cristianos. Es obvio que la montaña muy alta desde la cual se ven todos los reinos del mundo o el viaje al alero del templo son meros recursos retóricos.
Pero, aún en su presencia ominosa, el personaje de Satán está fuertemente disminuido. Es casi como si Jesús soberanamente jugara con él. Sigue siendo instrumento de Dios. La tentación es, cuanto mucho ocasión de prueba, oportunidad de victoria. Sin descuidar el mal y peligro gravísimo que conllevan, ningún verdadero cristiano puede temer a las fuerzas opuestas a su realización y santificación si está fuertemente unido a Cristo que, precisamente, viene a proclamar al mundo el triunfo de la gracia sobre todo mal y no a llenarnos de temores y angustias.
Porque precisamente eso es lo enemigo del cristianismo y del cristiano: todo aquello que se oponga como inercia o como intento de abandono o de desinterés o como obstáculo protervo al crecimiento del hombre mediante la gracia. Esa gracia que nos hace mucho más que hombres, hermanos de Cristo, hijos de Dios y contra la cual amenaza constantemente la tentación humanísima de quedarnos en nuestra mera condición humana, natural, terrena, para la cual no fuimos creados y, por eso, fuente de males y aún de horribles desdichas y perversiones. A esas fuerzas opositoras que a veces el nuevo testamento llama 'satán' o 'diablo' la Escritura las designa también con otros símbolos, 'el hombre viejo', 'Adán', 'la carne', 'el mundo', o más míticamente 'la serpiente', 'el dragón', a veces simplemente, el pecado o el mal. La Escritura no se atiene a un solo vocablo, precisamente porque la realidad humana y sus depravaciones grandes o pequeñas son sumamente complejas y no pueden definirse con un solo término en sus diversas tendencias individuales o sociales, ideológicas o psíquicas, culturales o familiares, políticas o estructurales, conscientes o inconscientes, normales o patológicas.
Pero el hecho es que ser cristiano no va de suyo. Es un llamado a una vida superior, una instancia al crecimiento y a la superación, un intentar a vivir de la gracia y de lo sobrenatural que puja, solo mediante la fe, frente a la concreta fuerza y fascinación de lo humano y lo natural. Esto último, en sus múltiples ángulos, en la medida en que se detiene en si mismo y no se deja atraer por la gracia, se transforma en tentación, en satán, en diablo, en enemigo, capaz de desviarnos del camino de nuestra cristiana vocación. Cada uno de nosotros, la Iglesia, tenemos que saber que hay una fuerza inercial, hostil, que enfrenta al cristianismo desde la misma naturaleza y que debemos enfrentar y desenmascarar y que es capaz de alinearse holísticamente -'sistémicamente', diría Bunge-, a la manera de un maligno hormiguero, a veces muy cruel y perversamente, en un solo y organizado satán.
La Cuaresma -estos cuarenta días que, a semejanza de los de Cristo en el desierto, la Iglesia nos propone como preparación al gran acto de fe de la Pascua- es ocasión de luchar contra el enemigo de adentro o de afuera que pretende detener nuestra vocación de santidad. Descubrirlo insidiando en nuestros egoísmos, en nuestras ambiciones mezquinas, en nuestros vicios secretos, en nuestros defectos, en nuestras contaminaciones de pautas no cristianas, en nuestra mundo de adentro, y también detectarlo afuera, escondido detrás de la sonrisa del locutor, disfrazado de arte o de literatura o de filosofía o más burdamente de entretenimiento grosero de cine o televisión, vociferando en las palabras engañosas de los políticos, en las enseñanzas de falsos doctores, en defensores de derechos humanos que van contra la ley de Dios, en la moda... en nuestros desalientos, en nuestras desesperanzas....
Contra todo ello, contra el enemigo, el tentador, el adversario, Satán, también nosotros, en oración, en austeridad, en vencimiento generoso de nuestros egoísmo, vivamos la Cuaresma, de modo que la Pascua nos encuentre cada vez más cerca de esa perfección y victoria plena a la cual nos llaman María -la que pisotea la cabeza del dragón- y Cristo -el definitivo triunfador de todo mal-.