2003 Ciclo B
1º Domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 12-15
En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían. El comienzo de la predicación de Jesús. Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".
SERMÓN
(GEP 09/03/03)
Sobre el núcleo de una segura tradición respecto a una larga estadía en el desierto del Señor Jesús, los evangelistas sinópticos, es decir Marcos , Mateo y Lucas - Juan no se refiere a ella-, elaboran un aspecto de su teología, su pensamiento sobre Cristo, y, por cierto, sobre la vida cristiana.
El tema del desierto era tremendamente evocador en el ámbito judío. Proverbial lugar de encuentro con Dios, se asociaba inmediatamente a las figuras legendarias de Moisés, de Elías, al pueblo israelita peregrinando por el yermo cuarenta años en íntimo contacto con Él. Por otra parte era tradicional que los profetas, los hombres de Dios prepararan su encuentro con Él en soledad, ya fuera el erial real o simbólico. Con el nombre de 'desierto' se denominaba por ejemplo al monasterio esenio de Qum Ram . La tradición cristiana continuó luego mostrando el desierto como lugar privilegiado, lejos de los ruidos del mundo, para recuperar fuerzas y centrar la vida en Dios. Los monasterios contemplativos, los conventos, desde el primitivo monaquismo del cristiano Egipto, siempre se instalaron en lugares recogidos, solitarios. ¿Y quien no ha tenido alguna vez la profunda experiencia de un retiro, a lo mejor precisamente en algún monasterio, lejos de los problemas cotidianos, que le han permitido un mejor conocimiento de si mismo y de Dios, encontrando allí, tantas veces, iluminaciones e impulsos que le han servido luego para encarar mejor su vida? Retiros, desiertos, donde no solo hemos tomado conciencia de los verdaderos fines y necesarios medios que tendríamos que asumir para salir adelante como cristianos, sino donde se cristalizaron con evidencia todas aquellas cosas que en nuestra vida no andaban bien y que debíamos dejar de lado, renunciar, si queríamos ser verdaderamente cristianos. También allí, se hicieron más evidentes los obstáculos y penas que habríamos de enfrentar para llevar adelante nuestros propósitos buenos. Los retiros, el desierto, la soledad, momentos de prueba, ayudan a la lucidez, aún para constatar nuestras oscuridades y quebrantos.
Pero cuando los evangelistas escribían no había quedado ningún registro sobre los pormenores de aquel dato del retiro de Jesús en el desierto, ni de los tantos retiros más breves, nocturnos, diurnos, de los cuales se guardaba recuerdo como tan frecuentes en la vida del Señor.
Nadie fue testigo de esos momentos, de esos días. Nadie grabó sus palabras.
De allí que, los evangelistas interpretaron el hecho, según sus luces, en la evocación de temas bíblicos y de lo que, de hecho, fue tanto la vida de Jesús, como, luego, la experiencia de las iglesias para las cuales escriben. Y cada uno elabora el dato dándole distinta consistencia y contenido teológicos. Mateo y Lucas , equiparan la estadía en el desierto de Jesús con la de los cuarenta años del pueblo de Israel trashumando por él en vísperas del ingreso a la tierra prometida. Lo asocian, también, a los cuarenta días de ayuno de Moisés, a los cuarenta días de Elías camino al Horeb alimentado por los ángeles. Las famosas tres tentaciones de Cristo encuentran su parangón y su respuesta en episodios de esas tradiciones del desierto -como el de la rebeldía del pueblo a Dios y a Moisés, el del maná, el de la adoración del becerro de oro ...- que fungen, asimismo, de paradigmas de las tentaciones que todo cristiano ha de enfrentar en el orden de la fe para obtener su final galardón.
Marcos , en cambio, se aparta de Lucas y Mateo y lleva adelante su propia interpretación. Vds. lo acaban de escuchar. No se habla para nada de ayuno; la tentación no es algo que se de al final de los cuarenta días sino que se extiende a lo largo de toda la estancia solitaria de Jesús. No se detalla en qué consiste la tentación. Los animales salvajes, lejos de ser parte de ésta o amenaza alguna, conviven pacíficamente con el Señor. La providencia, a través de los ángeles -lo contrario del trabajo- se ocupan de alimentarlo constantemente.
Es obvio que Marcos no intenta recordar a Moisés, ni a Elías, ni al pueblo de Israel, como lo hacen Mateo y Lucas. ¿A quién, entonces?, dirán Vds.. El parangón es claro: se trata de recordar la mítica figura de Adán, al paraíso y la famosa tentación de la serpiente. Recordemos que el término Edén significa etimológicamente desierto. En la imaginaria bíblica 'paraíso' no era sino un oasis, un jardín, en el desierto, en 'edinú', en Edén. Y la serpiente, en la época de Jesús, muchos la interpretaban como un símbolo de Satán. Pero, justamente, Marcos presenta a Cristo como contrariando polarmente la figura de Adán. Adán sucumbiendo a la tentación, desterrado del paraíso, las fieras en su contra, tendrá que conseguir la comida con el sudor de su frente, se aleja de Dios y engendra hijos que se matan entre si, ambiciosos, ávidos, polígamos ... Jesús, por el contrario, inaugura, según la interpretación de Marcos, en la obediencia y la victoria sobre las tentaciones, en la sumisión de las fieras y el servicio de los ángeles, el ingreso definitivo al Reino. Por eso Marcos puede, como inmediata consecuencia de esa ida mística al desierto, poner en labios de Jesús su primera predicación: "¡ el Reino está cerca !" En realidad: "¡ya está entre vosotros! ¡Ya ha sido inaugurado!"
Y es que, toda vez que el hombre se aparta del amoroso querer divino, desvía la dirección de su vida hacia la nada, hacia la muerte; y cada vez que asimila su querer y su obrar al amor de Dios, recobra consistencia, avanza hacia la definitiva creación, pone ya la planta de su pie en el paraíso ...
Adán o Cristo. Esa es la opción de todo ser humano llamado a la gracia. Adán representa lo puramente humano, el hombre viejo. Cristo al hombre nuevo, el hombre unido a Dios, vivificado por su espíritu. Todo el existir cristiano progresa, a los tirones, entre la imitación de Aquel del cual, mediante la filiación adoptiva del bautismo, ya llevamos la impronta, Cristo, y la oposición del viejo Adán, la carga de nuestra naturaleza innata y biológica, que se resiste a la conversión, a la transformación.
Esa conversión, transformación, en la cual consiste el primer llamado de Cristo: "¡ Convertios! ", ¡basta de mirar las cosas solo humanamente, a la manera de Adán! y hacerlo al modo de Jesús, del Evangelio. "¡ Creed en el evangelio! "
Que esto no sea fácil, lo sabemos todos los cristianos. Frente a los caminos renovadores, a veces cruciformes de Dios, nuestra naturaleza se rebela. El mundo mismo, conformado adámicamente, se torna -en sus costumbres, en sus ideas, en sus enseñanzas-, nuestro terrible adversario. (Eso quiere decir 'Satanás', 'adversario'.) Nuestras debilidades, a veces conformadas en forma de vicios, de inveterados hábitos, de tendencias desviadas, patalean contra nuestros propósitos nobles de seguir a Jesús.
Esta fue la experiencia constante de la Iglesia, de los cristianos de todos los tiempos. También de los cristianos de Roma, provenientes del paganismo, para los cuales probablemente escribe nuestro evangelista Marcos y a quienes no interesaba demasiado la historia de Moisés, de Elías, de Israel, sino la condición universal de todo hombre, plasmada en la figura de Adán.
A ellos se dirige Marcos en su evangelio para exhortarlos a la lucha, para consolarlos en la tribulación, en la tentación, para prometerles y hacerles gozar, desde ya, anticipadamente, la victoria, el paraíso. Esa alegría profunda de la fe y la esperanza que el cristiano, en adelanto de cielo, es capaz de conservar -¡a veces!-, aún en la tribulación y el dolor.
También el nuevo Adán, Cristo, el Señor, el hijo de Dios, sufrió la tentación, les dice Marcos. Esa fraternidad con el hombre que constituye una de las maravillas más consoladoras que nos trae el Dios hecho hombre. Verdaderamente hombre, sufriente, viviendo en fe, probado hasta el extremo de la cruz.
" Probado ", eso quiere decir ser tentado en el lenguaje bíblico.
El término hebreo que está detrás de la palabra tentar eso significa: 'probar', 'someter a una prueba'. Ser llevado a soportar una carga, una dificultad y sentir frente a ello riesgo e incertidumbre, más aún, amenaza y desconfianza.
El concepto tiene como dos facetas, una positiva: la prueba del hombre que es puesto en una situación penosa -como por ejemplo la de Job- y, victorioso, a pesar y contra todo, sigue siendo fiel. (¡Cuántas amistades y amores no se prueban o se destruyen precisamente en los momentos de tribulación! ¡Tanto más la amistad del hombre con Dios!). También posee el concepto de tentar una faceta negativa : la del que intenta seducir a alguien para que caiga y defeccione.
La primera faceta, la prueba a la manera de la Cruz que lleva a la Pascua-, siempre viene de Dios, de su amor poderoso y quemante, de sus senderos incomprensibles a veces para el pequeño cerebro del hombre, de ese querer llevarnos a la plenitud de la infinita felicidad divina mediante una conversión y transformación que, casi siempre, produce terribles desgarros y dolores en nuestras pretensiones de minúsculas, finitas, realizaciones y dichas humanas.
La segunda faceta -la seducción a la caída-, aunque provocada por Adán y la serpiente y los diversos adversarios de Cristo por ellos representados, en última instancia también entra en el plan de Dios. Es condición de lo humano el que su libertad, en muchos de sus individuos, se transforme en enemistad a Cristo y sus seguidores. Es también nuestra condición el que -a diversos niveles-, apetitos y circunstancias ajenas al camino de la santidad insidien nuestra vocación cristiana.
Nada de eso debe asustarnos. Ya Jesús, Dios y hombre -hombre como nosotros-, tuvo que sufrir en su humanidad, nos dice Marcos, la tentación. Como luego viene a reafirmar San Juan Crisóstomo , " Nadie que se vea envuelto en grave tentación después del bautismo debe asustarse. Le ocurre simplemente lo que el Señor ya experimentó ". Si la tentación es condición natural del hombre, Jesús no hubiera sido verdadero hombre si no hubiese experimentado la tentación.
Por supuesto que una cosa es la tentación y otra la libre aceptación de ésta, la falla frente a la prueba, el rechazo, en última instancia, de la cruz. " Señor, si es posible aparta de mi este cáliz" . Eso lo puede, angustiado, probado, decir Jesús. Terminando, sin embargo, en pura fe: " Pero no se haga mi voluntad sino la tuya ."
Cuaresma, preparación para la Pascua, nacimiento definitivo del hombre nuevo -de Cristo en el cielo, de Cristo en nosotros-, ha de ser tiempo de reflexionar sobre todos los resabios del hombre viejo, de Adán, que aún se adhieren a nuestras vidas, a nuestra condición de bautizados.
Cuaresma nos llama al combate, a la revisión de nuestras miras adámicas, de nuestras concesiones al mundo, de nuestras flexiones frente a nuestras debilidades, de nuestras rebeldías frente a los obstáculos. Cuaresma es examen de conciencia y gana de conversión.
Por eso el evangelio de hoy nos pone frente a un Jesús que lucha y es sometido a la prueba.
Pero, al mismo tiempo, cuaresma es tiempo de desierto, de encuentro edénico con Dios, de anticipo de paraíso, despojo de nuestros egoísmos dolorosos, dominio de fieras, reencuentro de amores, acorte de distancias, fraternidad celeste con los nuestros y con Dios.
Cuaresma, servicio de los ángeles, cercanía del Reino, alegría de la conversión, gozo de renovada escucha de la buena nueva, del evangelio, del mensaje fantástico de la salvación, preanuncio del paraíso de la Pascua.