1981. ciclo A
3º Domingo de Cuaresma
22-III-81
Lectura del santo Evangelio según san Juan 4, 5-42
Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber". Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva". "Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?". Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna". "Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla". Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí". La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad". La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar". Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo". Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo". En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?". La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?". Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos". Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice". Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".
SERMÓN
La lectura de este precioso diálogo entre Jesús y la samaritana ha sido demasiado larga como para poder hacer ahora una exégesis detallada que a todos fatigaría. Toquemos apenas dos o tres puntos.
Antes que nada, el de -comparado con los evangelios sinópticos- este estilo tan característico de Juan que nos presenta las palabras de Jesús redactadas siempre en ese ritmo cadencioso, profundo, misterioso, casi diríamos no-cotidiano, no natural. Algunos hablan de enseñanzas particulares del Señor hechas con más intimidad al círculo estrecho de sus discípulos. Otros de una casi reelaboración del evangelista en vistas a una lectura mística de las palabras de Jesús. Al mismo tiempo Juan, lejos de esa visión majestuosa, se complace en mostrar los rasgos más humanos de Cristo: ayudando a una pareja de recién casados en apuros en Caná; descansando en la casa de una familia amiga de Betania; llorando frente a la muerte de su amigo Lázaro; apenado frente a la dureza de los judíos que pretendían apedrear a la mujer adúltera; casi humorístico en su diálogo con los fariseos después de la curación del ciego y, aquí, sentado al sol del mediodía, cansado, “fatigado” –escribe Juan- y con sed, como cualquiera de nosotros. ¡Bendita, querida y enternecedora fatiga de Jesús!
Bernardo Martorell, 1400-1452
Pero he aquí a Jesús nada menos que hablando con esta pícara y pizpireta samaritana que, probablemente, ha tenido que venir a buscar agua a estas horas inusitadas, bajo el pleno solazo de las doce y no temprano -como lo haría toda mujer hacendosa-, o porque, descuidada, se ha olvidado de hacerlo y viene exigida por su sexto hombre, o porque sus irregularidades matrimoniales hacen que las honestas del poblado le hagan desprecios si baja a la fuente al mismo tiempo que ellas.
Pero solo una samaritana ligera de cascos se hubiera atrevido a hablar con un hombre desconocido. Cualquier otra ni se hubiera acercado al pozo y, de haber tenido urgente necesidad de hacerlo, hubiera guardado digno y ofendido silencio ante la presencia casi provocativa de un hostil judío.
Y solo un judío como Jesús, a su vez, no hubiera tenido prejuicios para hablar con una mujer – según los rabinos de la época seres inferiores a los cuales sus discípulos tenían prohibido dirigir la palabra en las calles y, menos, discutir cosas importantes. Menos todavía, perteneciendo al despreciable pueblo samaritano, ‘casta de mestizos ignorantes' que se habían atrevido a levantar el templo cismático de Garizim, rival del de Jerusalén.
Cuando sus discípulos vuelvan de comprar alimentos y los vean a los dos hablando, no podrán dar crédito a sus escandalizados ojos.
El hilo del diálogo que se entabla, con evidente simpatía muta, entre personajes tan poco convencionales como el formidable galileo y la tunante samaritana, corre en un crescendo en donde el sentido obvio de las palabras, a pesar de la insistencia de la mujer por entenderlas literalmente, va siendo superado por enseñanzas cada vez más hondas bajo el hábil manejo de Jesús.
El tema central, para abreviar, es el del ‘agua' identificada con Cristo.
Cualquiera que conozca los desolados y áridos paisajes palestinos o haya leído historias de beduinos o de aventuras de la Legión Extranjera, podrá darse cuenta de lo que significa un oasis, una cantimplora, una cascada, un pozo de agua, para esa gente. Esa agua que, a pesar de los avisos de Agua y Energía nosotros gastamos pródigamente como el aire que respiramos, para ellos es, en su ausencia, signo de aridez, de sequía y de muerte y, en su aparición, bendición de fertilidad y de vida.
Por eso, fácilmente, en el Antiguo y Nuevo Testamento, pueda adensarse su concepto con ideas de feracidad, exuberancia y sobre todo ‘vida'.
En Isaías se dice que los salvados de los últimos tiempos ‘ sacarán alegres el agua de las fuentes de la salud '. En el Eclesiastés se habla de la ‘sabiduría' como de un ‘agua' que se ha de beber. Las palabras de los sabios y devotos son ‘agua que calma la sed'. En el uso rabínico esta imagen se aplicaba comúnmente a la Torá, a la Ley. En las llamadas “ Odas de Salomón ” se da el nombre de agua a la revelación divina.
Pero la samaritana entiende, solo, que Jesús tiene sed y quiere el agua del pozo para refrescarse y saciarse. Por supuesto que no se equivocaba. Tenía sed Jesús. Quería agua para humedecer su boca reseca.
Pero, leyendo en el corazón de su nueva amiga, aprovecha la ocasión para hablarle de otra agua. Esa allí cuando menciona el ‘agua viva'.
Claro que, para la mujer, el ‘agua viva' sigue siendo simplemente agua.
A diferencia del agua de un pozo, se llamaba `'agua viva' a la que manaba, a la que surgía de una fuente, a la que corría bajando una montaña. Agua viva sería la Villavicencio –antes de la contaminación- o, su plagio insípido, la Villa del Sur.
Pero Jesús, con lo del ‘agua viva', quiere afirmar algo más que ese tipo de liquido límpido y fresco. Aunque la mujer solo quiera entender de aguas minerales.
El asunto es que el diálogo sigue equívocamente. Jesús hablando de ‘otra agua' y la mujer entendiendo el ‘agua potable'. Y aún cuando el Señor, para determinar el significado de su agua, cita las palabras del libro de la Sabiduría: “ el que me beba seguirá teniendo sed ” -corrigiéndolas “ el que beba de esa agua no tendrá jamás sed- ” la samaritana, mujercita práctica y remolona insiste en fingir que no entiende: “ ¡Uh, dame de esa agua, que estoy harta de venir todos los santos días hasta aquí a buscarla! ”
Jesús, entonces, corta por lo sano y, de sopetón, le habla de sus cinco maridos y de su actual compañero. Allí sí, la mujer se da cuenta de que se halla frente a Alguien. Se pone seria y, algo embarazada, desvía la conversación a la secular polémica entre judíos y samaritanos.
Pero a Jesús no le interesan esas polémicas nacionalistas, ya ahora está pensando en la personita que tiene adelante. No deja de afirmar la superioridad judía –“ La salvación viene de los judíos ”, dice- pero se trata de una ventaja parcial que, de hecho, desaparecerá, desmesuradamente superada por Él mismo. Está comenzando algo radicalmente nuevo en la historia de la humanidad, que la nación judía solamente había preparado, preanunciado, pero que quedará atrás ya para siempre con sus pequeñeces y polémicas tribales.
Porque, noten que el sentido de esta parte del diálogo no es decir, ‘lo de si Garizim o Jerusalén no tiene envergadura porque Dios está en todas partes'; ‘no importa el lugar para rezar y encontrarse con Él'; ‘da lo mismo rezar en un templo que en un colectivo'. No: primero porque no da lo mismo. Segundo, porque ese no es el significado de las palabras de Jesús.
Monte Garizim, visto desde Siquem
Garizim y Jerusalén no son solamente dos templos. Son dos estadios de la revelación. Los samaritanos se habían quedado solamente con el ‘Pentateuco', es decir los cinco primeros libros de la biblia. No aceptaban por ejemplo, los salmos, ni los profetas, no todos los demás escritos que los judíos y nosotros creemos como escritura revelada. Y, para Juan -que es el que transmite este diálogo de Jesús- la medida de la intensidad del encuentro con Dios, de la oración, no se da por las ganas o buenas intenciones que uno tenga al rezar sino, al revés, por la cantidad y calidad de revelación, de verdad, de palabra, que Dios dirige al hombre. Y ciertamente Dios se ha revelado más a los judíos que a los samaritanos. Orar no es cuestión de ‘sentimiento' donde cualquier religión sería lo mismo. Es ponerse, mediante la religión verdadera, en contacto con el Dios verdadero.
Es lo que dice Jesús a la señora samaritana: “ llegará la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad ”. El “ en verdad ” no se refiere a la sinceridad de corazón con la cual el que adora se dirige a Dios, sino, repito, a la verdad de la revelación con la cual Él se manifiesta y se nos presenta como Padre de Jesús y como Dios.
Y “ en espíritu ” no es –ni en hebreo ni en el lenguaje de Juan- lo contrapuesto a lo exterior y material. Como si dijéramos ‘ No necesito capilla ni imágenes ni sacramentos, rezo en el espíritu ”. No.
Cuando se habla de ‘espíritu' –en la Sagrada Escritura- no se trata, como en los dualismos tanto orientales como griegos, de un principio inmaterial contrapuesto a lo corporal. ‘Espíritu' y ‘espiritual', para el cristianismo, es lo que se encuentra más allá de la esfera terrestre, humana y natural. Es lo sobrenatural, lo propiamente divino. “ Adorar en espíritu ”, no es, pues, adorar interiormente, a lo budista o a lo yoga, con la mente, sino adorar, viviendo la misma vida que Dios posee en Sí mismo, más allá de todo lo terreno, de todo lo humano, de lo puramente mental. Como decía Pablo, es adorar y rezar “ con el Espíritu que en nosotros clama ¡Abba!, ¡Padre! ”
A eso apunta Cristo cuando habla a la samaritana del ‘agua de vida', del ‘don de Dios', del ‘adorar al Padre en espíritu y en verdad'.
Es en Él, en Jesús -que es Él mismo el Don de Dios, el Agua verdadera- donde Dios nos entrega la Verdad y el Espíritu que nos permiten acceder a la existencia divina.
Más allá de las revelaciones parciales dadas a samaritanos y judíos, más allá del Garizim y de Jerusalén, -y muchísimo más allá de las tentativas erradas de los hombres por acercarse a lo divino en las falsas religiones-, Jesús es la suprema, insuperable y definitiva revelación de Dios al hombre.
Ya no es solo que Dios habla de Sí mismo. En Cristo ‘vemos a Dios' y lo vemos como Padre.
Ese mismo Cristo, poseedor del Agua de la Vida -de la existencia divina, sobrehumana, del Espíritu-, es el único capaz de transformarnos y elevarnos al tomar el Agua, al comer el Pan y al respirar el Aire –‘ pneuma' en griego, ‘ spiritus' en latín- de la Trinidad.
Pero, para ello hay que ‘encontrarse' con Él, en la Fe. En la Fe verdadera.
Uno puede ‘oír hablar' de Jesús, ‘leer' los evangelios, ‘escuchar' al cura que predica, pero eso no es nada más que charla.
"Ya no creemos por tus palabras” dicen, al final, los samaritanos a la mujer -y el término griego que usa el evangelio es ‘lalein' (1), que significa precisamente charla. Sino que creyeron por su palabra: “ Nosotros mismos lo hemos oído ” -y el griego del versículo 41 escribe ‘logos' (2)-. Porque se han encontrado no con ‘palabras' sino con ‘la Palabra', el Logos, Cristo el Señor.
Tampoco nosotros seremos verdaderos cristianos mientras solo creamos palabras, dogmas, credos, mandamientos. Recién cuando, en la oración, en el conocerLe y amarLe y el entregarnos a Él, nos encontremos con Cristo Jesús, el Agua Viva, el Salvador del mundo, ‘mi' Salvador, recién entonces fluirá por nuestras venas la Vida divina.
Así sí seremos adoradores del Padre en Espíritu y en Verdad.
1- “ dià tèn sèn laliàn ”; “por tu charla”
2- “ dià tòn lógon autoû ”, “por la palabra suya”