1987 Ciclo A
3º domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Juan 4, 5-42
Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber". Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva". "Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?". Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna". "Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla". Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí". La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad". La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar". Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo". Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo". En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?". La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?". Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos". Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice". Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".
SERMÓN
A pesar de que la propaganda por un lado y la polución y el cloro por el otro ha desplazado la vieja jarra de agua que adornaba nuestras mesas por líquidos de diversos edulcorantes y coloraciones –(que nuestros chicos ya no piden agua sino coca o pepsi o teem)- a pesar de ello, a nadie se le escapa el significado del agua para la vida en general, y lo mortal de su carencia…
Y aún cuando la época de los aljibes y los aguateros sean para nosotros recuerdo lejano, dibujito de Billiken, no por eso está tan lejos de nosotros la figura de la samaritana con su cántaro de agua caminando cientos de metros desde su casa para buscarla. Nosotros que, entre Obras sanitarias y Segba, hemos visto subir por las escaleras de los departamentos baldes llenos desde la PB , por no hablar de la única canilla de donde se surten los habitantes de algunos barrios villeros que, en compensación, pueden poner un voto en una cajita cada seis años.
Bueno, no es tanto drama, porque si bien es verdad que, en la época de Cristo, los romanos tenían geniales acueductos y que, en la época de Imperio, Roma recibía diez veces más agua corriente que la que recibe actualmente, y se conservan todavía las cañerías de plomo que usaban los más pudientes, también es verdad que, al menos en Palestina, el agua era un producto escaso y costaba más trabajo obtenerla a la mayoría del pueblo que a nuestros propios actuales santiagueños.
Todo el Antiguo Testamento es testigo de esta obsesión judía por el agua: desde la terrible experiencia del desierto, hasta los sequedales palestinos en donde, aparte del estrecho valle regado por el Jordán, casi todo es piedra y roca calcinada por el sol. Aún hoy, y con las inversiones millonarias del estado de Israel -ayudado no poco por nuestra colectividad- el riego artificial no ha alcanzado a modificar el paisaje fundamentalmente yermo del territorio judío.
De allí la importancia de los manantiales, de los oasis, de los pozos como éste de Jacob, que aún existe, de 32 metros de profundidad y dos y medio de diámetro, en gran parte excavado en la roca, y con agua fresca que mana del fondo y sube unos metros…
Que el agua, como el pan, necesarios para la vida hayan sido utilizados pues por Jesús como símbolos para hablar de la Vida superior a la cual él nos quiere hacer acceder y que, como símbolos sacramentales, los haya usado en el Bautismo y en la Eucaristía , no es algo que pueda extrañarnos ni que exija mayores explicaciones.
Así: todo el juego de la conversación de Cristo con la samaritana respecto del agua -como cuando habla con Nicodemo del nacimiento y, con sus discípulos, del pan y, con las hermanas de Lázaro, de la vida o, con el ciego, de la luz- es para hacerlos pasar de un significado o deseo puramente humanos de lo que es la vida, el agua, el pan y la luz para los hombres, a una sed, un hambre y una ceguera mucho más profundas, que se anidan en el hondón más raigal del existir humano y que sólo pueden saciarse por un trigo de alimento superior que conducen a una vida y luz inaccesible a los cántaros y a los baldes del ingenio y de las posibilidades humanas...
Esta mujer. yendo con sus pesados cántaros todos los días, bajo el calor rajante del sol del mediodía, a buscar su cotidiana cuota de solaz y apagar temporáneamente su sed, simboliza las ansiosas búsquedas de la historia y de cada uno de los hombres por buscar una felicidad que nunca encuentran plena. Y, si la encuentran, tarde o temprano se le vuelven a escurrir de las manos. Pequeños pozos de agua que nunca pueden satisfacer. Tanto si se trata de enseñanzas de maestros que se presentan como salvadores en lo social, lo político, lo filosófico, lo pseudoreligioso o lo científico, como cuando se trata de placeres que solo dejan insatisfacción y el deseo de poseer o de gozar más, como de revoluciones, elecciones o caudillismos utópicos, todo se parece a la mujer que cada día debe ir con el cántaro a buscar otro poco de agua para poder vivir un día más, y que siempre se gasta o evapora.
Si fue larga la lectura del evangelio de hoy, mucho más largo sería comentarlo como se merece versículo por versículo. No lo haré; pero noten Vds. cómo el encuentro de la samaritana con Jesús –con el agua verdadera- se va desarrollando de manera progresiva: es como si la mujer fuera descubriendo al Cristo poco a poco: primero lo trata simplemente de ‘ judío '; después, más respetuosamente, le dice ‘ señor '; luego, interrogativamente, ‘ más que nuestro padre Jacob ', que según los samaritanos era su patriarca; luego le dice ‘ profeta '; más adelante ‘ Mesías ' y, finalmente, ‘ Salvador del mundo' .
Y fíjense cómo, en el momento culminante de la revelación o descubrimiento de Jesús, cuando éste le dice que él es el Mesías, con la expresión ‘ yo soy ' ‘ egó eimí ' que es la traducción del mismísimo nombre de Dios: ‘ Yavé ': ‘ el que es ', del A. T., en ese mismo momento, la samaritana se levanta de un salto y corre al pueblo a anunciarlo, a gritar su descubrimiento a los suyos... Y Juan apunta, no sin intención, que deja el cántaro a un lado , ¿para qué lo quiere ahora que ha encontrado el agua verdadera?
Y de eso se trata, de un agua y una comida -como les dice después a los discípulos que han llegado con la comida que han ido a comprar al pueblo-, que nos introducen en una Vida a la cual no puede acceder el hombre con sus cántaros y sus dineros. Vida en la cual Dios se transforma en Padre, porque nosotros somos transformados en Sus hijos y podemos adorarle ‘ en espíritu y en verdad' . Y aquí espíritu no hay que entenderlo a lo griego, como contrapuesto a lo material, sino a lo hebreo: el espíritu es lo propio y lo exclusivo de Dios , lo contrapuesto a lo puramente humano.
No alcanza la razón del hombre para llegar a Dios, ni nuestras plegarias y sentimientos humanos, ni el monte Garizim ni Jerusalén, es necesario que Cristo y el Espíritu nos transformen y adopten y divinicen para entrar en verdadera convivencia y parentela con Dios y, allí sí, comunicarnos con Él. Como Padre, a nivel no de lo humano sino de lo divino, del espíritu y de la verdad .
Es posible que la mayoría de nosotros esté todavía, como la samaritana, en los primeros pasos de nuestro encuentro con Jesús: quizá pensemos todavía que hasta le hacemos un favor siendo cristianos y que él nos pide demasiado y apenas estemos dispuestos a cederle nuestro propio cántaro de agua. O quizá ya lo hemos reconocido como capaz de ayudarnos en nuestras hambres y sed, pero seguimos aferrados a nuestros cántaros de deseos humanos, y lo que queremos es que nos lo llene y nos arregle nuestros problemas temporales y, cuando padecemos tristezas o necesidades nos rebelamos y protestamos contra él...
Pidámosle que llegue de una vez el momento -y aprovechemos para ello esta Cuaresma- cuando lo encontremos finalmente a Él tal cual es: Jesús, Dios, el Salvador del mundo, más allá de todas nuestras especulaciones, ambiciones y sentimientos seglares y que, pudiendo prescindir del cántaro frangible de nuestros anhelos puramente humanos, desde Cristo, Agua viva que se transformará en nosotros en fuente que brotará para la Vida eterna, ella se nos conceda. Y, también, claro, -pero no tendremos necesidad de pedírselo- el céntuplo en esta vida, al modo como, buscando solamente el Reino de Dios y Su Justicia, se nos dan también las añadiduras.