1998. Ciclo C
3º Domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. El les respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.» Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?" Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás"».
SERMÓN
El episodio de los galileos asesinados por Pilato del cual nos habla el evangelio no figura en otras fuentes históricas. Un grupo de galileos muertos era noticia de poca monta para que fuera registrada en los anales de la época. Sin embargo coincide con la imagen del procurador que nos pinta Flavio Josefo, acusándolo ante el emperador de fraude, violencia, robo, torturas, ofensas, ejecuciones sin juicio y "crueldades constantes e intolerables". Comparado con los cientos de samaritanos que, solo por querer subir a adorar al monte Garizim, Pilato hizo exterminar en el año 35 enviando sobre ellos un destacamento de caballería y un batallón de infantería, los cuatro o cinco galileos no habían sido gran cosa. De todos modos lo de los samaritanos hizo que Vitelio , procónsul de Siria, enviara a Pilato a Roma para responder de la matanza ante el emperador Tiberio que, finalmente, destierra a Pilato a las Galias. Allí termina oscuramente su vida, aunque hasta el fin del mundo tendrá el raro privilegio de ser mencionado en el Credo por todos los cristianos.
Es probable que el derrumbe de la torre que protegía la fuente de Siloé, que daba agua al famoso depósito de época monárquica, se debiera también a Pilato, cuando ordenó construir un acueducto para abastecer las enormes necesidades hídricas de Jerusalén. También en aquella ocasión había irritado a los judíos pues había mandado saquear el tesoro del templo para financiar la obra.
Jesús podría haber aprovechado ambos incidentes para lanzar una encendida diatriba nacionalista -tanto más que él era de Galilea, como los pobres victimados- y, sin embargo, hace elevar la mirada de su auditorio a razonamientos más profundos.
Al fin y al cabo tanto Jesús como los judíos -aunque a veces éstos, como nosotros, lo olvidemos- saben que todo, en última instancia, lo maneja la omnipotencia divina. No por nada el Dios de Israel, el Dios de Jesucristo, -nuestro Dios-, es Aquel que, frente a las realidades que hoy son y mañana no son de este universo, en donde la existencia es participada limitadamente por todas y cada una de las cosas según distintas medidas y densidades, se proclama, en cambio, ante la pregunta de Moisés, como "Yo soy el que soy". ' Eyeh, asher eyeh' , suena en hebreo; egó eimí to on , traducen los griegos. Y cuando el verbo eyeh se pasa a la tercera persona: 'el que es', suena Yahvé, el tetragrama, el inefable nombre de Dios, que los judíos no se atreven a pronunciar y sustituyen por el término Adonai, Señor.
Yahvé, El que es , supremo señor del universo y de su historia, que maneja tanto el orbitar de las estrellas en los remolinos galácticos como el de los electrones en torno a sus protones y neutrones, de lo más grande a lo más pequeño, es el que encamina cada detalle de nuestras vidas según los designios amorosos de su providencia. Pilato, la torre de Siloe, la bacteria, el terremoto, también son instrumentos del actuar de Dios, a veces enigmática o pedagógicamente, para bien de los suyos. Por eso a Jesús no le interesa detenerse en Pilato ni en la impericia de los arquitectos que levantan el acueducto. Como decía Tomás de Aquino , el hombre de este mundo solo sabe mirar las causas inmediatas, las causas segundas, el cristiano es aquel que sabe elevarse a considerar todo desde Dios, la causa primera, descubriendo así el sentido hondo de las cosas.
De todos modos la primitiva concepción judía pensaba demasiado simplísticamente que el actuar de Dios respondía automáticamente al actuar de los hombres: si alguien pecaba, inmediatamente le acaecía la desgracia, el castigo. De tal modo que la inversa también era correcta: si a alguno le aquejaba la desdicha era porque se trataba de un pecador.
Jesús desmiente esta concepción. ¡Bueno sería, nosotros que sabemos que la mayoría de las desgracias de este mundo provienen no solo de calamidades naturales, sino que, de la protervia y errores de otros, la sufren millones de inocentes!: niños muertos de hambre, huérfanos de guerra, mujeres, pobres gentes atrapadas por las tenazas de grandes decisiones geopolíticas y económicas de pequeñas elites, o por la brutalidad de pequeñas facciones en pugna...
Sin duda que gran parte de esas calamidades derivan de pecados de los hombres, pero pocas veces revierten en quienes los comete. También sabemos que nuestros extravíos y errores son capaces de producir desventuras y tragedias en nuestra propia vida y en la de los que nos rodean, pero nunca como castigo de Dios, sino como consecuencia natural de nuestros propios actos. En todo caso es verdad que las leyes de Dios ínsitas en lo profundo de la psicología, de la ética, de la economía, de la biología, de la ecología, de la química y de la física actúan infaliblemente y se vuelven sin dudar, tarde o temprano, en contra del hombre, cuando no son respetadas.
Pero Jesús va más allá; por ello, al mismo tiempo que descarta la teoría de las desgracias como castigo de Dios en esta vida, relaciona sin más nuestros actos con nuestro triunfo o fracaso definitivos. " Os aseguro que si no os convertís, todos acabaréis de la misma manera ". Jesús ve los acontecimientos, no desde la perspectiva inmediata de los bienes perecederos que podemos usufructuar en el rápido transcurrir de esta vida, sino del destino eterno al cual nos llama en su 'buena noticia', en su evangelio, y que corre el tremendo riesgo de perderse. Y triunfo o fracaso definitivo digo, que no castigo, porque también aquí Dios nos pone claramente las reglas de juego: el que quiera acceder a la vida tiene que libremente aceptar su oferta de amor. El no nos castigará si la rechazamos, pero en ese mismo rechazo que es nuestro, sin que El intervenga, está nuestro castigo. Rechazo que Jesús, reflejando el dolor de Dios, llora hasta el fin de la historia de los hombres clavado en la cruz.
De allí, a la vez que la urgencia, la paciencia de Dios. Era sabido que un judío practicante debía permitir que cualquier árbol estuviera plantado al menos durante nueve años: tres para que creciese hasta poder dar frutos; otros tres durante los cuales no se podía recoger fruto alguno, y tres más para cosecharlo. La higuera de la parábola, pues, ya está en su noveno año, y aún se niega a dar nada a su dueño. El viñador, empero, le pide un año de gracia: removerá la tierra y la abonará...
Nueve años, veinte años, cuarenta años, setenta años... Dios te deja aún, plantado en este mundo, para que le des su respuesta de amor: te esperará -sin duda que te esperará-, aunque quizá ya bastante tiempo de vida tenés ya, y sabés bien que no podrá esperarte para siempre. ¿Y quien sabe el tiempo que Dios ha fijado de paciencia para vos? De allí su urgencia, su gana de que cambies, que de una vez te decidas a que todo lo que te ha dado en el ser, en la vida y en los bienes, todo lo que te ha hablado y llamado, lo hagas frutos de fe y de amor.
Si es necesario, removerá, abonará y aún podará -que no será castigo- para que veas como el tiempo se te escapa inútilmente de las manos, detrás de cosas que ni duran ni pueden llenarte, apoltronado en vos mismo, ocupando infructuosamente tu lugar en el mundo, y ociosamente tu lugar en la Iglesia, sin hacer nada por El y por los demás. Insistirá mientras tenga la esperanza de que te conviertas y te decidas a hacerte santo y justifiques tu porción de tierra en esta vida, y solo te dejará cuanto sepa ya que nunca usarás como corresponde de tu libertad.
Que esta Cuaresma sea ocasión de reflexión, de cambio; que podamos en estos días antes de la Pascua despegarnos de las cosas que apenas son y sin embargo nos atrapan, y adherirnos a Aquel que solo es. Que Pascua nos encuentre vitales, llenos de savia, alzando en oración nuestras ramas y nuestras hojas hacia el sol que las caldee y nutra, abonados y removidos nuestros pecados en la confesión y la penitencia, hundidas nuestras raíces en el limo fértil de la Palabra de Jesús, el viñador, para que este año nos carguemos de frutos, para gloria de Dios y bien y alegría de nuestros hermanos.