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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


2003. Ciclo B

4º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 14-21
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios".

SERMÓN
(GEP 30/03/03)

Todos conocemos el relato legendario de Moisés fabricando una serpiente de bronce y colocándola en una pértiga para que, cuando por castigo enviado por Dios a la murmuración de los hebreos, cantidad de israelitas fueron mordidos por serpientes venenosas. Arrepentidos, con solo levantar la vista y mirar a la de bronce, quedaban curados. Este relato, puesto por escrito ocho siglos después de los presuntos hechos, goza de alguna verosimilitud histórica ya que, en las inmediaciones de las minas de cobre del Arabá , donde el autor bíblico ubica el suceso, los arqueólogos han encontrado varias pequeñas serpientes de cobre que fueron indudablemente utilizadas, como la de Moisés, en una especie de rito mágico, apotropaico, para protegerse contra las serpientes venenosas.

En realidad el relato es introducido en la Biblia, después del exilio, para justificar que, hasta al menos la época de Ezequías , en el templo de Jerusalén, se rindiera culto a una gran serpiente de bronce, llamada Nejustán , que parece ser una antigua divinidad ya adorada en la Jerusalén anterior a David, de la época de los jebuseos.

Hablar del significado religioso y esotérico de la serpiente escaparía totalmente a las posibilidades de una homilía. Baste señalar que, como símbolo, recorre el espectro de todas las religiones conocidas de la antigüedad y, siempre, con las mismas particularidades. Aún hoy existen varias sectas de 'adoradores de la serpiente'. Con gran extrañeza vimos a uno de sus representantes junto al Papa en el famoso y desconcertante encuentro interreligioso de Asís. Esperemos que no aparezca alguno en la carpa de plaza de Mayo.

Representación ambigua -la sierpe- tanto de la vida como de la muerte, del ser y la nada, del bien y del mal. [Recordemos que el hombre antiguo no se manejaba con conceptos abstractos omo éstos, sino con imágenes, con figuraciones]. El que anualmente la víbora dejara su vieja piel y la renovara, hablaba de una especie de eterna juventud, de una vida que renacía o se confundía con la muerte. La picadura de las especies venenosas, en cambio, hablaban de la muerte sin más. Pero también de la muerte del enemigo, como la cobra de la tiara del faraón apuntando hacia delante. Una muerte súbita, que surgía de pronto de lo oculto, traicionera, fulmínea, sin reglas.

Desprovista de patas, arrastrándose y ocultándose en la tierra, la serpiente estaba estrechamente asociada a ésta, la Madre Tierra, ¡madre y sepultura! Tenía que ver pues con la fuerza de la naturaleza, de la vegetación, de la vida que surge de lo terreno. Pero, por supuesto, con esa tierra-tumba que vuelve a reclamar los restos de todos los vivientes. Tierra que gesta la vida; tierra que sepulta. Y la representaba la serpiente. Entre los griegos y los cananeos tenía asimismo algo de signo fálico, tal cual bien lo postula Freud , en su interpretación de los sueños. Y también, para Freud, el 'instinto de vida', finalmente, se reduce al 'instinto de muerte'.

Aunque sabemos que los ojos de los ofidios son inmóviles y están cubiertos por escamas transparentes, por lo cual no necesitan parpadear, y responden a un cerebro bastante primitivo, con su apariencia fija, siempre abiertos, casi hipnóticos, se convirtieron en símbolo de mirada penetrante, de inteligencia, de astucia. ¡Si la serpiente pudiera transmitir su conocimiento al hombre -se afirmaba- éste podría alcanzar la victoria de la vida sobre la muerte, o transformar la muerte en vida, o la vida en muerte! La serpiente Kundulini que, ascendiendo por la columna vertebral, en el budismo, se asoma a la frente como el tercer ojo, el de la suprema sabiduría. Sabiduría que consiste en la identificación del ser y la nada que he mencionado más arriba. La famosa 'ciencia del bien y del mal' que, en los que alcanzan ese conocimiento, esa gnosis, se identifican. Por eso sus poseedores están más allá del bien y del mal. Como, en nuestros días los marxistas, o los cabalistas del kahal, o los sufies del fundamentalismo islámico, nuevos gnósticos. Para ellos no existe límite moral alguno: el bien coincide con el mal.

Apofis , divinidad egipcia, figurado en forma de serpiente, es la representación del no ser, de la fuerza del caos, de la cual contradictoriamente surge el ser. En sus representaciones rodea con su anillo al universo. Se muerde la cola: la cabeza se confunde con el extremo, el principio con el fin, el nacimiento con la muerte. Algo así como la 'sierpe dragón' de los chinos; o la 'sierpe emplumada' de los aztecas, envolviendo al cosmos.

De allí que, en esta ideología universal, siendo la serpiente una de las representaciones del Uno primitivo, el Caos, Uno donde se confunden ser y nada, la Realidad Primordial de la cual todo deriva, se transforma en el dios que está sobre todo dios y es anterior a todo dios. Quien alcance su conocimiento, allí donde lo bueno y lo malo es la misma cosa, la ciencia del bien y del mal, por ese mismo hecho alcanza la inmortalidad, la divinización. Por eso, en las tradiciones gnósticas dependientes de la Biblia, ella, la serpiente, está mucho más arriba que el Dios de Israel, que el Dios Creador, que el Dios de los cristianos.

Obviamente que el relato de Moisés, elaborado en épocas teológicas ya avanzadas de Israel, se niega a recoger del símbolo de la serpiente su ambigüedad primigenia, como tampoco, en lo que tiene de positivo, su diferenciación con Dios. De hecho su aspecto negativo ya ha sido explotado en el relato de Génesis tres, en el mito de Adán. La serpiente prometiendo al hombre la divinización: " seréis como dioses ", pero de hecho llevándolos a la muerte. Ahora, en el relato bíblico del libro de los Números, la serpiente Nejustán es considerada, sí, símbolo de vida, pero no de la que surge de la tierra, ni de algún poder del hombre, conocimiento o gnosis, sino, positivamente, de la que ofrece Jahvé desde el cielo. No viene como una picadura casual e impensada, desde abajo, apuntando al talón, ni se encuentra abajando la mirada a la tierra o hacia adentro, sino que se busca mirando hacia arriba. Por eso Moisés la coloca en un mástil.

Solo el que voluntariamente eleva sus ojos hacia Dios encontrará la salvación. La leyenda adquiere así, en la teología postexílica, un significado compatible con el rechazo de toda idolatría, corrige el mito primitivo, y, de paso, echa un manto de piedad a la apostasía de los antiguos reyes de Judá que fueron capaces de adorar en el templo a la serpiente.

Por eso Jesús no duda en trasladar el relato a su propia función dadora de Vida.

Precisamente lo hace en el bellísimo discurso a Nicodemo -el primero de los discursos de Jesús en el evangelio de Juan-, donde insiste el Señor en que la verdadera vida no es la que viene de la carne y de la sangre, de las posibilidades de este mundo, de nuestro código genético y sus manipulaciones, sino la que viene del Espíritu, la que nos alcanza, por medio del Hijo entregado a nosotros, el amor de Dios. Para que los que alcemos nuestra vista hacia El no muramos, sino obtengamos la Vida Eterna.

Pero, vean que la tentación del hombre a renegar de la gracia de Dios y ser dueño de la ciencia del bien y del mal es capaz, incluso, de deformar textos tan paladinos como éste. Porque cuando la ideología de la serpiente dueña del caos y por lo tanto de lo divino original se traslada, en algunas sectas, al mundo bíblico, Yahvé, el Creador del mundo, de la armonía, de la distinción clara entre lo que es y lo que no es, entre lo bueno y lo malo, entre la verdad y el error, se troca en el gran adversario no solo de la serpiente, sino del hombre. "Dios odia al hombre" -dicen- "por eso lo coloca en un mundo al cual también odia y crea mal, y para mal. La serpiente será la única capaz de sacarnos de este mundo por medio de la gnosis, del conocimiento del bien y del mal".

En el siglo segundo y tercero de nuestra era aparecen, en medios cristianos, herejes gnósticos que reivindican la figura de la serpiente y afirman la perversidad del Dios creador, que sería inferior a aquella. Dios malvado que sumerge al hombre en el límite, en la sumisión a los mandamientos y lo arroja al destierro de la materia. Estos sectarios, a quienes menciona San Ireneo , se llamaban a si mismos ofitas (de ' ofis ' -serpiente en griego-; de allí 'ofidio'), o naasenos (del hebreo ' nahas ', también 'víbora').

Estos ofitas o naasenos interpretaban precisamente los pasajes tanto de Moisés levantando la serpiente en el desierto, como el de Jesús en su conversación a Nicodemo comparándose con ella, como reliquias de la verdadera revelación que el resto de la Escritura escrita por los partidarios del Creador habría opacado y camuflado. La autentica revelación -según los ofitas- afirmaba que no solo la serpiente era la buena, y malo Yahvé, Dios, el Creador, sino que Cristo había venido a salvarnos de este dios malvado, enseñándonos la verdadera ciencia, la gnosis. Cristo no sería otro que una de las encarnaciones de la serpiente de Génesis 3. Por eso la lucha de Cristo contra la ley, sus constantes alusiones a la luz, es decir -según ellos- el conocimiento ofídico y su ruptura con el templo, los sacerdotes y las autoridades. A la manera del dualista Marción , el Nuevo Testamento de la serpiente, se oponía y corregía al Antiguo Testamento del maligno Dios creador.

No se crea que estas son especulaciones superadas extríadas como curiosidad de vetustos volúmenes. El famoso Erich Fromm , filósofo y psicoanalista marxista y judío, que tiene libros tan estimulantes como El arte de amar y El miedo a la libertad , en sus estudio sobres los dogmas cristianos también hace una gran defensa, en nombre del psicoanálisis y de la revolución, de la serpiente. Lo afirma en sus obras Y seréis como dioses y El dogma cristiano , publicadas aquí por Paidós hacia los 70. Al Dios creador -dice Fromm- lo habrían inventado en la Biblia los sacerdotes y los reyes para justificar sus legislaciones opresoras y su dominio sobre el pueblo. La serpiente, en cambio, estaría representada por los profetas, rompedores de esquemas y de estructuras, revolucionarios por antonomasia, teólogos de la liberación, como -en la interpretación de Fromm- lo habría sido el mismo Jesús, luego domesticado por la Iglesia de Roma.

Nada de eso nos resulta extraño, porque el mismísimo Marx había asimilado ya la serpiente a Prometeo y había declarado a ambos 'los primeros mártires del calendario revolucionario'. Según él, los dos -la serpiente y Prometeo- eran los antecesores de Lutero , uno de los precursores, en el orden clerical, de la revolución del proletariado.

Como ven, lo de la serpiente tiene sus bemoles.

Y es verdad que, en este discurso a Nicodemo, Jesús se identifica con la serpiente, pero no con la serpiente de Gen 3, de Marx, o de Fromm, sino con la serpiente enarbolada por Moisés, en la interpretación de los teólogos postexílicos deuteronomistas.

La verdadera serpiente dadora de vida de ninguna manera se opone al Dios Creador. Más aún, si la Creación se atribuye al Padre, ella de ningún modo es una trampa hecha al hombre para encerrarlo en ella y en sus rígidas leyes. Dios no odia al hombre o a su mundo, como afirmaban ofitas y naasenos. Tampoco es el adversario del ser humano, como sostuvieron Nietzsche , Feuerbach , Marx o Fromm . La afirmación de que, de alguna manera, Jesús es figurado por la serpiente, se redacta en nuestro evangelio de hoy en el contexto clarísimo del amor de Dios al mundo creado por Él, tanto que, fruto de ese mismo amor es que haya mandado a su Hijo al mundo para salvarlo, ¡de sus propios desaguisados, de sus instintos ofitas, de sus veleidades de buscadores de la falsa ciencia del bien y del mal, con la cual juega trágicamente el mundo contemporáneo! " Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna".

Y esa vida eterna no la consigue el hombre por su pura ciencia, por su técnica, por tratar de transformar democráticamente, serpentinamente, al modo de los naasenos y los ofitas, el bien en mal y el mal en bien, mediante sus leyes prometeicas y antinaturales, en nombre de una espuria libertad que solo puede llevar al caos y transformar el ser en nada y de ninguna manera sacar ser de su nada. Sino elevando nuestros ojos a Cristo, para que Él nos infunda su Espíritu transformante. Ese Espíritu que Jesús alcanzó no por la muerte misma, por la cruz pelada, que de por si es dos palos estériles y secos -y la muerte seguirá siendo pura muerte para los adoradores de si mismos, de la humanidad, de la democracia, de la sierpe- sino por el triunfo de la Resurrección. La muerte no se identifica con la vida -ni la nada con el ser, ni el Calvario con la Resurrección, ni la Cuaresma con la Pascua- sino que se hace puente a la elevación del Hijo al Padre, allí desde donde, contrariamente a la serpiente de Génesis 3, lo humano que solo lleva finalmente a la nada, Dios nos puede infundir el verdadero vivir, la eterna felicidad, la luz que no tiene fin.

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