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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


2005. Ciclo a

4º DOMINGO DE CUARESMA 

Lectura del santo Evangelio según san Juan 9, 1-41 (Jn. 9,1-41 ó 1.6-9.13-17.34-38)
Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?" Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo". Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?". El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé". El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo". Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta". Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?". Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta". Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él". Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo". Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?". El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?". Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este". El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?". Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".

SERMÓN
  (GEP 06/03/05)

Allá entre los años 40 y 50 el gran clavicenballista, hermano del jesuita Alfredo Sáenz , que fue el maestro Pablo Sáenz , un poco el inspirador de la camerata Bariloche y, recientemente fallecido en España, hizo un experimento para tratar de demostrar la universalidad de la música clásica y especialmente la barroca. En una camioneta F 100 que le habían prestado, cargó su clavicémbalo y recorrió todos los pueblitos de la quebrada de Humahuaca , entre ellos la bellísima Purmamarca . Se paraba en la plaza principal de esos poblados y se ponía a tocar a Bach , Vivaldi , Scarlatti . La plaza que, al comienzo, estaba completamente desierta, poco a poco se iba llenando de gente, en su mayoría aborígenes, que permanecían visiblemente conmovidos -a pesar de la inexpresividad que caracteriza a nuestros coyas- quietitos allí, horas y horas, y pidiéndole al maestro que no dejara de tocar y tocar.

Según Sáenz eso demostraba que para escuchar música realmente bella, no se necesita ninguna cultura especial, y el hombre espontáneamente está abierto a las manifestaciones altas aunque, por supuesto, sencillas -y no hay verdadero arte si no hay sencillez-, de la música, ese lenguaje universal del cual hablaba Wagner .

Pero precisamente Wagner podría ser una de las pruebas de que la tesis de Sáenz no es del todo aceptable. Porque, si hay alguien a quien resulta no siempre fácil acercarse sin alguna preparación previa o haber escuchado mucha música y, además, haberse puesto en sintonía con su modo de componer y sus leitmotivs, ese es precisamente Wagner. Aún para los mayores. Yo recuerdo que, cuando chico, de sus respectivos abonos jamás mis padres nos cedían a los hermanos las fáciles óperas de Rossini , Donizetti o Bellini , pero de vez en cuando, sí nos daban, por algún compromiso que los salvaba de ir a ellos, una entrada a Pársifal u a óperas contemporáneas más complicadas y de sonoridades menos inmediatas - que, he de confesar, aún ahora me cuesta trabajo disfrutar-.

Porque claro, como señalaba Schopenhauer -en ésto maestro del pensamiento de Wagner-, la música es un lenguaje universal que va más allá de los distintos idiomas. Pero nosotros hemos de decir que, lo mismo, hay que aprenderlo. Algunos con más, otros con menos facilidad. Mozart a los cinco años ya era un genio de la música y la llevaba en su cabeza. Era capaz de repetir de memoria hasta la última de las notas de cualquier concierto que escuchara y transcribirla en el pentagrama. Yo tenía de compañero en el Colegio Nacional Buenos Aires a un tal Zollhöffer , hijo de una arpista de la orquesta del Teatro Colón -cuando todavía se podía llamar orquesta sinfónica y no cacofónica- que, luego, llegó a ser primer violoncello de esa misma orquesta. Cuando se aburría en clase, se sentaba en el último banco, abría una partitura y, leyendo solamente las notas, disfrutaba de la música que en su imaginación iba escuchando, armando. Como hacen, por supuesto, los directores de orquesta. Para mi, todo eran rayitas y puntitos, corcheas y semicorcheas, claves de do y de fa, eso sabía distinguirlo. Pero, oír la música, solo cuando la tocaba en el piano.

Lo cierto es que aunque de muy chico mis padres solo me hicieron escuchar música clásica -salvo uno que otro tango que, por otra parte, papá sabía muy bien interpretar en el piano de media cola francés que estaba en el living, un Ehrard - y aunque, desde muy jóven, escuché toda clase de óperas parado en la tertulia del Colón, recién empecé a disfrutar de Wagner pasados los treinta años. Neuronas de piedra, para la música.

La cuestión es que, para poder oír música clásica, no se necesita solo tener funcionando el tímpano, los nervios auditivos, el yunque, el martillo, el estribo, el caracol, libre la trompa de Eustaquio y funcionando los correspondientes centros cerebrales. Uno puede tener perfectamente sano todo ese conjunto y, por falta de programación, de educación, ser perfectamente inepto para escuchar verdadera música.

Sin contar con el deterioro auditivo irreversible que producen en las orejas de nuestra juventud los megadecibeles de nuestras increíbles discotecas y bailantas, quien desde chico ha sido programado en su gusto con ese tipo de música -si así podemos llamar a esos mamarrachos rítmicos, disonantes y gimientes, cercanos al tam-tam de los grandes simios y a los alaridos tribales de los chamanes- se hace perfectamente sordo a las altísimas posibilidades musicales del 'homo sapiens', incluida no solo la música llamada clásica, sino también la verdadera música popular salida de la memoria folklórica del alma de las naciones.

Pero siendo bien claro que la música es un medio potente de humanización o deshumanización del hombre, no es extraño que, también en ese frente, los destructores de la civilización cristiana hayan desplegado sus intentos deletéreos y desestructurantes. No siendo detalle de poca monta el que aún, por ejemplo, canciones patrias, inclusive el himno, se desnaturalicen y tomen ritmos y empalagues de música asexuada.

Hoy, si viviera, el maestro Pablo Sáenz podría tocar horas y horas en la plaza de Purmamarca sin que nadie se acercara más que a darle, de paso, una mirada de curiosidad, o de lástima. El paisaje espiritual norteño arruinado por las antenas de TV, las parabólicas y la música de los MP3. Y no hablemos solo de la Argentina : ¡pensar que, aún en Estados Unidos, la producción discográfica de música clásica apenas alcanza a un tres o cuatro por ciento de esa industria! La proporción no es mucho mejor en Europa.

Y tratemos de no hablar de la música religiosa, y de los esfuerzos que hay que hacer, contracorriente, para resistirse a los pedidos de los feligreses para que se toque musiquita y se multipliquen las guitarritas y aún los bombos y platillos, sosteniendo letras vacías, cuando no subversivas, devastadoras del buen gusto y, por tanto, de la posibilidad de encuentro con lo alto y con lo grande. Pero así no convertiríamos la gente a Dios, sino que llevaríamos Cromagnon a las Iglesias o, más desdichadamente, a nuestros feligreses a Cromagnon. Como de hecho ha sucedido.

Pero así es, cada vez hay más hipoacústicos en lo que respecta a la verdadera música. A pesar de sus tragicomedias familiares me agradó el que la actual reina de Inglaterra, en una reunión de músicos de hace unos días, desconociera unos cuantos -parece- 'personajones' de la música de moda. Los ígnaros de los periodistas de todo el mundo se rieron de ella. Yo le rindo homenaje -'¡ chapeau !'- al menos por ese detalle.

Pero lo que pasa con el oído también pasa con la vista. No es necesario ser fisiológicamente ciego para no ver. Si desde pequeño se me educa y programa en el mal gusto, con espacios televisivos de ínfima caridad, con revistas idiotas, con adornos de mal gusto, con formas de vestir desastradas, en la cual la atracción solo se logra mediante la obcenidad y el erotismo; si los museos que en otras épocas supieron hacer unos cuantos argentinos, tratando de acrecer el acervo cultural de la patria, están abandonados, o sus obras se deterioran, se roban, o se venden en el exterior y, para peor, apenas se visitan; si los críticos contemporáneos intentan vendernos un inodoro colgado en la pared como la suprema obra de arte del siglo XX; si imágenes blasfemas y hasta repulsivas encuentran la adhesión de representantes oficiales y oficiosos de la cultura; si los museos modernos -respetando el que haya algunos valiosísimos autores- nos introducen en lo deforme e incomprensible; si los premios oficiales de los programas de televisión o de obras cinematográficas se venden o son manejados con criterios ideológicos, de modo que una obra verdaderamente de arte como La Pasión no solo haya desaparecido de las salas sino que no haya recibido la menor mención en las cocinas de los críticos u los premios oscáricos izquierdosodomitas; si, por otro lado, aún en las manifestaciones supuestamente altas del espíritu, como la política, la literatura e, incluso, la religión se usan formas chabacanas, gestos y maneras de ataviarse de mal gusto -por más que con prendas compradas expendiosamente en París y Miami- ¿qué se podrá esperar de la pobre gente, sobre todo los más jóvenes, en simbiosis cotidiana con los medios y el ambiente? ¿Cómo podrán aprender a mirar y deleitarse con lo bello? Ni siquiera los paisajes naturales son respetados: no solo por la suciedad y desprolijidad de sus visitantes y turistas sino por los carteles de las propagandas y las pintadas de la política más grosera.

Y, si nos dicen que más del ochenta por ciento de las entradas a Internet está constituido -aunque haya que desconfiar de las estadísticas mañosamente digitadas-, por ingresos a sitios morbosos y pornográficos, ¿qué podemos opinar del buen gusto visual de la mayoría de la gente? ¿Qué podemos pensar de su concepción de la mujer, del amor, de los verdaderos gustos del espíritu? Alguien que se ha acercado a la mujer o al varón solo a través de esas imágenes ¿percibirá la belleza de una verdadera niña o dama? ¿Podrá entender un verdadero poema de amor? ¿Gozar alguna vez de lo que significa una auténtica amistad varón-mujer y del santo gozo matrimonial? ¿Entender que el amor puede y debe vivirse y acrecerse en el dominio de los sentidos, en la castidad, y aún en las renuncias?

Podríamos multiplicar ejemplos; pero ¿ven cómo hay sorderas y cegueras que no dependen solo de la de los pabellones de los oídos o del funcionamientos de las retinas?

Y, si ascendemos a lo racional, a lo que tiene que ver más exclusivamente con el pensamiento, ¿quién se acercará a un problema con espíritu verdaderamente científico si no tiene método, lenguaje, lógica, rigor mental? ¿Quién que solo de ciencia adquiera lo que le muestran los diarios, los periodistas especialistas en aproximaciones superficiales a ese ramo, las revistas de divulgación -y eso, cuando las leen- sabrá ponerse en contacto con lo real? ¿Quién reflexionará con seriedad sobre los problemas del hombre, de Dios, de la interioridad humana, ¡de la Iglesia !, si se ha acostumbrado a aceptar en todos esos campos las opiniones de ¡qué se yo! Moria Casán, de Maradona, de Mirtha Legrand, del locuaz ministro Fernández, de cualquiera que, micrófono en mano, pare un periodista por la calle.

¿Quién pensará en serio cuando su vocabulario no se extiende más allá de los cuatrocientos vocablos que utiliza habitualmente nuestra juventud, o los monosílabos guturales del chateo, o los incendios tartajeantes de los políticos, o la honda sabiduría de los periodistas gurús de turno pagados por el gobierno en los canales de radio y de televisión?

¿Se puede pensar en serio en un país con escuelas a manuales elementales y en su mayoría marxistas, cuando no para infradotados, enseñados por maestros poco instruidos y, para peor, renuentes a cumplir con sus obligaciones de escolaridad? Chicos que no distinguen entre Alejandro Magno y Carlomagno; que no saben quién fue Hernandarias, ni Urquiza ni oyeron hablar nunca de Uriburu o Irigoyen, con la historia cercana tergiversada; incapaces de leer un libro y, leído, de entenderlo; sin disciplina ni para estudiar, ni para pensar; sin rigor ni consigo mismos ni con los argumentos que tendría que utilizar la inteligencia, la razón.

Y, finalmente, ¿se puede encontrar uno con la Verdad y con Dios, con el lenguaje estragado en la mediocridad, en el balbuceo, en la procacidad, en la pobreza de conceptos? ¿con los sentidos acostumbrados a los placeres groseros, a los amores antiestéticos, a los egoísmos animalescos? ¿Basta aumentar el volumen de los parlantes para oír? ¿Basta abrir desmesuradamente los ojos y sostenerlos abiertos con dos palitos para ver? ¿Basta pensar con el lenguaje del periodista o del sindicalista o del futbolista o del presidente para encontrarse con la verdad? ¿No será necesario purificar cuaresmalmente nuestros ojos, enriquecer nuestra mirada, purgar nuestros oídos, llenarlos de sinfonía, enriquecer nuestra inteligencia, regarla de poesía, de lógica, de palabra de Dios y de armonía de los divino?

Bien. No abundemos más.

Pero ese es el juego de luz y tinieblas, de videntes y no videntes, de ciegos y de los que creen ver, que, humorísticamente, desarrolla Juan en el evangelio de hoy. Habría que seguir el texto paso a paso; y Vds. eso lo harán en casa. Pero la conclusión es que los que creían ver no veían un pito; y el que todos pensaban que era ciego, finalmente, es el que termina viendo. " Creo, Señor ", y se postró ante él.

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