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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1980. Ciclo C

4º Domingo de Cuaresma
16-III-80

Lectura del santo Evangelio según san Juan 8, 1-11
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

SERMÓN

Como Vds. saben, para Freud, el ‘sentimiento de culpabilidad' o ‘de culpa', no es sino una forma de angustia neurótica, absolutamente común a todos los hombres, ya que nace, surge, de las relaciones del individuo con su padre, o con las diversas figuras paternas que rodean su desarrollo personal.

La situación edípica, con sus pulsiones hacia la madre como fuente de placer, hace que las pulsiones de la libido, los deseos del yo, se enfrenten con la figura paterna que los limita. El padre, así, se convierte en adversario e impedimento de la satisfacción libidinosa.

Eso hace que, sobre él, se descarguen los instintos agresivos del yo en gestación. Las fuerzas instintivas desean eliminar al padre, sustituirlo al lado de la madre, alcanzar su igualdad con él.

Pero, como, además de adversario, el padre es objeto de amor, porque fuente de protección, porque figura a ser admirada e imitada, todo se complica con el miedo a perder su estima. De tal manera que la agresividad despertada hacia él por lo edípico es reprimida, y se vuelve contra el ‘yo' en forma de ‘sentimiento culpa'.

La ‘angustia' de la culpa es el autocastigo del ‘yo' por el intentado parricidio. Y éste es, para Freud, el primer sentimiento de culpa. De allí que, sobre él, se configuren todos los demás que vendrán luego en la vida de relación con la sociedad y sus diversas figuras parentales.

La relación conflictiva con el padre es constitutiva del hombre. No es extraño pues que, para Freud, sea también esta ‘relación-conflicto' entre el padre y el hijo constitutiva de la religión. Porque, para él, la religión no es sino un conjunto de procesos psicológicos interiores proyectados hacia el mundo externo, sin realidad objetiva.

Dios, para Freud, no es sino el padre agigantado. Junto con la cultura, la ley, la moral y la realidad misma de la vida social, la religión es el caso más notable de dependencia del complejo de Edipo.

En “Tótem y tabú” del 1911 escribe: “Del examen psicoanalítico del individuo surge con particular evidencia que cada cual dibuja a su dios personal a imagen de su padre; que la actitud de cada cual hacia Dios depende de su actitud respecto del propio padre carnal y varía y se transforma, junto con esa actitud y que, en el fondo, Dios no es otra cosa que un padre de orden más elevado

En el ámbito psicológico ¿cómo se resuelve el conflicto? Nunca del todo, según Freud. Porque, si a nivel consciente la ubicación social dependerá de la aceptación de la condición de ‘hijo' y no de ‘adversario del padre', las pulsiones inconscientes seguirán siempre insistiendo en su configuración edípica. Y, por tanto, engendrando neurosis más o menos larvadas; ‘angustias' y ‘sentimientos de culpa'.

Precisamente las religiones -sobre todo la religión cristiana- ofrecen un alivio a esta angustia, sublimándolo todo y ofreciendo, como autocastigo expiatorio de lo edípico, la muerte del Hijo en la cruz. El autocastigo de Jesús, ofrecido a cambio de nuestros propios edipos, nos liberaría del ‘sentimiento de culpa'.

Pero, para Freud, lo realmente maduro sería dejar de lado la ‘ilusión' religiosa y asumir maduramente el conflicto, tratando, por medio del psicoanálisis, de paliar sus consecuencias.


Adorno y Horkheimer

Aunque la interpretación freudiana del ‘sentimiento de culpa' y su relación con el padre haya sido modificada substancialmente por Melanie Klein y la figura paterna como configuradora de actitudes sociales haya sido desmitificada en parte ya por Marx y contemporáneamente por la “escuela de Frankfurt” –Adorno, Marcuse, Fromm, Horkheimer- lo de Freud, en cuanto tenga porciones de verdad, ofrece una luz interesante para comprender las bases psicológicas de nuestras relaciones con Dios.

Él ha querido revelarse a nosotros precisamente como Padre. Para decir qué es Él -el inefable, el incomprensible, el infinito- con respecto a nosotros ha utilizado el término Padre, con todo lo que él significa y lleva de carga conceptual, social, emocional y subconsciente.

Y, precisamente, puede utilizar conceptos humanos para referirse a Sí mismo –y nosotros entenderlos- porque el mundo del hombre ha sido creado ‘a imagen de Dios'. No es un gran descubrimiento afirmar que nuestras relaciones con Dios dependen o están condicionadas, en su fondo psicológico, por nuestras relaciones con nuestros padres: es una realidad dicha desde el comienzo, en la frase bíblica “ a su imagen y semejanza lo creó ”.

Lo cual se constituye también en un llamado al ejercicio cuidadoso de la paternidad. ¡Responsabilidad sublime la de los padres según cuya imagen van a ir haciéndose poco a poco los hijos su idea de Dios!

¿Quién no sabe de las deformaciones religiosas que un mal padre puede introducir en la mente de sus hijos solo por su inconducta? Ya constataba Freud que tantas veces la pérdida de fe de los adolescentes coincidía con la desilusión frente a la imagen paterna, descubierta en sus falencias y debilidades.

Por eso el concepto de ‘padre' que quiere usar Dios para designarse a Sí mismo ha de ser -como todo concepto humano que le atribuyamos analógicamente- despojado de toda imperfección. La teología nos enseña que ninguna idea creada puede ser atribuida a Dios sin purificaciones.

Lo hace el Evangelio. La hermosa parábola de hoy describe hondamente a un padre, para que nosotros descubramos en esta figura, lejanamente, lo que Él quiere ser y es para nosotros.

El hijo exige su parte de la herencia. ¿Ven? Freud diría que es la actitud inconsciente del hijo tratando de ser como el padre, de suplantarlo.

Con la herencia alcanza la autonomía y se va como propia cabeza de sí mismo.

Pero en este intento se aleja del amor del padre, descubre la desprotección, el hambre. Ese mismo padre que, aparentemente, le quitaba independencia era quien lo protegía y alimentaba. Y, entonces, se abre para él, el aspecto amoroso y positivo y admirable de la paternidad. Vuelve a su padre, ya no exigiendo como a un adversario, sino en su posición indigente de hijo. Entonces es regalado con la fiesta.


Gustave Doré

Pero aquí hay algo que nos aparta de Freud y de su interpretación de la religión. En toda esta escena el aspecto autoritario, represivo, del Padre casi ni es insinuado. El sentimiento de culpa de la parábola no se manifiesta en autocastigo, escrúpulo, neurosis, sino solo como descubrimiento de la necesidad del padre, ocasión de encontrar su amor de manera más profunda.

Y, la aceptación final de la filiación, no es una especie de resignación para evitar el conflicto, como en Freud, sino la plenitud auténtica del hombre frente a Dios.

Es importante entender estas diferencias. Porque -como decía- Freud tiene razón en que nuestras imágenes paternas influyen decisivamente en nuestras relaciones con Dios. Y, si también tiene razón en que el ‘sentimiento de culpa' nace de nuestra relación edípica con el padre, esto es algo que debemos definitivamente purificar de nuestra relación con Dios.

No es igual el ‘sentimiento de culpa' psicológico y que el cristiano, el teologal. No hemos de confundir nuestro sentimiento de culpa psicológico, tanta veces deformado, neurótico, malsano, con un auténtico sentido de pecado cristiano.

El sentimiento de culpa puede enfermarnos y hasta, quizá, llevarnos al diván del psicoanalista. El sentido de pecado frente a Dios solo puede llevarnos dignamente a la conversión, al crecimiento, a la santidad.

No miedo al castigo, no escrúpulo, no angustia psicológica, no masoquismo es lo que ha de llevarnos frente a Dios, a combatir nuestro pecado, a volver a Él, sino, en todo caso, la constatación, en el pecado, del desierto hambriento de la orfandad, de la sequía del corazón lejos de Él, del Amor herido, y de verlo a Él en su actitud de Padre que nos espera. No como tirano para castigarnos, sino como verdadero padre, para abrazarnos y vestirnos y enjoyarnos y constituirnos, junto a Jesús, en sus queridos y felices hijos.

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