1983. Ciclo C
4º Domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos» Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde." Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado." Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo." El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!" Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"»
SERMÓN
Alguien ha sostenido que, si tuvieran que extraviarse todas las páginas del evangelio y hubiera que optar por quedarse con una sola, elegiría la que acabamos de escuchar. El admirable y conmovedor relato del padre que aguarda el regreso del hijo.
Y uno se pregunta cómo, teniendo esta parábola, tantos cristianos hayan podido crear en su mente ciertas imágenes terroríficas de Dios. En un noticioso televisivo, el otro día, un periodista entrevistaba a una pobre mujer entrerriana con su rancho inundado, y ésta decía: “ Y Dios nos estará castigando por algún pecado que cometimos! ” ¡Como si a Itaipú lo manejara Dios y no los brasileños!
Pero vean, esta concepción de los males como castigo de una divinidad ofendida, proviene de las antiguas concepciones mágicas de las religiones no cristianas. Poderes caprichosos y tiránicos a quienes había que agradar con determinados comportamientos y ritos so pena de terribles venganzas, como cuando se faltaba el respeto a un puntilloso y altivo sultán o faraón. El ser humano, marioneta y esclavo de los dioses, vivía en constante temor de faltarles. Andar bien con los dioses era algo así como respetar una serie de normas supersticiosas, a la manera de no volcar el salero, no pasar debajo de una escalera, no abrir un paraguas bajo techo. Ciertamente ese era también el sustrato religioso precolombino de nuestra tierra, sobre el cual, no siempre expulsándolo totalmente, prendió, más o menos, nuestra fe católica. A decir verdad, también, una lectura del Antiguo Testamento no corregida constantemente por el Nuevo, podría llevar a concepciones parecidas.
A ello hay que añadir todo lo que Freud y, más recientemente Melanie Klein , nos han enseñado respecto al origen psicológico del ‘complejo de culpa', que tiene mucho que ver con el origen de las supersticiones religiosas mencionadas.
Melanie Klein (Reizes), psicoanalista austríaca de origen judío
(1882-1960)
Por eso muchos teólogos de hoy no quisieran dar el nombre de ‘religión' al cristianismo, porque así lo ponemos a la par del resto de las religiones fruto de las equivocadas búsquedas e imaginación del hombre, intentos de dominio mágico de la realidad, alienación de la figura humana, instrumentos de poder de las clases dirigentes, suplencias del saber riguroso en épocas precientíficas, búsqueda de seguridad frente a los desconocido.
Hasta podríamos decir que gran parte de las críticas a la religión que, desde Voltaire , pasando por Hegel , Feuerbach , Marx , Nietzsche , Freud se han lanzado sobre el cristianismo serían correctas si no fuera porque lo que en realidad están criticando no es al cristianismo ortodoxo, católico, sino a deformaciones populares o heréticas del mismo.
Y populares no quiere decir propias del pueblo inculto, porque hay cristianos considerados muy cultos y que, sin embargo, de su fe poco saben.
Preguntémonos por ejemplo nosotros mismos, frente a nuestros pecados, a nuestras confesiones, cuánto hay de miedos supersticiosos, de complejos de culpa puramente psicológicos, de temores a divinas represalias, de imágenes de Dios influidas por una incorrecta relación con nuestros padres, de búsqueda de buena suerte, y veremos qué difícil es instaurar con Dios una relación verdaderamente cristiana.
Releer mil veces la parábola de hoy nos ayudará a hacerlo.
Vds. ya han oído muchas veces comentar esta parábola y yo mismo tengo ya dicho, en esta capilla, mucho sobre ella. No quisiera repetirme, por eso seré breve. Hoy, en realidad, hubiera querido no hablar. Decir cualquier cosa es arruinar el efecto directo e impactante de este evangelio.
Pero, brevemente, apuntemos algunos rasgos casi obvios del relato. Antes que nada, respeto absoluto de la libertad del hombre por parte de Dios. El hombre puede irse, si quiere, con todos sus bienes y talentos donde quiera, donde le plazca. Dios no quiere amistades forzadas.
El pecado : gran equivocación. Búsqueda de la felicidad en bienes que no pueden, en última instancia, darla.
No hay castigo , ni intento punitorio de Dios, justicia implacable, tribunales y, menos, verdugos.
El hombre, por una parte, corta libremente el vínculo vital que lo une a Dios, fuente de toda vida y salvación. Por eso Lucas escribe que el hijo menor vivía ‘ asótos', en griego -‘ licenciosamente' traduce incorrectamente nuestra versión y nosotros entendemos ‘ lujuriosamente' -. Pero el griego quiere decir otra cosa. ‘ Asótos ' deriva de la partícula negativa ‘ a ', y del término ‘ soter ' que significa ‘salvación', ‘salvador'. El muchacho vivía, pues, según el texto original, ‘sin salvador', ‘sin protector', librado a sus propias fuerzas.
Bea Sánchez, española, contemporánea
Por otra parte, la misma dinámica del error, del pecado -como cuando uno come y bebe lo que no debe o comete cualquier tipo de excesos que redundan en malestar o falta de sanidad- hace que el que vive extraviado pierda la ‘salud', que consuma sus bienes humanos, que se empobrezca como hombre y que, finalmente, halle el hastío, la vergüenza, el choque con los demás, la soledad, la poca gana de vivir, el desprecio por sí mismo, la angustia. Aún quizá en medio de esos mismos placeres y abundancias materiales. ¡Y ojalá se encuentre con la angustia a tiempo! ¡ojalá se dé cuenta, antes de que sea demasiado tarde, de que se equivocó, de que todas esas cosas que busca, o quizá tenga, dinero, poder, ruido, sexo, status, son algarrobas para cerdos. No alimento de verdaderos hombres.
Y, entonces -nuestra traducción dice: ‘reflexionando'-, vuelve hacia sí mismo. Para la máquina, se detiene y se mira; y se da cuenta de lo que ha hecho con su vida y, bajo su camisa de Pierre Cardín y sus zapatos de Guante y su corbata de Spinetto y su Honda importado y su tarjeta del Diners, se ve desnudo, descalzo, pobre, sucio y a pie. Dios no lo ha castigado. Él se ha castigado a si mismo.
Y, porque vuelve hacia sí, ahora -dice el texto-, casi en el mismo movimiento, se vuelve hacia su padre.
Y ‘levantándose' -‘ anastás' dice el griego, con la misma palabra que usa Lucas para hablar de la Resurrección de Cristo-, ‘levantándose', ‘resucitando', se encamina a la casa paterna.
Allá va con sus complejos psicológicos de culpa, con su gana de arreglar su situación, interesadamente, dispuesto a humillarse frente a un padre a quien imagina endurecido y enojado.
¡Y no!
Allí está el padrazo. Oteando el horizonte todas la mañanas; encandilándose al mediodía, por más que se haga sombra con la mano a la altura de la frente; húmedos los ojos, frente al camino vacío, al declinar de las tardes.
Esperando.
Y por fin llega el día en que, más el corazón que sus ojos, descubren al hijo, a lo lejos, en ese puntito tímido que se acerca.
Y allí el padre pierde su dignidad. No lo espera. No avanza apenas, majestuoso, a su encuentro. ‘ Dramón ' dice el Evangelio –la misma raíz que está detrás de nuestro término ‘hipó-dromo', pista de carreras de caballo-. A la carrera, corriendo, sale al encuentro de su hijo, se cuelga de su cuello y lo besa y ‘rebesa' –‘ katefílesen '-.
Guercino (1619)
El otro empieza con su ‘pésame' aprendido de memoria y el padre no le deja terminar. ¡Sacar los harapos, traer el vestido –en la antigüedad el vestido era la condecoración que daban los reyes a sus soldados valerosos-, poner el anillo -símbolo de la dignidad y el poder recuperados- calzar las sandalias –solo los esclavos van descalzos-!
¿Quién reconocerá en este Padre, al ‘dios' de las ‘religiones', al ‘dios padre' del psicoanálisis, al ‘dios' que, a veces, nosotros nos imaginamos, al ‘padre' que hubiera querido el hijo mayor?