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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1981. Ciclo A

5º Domingo de Cuaresma
5-IV-81

Lectura del santo Evangelio según san Juan 11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo". Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?". Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él". Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo". Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él". Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y te llama". Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto". Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás". Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!". Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?". Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?". Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado". Después de decir esto, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, ven afuera!". El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".

SERMÓN

Juan ubica el relato de la resurrección de Lázaro como el último milagro –o ‘ signo' , como él los llama- que precederá inmediatamente a su propia muerte y resurrección.

Desde el capítulo siete de este evangelio, el lector sabe que la próxima ‘subida' a Jerusalén, en ocasión de las fiestas, será una subida hacia la muerte.

Pero, antes de morir, como clave de su propio tránsito, Jesús despierta a un ser humano del sueño de la muerte.

La dialéctica entre el hambre y el pan , la sed y el agua , la enfermedad y la salud , la tinieblas y la luz , con las cuales Juan nos ha venido presentando el enfrentamiento del mundo y Dios en los diversos ‘signos' de su evangelio, culmina ahora con la dialéctica de la muerte y la vida , en la cual se resuelven todas las contradicciones anteriores.

Aquel que, de sí mismo, afirma ser ‘el Agua', ‘el Pan', ‘la Luz', ahora se identifica con ‘la Vida' –“ Yo soy la Vida ”-.

Y la vida vencerá a la muerte con la propia muerte.

Paradoja aparente, porque ‘vida' es un término ambiguo con el cual entendemos dos cosas muy distintas: una, la precaria vida de este mundo; vida poblada de sed y de hambres, de cegueras y dolencias; parada final: la muerte.

Otra, la Vida de Dios, aquella que, en el prólogo del Evangelio, habita el Verbo. Vida de aguas frescas y panes dorados y sobrantes. Vida de días luminosos y saludables. Vida eterna.

La primera acepción confusa de la palabra vida –eufemismo para calificar algo condenado a muerte, destinado a ella, como diría Freud - designa a una chispa que ha de morir, ceder su mando, morir la muerte -si ha de elegir vivir la Vida-.

Hacia allá, hacia Jerusalén, hacia la muerte, marcha Jesús. A derrotarla en el sangriento campo de batalla de su cuerpo.

Y aunque la resurrección de Lázaro es todavía resurrección a la vida equívoca de este valle terreno, Juan la eleva a la categoría de símbolo de aquella verdadera Vida que es capaz de darnos Cristo.

En realidad, ese es el significado de nuestras vidas terrenas, en la parte grande que tienen de positivas, de felices, de hermosas, de adornadas con tantos bienes y tantos amores y bendecida por tantas ayudas de Dios: apuntar, simbolizar, revelar oscuramente, hacernos buscar, aquella Vida suprema –origen de todo estos bienes que la reflejan- capaz, en Sí misma, de llevar a su colmo, en éxtasis explosivo, todos nuestros deseos de vida, luz, pan, belleza y felicidad; acicateados, precisamente, por nuestras carencias y fracasos terrenos.

A esa Vida, enseña Juan, nos permite acceder la amistad, a veces desconcertante, de Jesús. Porque Lázaro no es un número más, ni un anónimo en el entorno de Jesús. No es un ciudadano universal.

Aquí se habla de una familia que es íntima de Jesús.

Recordemos, en el Evangelio de Lucas, el famoso pasaje de la hacendosa Marta y la soñadora María. Son los mismos personajes.


Maurice Denis . Marta y Maria , 1896. Hermitage, St. Petersburgo

Juan acentúa fuertemente esta condición de amigos entre los cuales realizará su signo más importante. Como si la condición amical fuera requisito necesario para que el Señor pueda realizar su obra de dar la Vida.

Amistad empero peculiar, ya que Jesús no puede ser para nosotros un amigo cualquiera.

Antes que nada, el verdadero amigo acompaña en las buenas y en las malas. Mucha duda no hay: Jesús ‘sube' hacia Jerusalén –hacia la muerte- y sus amigos verdaderos han de acompañarlo. “ Vayamos también nosotros –dice el loco lindo de Tomás- a morir con él .”

Pero la amistad de Jesús es más compleja y ardua aún. No se trata de un amigo totalmente previsible. Porque -por lo que hemos leído- Jesús parece abandonar a los tres hermanos de Betania en la estacada. Ellos son los que ahora pueden dudar de su amistad. No está en el momento cuando más lo necesitan. Y, para peor, da la impresión de que dilatara con desgano su intervención y su ayuda. Habiendo dado una respuesta alentadora –la que siempre da el Evangelio- que después parece no se cumple.

¿Qué clase de profeta es éste? “ La enfermedad no es mortal ”, ha respondido. Y ¡paf! Lázaro muere.

¡Qué decepción para las dos hermanas! La seguridad respecto del socorro que les prestaría el amigo ante la sola noticia de la grave dolencia de Lazarito era tal que ni siquiera sus hermanas le han pedido que venga. Porque ¡claro! ellas no eran de esos cristianos que están pidiendo constantemente cosas. Ellas tienen total confianza en el Señor y lo que Él haga está bien. Pero, macana, en el fondo, en realidad le están pidiendo que venga.

Jesús, pues, parece hacerse el indiferente no a una oración cualquiera, desesperada, dudosa, suplicante, de gente más o menos creyente, sino a una confianza ciega que han puesto en él María y Marta.

Y no va, no acude. Deja pasar el tiempo, enviando una respuesta que alienta esperanzas que luego parecen rudamente falsas. No como al funcionario de Antipas, un desconocido, que le había ido a rogar por su hijo enfermo. En aquella ocasión, Jesús, sin ir a la casa, le había dicho: “ Ve, tu hijo está curado ”. Y cuando el funcionario llega a su casa lo encuentra sano. Aquí Jesús contesta a los enviados de un amigo: “ Esta enfermedad no es mortal ”. Y Lázaro muere.

Peor, se queda dos días dando vueltas, en apariencia insensible al dolor de la familia amiga. Juan ni siquiera dice que, mientras tanto, estuviera haciendo algo importante; que tuviera una excusa para no ir.

"Señor si así tratas a tus amigos con razón tienes tan pocos ”, protestó Santa Teresa de Ávila una vez que tuvo un accidente.

El asunto es que, patentemente, Jesús se ha hecho el sordo. Ya la cosa humanamente no tiene solución. “ Si hubieras venido ”, “ Si hubiera escuchado ”, Si las cosas en vez de haber sido así hubieran sido asá ”.

Ahora ya no hay remedio, ni esperanza. Todo se acabó.

Él tiene sus caminos. Caminos que no entendemos. Rutas que llevan a objetivos imposibles para los anhelos y medios humanos. Nunca Jesús permite el dolor de sus amigos si no sacará de ellos un mayor bien. Y aún ese dolor, aunque nosotros no lo percibamos, lo sufre con nosotros.

"Y Jesús lloró ”, “¡cómo nos ama !”

Y entonces, aunque parecía que lo peor era definitivo, que nuestros pecados o fracasos eran aplastantes, que toda esperanza estaba terminada, que no había ya nada más que hacer, que el cuerpo hedía. El pudo; dueño de la palabra omnipotente.

"Lázaro, ¡ven afuera !”


Giotto , 1304-1306, Capella degli Scrovegni

 

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