1983. Ciclo C
5º Domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Juan 8, 1-11
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?» Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.» E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?» Ella le respondió: «Nadie, Señor» «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».
SERMÓN
Rembrandt
Por si la parábola del padre que espera la vuelta del hijo que escuchamos el domingo pasado fuera poco hoy vemos al mismo Cristo actuando frente al pecado: ya no una parábola, una comparación. Es el mismo Dios, en vivo y en directo, en su posición ante el pecador.
Y, otra vez, ¡qué lejos estamos de ciertas imágenes supersticiosas y terroríficas que solemos hacernos de nuestras relaciones con Dios! La ‘ dialéctica del amo y del esclavo ', del policía y del infractor, del verdugo y del reo, del soberano ofendido y del ofensor.
Imágenes y prejuicios que han cargado del tal manera los términos que, a veces, somos incapaces de entenderlos en su sentido original. La palabra ‘pecado', por ejemplo, en la cual hoy resuenan para nosotros todo lo que hemos aprendido en el catecismo y todo lo que escuchamos desde chicos: ‘no hagas esto, es pecado'. Pecado mortal, pecado venial. Terrores que nos hacían ir a confesarnos apresuradamente para no irnos al infierno; imágenes horripilantes que escuchamos o leímos, en antiguas historias, de lo que sería el purgatorio; o imágenes pavorosas del reino del diablo y de Satanás.
Todo eso forma como un halo de asociaciones más o menos conscientes o inconscientes en torno del concepto de pecado cada vez que escuchamos o leemos la palabra.
Verdaderas o no estas asociaciones, a nosotros, hoy, cuando leemos el evangelio, nos interesa saber si existían en la mente de Jesús, en el texto del evangelio, para tratar de entenderlo en su significado original.
Y el término que se pone en labios de Jesús y que nosotros traducimos ‘pecado' -‘vete no peques más'- es el griego ‘ amartein ' cuyo significado no es técnico-teológico, como hoy el de ‘pecado', sino que quiere decir: ‘errar', ‘equivocarse', ‘fallar', ‘no dar en el blanco', ‘desviarse', ‘no conseguir', a veces, también, ‘enfermarse'.
Bien, el pecado, antes que nada, es algo que perjudica al mismo que lo comete. Y casi podríamos decir que, en este perjuicio consiste lo que solemos llamas castigo del pecado.
No porque Dios, a la manera de un juez, tenga que intervenir positivamente para infligirnos un daño, una pena, cuando nos desviamos del camino, cuando nos equivocamos.
Si, a pesar de sus advertencias, comemos lo que el médico nos dice que no comamos; tomamos este veneno por su aspecto agradable a pesar de lo que se nos advierte; no necesita venir el médico a darnos un palo en la cabeza para que se resienta nuestra salud.
Si, a pesar del prospecto y las instrucciones del fabricante, manejamos mal el auto: no ponemos las marchas a las debidas velocidades, no cambiamos el aceite a su tiempo, no es necesario que haya de venir el Sr. Ford a echar arena en los engranajes para que el auto se arruine. Nuestro yerro, nuestro mal manejo bastan para destrozarlo, para transformarlo en una albóndiga.
El hombre también tiene sus mecanismos, su modo correcto de ser usado, a nivel biológico, a nivel psíquico, a nivel humano y a nivel de su destino último y sobrenatural.
No puede comer cualquier cosa, no puede vivir de cualquier manera, no puede hacer lo que, caprichosamente, se le ocurra, sino que ha de adaptarse a lo que sus mecanismo biológicos, psíquicos y humanos le permiten y exigen, a riesgo de deteriorarse, de enfermarse, de fracasar en su tarea de hacerse hombre, de realizarse y, finalmente, de llegar a Dios.
Y los principales mecanismo que ha de respetar para realizarse se nos han indicado para facilitar las cosas, en el manual de uso y mantenimiento que son los mandamientos.
Ni el individuo como persona puede crecer y realizarse sin dejarse llevar por esas normas de salud. Ni la sociedad vivir armónicamente buscando el bien común si se violan ese decálogo de instrucciones.
Solemos discutir el futuro del país fijándonos en aspectos secundarios de la vida social. Si elecciones, si no elecciones. Si partidos o no partidos. Si constitución o reforma. Si Isabelita o Alfonsín. Si los militares o lo políticos. Todo eso es marginal. El país no anda ni andará sencillamente porque han dejado de respetarse los mandamientos.
Si no se ama a Dios sobre todas las cosas se buscará la satisfacción del hambre de absoluto que se anida en todo corazón humano creado para Él, en los bienes finitos que no pueden colmarlo –poder, riqueza, placer, consumo, propiedad-. Se creerá que acumulando indefinidamente esos bienes –siempre insuficientes para saciar al alma humana- se podrá llenar ese apetito infinito. Pero, dado que ellos son limitados, necesariamente se colisionará con la misma aspiración de los demás.
Si miente el de arriba y el de abajo. Y no creemos ni lo que dice el presidente, no lo que dice el ministro, ni lo que dicen el político, ni lo que dice el diario, ni lo que dice el vecino, ni lo que dice mi marido, ni lo que dice mi padre, ni lo que dicen mis hijos… así no se puede vivir.
Si se roba, si no se respeta la propiedad -en los negocios, en la coima, en los negociados y comisiones, en los impuestos, en la intervención de los ocupantes de los resortes del Estado- necesariamente se encaminará a cualquier sociedad a la pobreza y la extinción.
Si no se cumple el sexto mandamiento, no habrá sentido del amor, no existirá la dignidad de la mujer ni del varón, se minará la familia y la auténtica realización del hombre en ella.
Y así siguiendo.
Y eso no se arregla con leyes ni con penas, ni con jueces y policías
Vean son como
Vean los escribas y fariseos de nuestros días, juzgando a nivel de delito mayúsculo, de crimen, en venganza ideológica solapada, a quienes lucharon por liberarnos de la subversión marxista, precisamente porque los políticos y periodistas y organizaciones sociales, que cobardemente estuvieron tanto tiempo calladas, fueron los causante, con su inepcia y corrupción, de tuvieran que intervenir las armas legítimas. Nadie duda de los yerros de algunos de los militares, pero lo que indigna es la impudicia farisaica de los que hoy quieren apedrearlos siendo peores que ellos.
Jesús no quiere apedrear a nada. Lo que los fariseos mostraban como un delito de lesa majestad y casi sacrílego, el Señor lo abaja a nivel de la ética, del pecado, del error, de la enfermedad. Enfermedad del pecado que El viene a curar no a condenar.
Así lo dirá poco después: “No ha venido a condenar a nadie”.
Jesús, entristecido frente a tanta bajeza, escribe en el suelo como queriendo ser ajeno a ese ambiente de egoísmos y pasiones e hipocresía y, a unos y a otros –no solamente a la adúltera- da la oportunidad de reflexionar y convertirse, después de su célebre frase: “ el que no se haya equivocado nunca, tire la primera piedra ”.
La vejez, al menos, nos da experiencia, que puede transformarse, en algunos, en sabiduría. Es por eso que son ellos, los más viejos, los primeros en retomar su compostura, librarse de la excitación colectiva e ir retirándose uno a uno.
“Vete y no yerres más”