1985. Ciclo B
5º Domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. La multitud le respondió: "Sabemos por la Ley que el Mesías permanecerá para siempre. ¿Cómo puedes decir: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto'? ¿Quién es ese Hijo del hombre?". Jesús les respondió: "La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan la luz, no sea que las tinieblas los sorprendan: porque el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz". Después de hablarles así, Jesús se fue y se ocultó de ellos.
SERMÓN
La palabra “gloria”, además de ser hoy un simpático nombre femenino, significa habitualmente, en nuestro medio, una grande fama, reputación, honor que alguien merece por sus buenas acciones o eminentes cualidades. Nuestro Himno le ha dado, entre nosotros, un significado marcial y póstumo -“ juremos con gloria morir ”- por lo cual no se lo usa sino en contadas ocasiones. No decimos, por ejemplo, Alfonsín fue glorificado con el bonete de doctor, sino fue ´honrado´, ´reconocido´ con él. Pero el sentido castellano de la palabra admitiría perfectamente decir el presidente fue gloriosamente recibido”. Vean que uno de los resultados que incluye en el término “gloria” el ‘Diccionario de la Real Academia' es –dice- “ en los teatros, cada una de las veces que se alza el telón, al final de los actos, para que los autores y actores, reciban el aplauso del público ”. Y no sigo haciendo comparaciones.
De todos modos, aún con las correcciones que le presta su inclusión en el Himno, el uso de la palabra gloria, en el ámbito de lo religioso, se presta a algunas confusiones. Como, por ejemplo, cuando se dice que “ el mundo ha sido creado para gloria de Dios ” o que “ todo hay que hacerlo para mayor gloria de Dios ”. “¿Cómo?” -ya protestaba Kant - “¿Dios ha hecho al hombre o al universo para tener una enorme platea que lo aplauda, que lo vitoree?” “¿Dios ha hecho al universo para tener el mezquino gozo y exaltación de una plaza de Mayo llena, que coree su nombre; o súbditos que le obedezcan, servidores que se postren frente a Él, cortesanos que lo adulen?
Y Kant protestaba con cierta razón, si se atiende al significado castellano, e incluso latino y griego, de la palabra “gloria”.
Pero su uso bíblico tiene un sentido distinto y a él tenemos que acceder si queremos entender lo que la Iglesia y la Biblia nos enseñan cuando usan ese término.
Y quizá haya que empezar, antes, a tratar de comprender mejor qué significan la palabra “ santidad ” o “ lo santo ”. Porque, en realidad, vean, todo proviene de la concepción de Dios que se fue profundizando poco a poco en la historia de Israel.
En determinado momento los judíos se dieron cuenta de que Dios no es, a la manera de las divinidades paganas, un ser que se identifique con las fuerzas naturales, o con el mundo, o con el misterioso universo de los astros, o con los poderes de la fecundidad y el sexo. Ni tampoco con el Estado o con el emperador ni con el espíritu del hombre. No, ciertamente, un dios a quien se lo pueda manejar por medio de magias y de ritos. Todas concepciones que, de manera más o menos supersticiosa, más o menos filosófica, vuelven a aparecer en nuestra época postcristiana.
No. Los judíos descubren que Dios es ‘lo totalmente otro', ‘el Otro' por antonomasia, el que está ‘por encima y más allá' del todo el universo, explicándolo y sosteniéndolo en el ser, creándolo. De ninguna manera identificándose o uniéndose a él, sino desde su suprema trascendencia.
Para eso, además de la desmitificación del mundo y las fuerzas naturales que realiza la Escritura cuando afirma que el universo y la naturaleza no son divinos sino, precisamente ‘naturales', es decir ‘creados', recurren a la palabra ‘santo', ‘kadosh' en hebreo, que, en una etapa muy avanzada de la revelación veterotestamentaria, resuena en la pluma del profeta Isaías y nuestra liturgia cristiana recoge en su liturgia: “¡Santo, Santo, Santo! ”, “¡Otro, Otro, Otro! ” Dios no es ningún fenómeno natural, no es el todo del universo que vemos, no es ningún ídolo fabricado por manos del hombre, no es ni la riqueza, ni el poder, ni el sexo que adoran los paganos, sino que es algo que está ‘más allá' de todo lo terreno, de todo lo humano, de todo lo cósmico y no lo puede encerrar ninguna palabra, ni pensamiento de hombre, ni definición. Dentro de la naturaleza no estamos en contacto con dioses, ni con gnomos, ni con hadas, sino con el mundo, con sus fenómenos físicos y naturales, todo cambiante, todo perecedero, todo destinado finalmente a la extinción y a la muerte.
¿Pero, entonces, éste es el destino del hombre? ¿Quedar encerrado en este mundo finito y adorar y servir seres que no pueden salvar: dinero, poder, jolgorio, sexo, o aún amor humano? ¿O tratar de poner al servicio del hombre la naturaleza por medio de la magia o de la técnica, o deificar lo humano en la utopía y la revolución? ¿Y terminar así, de todos modos, en la nada y en la muerte?
No, dice la Revelación, porque esa santidad, esa separación, ese abismo de ser que existe entre el mundo y Dios es solo un ‘punto de partida'. Dios quiere franquear esa distancia. Dios no crea el mundo y al hombre para dejarlos encerrados en sus límites, en el espacio finito, en el tiempo que aumenta la entropía, sino para, desde allí, hacer que el hombre alcance la ‘Santidad' de Dios.
¿Y cómo lo ‘totalmente otro y separado' se acerca al ser humano? ¿Cómo lo oculto se revela, lo inabarcable comienza a ser comprensible, lo infinito se manifiesta en lo limitado? Los hebreos, en la Escritura, contestan: por una especie de irradiación, de iridiscencia, de magnetismo, de radioactividad, de ‘resplandor' que ese Otro hace llegar al ser humano y le revela paulatinamente su Kadosh, su ‘santidad ', su ‘ otreidad'
A este resplandor manifestativo, los hebreos lo llamaron Kabod, que es la palabra hebrea que nosotros traducimos imprecisamente como “Gloria ”.
Cuando nosotros decimos entonces: ‘el mundo ha sido hecho para gloria de Dios', lo que queremos decir no es “para aplauso de Dios”, sino ‘para que a través del mundo, el hombre reconozca y goce como de un resplandor de Dios'.
Dios que, poco a poco, se quiere dar a conocer al hombre, para que éste, un día, pueda llegar a gozar de su misma santidad. Es decir la ‘Gloria de Dios' es lo que hace que lo totalmente Otro, lo Santo, se manifieste, se revele, se abra al ser humano.
De aquí que, para los hebreos, no solamente ‘la creación' es para gloria de Dios, sino, sobre todo, ‘las intervenciones salvadoras de Dios' a favor de su pueblo. El ‘éxodo' manifiesta la gloria de Dios, las batallas ganadas por David, la sabiduría de Salomón, la historia de la salvación, el templo de Jerusalén… todos estos seres y acontecimientos son como rápidos relámpagos que nos hacen entrever la santidad de Dios. Cuando nosotros reconocemos en ellos la presencia, automanifestación o intervención divina, vemos su Gloria, Lo reconocemos, entramos en diálogo con Él.
Sin embargo, ya Isaías y Ezequiel esperaba una manifestación definitiva del kabod, de la gloria, que permitirá a Israel refugiarse finalmente en la santidad divina.
Y ese es el contexto en el cual hay que entender nuestro evangelio de hoy, allí cuando se utiliza el verbo ‘glorificar'. Porque precisamente Jesucristo es ‘la manifestación suprema de Dios al hombre', es el mensaje final, es la revelación plenaria, tal cual ahora la podemos entender. Llega ‘la hora' en que el poder y la santidad de Dios que se han manifestado en Jesucristo, se revelen totalmente en la Cruz y la Resurrección, “lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré”. “Llega la hora en que sea glorificado el Hijo del hombre” “Padre glorifica tu Nombre…”
No se trata para nada, pues, de que el Padre o Jesús vayan a ser alabados o aplaudidos, sino que llega el momento en que, finalmente, Dios se va a abrir totalmente al hombre. Dios va a ofrecer su ser, su ‘santidad', más allá del límite del universo y de lo humano, al hombre.
La suprema hora de la Pascua abre nuestra mirada al ser divino inabarcable, oculto, y nos muestra que su misma esencia es entrega, amor, donación de Sí. Por eso su santidad es para el hombre gloria.
Aprender a descubrir su Gloria precisamente cuando en la muerte y en el sufrimiento caen los ídolos de este mundo y el universo de los hombres muestra su precariedad y su destino de nada, es abrirse a la acción santificante de Dios, es aprender a descubrir el sentido de la Pascua , es disponerse a entregar la vida de este mundo en servicio de Cristo, para guardarla en la eternidad, cuando estemos en la plenitud de la gloria.