1990. Ciclo A
5º Domingo de Cuaresma
Lectura del santo Evangelio según san Juan 11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo". Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?". Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él". Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo". Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él". Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está aquí y te llama". Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto". Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: "¿Dónde lo pusieron?". Le respondieron: "Ven, Señor, y lo verás". Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: "¡Cómo lo amaba!". Pero algunos decían: "Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?". Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: "Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió: "Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?". Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado". Después de decir esto, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, ven afuera!". El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda caminar".
SERMÓN
Hacia el año 1860 Palestina, aún bajo el dominio Otomano, empobrecida por el gobierno arbitrario y burocrático de los ‘bajás', comida a impuestos por la insaciable voracidad de la corrupta administración turca, era un territorio poco poblado, tierras sin cultivar, aldeas deshabitadas.
El precio de superficies e inmuebles, pues, baratísimo, y los turcos no pedían sino que viniera gente a comprarlos a cualquier precio. Fue la ocasión que aprovecharon los judíos para comenzar a infiltrarse en este territorio e iniciar sus asentamientos. Pero también los cristianos hicieron sus adquisiciones recuperando también antiguos lugares santos arrasados por el Islam.
Precisamente en esa fecha, los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa , adquirieron lo que parecía ser el asomo de las ruinas de un antiguo templo cristiano en la aldea turca de E-Lazar , a tres kilómetros de Jerusalén. Todos los datos parecían indicar que se trataba de la antigua Betania y su nombre árabe, E-Lazar, sonaba sospechosamente a una deformación del nombre Lázaro.
Sin embargo, durante bastante tiempo no se pudo hacer ninguna investigación. Después de la toma de Jerusalén por las tropas británicas al final de la primera guerra mundial, durante la promoción masiva de la inmigración judía hecha por los ingleses en sus años de dominio palestino, se emprendieron esporádicas excavaciones por los alrededores, que, interesantemente, hallaron estos tres nombres -Lázaro, Marta y María- en varios osarios del siglo I después de Cristo. Incluso los tres nombres juntos se encontraron, hacia el año 40, en una misma tumba de las cercanías de Betania. Todo lo cual nos habla del su uso frecuente en esta zona.
Pero es recién hacia el año 1950, dos años después de la proclamación del Estado de Israel, cuando el Padre Saller , arqueólogo del Estudio Bíblico Franciscano de Jerusalén , dirige excavaciones sistemáticas en el lugar de las ruinas del templo. Descubre ser éste del siglo VI, de planta basilical, a su vez edificado sobre otro más antiguo, destruido por un terremoto y de mediados del siglo IV.
Lo más interesante fue encontrar allí un conjunto de construcciones -templo, claustro, baptisterio- hechas alrededor de un punto central que resultó ser precisamente una tumba excavada en la roca: una especie de pozo casi vertical con una empinadísima escalera que desembocaba en una recámara horizontal que, a su vez, comunicaba por una estrecha abertura con lo que propiamente seria la tumba. Y todo lleno de inscripciones invocando a Jesucristo y a Lázaro. Ciertamente se había encontrado la sepultura que describe nuestro evangelio de hoy: la de la piedra horizontal tapando la boca del pozo.
Como ven, una tumba distinta a la del Santo Sepulcro que tiene entrada directamente por el costado y era tapada por una gran piedra que rodaba verticalmente para franquearla o cerrarla.
Bien: allí reposaba tranquilamente el bueno de Lázaro, cuando Jesús le hace el dudoso favor de llamarlo, de nuevo, a este mundo. Porque la verdad es que, humanamente, más le hubiera valido seguir muerto.
Único hermano varón, seguramente, según las costumbres judías, habla vivido como un pachá, mimado por sus hermanas que, como todas las mujeres de esa época, tenían la obligación de servir a los varones de familias relativamente pudientes, “Lazarito”, seguro que lo llamaban sus hermanas, probablemente medio vago y gandul y liquidado eutanásicamente por una enfermedad corta que lo llevó, sin sufrir, rápidamente, a la tumba, antes de que comenzaran los achaques de la vejez o de que sus hermanas le tomaran el tiempo y se le subieran a la cabeza. ¿Qué más podía querer, sino seguir en su cómoda cama de piedra?
El asunto es que cuando el Señor lo llama otra vez para este lado, se le acabó la vida tranquila y muelle. Cuenta el mismo evangelio, después, que la gente iba especialmente desde Jerusalén para ir a mirarlo como a un bicho raro. Y eso que, en la época, no habla fotógrafos ni periodistas; que, si no, lo hubieran vuelto loco y hubiera partido la cabeza a más de uno con la máquina de fotos.
Juan de Flandes . La resurrección de Lázaro . Museo del Prado
Esto no bastó, porque, al tiempo, las autoridades judías decidieron eliminarlo para que no fuera una propaganda viviente de Jesús. Así que tuvo que levantar su casa y abandonar el lugar con sus hermanas.
Después le perdemos casi el rastro. Relatos legendarios cuentan que no la pasó demasiado bien. Luego de Pentecostés, acompaña a Pedro predicando por Siria, recibiendo flor de palizas y pedradas y, para peor, cargando con sus hermanas. Los judíos finalmente lo aprisionan en Jafa. De allí parece que huye y se embarca para Chipre.
Tradiciones francesas lo ven recalando en Marsella donde -siempre con sus hermanas- predica por toda la Provenza hasta que, después de muchas penurias, es torturado y muerto durante la persecución de Decio. Por allí se veneran todavía sus supuestas reliquias.
La cosa es que más le hubiera valido que Jesús lo hubiera dejado tranquilo en su tumba y no le hubiera devuelto la vida.
Claro, según lo que se entienda por vida. Porque ciertamente si vida es la ‘buena vida' que Lazarito se pasaba antes de morir por primera vez, eso no se lo dio ni se lo devolvió Jesús. Y, ciertamente, no es lo que tiene interés en darnos a nosotros los cristianos que, por otra parte, sabemos que, tarde o temprano, se nos acaba y a otra cosa.
Pero resulta que todo el objeto de la acción de Cristo, de ninguna manera, se detiene en el hecho de haber devuelto a Lázaro ese tipo de vida biológica destinada inexorablemente a la decadencia y por la cual no vale la pena apostar nada.
El texto griego original de nuestro evangelio cuando habla de vida juega con un significado más profundo de la palabra. De hecho para designar esa Vida utiliza, no el término ' bios ' -como en nuestro español 'bio-logía'- sino el término ' zoe ' -como en nuestro español 'zoología'- pero que Juan reserva para designar no la vida biológica, psíquica, humana, que termina en la muerte, sino la V ida que es capaz de transmitir Cristo. La que lo califica a El: ' yo soy la Resurrección y la Vida ' - ego eimi he anástasis kai he zoé-. Vida cualitativamente distinta a la meramente humana, porque es la misma Vida que, origen de todas las formas inferiores de vida, plenitud fontal de la vitalidad de todas las biologías, existencia plena e imperecedera de zoología divina, trinitaria.
Y no se trata, como pensaban algunos judíos -entre ellos Marta y los fariseos, no los saduceos por ejemplo que no creían en la Resurrección-, no se trata de una resurrección futura, en los últimos tiempos, para volver a la existencia humana de Israel. El pueblo elegido dominando un mundo paradisiaco. No: se trata del acceso -y ya, al menos, en germen aquí en la tierra y antes de morir biológicamente- del acceso a esa Vitalidad divina, infinitamente superior a la humana precisamente porque participe del mismo Vivir de Dios y que se consigue por la fe en Jesús.
Que en eso consiste la fe: no simplemente -como piensan algunos- en creer por el testimonio de otros una serie de cosas difíciles de comprobar por uno mismo, sino el acto mediante el cual permitimos que nuestro ser humano sea transformado, elevado, a lo divino y que nos exalta, nos resucita, desde ya, a la Vida eterna . Porque, creyente, ya no tenemos solo vida biológica, ‘psijé', bios , sino Vida resucitada, crística, zoé., "El que cree en mi , ¡el que vive en mi! -dice Jesús- no morirá, jamás". "Aunque muera, vivirá".
Y es por eso que recién ahora adquiere sentido la vida de Lázaro, como la de todo cristiano. Su vida anterior sí que fue un desperdicio, aunque humanamente podía parecer mucho más amable que aquella a la que luego lo llamó Jesús.
El le insufló la verdadera zoé, la Vida con mayúsculas y le hizo gastar su vida con minúsculas, su bios , su psijé perecedera y caduca en el trabajo del reino, de lo único necesario, en el crecimiento de la vitalidad capaz de traspasar indemne las fronteras de la muerte. Recién allí, en el combate, en la fatiga, en la misión, en el martirio, forjó Lázaro virilmente su verdadera Vida, la que le regalara Cristo, la que el Lazarito de antes no hubiera elegido, aferrado a la que lo llevó, vacío de sentido, a las ataduras de la mortaja de la muerte.
Y como no recordar pues, en estas vísperas del aniversario de la fecha argentina más gloriosa de este siglo, a todos nuestros Lazaritos que, de pronto, resucitaron en el altar de las islas a la vida de Lázaros y a los tantos que pasaron de allí a la Vida y, desde la siembra de sus cuerpos, nos marcan el verdadero camino de nuestra vocación argentina y cristiana.
Porque Jesús nos llama a un combate, y por lo tanto a una Vida, muy superior a la de una mera resurrección de la economía. El olor de la corrupción argentina ya tiene mucho más de cuatro días. Solo una vuelta a la fe de nuestros fundadores, no simplemente a una hipotética moralidad sin Cristo, puede salvar a la Nación.
Pero comencemos resucitando nosotros, desatemos las vendas de nuestras manos y nuestros pies, dejemos de lado nuestras biologías de Lazaritos muelles y acomodados, asumamos nuestra adultez de Lázaros, nuestra dignidad de cristianos, nuestra responsabilidad de hijos de Dios y, si todavía no lo hemos hecho, demos de una buena vez sentido y nobleza a nuestra existencia, que ese es el único motivo por el cual Cristo nos mantiene en esta vida , como por eso se la devolvió a Lázaro: para crecer en santidad y en lucha, en tozudez y hombría, en honor y rectitud.
Y si fuera necesario, ¡y ojalá lo fuera en esta sociedad que mas bien quiere comprarnos y corrompernos que no perseguirnos!, y si fuera necesario, poder también nosotros exclamar con Tomás sin miedo -o con miedo, no importa: "Vayamos también nosotros a morir con él ".