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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1994. Ciclo B

5º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. La multitud le respondió: "Sabemos por la Ley que el Mesías permanecerá para siempre. ¿Cómo puedes decir: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto'? ¿Quién es ese Hijo del hombre?". Jesús les respondió: "La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan la luz, no sea que las tinieblas los sorprendan: porque el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz". Después de hablarles así, Jesús se fue y se ocultó de ellos.

SERMÓN

Quien sabe que hacha o sierra tronchó su vida... Esperaba...

Años, fincando sus raíces en la entraña de la árida tierra palestina. Años, resistiendo el soplar quemante del siroco y del simún...

Sus ramas sostuvieron muchos nidos, escucharon el piar hambriento de los pichones, temblaron impotentes ante el artero asalto de la serpiente...

Y pasaron los inviernos y los estíos, y cada vez renovó sus hojas y se vistió de gala a la llegada de la primavera.

No era distinto, no, de los árboles que lo rodeaban: el mismo fuste alto, erguido. Los mismos retorcidos tallos, el mismo goteo de cristal de rocío a la mañana...

El leñador que lo echó abajo lo arrojó sobre un anónimo montón de troncos mutilados, y, con ellos, dos cansinos bueyes lo arrastraron hacia la ciudad.

Y ahora está allí, ignorando su destino, apoyado contra un muro oscuro de la carpintería del palacio de Pilatos.

Inmóvil, esperando.

Pocos días ya, y uno a uno mis pecados te van aproximando al acerbo abrazo con mi Señor.

Mis pecados, mis cobardías, mis infidelidades... Al viento del cuchicheo astuto del judío, de la conjura pérfida del Sanedrín, de la felonía apóstata de Judas, del huir medroso de los discípulos...

Mis pecados, en el agua que escurre de las manos de Pilatos, en las burlas sádicas de Herodes, en el juego de la soldadesca y en la algazara de la plebe...

Leño de la cruz... ¡Augusto leño!

Porque evité a Dios, porque no quise conocerle, porque temía quizá que me pidiera demasiado, que me apartara de tantas cosas que me gustan...

Porque quise componer mi cristianismo -cristianismo de bautismo y comunión primera, arroz y traje blanco- porque quise componerlo, digo, con las costumbres paganas de este siglo XX, no ser distinto, que no me señalaran con el dedo,

por eso, madera, fuste, leño, esperando en la carpintería de Pilatos, habrás de sostener, bien visible, el cuerpo torturado de Jesús, para que lo señalen los fariseos con sus dedos...

Porque no me privé de ninguna comodidad de cuantas me ofreció la vida -que fueron pocas, quizá, pero todas las aproveché-; porque preferí mi bienestar a tender a mi prójimo una mano; porque no supe rezar y estar con Dios cuando estaba cansado o cuando no lo sentía o cuando no me consolaba; porque en las buenas lo olvidaba y en las malas protestaba; porque confundí el amor con el jadear hambriento de mis sentidos y equivoqué felicidad con el placer de la epidermis, y cuidé más en colorear y disfrazar mi cuerpo que embellecer el alma..

Por eso -estaca, leña, palo, aguardando en la carpintería de Pilatos- serás el lecho lacinante de la doliente carne de Jesús...

Porque me aferré a mis cosas, porque nunca cedí nada a nadie de lo mío -que lo que cedí no vale porque no lo precisaba-; porque viví pensando más en mis haberes, en cambiar de auto, en agrandar la casa que en acrecentar mi ánima; porque el calor de mi sonrisa y mi saludo aumentaba con el apellido, la cuenta bancaria, el puesto de aquel a quien saludaba...

Por eso, vara, madero, mástil, esperando en la carpintería de Pilatos, harás flamear desnudo y mísero el cuerpo de mi Dios crucificado...

Porque antepuse a todo mi persona, porque mis opiniones siempre fueron infalibles, porque siempre quise pasar primero, porque hice respetar en todo tiempo mis derechos y en los demás nunca vi sino deberes; porque si fuí súbdito, toda autoridad era un abuso y, si tuve poder, toda divergencia rebeldía, porque el centro mismo de la historia y de la geografía, el eje de mi familia y amistades cruzaba exactamente el vértice de mi propio yo...

Por eso, cruz, augusta cruz, esperando en la carpintería de Pilatos, en dos semanas -terrible mediodía del Viernes Santo- cuatro clavos -¡martillo de mis pecados!- te unirán al cuerpo abnegado, aniquilado, de mi Dios.

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