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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1997. Ciclo B

5º Domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 20-33
Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. La multitud le respondió: "Sabemos por la Ley que el Mesías permanecerá para siempre. ¿Cómo puedes decir: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto'? ¿Quién es ese Hijo del hombre?". Jesús les respondió: "La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan la luz, no sea que las tinieblas los sorprendan: porque el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz". Después de hablarles así, Jesús se fue y se ocultó de ellos.

SERMÓN

Es sabido que un instinto es una reacción fija de un organismo frente a un estímulo, e implica no decisiones libres sino una base genética y resortes de tipo orgánico, neurológicos.

Se suelen reconocer como instintos básicos los encaminados a la conservación del individuo y los destinados a la conservación de la especie. El mismo Freud en sus comienzos, aunque prefería hablar de pulsiones , reconoció básicamente estas dos tendencias, las pulsiones de autoconservación -decía- y las sexuales.

Sin embargo en sus últimos años, después de la publicación en 1920 de Más allá del principio del placer , defendió una teoría más sutil que, detrás de las apariencias, descubría en los seres vivos -y por supuesto también en el hombre- dos fuerzas antagónicas: el instinto o pulsión de vida y el famoso instinto de muerte. Según Freud esta pulsión de muerte -el Todestrieb - o conjunto de fuerzas que, desde dentro del organismo, tienden a devolver al ser vivo a su estado inorgánico originario y que, desde el masoquismo -remodelado secundariamente por el instinto de vida- pasa a la agresividad, es la fuerza más honda, primaria y a la postre victoriosa del inconsciente y subconsciente humanos. Más aún: cuando a partir de estos postulados se pregunta cuál es el fin, el objetivo de la vida, Freud responde sin vacilar: 'el objetivo de la vida es la muerte'.

¡Terrible definición de la existencia que el sentido común, a pesar de la constatación de la certeza de la muerte, se niega a aceptar como algo que surja naturalmente de la gana o instinto del hombre y no de una penosa y fatal necesidad de su biología!

Nos parece más lógico el instinto de conservación, el aferrarnos a la vida. Y aún sabemos que cuando un soldado da la vida por su país o una madre por su hijo, en el fondo también prevalece el instinto de conservación, en este caso de la conservación de la especie. También esos altruismos están programados filogenéticamente hacia la vida. Ninguna opción, ningún instinto busca de por si la muerte; tanto es así que cuando en el reino animal aparecen esos extraños fenómenos de suicidios colectivos de cardúmenes de peces o de ballenas o de delfines, los etólogos se devanan los sesos buscando una explicación al hecho, porque la muerte por si misma no explica nada, al contrario, es el colmo del absurdo, el sinsentido último de las cosas...

De allí que nos suene tan mal la frase "el que ama su vida la perderá". ¿Quién podría odiar su vida en contra de sus instinto más hondos y aún de nuestra convicción cristiana de que Dios nos ha creado para la vida, no para la muerte como sostiene Freud?

Quizá sea la traducción que usamos la que puede llevarnos a confusión. En realidad el texto original griego de nuestro evangelio, no usa aquí el término vida ( zoé ) sino el vocablo alma, psijé. Los traductores han tenido miedo de que traduciendo "el que ama su alma la perderá" fomentarían una concepción dualista del hombre que no es bíblica y por eso han preferido el término vida. Pero en realidad el término alma, el psijé , griego, traduce una palabra hebrea ' nefesh ' que quiere designar no la vida biológica del hombre, ni estrictamente su alma, sino su yo psicológico, su persona, su ego.

Aquí ya nos encontramos con algo que podemos entender bastante mejor: "el que ame su ego, lo perderá". El mismo piscoanálisis se ha encargado de dar al término ego un cierto matiz peyorativo. Decir "Tiene un ego grande como una montaña" no es precisamente un elogio, y que el término ego se considere negativo ya lo dice el vocabulario común: "es un ególatra", o más sencillamente, "es un egoísta".

Y cualquiera sabe que no hay cosa más despersonalizante y que más desgraciada pueda hacer a la gente que un ego grande. Desgraciado a si mismo y desgraciado a los pobres que lo rodean, (sobre todo si también tienen su ego).

Precisamente cerrarse en el yo, querer conservarlo a toda costa, hacer de los demás satélites de uno mismo, es la manifestación consciente en el ser humano de la parte de verdad que tiene la intuición freudiana de que la pulsión de vida en realidad vehiculiza sin quererlo conscientemente la de muerte. Instinto extraviado de autoconservación en parte programado por nuestros genes, pero también lamentablemente fomentado por el individualismo contemporáneo, por filosofías hedonistas, por ideologías que endiosan al individuo y que en la práctica se trasuntan en competencias feroces, 'homo homini lupus', en pérdida del sentido de familia, eclipse de las corporaciones, de las sociedades amicales, de las empresas humanas. Porque no son estrictamente humanas las empresas de tipo multinacional destinadas al lucro. En un tiempo decían que en Japón cada una de las grandes firmas buscaban la adhesión sentimental y casi vasalla de sus dependientes: incluso se reunían antes del trabajo a cantar sus respectivos himnos empresarios. Pero la tendencia mundial muestra formas más siniestras todavía de falta de cobijos: se acabó el empleado fiel que recibe su medalla conmemorativa después de treinta años de fidelidad a su empresa, surge el empleado intercambiable, que va saltando de empresa a empresa a medida que progresa o retrocede, sin adhesión a nadie salvo a su cuenta bancaria y a la eficacia personal de la cual ésta depende. Todo en pugna encarnizada contra los rivales pretendientes del puesto que tiene o ambiciona.

Que esto lo haga también por altruismo, al menos hacia su familia, para poder sostenerla o elevarla en su status, puede ser verdad, pero desgraciadamente ese esfuerzo finalmente lo hace en desmedro de su encuentro y de su amistad con aquellos que más quiere, porque el trabajo le exige tanto que no puede atender a sus deberes de padre, de madre, de marido, de hijo, de amigo.

Todo tiende en nuestra sociedad contemporánea a formar un conglomerado de individuos, egos, atados solo por las conexiones férreas de la economía, del dinero y del consumo, entregados hasta la extenuación a un trabajo, pero desvinculados de lo que los hace verdaderamente humanos, su entregarse a los demás, sus lazos de cariño, de amor, de religaciones personales.

Por otro lado gran parte de las técnicas psicoanalíticas y psicológicas a las cuales son afectos tantos miembros de nuestras clases medias y altas, consisten en liberar al 'ego', independizarlo -dicen-, sustraerlo de normas y compromisos con los demás, dejándolo todavía más aislado en su yo de lo que cuando entraron al consultorio. Independientes y desinhibidos, pero precisamente por ello, y a veces sin saberlo, más infelices todavía. Y esto se traduce en el 'viví tu vida', en la trivialización del amor con uniones fáciles y separaciones más fáciles todavía, 'realizate', '¡basta de ocuparte tanto de los demás! '¡basta -sobre todo- de hijos!' '¡basta de compromisos!' Y a esto se suman, para el desastre, las nuevas técnicas de autoayuda y las doctrinas polimorfas de la New age, de la Nueva era, con sus exhortaciones a afirmarse en el yo autodivinizado, en una falsa seguridad en si mismo que no solo prescinde de las aptitudes sino de la ayuda que nos dan precisamente los vínculos, considerados por ellos como muletas que hay que descartar en cuanto uno alcanza la madurez.

Lo contrario de Jesús: "el que ama su ego lo perderá". Y la versión vuelve a ser defectuosa en el tiempo del verbo, en realidad no se trata de un verbo en futuro , "lo perderá", sino un aoristo que ha de traducirse en presente: "el que ama su ego lo pierde ", ya, ahora, no en la vida futura. Si ahora no lo doy, lo destruyo, me hago menos persona, menos gente, menos yo. Por supuesto que 'a fortiori', si muero cerrado en la cárcel de mi ego, pereceré para siempre en mi biología, pero es ya en este mundo, en mi psicología trunca, obtusa, renga, lisiada, neurótica, solipsista, autista, que sufriré las consecuencias de amar mi ego sobre todas las cosas.

En típica demasía semítica en nuestro texto a amar se opone odiar, pero con el sentido de 'amar menos', de amar ponderadamente -como cuando se dice el que no odia a su padre, a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hasta su propia vida no puede ser mi discípulo-. El que, en cambio, siguiendo a Jesús, le sirva, y así justiprecie a su ego en la medida de su capacidad de don, ese en cambio lo conserva, y, ahora si, para la vida eterna -el texto introduce recién aquí el término zoé, vida-.

Ciertamente que estas frases son el núcleo de la moral y la psicología cristiana: el ser humano se realiza en proporción al abrirse generoso de su ego a los demás. Así es como se transforma en persona, en verdadero yo; no metiendo a su ego en la caja fuerte, en el freezer, en el congelador...

Pero sin duda que en el contexto del discurso de hoy Jesús está hablando del significado de su vecina muerte, esa muerte que enfrentará a partir del próximo domingo de Ramos, en su semana Santa.

Porque la muerte en si misma no tiene ningún significado, es el abismo de la nada, de la aniquilación, a la cual tiende, en su dinámica propia, nuestra biología natural encaminada irresistiblemente a ella, según lo diagnostica trágicamente Sigmund Freud. Decir que la muerte es camino a la vida resulta pues -dicho así nomás- propiamente un disparate. La muerte dejada a si misma no es camino a nada: es puro y trágico punto final. Pero puede hacerse camino a la vida, si se transforma en signo y gesto de entrega, de abertura del ego, no a cualquier parte, sino a Dios, en el servicio de Cristo.

Muerte también fue y sin sentido la del criminal ladrón que pereció crucificado en el calvario a la vera de Jesús. No significó más que la pérdida no querida de su miserable vida. En Jesús en cambio la muerte, más allá de su significado médico, se hace gesto de regalo de sí, de entrega del ego, de dependencia total y plena al Padre al cual se encomienda y, al mismo tiempo, gesto de amor a los suyos. Por eso deja de ser pura y abominable muerte y se transforma en exaltación, en glorificación, en paso a la Vida verdadera que recibe del Padre, porque a Él y a los suyos se consagra.

Que en verdadero instinto de vida, no de muerte, también nuestra existencia germine como semilla que, si guardada, conserva en su dura redondez la esencia de su ego intangible, protegido, pero estéril, solitario, infecundo, pero, si se abre, regado por el agua, y se asienta en la tierra y echa raíces, y levanta su tallo hacia el cielo, se hace planta frondosa y florida, abrazo de hojas y de flores, frutos maduros y sabrosos.

Al fin de esta Cuaresma pidamos a Jesús que nos reciba a su servicio, que nos plante en la tierra de su Iglesia y echemos raíces en el amor a los nuestros, que nos riegue con su gracia, que libere de su encierro a nuestros egos, y que nos deje acompañarlo hacia la Pascua por el cristiano camino del darnos, si es necesario hasta la cruz.

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