1976 - Ciclo B
JUEVES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
15-04-76
Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.
SERMÓN
En estas épocas en que la palabra ‘amor’ se utiliza para calificar cualquier bobaliconería sentimental, tipo tango o teleteatro, cuando no para apañar groseros deleites de la carne, más que nunca es necesario rememorar el verdadero significado del amor cristiano que, ejemplificado en Cristo, pervive entre nosotros en el sacramento del amor, la Eucaristía, cuya institución recordamos en esta Misa del Jueves Santo.
No; amor no es sentimiento, palpitar del ‘cuore’, sonrisas tontas, miradas empalagosas. Amor es, sobre todo, servicio, búsqueda desinteresada del bien del ser amado, entrega.
Y, porque es servicio el Señor, el Maestro, Dios, en el momento supremo de su vida, la última Cena, prolegómeno del fin, se rebaja a los pies de sus discípulos, sus creaturas, para simbólicamente lavarles los pies.
“¿Comprenden? Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.”
Sí. Lavarnos los pies, servirnos, ayudarnos los unos a los otros, compartir los bienes y las penas, avanzar juntos y solidarios por el camino de este mundo. Terminar con la selva, la ley del más fuerte, la prepotencia del poderoso, la mezquina envidia del débil, el egoísmo de pobres y ricos, la indiferencia, la soledad, el mal llamado amor que es profanación y abuso.
Pero, algo más, si amar es servir, entregarse, la mayor entrega posible es la entrega de uno mismo. No solo la palabra de consuelo, la limosna, lo que tengo, lo que me sobra, sino la entrega de mi mismo. No dar ‘algo’, sino ‘darme’ todo. Por eso dijo Jesús: “No hay amor más grande que aquel del que da la vida por sus amigos”. Cuando, sin reservarme absolutamente nada, me doy todo a los demás ¿acaso no he agotado toda mi posibilidad de amar?
De allí que la Cruz sea la otra cara de la misma moneda que es el verdadero amor. En la Cruz Cristo se entrega totalmente, definitivamente, a Dios y a nosotros. Su yo humillado, su carne sangrante y horadada, la pobreza total de su desnudez. Nada para él, todo para Dios, todo para nosotros.
Cruz, supremo signo del amor. Allí Su amor nos da Su propia Vida. Vida que, desde entonces, fecunda nuestra humana existencia, la diviniza; y la impele, empuja, hacia la eternidad.
Y, porque la vida que nos da no es solamente de hombre –Cristo es hombre y Dios‑ sino también Vida divina, por eso, al que con fe la recibe, inyecta, transfunde, divinidad. “Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse Dios”. Dios muere, humanamente, en Cruz, para que, divinamente, vivir podamos.
Por amor, abnegadamente, en la Cruz, nos da su vida, vida de hombre y vida de Dios. Y nos la da no en general, no a la multitud anónima, no al Hombre o a la Humanidad. Yodos y cada uno de nosotros estamos presentes en el Verbo colgado de la cruz. En esos momentos de obscuridad y éxtasis Su mente magnificada por la gracia pronunció cada uno de nuestros nombres. Pensó en vos, en mí, en Carlos, en Cristina. Todos cupieron en sus ojos y en su boca, en su costado abierto, en su corazón: los elegidos de todos los lugares y todos los tiempos.
Y, para que esa Vida que, en supremo amor, entregó a todos en la Cruz, llegara siempre y a todos y en todo lugar, en la Última Cena instituyó el sacramento del amor: la Eucaristía.
¡Oh prodigio! Como en una máquina del tiempo superperfeccionada, no es que nosotros seamos trasladados al pasado sino que el con su regalo a cuestas se traslada a todo tiempo y lugar en un acto que es contemporáneo y tangente a toda la historia de los hombres.
En vivo y en directo, pero no en una pantalla sino realmente, estamos todos frente a la Cruz, en el calvario, con María.
Cosimo Rosselli, (1439 – 1507) La última Cena, Capilla Sixtina
En cada Misa, como a través de una ventana misteriosa que salta sobre la historia y la geografía, nos asomamos al Calvario y podemos recoger, en el signo del pan y el vino, Su Vida: el agua y sangre que mana de su costado; Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Hoy se predica mucho que la Misa es banquete, es fiesta, que nos juntamos a la mesa, que es reunión fraterna. Y es verdad, pero no debemos olvidar que antes que nada y principalmente es Cruz del Señor. Que es banquete porque antes y sobre todo, es sacrificio. Que hay comida, porque hay víctima. Que es mesa, porque antes es altar. Y hay pan, porque antes hubo molienda y horno, a golpes de clavos y cruz. Y solo puede haber reunión fraterna si nosotros mismos con Cristo morimos a nuestro egoísmo. No por la parodia de la sonrisa y el abrazo de la paz o el jolgorio al mismo ritmo de la guitarra.
Conmemoremos, pues, la Institución de la Eucaristía, el sacramento del verdadero Amor y, en esta Misa de hoy, vivamos este misterio con especialísima fe.
Cerremos los ojos en la consagración y gimamos por nuestros pecados y egocentrismos porque, aquí, frente a nosotros, estará Cristo muriendo en Cruz.
Y cuando, porque murió, en la Comunión nos entregue Su Vida en la blanca hostia, prometamos nosotros también tratar de vivir en el amor, renunciando a nosotros mismos, para “que ya no viva el yo sino que Cristo viva en mi” para gloria de Dios y bien de nuestros hermanos.