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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1983 - Ciclo C

JUEVES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

SERMÓN

Habían comido muchas veces juntos, desde los primeros tiempos, cuando magnetizados por su palabra y subyugados por su porte de caudillo, de varón, habían comenzado a seguirlo. Y esas comidas al caer de la tarde -después de la agobiadora jornada cuidando el orden de las multitudes que se acercaban al Maestro, predicando, curando, en medio del bullicio de la gente y el ir y venir de hombres y mujeres, y , tantas veces, la fatiga de los largos caminos, y el polvo y el sol-, que marcaban el instante de la intimidad y del reposo, quedaban en sus memorias como los momentos más plenos de su relación con el Señor.

Siempre fue la comida, para el hombre, ocasión de encuentro. No solo el necesario reponer energías vitales, recoger las energías del sol y de la tierra para que quemen el sangre, en los músculos, en las neuronas.

No. No solo el acto fisiológico del alimento. La mesa es, para el hombre, mucho más que el fardo de pasto para la acémila, que el plato de leche para el gato o la carne para el perro. La mesa es el lugar de encuentro, el corazón de la casa, donde, más allá del puro comer, se reúne la familia y los verdaderos amigos, en la sencillez de la puesta en común de las actividades e impresiones cotidianas, en alegría de la fiesta de las grandes ocasiones, en la solemnidad solidaria y silenciosa de los mementos graves y tristes.

Por eso la mesa de familia es como un lugar sagrado. No se invita allí a cualquiera. Sentar en ella a un extraño es abrirle las puertas de la intimidad, es recibirlo como amigo, es hacerlo partícipe de lo ‘de uno' y a nivel de amistad. Y si hoy suele usarse la comida para tratar negocios –aprovechando bastardamente de lo más humano en el inhumano mecanismo de los pesos- se suele conservar al menos el pudor de hacerlo en restoranes, en lugares públicos y no en la mesa familiar o paterna.

Comer juntos, pues, no es devorar pitanza uno al lado del otro. Es entablar una relación humana ritualizada en el gesto de comer. Y no de cualquier manera sino según las rúbricas del mantel y del plato adornados, del cubierto y de las formas educadas.

Si eso es en cualquier relación humana ¡qué no habrá sido para los discípulos, los íntimos, el comer con Cristo!

Allí ya no hablaba el profeta al gentío; la cátedra a los alumnos. Era el padre, el hermano mayor, el maestro cercano, que entraba en comunicación amistosa y plena, con sus discípulos y amigos, sus hermanos menores.

Y es en esa intimidad, en que la comida que fortalecía el cuerpo era ocasión y símbolo del alimento más profundo del afecto, del intercambio de honduras, de palabras que desvelaban el misterio, donde estos hombres empezaron a darse cuenta que, más allá del hambre saciada del estómago, el Maestro les alimentaba un hambre más honda, les invitaba a una vitalidad más sólida, los llenaba de una alegría más embargante que la del gusto y el olfato satisfechos.

Porque, más allá de la comida –pan, agua, vino- que, como jefe de familia, les repartía y entregaba, comenzaron a percibir la fuerza que suscitaba en sus ánimos las palabras que también les daba. Alimento que llenaba sus mentes y corazones de ímpetus de grandes empresas, de actos honorables, de gestas heroicas; y los hacía crecer, desde su pequeño tamaño de trabajadores galileos, a estaturas de nobles.

Pero había algo allí que era más importante. Algo más que la comida y la palabra –proteínas y enseñanzas-

Ese hombre impresionante, todo autoridad, obviamente superior, caudillo nato, no era como cualquier otro jefe o jerarca que los hubiera tomado a su servicio, que usara de ellos para sus fines o que los utilizara sin resignar un ápice de la distancia, de la altura que lo separaba de ellos.

Era como si Él quisiera elevarlos a su propia altura. No buscaba sirvientes. Buscaba hombres que quisieran compartir su vida. Era, como al revés de las situaciones jerárquicas habituales: cómo que no buscaba que le dieran, sino que daba.

De él emanaba una fuerza de entrega, de contagio de horizontes, de servicio. Y no era solamente la comida o la palabra que enseñaba; era él mismo.

Como la nueva fuerza que recibe el enamorado de la enamorada; la enamorada del enamorado; el hombre solo que encuentra a un amigo, a un padre, a un hermano. No es solamente lo que me dan, o los favores que me hagan. Son ellos mismos los que trasforma mi vida, los que, en la verdadera amistad, se me regalan. Regalo de sí mismos que me transforma y enriquece.

Todo eso vivido cada vez más profundamente durante los tres años que pasaron juntos, ahora se revive de manera contundente y solemne en esta noche suprema, la última comida que harán con el Señor en su forma terrena.

En esta cena final el Maestro ya hace claro y patente -en una especie de representación simbólica- lo que ese convivir con ellos ha significado. No solamente un curso de moral, un desvelamiento de misterio, una serie de clases de filosofía y teología, un curso trianual, una vaga camaradería profesional, o la creación de un partido, de un movimiento ideológico, o el esfuerzo común para curar males o lograr bienes. No. Mucho más. Ha querido ser un alimento de nueva Vida. Entrega plena de Él a los suyos; una transfusión de Sangre hasta la última gota. Un darse de Sí total.

Y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin” Y Juan rememora cómo el ya mirado como Señor se abaja a cumplir premonitoriamente el servicio del esclavo, del lavado de los pies. Que eso será su abajamiento sangrante de mañana.

Los sinópticos ( Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20) recogen, en cambio, de sus comunidades, la liturgia de la eucaristía. Lo mismo que San Pablo a los Corintios en su primera carta (11, 23-26).

Tomad y comed –“masticadme y tragadme y llenaos de mi Vivir”- Todo yo soy de Vds. A la manera de este pan que desaparecerá y se hará uno con Vds.. A la manera de este vino que derramo en esta copa como mi Vida. Puesto que no hay amor más grande que el del que da la vida por los amigos: “Tomad hasta la última gota de mi sangre”

Por hoy todo es mantel blanco, pan crocante, perfumado vino de las vides de Judea, lámparas de aceite perfumando. Mañana mostrará lo mismo de otra manera. Concreto y visible leño; brutales clavos; lanzada final.

Allí estará con los brazos abiertos, regalándonos su espíritu en cruz,

Aquí está hoy, enmudecido, molido en blanca harina, pisado en el rojo lagar.

También dándosenos.

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