2003 - Ciclo B
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
SERMÓN
Mc 14,1-15,47 (GEP 13/04/03)
La ciudad de Jerusalén bulle de actividad, jolgorio y ambiente festivo. Cuelgan los tapices de los balcones. Hay enramadas, guirnaldas y florones adornando las estrechas callejas que serpean remontando las laderas del monte Sion. Se habla de tres millones de peregrinos para la fiesta. Seguramente cifra exagerada; sin embargo, solo para entrar en la ciudad -algo así como sucede hoy con los turistas que desean ingresar en Mont Saint Michel-, hay que esperar turno, y largas colas se apiñan frente a las custodiadas puertas de las murallas imponentes de la ciudad.
Claro que esta es una Pascua especial. Si normalmente, el aflujo de peregrinos provenientes de Siria, Babilonia, Roma, Egipto, Chipre, Grecia es multitudinario, tanto más este año en donde la Pascua coincidirá con la solemne ceremonia de la coronación del Rey. Si las bodas reales suponen siempre el despliegue de las mejores galas, representaciones, regalos, embajadas, tanto más una coronación. Nadie que haya visitado Reims, ha dejado de dar una vuelta, a la vera de la Catedral donde se coronaba a los reyes de Francia, desde Luis I a Carlos X, por los enormes salones reservados a la celebración del banquete posterior a la entronización y recorrido la exposición, hoy, de las solemnes vestiduras con las cuales se ataviaba al nuevo monarca: capa de ceremonias -azul y lises- festoneada de armiño, cetro, trono, espada, corona rutilantes de gemas, guantes bordados de oro, caligas de raso, áureas y aguzadas espuelas...
Ya han sido cursadas con suficiente antelación las invitaciones. En realidad desde hace siglos se viene esperando el acontecimiento, anunciado a voces por los heraldos del Reino...
Lucio Poncio Pilato, el nuncio de Tiberio César en Judea y Samaria, el gobernador, residente habitualmente en la bella Cesarea del mar, ha dejado su capital y con numeroso séquito, guardias e invitados especiales de Italia, ha llegado a sus cuarteles generales, mitad palacio, mitad fortaleza, en la torre Antonia de Jerusalén. Solo la multitud de esclavos y esclavas destinados al servicio de su mujer, Claudia, y sus damas de compañía, alcanzarían para llenar un barrio entero de la ciudad. Todos ansiosos por presenciar la coronación.
Pero también ha llegado, desde su cercana Maqueronte, único lugar donde se siente seguro, Herodes Antipas, el odiado tetrarca. Desfiles de dromedarios, mulas relumbrantes de gualdrapas rígidas de oro, de caballos de guerra que ya no saben luchar pero lo mismo trotan garbosos sobre las piedras con sus herraduras de plata, marea de turbantes y de coloridas plumas, escolta de mercenarios tracios, relucientes de bronce y de lustre, con su cola de cabellos de rojo lacio cayéndoles de la nuca. La marfileña litera de Herodías, llevada por azabaches etíopes. Las cortinas transparentes de la litera más modesta de ébano, pero adonde se dirigen todas las miradas, en las que el movimiento del viento deja entrever la sensual figura de la princesa Salomé. Cortesanos y cortesanas del tetrarca le acompañan contentos de dejar la sombría Maqueronte. También ellos con su invitación a la ceremonia real, pero, también, para regalarse en las delicias ocultas de la Capital que, bajo su manto de santidad y religión, reserva sofisticados deleites para los que saben y pueden gastar.
Están también invitados, han recibido su tarjeta, los banqueros, los políticos, los poderosos, representados en el Consejo, en la Asamblea, en el Sanedrín. Antes que nadie, los sumos sacerdotes, miembros intocables del colegio, presididos por el que de hecho ejerce el Sumo Sacerdocio, junto con los que una vez lo fueron. Caifás, en ejercicio; Anás -que lo fuera bajo los procuradores Coponio , Ambivio y Rufo - suegro de Caifás, consulta obligada en todas las trenzas. Cinco de sus hijos, que ocuparon luego su puesto -linaje altanero, osado y cruel-. Pero, también, los de la familia rival: Joazar , hijo de Simón Boeto, el primero de la estirpe, inmensamente rico. (Por considerado de poca alcurnia para casarlo con una de sus hijas, Herodes el Grande lo había hecho Sumo Sacerdote, deponiendo al legítimo). Eleazar , segundo hijo de Simón Boeto; Simón Cantero; Josué ben Sié; Ismael ben Fabi, de lujo afeminado. (Dícese que solo usaba una vez sus vestiduras, luego las regalaba, ¡la que reservará para la ceremonia de la coronación!). Simón ben Camita, Ananías ben Nebedal, famoso por su glotonería y su voracidad sin límite; Helquías, simple sacerdote, pero guardián del tesoro del templo. Probablemente el que dará a Judas las treinta monedas de plata "¡ Qué plaga" -se lamenta el Talmud- " malditas sean sus lanzas, y sus silbidos de víboras, y sus plumas, y su puños . Ellos son sumos sacerdotes, y sus hijos banqueros, y sus parientes comandantes, y el último de sus servidores golpea al pueblo con sus bastones ...."
¡Suficiente! Porque allí están -también ellos invitados-, los escribas, los abogados, los senadores vitalicios, crónicos, apoyando con sus leyes los excesos y arbitrariedades de los dirigentes, ellos mismos inmensamente ricos: Rabí Chananía, el apoderado de los sacerdotes. El que aconsejaba a todos " apoyad a los romanos, porque si el terror de su poder desaparece, cada cual en Palestina se comerá vivo a su vecino ". Abba Saúl , de descomunal altura y más descomunal aún ambición; Rabí Zadoq; Cananía ben Chisquía; Jonatás ben Uziel; que no vaciló en deformar las escrituras para no reconocer a Jesús... Y tantos más, parte del sistema, todos preparados para homenajear al nuevo rey... También los representantes de las cámaras de comercio y de los gremios: Nicodemo ben Gorion, el que habló con Jesús; Ben Tsitsit Haccasat y Ben Calba Schebua, "cada uno de ellos habría podido mantener y abastecer a la ciudad durante diez años", narra el Talmud; José de Arimatea, menos rico, pero respetado en extremo, y varios más... Todos ellos, lo más granado de la política de la ciudad, se preparan para la Pascua y la fiesta de la Coronación. Hay que recordar sus nombres: ellos serán los encargados, con su voto, de dar -o negarle- el aval de su vasallaje al Rey.
También se prepara para la coronación, aunque no haya recibido especial tarjeta, caóticamente, el pueblo de Jerusalén. Los diversos oficios con sus insignias: los cambistas , un denario colgando de la oreja; los tintoreros , su copo de lana de vivos colores; los orífices y percoceros , su sarta de talismanes y zarcillo de relumbres; los alfayates -los sastres-, una aguja enhebrada; los perfumistas y drogueros , en su capuz un potecito de ungüento. También los hortelanos , con sus cuévanos de naranjas, dátiles, granadas y cermeños. Los pasteleros , moviendo su haz de plumas espantando las moscas y abejas de las esterillas donde, de apretujados confites, mana la miel y la flor de harina, las tortas de pasa, higos y algarroba. Los peregrinos, los saltimbanquis, los tañedores de cítara, los mendigos, los ladronzuelos, los truhanes, las que venden placeres... Todos preparados para la Pascua, para gozar, aunque más no sea desde afuera, de la coronación del Rey.
Y el Rey -todavía el Delfín- ya ha entrado en la ciudad. Se lo han anunciado a Pilato. Se lo susurran a Herodes mientras mira lúbrico a su hijastra danzarina. Lo saben los cortesanos y los soldados. Se lo dice Anás al oído de Caifás. La nueva recorre todos los escaños del Sanedrín.
Pero, ¡no hay cuidado!, ya está preparada la ceremonia de la coronación, la guardia, el manto real, la corona, el cetro, el trono, el escabel de sus pies...
Preparada está, ¡oh qué bella y bien preparada! la madre del Rey, con sus damas de compañía y otros emigrados a Nazareth. Asimismo, parientes hidalgos de la ciudad de Belén, la cuna de David. Muchos de los que le han apoyado en el exilio.
Sí: Jerusalén coronará a su legítimo Señor.
Trabajan los ebanistas y los joyeros y los armeros, puliendo y cortando madera, forjando hierro, tejiendo la corona...
¡Ven hombrecito de Dios! Tú, cristiano de Buenos Aires; tú, bautizado y pariente del Rey. También tú estás invitado a la coronación. Trae, también tú, tus regalos. Contribuye a la fiesta: falta madera para su grandes brazos, faltan espinas para su corona, faltan adornos de clavos para sus manos y sus pies, faltan gritos para agraviarlo, lanza para punzarlo, saliva para escupirlo, fuerzas y cuero para fustigarlo... Ven cristiano ¡acerca tus regalos!, trae tus pecados, trae tus debilidades, trae tus hipocresías y tus egoísmos, trae tus furtivos deslices... Pero, si puedes, trae también tus lágrimas, trae tu arrepentimiento...
Estás invitado, vos también, este viernes, mediodía soleado, a coronar a tu Rey.