2005 - Ciclo A
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
SERMÓN
Mt. 26,3-5.14-27,66 ó 27,1-2.11-54 (GEP 20/03/05)
Se inicia la Fiesta de los Ázimos. La luna en cuarto creciente comienza a llenar de plata su redondez. Se aproxima la Pascua , y Jerusalén ya está prácticamente colmada de peregrinos. Cierta vez el rey Agripa quiso saber su número y pidió a los sacerdotes que apartaran un riñón de cada cordero inmolado. En la cena pascual, de cada cordero participaban entre cinco o veinte comensales. Y fueron separados seiscientos mil riñones.
Los levitas, mensajeros del santuario, han recorrido toda la Palestina pregonando la fiesta e invitando a ella. La convocatoria llega a las sinagogas más remotas de la diáspora.
Los artesanos dejan sus talleres; los labradores, sus heredades; las mujeres, sus quehaceres y moliendas. Los hombres de las aldeas reparan los caminos y quitan las losas de los pozos para mitigar el cansancio y la sed de los caminantes y las caravanas.
Judea. Montañas rotas, fragosas, desolladas. Montañas como osamentas de historias ya remotas. Mesetas cónicas como tiendas de guerreros. Tierras indomables; llagas de wadis y torrentes secos. Pedregales buenos para la vid, la higuera y el olivo. El desierto duro, de peña baja, cegado por torbellinos de arenas humeantes. Allí habitaba la tribu de Judá, la fuerte y dominadora; solar de reyes belicosos y profetas; peñascales de soldados.
También con sus manchones de tierras verdes y fértiles: tierras de granjeros; colinas de pastores.
Toda la Judea sale bulliciosa y febril a las rutas empedradas por los romanos en caminos cavados en la roca, marchando para la Pascua hacia Jerusalén. Todos los confines se pueblan de hervor de multitudes y bestiajes. Y, por las noches, aúllan las fieras enloquecidas por los fanales que guían las caravanas. Y suben los cánticos de los peregrinos que saludan sus fuegos.
Perea, Galilea. También se vacían de pobladores que marchan en romería a la Ciudad Santa. Solo quedan en los casales los tullidos, los sordos, los ciegos, los enajenados y longevos, y las criaturas que -según las leyes fariseas- 'necesiten para subir el monte de los Olivos la mano o los hombros de su padre'. Ellos no tienen que ir.
Y, entre las largas columnas grises y ocres de los viandantes pobres, las manchas coloridas del cortejo rumboso de Herodes Antipas y sus cortesanos afeminados y sus 'gatos' de uñas pintadas y pestañas alargadas. Y, chisporroteando de hierro bruñido, la tropa que, desde Cesarea, sube con Pilato : auxiliares bárbaros y samaritanos que odian a los judíos y que apenas podrán ser contenidos por sus oficiales y centuriones que son romanos. " Un trozo de pan del samaritano, es más inmundo que la carne del cerdo ", dicen los rabinos. Y los samaritanos les devuelven el odio centuplicado. Y lo restituyen en látigo, púas y golpes mordiendo carne en los prisioneros judíos que caen en sus manos.
Jerusalén no pertenece al territorio de las doce tribus. Ni siquiera, estrictamente, a la tribu de Judá. No es propiedad del pueblo de Israel. David la conquistó para sí. Los señores de Jerusalén no son los judíos, sino David y sus descendientes, es feudo privado y real, joya de su sagrada corona. David, precisamente había querido ser independiente de las tribus hebreas. Ganó Salem, arrebatándosela a sus antiguos y paganos dueños jebuseos y, desde entonces, fue suya y de los de su estirpe. La quiso suya para no tener que someterse al capricho del pueblo. En la Judá sacra el rey no depende del fervor de las masas; su reinado le viene de la unción del Señor y del imperio de su lanza. Y la gente se hace pueblo y libre amando y siguiendo a su Rey. Rey que no necesita ni votos, ni encuestas, ni popularidad. Pero que sabe que para ser Rey ha de obedecer a Dios y gobernar para el bien de su patria.
Ya hace tiempo que las fuerzas coaligadas del mundo y de los traidores de adentro han desposeído al Rey. Jerusalén está ocupada. Castas hereditarias de llamados sacerdotes se han posesionado de sus palacios y de su banca; que quizá así debería ser más propiamente llamado el Templo de Jerusalén. Depósito seguro en donde no solo judíos sino inversores de todo el mundo, más lejos de los apetitos fiscales de los políticos de la Urbe , guardan sus dineros bien o mal habidos. Una especie de Suiza o islas Caimanes de la época. Tolerada por Roma porque también los políticos romanos quieren tener un lugar seguro donde esconder sus cuentas. Para sus administradores sacerdotes las fortunas allí guardadas, con sus alambicados juegos de préstamos publicanos, brindan jugosas ganancias. Jerusalén ocupada y cuidada por extranjeros que tienen interés en conservar la independencia del templo y la seguridad de sus depósitos y que guardan indisolubles complicidades con las clases dirigentes locales.
Con los saduceos, sobre todo, pero, también, más recientemente, con los fariseos. Radicales que habían surgido, en su origen, como líderes populares y puros, pero que ahora eran más ricos y ladrones -dice el Evangelio-, que las mismas familias saduceas. El Sanedrín, la cámara de representantes, los senadores de Israel: siempre las mismas figuras. Cada vez más ricos. Creando las leyes más aptas para acrecer su dominio y sus fortunas.
Y la gente. La que llega de todos los rincones de Palestina; la que viene, también, cruzando mares, de lejanas tierras donde han encontrado oportunidades mejores. Por supuesto que, muchos de ellos, más interesados en el viaje y en el jolgorio y el cese de sus actividades habituales, que en la peregrinación misma. Bien podrían llamarla a su semana santa 'semana del turismo' si tuvieran las palabras. Jugosas ganancias para los que alquilan a precio de oro el metro cuadrado que se necesita para cumplir con el rito de la fiesta.
Taberneros y juglares, mujeres públicas y saltimbanquis, vendedores de amuletos y tiradores de carta. Mendigos profesionales, con más dinero que el rústico que viene de tierra adentro y le da parte de sus ahorros movido por la lástima.
Hospedajes privilegiados dentro de la ciudad. Pero también las hosterías para forasteros donde se alojan las diversas tribus, orígenes y naciones. Cooperativas, algunas, que al comienzo sirvieron para abaratar los costos de alojamiento, pero ahora, en manos sindicales, son otra fuente de despojo. Y tiendas blancas, tiendas casi villeras, rodeando la ciudad como si estuviera sitiada.
Por supuesto que muchos vienen a celebrar en serio la santa Semana. Y, para los piadosos, la Pascua y sus días precedentes no son solo turismo, ni tampoco fiesta puramente religiosa. Dios y patria no saben excluirse. Pascua es a la vez una fiesta religiosa y un fiesta fundacional. 'Navidad', 'Pascua', '25 de Mayo', '9 de Julio', todo junto.
Dios es intimidad; pero también bandera. El templo es sagrado; pero, a la vez, terruño que, en su parte más santa, no puede hollar el extranjero. Las trompetas son campanas de sacrificio y plegaria; pero también clarinada de defensas y batallas. Los mandamientos son código privado; pero también ética y política de estado. La santidad es misericordia y rito; pero también coraje y espada.
La multitud entra y sale tumultuosa por las puertas de los muros de la ciudad, buscando las callejas al Templo. Puertas vigiladas por guardias y soldados mercenarios desde las alturas de las torres, matacanes y troneras.
Pero hoy no se trata de una Pascua cualquiera. Después de cinco siglos de trono vacante, usurpado, manoseado, utilizado por gobernantes corruptos, el Rey finalmente ha regresado. Ha vuelto a su ciudad. Quiere encontrarse con los suyos. Y los suyos lo rodean, lo hosannan, lo victorean. El hijo de David, el Ungido, por fin ha retornado.
Semana Santa de Buenos Aires. También Buenos Aires en un tiempo quiso ser ciudad de Cristo, nuestro Rey, al amparo de la Madre Reina, Santa María de los Buenos Aires. Hoy ciudad saqueada, violada, desastrada. Algún grupo acompañaremos estos días al hijo de David y le diremos que queremos tenerlo como Rey. Pese a los usurpadores psicópatas y blasfemos con poses de déspotas, pese a los grandes sacerdotes que callan o lo condenan o miran a otro lado, pese a los banqueros y los mercenarios anticristianos de siempre, pese a la indiferencia de la mayoría sumida en sus propios problemas, en su decadencia, en sus diversiones, en su incurable mediocridad. Pese a nuestros pecados. Sí, lo acompañaremos.
Hoy entramos en esta gran ciudad, con nuestras palmas, quizá con nuestras espadas. ¡Pobre patria, pobre Iglesia, pobres cristianos, no sabemos qué pasará!
Que los que hoy hemos agitado nuestras palmas y ramos no quedemos en el camino, no nos compren los prestamistas, no nos quiten las armas los Caifás y los romanos, no nos engañen los senadores, no nos asusten la turbas movilizadas pagadas con monedas nuestras, no nos diviertan ni perviertan pregoneros, malos actores y cortesanas.
¡Que nos de fuerzas Él, para pasar el Viernes, para no fugar ni escondernos, para llegar con el Rey, pase lo que pase, aún heridos y sangrando, a la victoriosa alegría de la Pascua!