1991 - Ciclo B
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
SERMÓN
GEP 24-3-91
Aquel que cuidadosamente había ocultado su origen real y durante todo su ministerio había alternado con los más humildes, los más abandonados, viviendo -aunque sin falsos puritanismos- en austeridad y pobreza. Aquel que siempre respondía con evasivas cuando le preguntaban respecto a su identidad. Aquel que frente a la certeza de sus seguidores más cercanos de que se trataba de algo más que de un simple profeta y en esa su personalidad majestuosa habían finalmente descubierto al príncipe, al heredero de la corona, al rey de Jerusalén por derecho propio y empero les había advertido severamente que no lo dijeran a nadie -y ellos tuvieron que morderse los labios para no salir gritándolo a los cuatro vientos-, ahora , frente al asombro de esos mismos a quienes antes había pedido silencio, realiza estas acciones espectaculares, desafiantes, inequívocas.
"No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus pies, hasta que venga el Rey a quien obedezcan las naciones. A la vid ata él su asno, su asno de pura raza a la cepa " (Gn 49, 11) había profetizado hacía 18 siglos Jacob. Y Zacarías 500 años ha ya cantaba con júbilo: " Alégrate hija de Jerusalén. Mira que tu Rey viene hacia ti; el es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de una asna".
Cuando Jesús envía por la acémila de ceremonias la señal es clara: es la hora de descubrir, proclamar, vocear, la identidad regia, mesiánica, davídica, de Jesucristo. Y por primera vez -cuenta Marcos- Jesús para referirse a si mismo -habiendo hasta entonces usado el humildísimo título de 'hijo de hombre'- utiliza el de 'Señor', 'Dómine', 'Don': "Digan al dueño del asno: 'El Señor lo necesita' ". Sí: es el Rey que lo pide; el soberano quien lo reclama.
Y se desata la euforia, el entusiasmo de su compañía. Por fin pueden gritar públicamente quien es Jesús, por fin reconocerlo como monarca, como ungido, como hijo de David.
Como cuando ochocientos años antes a los soldados de Je-hú el enviado de Eliseo, que acaba de derramar un frasco de aceite sobre él, anuncia que Jehú es el nuevo y verdadero rey de Israel y éstos gritando "¡Jehú es rey!" se despojan de sus capas y mantos militares y los extienden como alfombra a su paso, así, enloquecidos, los discípulos de Jesús y el pueblo de Jerusalén extienden sus mantos al paso de la cabalgadura real.
"¡Hoshi aná!", "¡salvación"!, era el antiguo grito de guerra de las tribus israelitas, revoleando sus espadas y agitando sus lanzas sobre sus cabezas, antes de entrar en batalla. Se había luego transformado en saludo triunfal al Rey y a Dios en el templo, suplantando las armas por palmas, olivos y laureles.
"¡Hoshi aná!" exultantes, enardecidos vociferan los once y la gente al paso de Jesús.
Menos gritarían, menos contentos estarían, si supieran el porqué finalmente Jesús de Belén después de tanto secreto ahora acepta el título que le corresponde y realiza este gesto ostentoso, casi teatral, de entrar soberana, regia, majestuosamente a Jerusalén.
El sabe como esas aclamaciones se mudarán en silencio y fuga.
El sabe qué trono y qué corona los hombres le preparan.
Pero el intuye también, más allá, qué entronización plena, definitiva, cósmica y eterna le ha preparado el Padre.