1993 - Ciclo A
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
SERMÓN
(GEP, 4-4-93)
Los mensajeros del santuario, con sus vestiduras blancas de franjas recamadas en púrpura y sus trompetas de bronce, han recorrido la Palestina pregonando la fiesta.
Jerusalén se prepara. En los días de los Azimos, de la Pascua, Jerusalén es de Dios; y Dios abre las puertas de sus hogares, sus pórticos y sus aledaños, como brazos de patriarca, y acoge a todos los hijos de Israel.
El monte, la vega y el desierto truenan de cánticos. No quedarán, en poblado ni casal de Palestina, sino los tullidos, los sordos, los ciegos, los enajenados, los longevos y los pequeños.
Tierras verdes pastorales, tierras morenas de labradores, tierras muradas, tierras impetuosas de peñascal guerrero, y tierras mediterráneas, toda Palestina sale a las rutas que empedró Salomón, y a los caminos cavados en la roca, y a la raída faz de los desiertos; y se encamina a Jerusalén.
Todos los confines se ciegan de hervor de multitudes y bestiajes. Gente con báculo o cayado, con alforjas y con odres, con manojos de teas, con jaulas que palpitan con aletazos de aves y de llantos de criaturas; dromedarios y bueyes, asnos y mulas. Rebrincando las crías junto a las ancas de la madre; ladrando los mastines pueblerinos
Por las noches aúllan las fieras erizadas, enloquecidas por los fanales que guían las caravanas. Y suben los cánticos de los peregrinos que saludan sus fuegos y acompañan sus fatigas.
Todos a Jerusalén. ¡A Jerusalén, peregrinos!
Y también los que no lo son, y van a medrar con el tumulto.
Tránsito de mercaderes y mercachifles, de tañedores de crótalo y de flauta, de fulleros y encantadores, de bayaderas y cortesanas. Inmensos rebaños de corderos para el sacrificio pascual y carros de heno para darles de comer. Balidos quejumbrosos que se mezclan al pregón insistente de los vendedores de ázimos y hierbas amargas.
También desde Maqueronte va llegando la corte de Antipas. Y la calzada de pedruscos rojizos y el aire azul resplandecen de magníficas vestiduras, de paramentos enjoyados, de recamadas monturas de camellos, de picas floridas como tirsos, de mitras y turbantes emplumados.
Desde Cesaréa también el Procurador romano se encamina a Jerusalén. Cinco legionarios abriendo camino a su litera con sus látigos, entre los peregrinos que se enjambran en los estrechos caminos. Lábaros y águilas, lanzas y espadas, cascos empenachados, almetes y lorigas repujadas. Las cohortes avanzan en silencio ominoso, interrumpido secamente de vez en cuando por las órdenes del centurión.
Y, finalmente, Jerusalén. Jerusalén, blanca de cúpulas de sus cuatrocientos ochenta sinagogas. Encandilantes los jaspes y pórfidos de sus palacios, de la fortaleza Antonia. Al sol, recortadas en fuego, las setenta y cuatro torres de sus murallas. Prorrumpiendo como un himno, la llama de mármol y oro del Templo, con sus techos de púas labradas para que las aves no se posen, con sus columnas y portales de bronce de Corinto. El Templo, augusto y encandecido bajo el sol y la luna, como un "monte nevado". Jerusalén, Jerusalén la santa, que arranca gritos de regocijo a los que van llegando y la descubren de pronto detrás de la última colina.
Ya están allí Annás y Caifás , preparando sus paramentos sacerdotales. Y los ex sumos sacerdotes: con su vestidura corta carmesí, calzón de lino, mitras de brocado. Joazar y Eleazar , hijos de Simón Boeto ; el otro Eleazar , primogénito de Annás, y Josué-ben-Sich y Helkias , clavario del tesoro; Ismael-ben-Fabi , famoso por su molicie y por su gula.
También están ya en la ciudad los veintitrés zequenim , ancianos de Israel, como Nicodemo ben Gorión , el hombre más rico de Jerusalén; Jose de Arimatea , de pulida cortesanía y grandes caudales; Elisamá , dueño de las tierras más pingües de Jericó.
En sus mazmorras, encadenados con aros de hierro al muro de la fortaleza Antonia, tres reos esperan el suplicio: Dimas , Gestas y Barrabás . Habiendo tanta gente, Pascua es el mejor tiempo para las ejecuciones, para que el pueblo aprenda a temer la ley, y para que no carezca la fiesta de uno de los más gustosos regodeos de esos días.
También ha llegado hoy Jesús a Jerusalén.
Salvo el minúsculo grupo de gente que lo ha hosannado y que dentro de tres días exigirá su muerte, pocos se han fijado en él. Y ya se ha perdido con sus discípulos en la gran ciudad.
Vos también entrás hoy en la ciudad. Después de tantos meses de camino y de trabajo, ya has llegado. Es Semana Santa. Si querés, también vos podés perderte en esta Jerusalén, en Buenos Aires, en la ciudad deicida, usar estos días para descansar antes de empezar realmente este año a trabajar.
Pero podés, a lo mejor, hacer el esfuerzo de intentar acompañar estos días a Jesús.
Preparate. Vestite para eso.
Quizás encuentres en el ropero tu túnica de fariseo. Quizá la jarra para lavarte las manos como Pilato. Quizá te seduzcan las flautas y los crótalos de tus distracciones y tus discotecas y tu burgués buen pasar. Quizás quieras disfrazarte de pueblo, de masa, y -con tus pecados- clamar otra vez "¡Crucifícalo!". Quizá prefieras quedarte vestido con tus trajes nuevos y tu prestigio de hombre honorable, como Nicodemo, y prudentemente, cuando tendrías que haber gritado, callarás. Quizá te distraigas en los puestos llenos de objetos inútiles de los mercachifles. Quizá, tropezando con los romanos, con los banqueros, con los sumos pontífices de este mundo, con los políticos, con los periodistas, te olvides de Jesús.
Pero quizá quieras calzarte las gastadas sandalias de sus discípulos.
Y quizás con ellas -y con ellos- corras, la cara al viento, tragando polvo, huyendo de Jerusalén.