1996 - Ciclo A
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
SERMÓN
Uno a uno van llegando al teatro, a la escena, los personajes del drama. Por la puerta principal -la que da a la recién pavimentada ruta romana que lleva a Cesarea- ha entrado Su Excelencia el procurador romano, el caballero Poncio Pilato, con una cohorte escogida de sus legiones, mercenarios idumeos y sirios la mayoría, cordiales enemigos del judío. Aunque Pilato se ha instalado en su camarín refaccionado de la torre Antonia, está fastidiado. Solo la obligación lo ha llevado a Jerusalén desde su bella Cesarea, a las orillas del mar. A Jerusalén, esa ciudad absurda en medio de la árida montaña, llena de vociferaciones de comerciantes, y de la meliflua y chillona beatería de los sacerdotes, hediente a masa humana y a carne quemada de los holocaustos, que lo llena de asco y de impaciencia. Pero allí tiene que estar para garantizar el orden: las fiestas pascuales son siempre ocasión de disturbios y aún de alzamientos y rebeldías populares, alentadas por algún fundamentalista judío.
Por la puerta que viene de Jericó, antigua calzada ya trabajada otrora por los asirios, llegan las empobrecidas castas sacerdotales del interior. Las fiestas pascuales son ocasión de demanda de sus oficios para la inmolación de los corderos, para los cuales no da abasto el personal permanente del templo de Jerusalén. Es su ocasión de hacerse de unos pesos para seguir tirando durante el año. No tienen camarín personal, forman parte de la comparsa que ha de alojarse en las afueras de la ciudad, por el barrio de Betfagé.
Dueños del teatro, haciendo arreglar por sus sastres y modistas sus pomposas vestiduras, lustrando oros y remozando charoles, allí están los grandes políticos, los altos sacerdotes, y los miembros del sanedrín, los Caifás, Anás, Joazar y Eleazar.
Ellos si ocupan cómodos camarines. En realidad siempre están allí, en su capital, cerca de la escena para, en cuanto se abre el telón, ponerse en seguida en primer plano para figurar y, si es posible, sacar una tajada más de oro o de poder.
Para dar al drama un toque de comedia también ha entrado un conocido primer actor, Herodes: ha abandonado su fastuosa fortaleza de Maqueronte y entre nubes de servidores, adivinos y curanderos se ha instalado en su palacete de Jerusalén. Tambien él tiene que estar, contra su voluntad, en esas fiestas de Pascua, que tendrán, como centro de la escena oficial, al templo que rumbosamente hizo construir su padre y que los judíos nunca le agradecieron. Pero malos augurios le han tirado sus arúspices, y quisiera cuanto antes dejar esa ciudad peligrosa erizada de peligros y donde él no manda, a pesar de su guardia magnífica de gigantescos rubios germanos, su custodia predilecta, generosamente paga, a la vez cordialmente odiada por los varones judíos y mirada con interés algo más allá de lo honesto por las mujeres.
En la retroscena están los directores de teatro, los esponsors, los proveedores, los escenógrafos, los maquinistas, los que manejan el dinero y están en contacto con las altas castas y ofrecerán su retorno al gobernador y que harán que estas pascuas, a pesar de la recesión, sean un negocio magnífico: alojamiento, recuerdos, ganado que sube de precio, comida, movimiento, organización de charters para los judíos de la diáspora que acuden en masa a Jerusalén... Pascua es la ocasión de uno de los más pingües negocios del año en Israel.
Y por eso pues la multitud de los extras: pueblo sencillo, judíos piadosos, provincianos y llegados de muy lejos y que serán ssitemáticamente esquilmados por los locales, pero también los que quieren divertirse con el gentío, y los curiosos, y los vendedores callejeros, las prostitutas -que hacen su agosto- los punguistas, los cuenteros del tío, los barras bravas...
Ya, pues, está preparado el grueso de la escena, los personajes en su puesto: no necesitan estudiar sus libretos, porque ya cada uno sabrá, de acuerdo a sus antecedentes y sus talentos, qué papel tendrá que desempeñar, aunque el argumento principal lo vaya escribiendo un artista superior.
Por los suburbios, por la puerta, casi de servicio, que da a los aledaños de Jerusalén, Betfagé, entra el verdadero actor: un grupito de admiradores lo ha recibido con olivos y palmas a su ingreso al teatro, pero ya los aplausos, los vivas y los hosannas se han perdido en medio de la multitud, del ajetreo, de las voces destempladas de los mercaderes y de la atención desviada hacia los otros primeros actores. ¿Cómo comparar la entrada simple de este hombre, austero profeta, con sus doce pobres compañeros, con los espléndidos cortejos de Herodes o con la tropa brillante de hierros, metales y penachos del procurador romano, o con las rutilantes vestiduras y las barbas rizadas de los sacerdotes y nobles de Israel...?
Todos se aprestan pues a representar la gran comedia. Como toda comedia se supone que tendrá desenlace feliz y detalles risueños...
Detalles risueños habrá sí, pero, para muchos de los protagonistas, todo -cuitada, míseramente- terminará no en comedia sino en tragedia.
Pero Jesús no es un cómico ni un trágico. Su camino -ese camino que finalmente hoy lo ha hecho entrar sin intervalo en su último acto de Jerusalén- ha sido, y es, hacer, obrar... Esa obra de la realización del hombre que es la redención, la superación de lo humano destinado a la muerte, en la vitalidad imperecedera y sublime de la Resurrección... Por eso su vida no es comedia, frívolo pasar en superficie por este mundo, pero tampoco de ninguna manera tragedia, porque llevará a cabo, alcanzará pleno éxito, su acción. Eso quiere decir drama en griego, obra, acción. Ni comedia ni tragedia: duro obrar, viril accionar, drama que terminará en el triunfo de la cruz.
Jesús cumplió su obrar, coronó su drama. Otros actores vivieron comedias que terminaron en tragedia; o jugaron tragedias tan mediocremente que terminaron en comedia.
Y vos, que ingresás ahora con tus olivos en esta semana Santa que hoy se inicia -denso compendio de cristiana vida- ¿qué papel jugarás? ¿comedia superficial tu vida, sin compromisos, ligth , -sin garra, ni sangre, ni testosterona- esfuminando tu existir en inconsistencias sin sentido; o quizá al lado de Pilato, de la prepotencia del poder y de su indiferencia a los débiles; o al lado de Judas, la traición, la mezquindad y la mentira; o con Caifás y su oro; o con el sanedrín y sus juegos de prestigio y de status y sus placeres finos; o con la multitud inconstante y vociferante y sus placeres gruesos ... trágicas opciones de comedia que te llevarán a la nada? ¿o querrás jugar -jugarte- en tu verdadero papel de hombre, varón o mujer cristianos, al lado de Cristo, seguro esfuerzo, ruda batalla, calvario, corazón intrépido, ganas de obra, de ardua acción, de puja, de conquista, de drama, hacia el seguro triunfo, los bravos, de la Resurrección...?