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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1997 - Ciclo B

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

SERMÓN

En su rico palacio de Cesarea Marítima -no Cesarea de Filipo, tierra adentro-, mirando hacia el grandioso puerto, Pilato observa con nostalgia el intenso movimiento de las naves que ingresan y atracan en sus muelles y se dan luego a la mar: hacia Alejandría, hacia Corinto, hacia las grandes ciudades del mundo, pero sobre todo hacia su añorada Roma, metrópoli espléndida, capital del universo, centro del poder y centro del placer, en donde ha pasado su juventud. Pero siendo no de una gran familia senatorial, sino solo de la orden de los caballeros, apenas ha podido obtener el cargo de Procurador de Judea; con el cual al menos espera poder labrarse, mediante coimas, exacciones y licitaciones de impuestos una saludable fortuna que le permita volver con honores a la soñada Roma. Su destierro se hace algo menos duro en esa ciudad espléndidamente edificada por el difunto Herodes el Grande a orillas del Mediterráneo, en honor del César y que se ha transformado en el centro administrativo de Judea.

Pero ahora Poncio está fastidiado: no solo tiene que dejar su cómodo palacete de Cesarea y la brisa fresca del mar y las frescas noticias del mundo que arriban al puerto desde Roma, sino que habrá de abandonar por un tiempo a su nueva adquisición: la joven y rubia esclava germana que le regalara hace una semana un rico comerciante fenicio a cambio de un favor, digamos "oficioso". Tiene, en cambio, que subir hacia la montaña, con un regimiento de soldados de refuerzo, y para peor, acompañado de la fastidiosa de su mujer que allí no le permitirá ciertas libertades, e instalarse en la maloliente ciudad de Jerusalén en las incómodas habitaciones de la torre Antonia. La fiesta de Pascua es siempre ocasión para los judíos de producir desórdenes y a pesar de que un regimiento romano está allí estacionado permanentemente es necesaria su presencia junto con más tropas, para garantizar el orden o, mejor dicho, para que nadie vaya al Palatino con la denuncia de que el procurador descuida sus deberes.

Para peor, sabe que tiene que encontrarse con el payaso de Herodes Antipas , a quien Roma ha dejado el gobierno de Galilea y Transjordania. Aunque este reyezuelo gordinflón detesta Jerusalén y prefiere residir en su fortaleza de Maqueronte, es su costumbre concurrir a Jerusalén para la Pascua, demagógicamente, para demostrar a los judíos su piedad y su respeto por las tradiciones. Eso no le impide ocupar allí el fastuoso palacio de su difunto padre Herodes el Grande, impidiendo que Pilatos se aloje en él y deba resignarse a la falta de confort de la fortaleza Antonia.

Si esto fuera poco, en Jerusalén, tanto Pilatos como Herodes Antipas son como sapos de otro pozo. En esa ciudad, centro histórico y religioso del judaísmo, lejos de la férula directa del procurador, y sin rey, los que gobiernan son las familias de los Sumos Sacerdotes y algún notable más rejuntados en el Sanedrín. Ellos son los verdaderos dueños de la ciudad y -también lo piensa Pilato con codicia- del tesoro del templo y sus anejos negocios.

Otra tediosa y molesta Pascua más que habrá de soportar en sus diez años de destierro lejos de Italia. Aunque los ánimos de los judíos son en estas épocas simpre levantiscos, la situación general no es este año peor que otras veces y no son previsibles desórdenes mayores. En todo caso, dos o tres ejecuciones ejemplares serán suficientes para poner coto a cualquier exceso.

Un oficial le anuncia que ya su mujer se ha instalado en su litera, que están preparados los veinte carros con su vestuario, enseres y muebles, que sus sirvientes y cocineros ya se han adelantado hacia Jerusalén y que la custodia y la tropa ya están aguardando para la marcha. Pilato da un suspiro y se dirige con su manto de viaje hacia la puerta.

En Jerusalén, mientras, todo está razonablemente tranquilo, salvo el ajetreo de comerciantes, hoteleros, vendedores de recuerdos, sacerdotes, proveedores de corderos y de víveres, funámbulos, volatineros y mujerzuelas que harán en estos días su agosto.

Apenas se ha notado el pequeño grupo de galileos que, rodeando al hombre alto y enjuto llamado Jesús, en medio de algún griterío producido por no más de unas decenas de personas, ha ingresado en la ciudad.

Pero Marcos, que escribe su evangelio muchos años después, cuando Jesús Resucitado se ha revelado como el Señor del Universo, no puede dejar de adornar con símbolos bíblicos esa modesta entrada que marcaría los últimos días terrenos de aquel hombre Jesús de Nazareth. Y recuerda que Salomón había entrado en Jerusalén en la mula de su padre David, entre vivas y hosanas del pueblo, para heredar su reino. Recuerda también que Jeremías había profetizado que en los días mesiánicos entrarían por las puertas de Jerusalén reyes que se sentarían sobre el trono de David, montados en caballos, ellos y sus oficiales, la gente de Judá y el pueblo de la ciudad. Y que, cuando Jehú, fué designado monarca de Israel, sus dignatarios cubrieron su camino con sus mantos. Recuerda también que Zacarías vaticinaba: " He aquí que viene tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna, el terminará con los caballos de Jerusalén, será suprimido el arco de combate y proclamará la paz a las naciones ..." Recuerda el grito ¡ Hosanna! , ¡Señor salva!, que el salmo 113 pone en boca del pueblo saludando a Dios con ramos en la mano, y entonces, en su interpretación teológica, desde lo que él sabe tantos lustros luego de la Resurrección, Marcos transforma toda esta escena en algo casi espectacular, grandioso, triunfal...

La realidad es que ni las crónicas romanas ni las judías registran para nada el humilde hecho que fue la entrada de Jesús en su ciudad. Ni siquiera registrarán luego, cuando cobre cierta notoriedad en el juicio ante el Sanedrín y Pilato, su muerte en Cruz.

Los únicos que anotan estos hechos son sus discípulos y, después de muchos años, cuando el acontecimiento de la Resurrección de nueva luz a la vida humilde de Cristo.

Porque éste Cristo casi desconocido y humillado, y que será re humillado hasta la muerte y muerte de Cruz, es quien ahora ingresa casi sin despertar eco alguno en Jerusalén. El evangelista Marcos que por otra parte es el más cercano a los hechos de todos los evangelios apenas puede disimular que Jesús se pierde luego en el anonimato por las calles atestadas de Jerusalén.

Y sin embargo ese hecho minúsculo en la crónica de los personajones de la época, con el tiempo será reconocido como uno de los pasos más trascendentales de la historia de Israel y del mundo. Aún más allá de que en los siglos que vinieron luego, el cristianismo, después de esos oscuros comienzos, se convertirá en el protagonista más importante de la primera plana de la historia, es dentro de pocos días, el Viernes Santo, en el episodio marginal del afrentoso morir de un reo ajusticiado, cuando se producirá el hecho más determinante de toda la Creación: el paso de lo humano a lo divino. Nada de eso pareció tener importancia en su momento: casi fue anónimo, cotidiano, común; ni siquiera comparable a los 300 crucificados por Agripa, ni a los 4000 oficiales rebeldes muertos en cruz por Jerjes II, y, sin embargo, allí se decidió el destino -y el destino eterno- de la humanidad.

Tampoco nuestra verdadera vida se decide en los acontecimientos que ocupan los intereses de los diarios, ni de la televisión, ni de los pasillos de los congresos y las sedes de los poderes. Lo verdaderamente importante suele pasar en el anonimato de la vida común, en lo que sucede en tu corazón, en tus relaciones con los que te están cerca, en tu casa, en tu profesión, en los secretos diálogos que guardas en tu interior con Dios...

Hoy, Domingo de Ramos, puedes volver a optar: puedes elegir vivir tus problemas de dinero, de negocio y de status con los cambistas, comerciantes y grandes sacerdotes de Jerusalén; o mezclarte ávidamente en los enjuagues políticos del sanedrín, diputados, ministros y senadores; o tratar de subir, al lado de Pilato al estribo del poder de alguna internacional o nacional; o, junto con Herodes Antipas, sumarte a la vida del jet set, de la farándula, de las prostitutas de lujo, de los footbolistas estrellas, e incluso, más tristemente, vivir todo eso desde fuera como un tonto espectador, pero bebiéndolo adicto desde la pantalla de tu televisor, sorbiéndolo desde los diarios y revistas; o, de una buena vez, asumir en serio tu existencia propia, humana, de varón, de amigo, de madre, de padre, de hijo de Dios, anónimo quizá para los medios y para los grandes de este mundo, pero persona para los que te quieren y para Dios, entrando mansa, decidida, religiosa, solidariamente, en la vida cristiana, a Jerusalén, con tu Señor Jesús.

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