1984 - Ciclo A
viernes SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
SERMÓN
Como tantas ha habido en la historia, todos recordamos esa famosa arenga en la cual se hacía profesión de heroísmo y de combate hasta la muerte y que, luego, terminó en vergonzosa rendición. Todos hemos escuchado incontables veces las cuidadosas promesas, los programas optimistas de los candidatos o de las proclamas revolucionarias. Después, siempre, el desencanto de su no realización.
Y ¡tantos juramentos! ¡Tantas promesas de amor eterno, de fidelidad, hechas añicos en el paso de los años, en el desgaste del tiempo agusanando el versátil corazón humano!
¿En quién podremos confiar? ¿En quién podremos creer? Aún de entre los que nos aman ¿en quién podré afirmarme en confianza total? Porque incluso con los mejores propósitos, frente a exigencias supremas ¿no anidirá allí también la debilidad humana o las circunstancias inmanejables que anulen la promesa?
Confiar en Dios, diremos entonces. Él no nos puede fallar. ¡Es el único! Pero, en realidad ¿lo siento así?
Sí: me ha dado la vida, aquí estoy con el regalo de la existencia, de mi nombre, de mi conciencia, de mi libertad. Pero, luego, ¡tantas cosas! ¡Tantas tristezas! La historia del hombre, esa humanidad saliendo lentamente de la barbarie, pero sacudida por luchas, por enfermedades, por esclavitudes, torturas espantosas y muertes. Siglos y siglos así.
Es verdad que, al final, comenzó a hablar poco a poco a ese pueblo de Israel y le aseguró su amor y se constituyó en su guía y, por medio de éste, quería llegar a toda la humanidad. Pero, realmente ¿se podía tener confianza en Él, su Dios, y en Sus palabras?
Lo sacó de Egipto, sí, pero ¿casi no fue peor el desierto? ¿Casi no fueron peores las luchas constantes contra los cananeos, contra los filisteos, por amor a esa tierra prometida que decían que manaba leche y miel, pero que, a la postre, era una tierra como cualquiera: dura, de trabajo y también llena de rapiña, de hambre, de violencia y de peste? Y, finalmente ¿no vinieron acaso los asirios y luego los babilonios y, otra vez, la esclavitud?
Sí, sí, Dios seguía insistiendo en que los quería, que eran Su pueblo, que los amaba. Los profetas hablaban por Él y ¡querían seguir confiando!
Y llegó otra vez la liberación y volvieron a Jerusalén.
Pero una Jerusalén en ruinas que apenas pudieron reedificar modestamente y, en seguida, arribaron los griegos y los romanos.
¿Seguirán confiando? Él dice que los ama, que los cuida y lo sigue prometiendo, pero, palabras, palabras, palabras.
Y, en la vida de cada uno de nosotros, jóvenes y viejos ¿realmente podemos confiar en Dios? ¿Se ocupa realmente de nosotros? ¿Nos quiere en serio?
Es cierto que muchas veces pareció respondernos. Pedimos, y las cosas sucedieron como nosotros las deseábamos. Pero ¡tantas otras! Aquel examen –que nos bocharon por más que habíamos rezado‑; aquel muchacho, aquella muchacha, rogué y rogué y al final no se fijaron en mí. O, peor, ¡pedí tanto por la salud de aquel o aquella a quien yo tanto quería y que era evidente que aún se necesitaba en esta tierra! Y, lo mismo, no se curó. Y aquel trabajo.
Todas esas oraciones que rezamos durante la guerra de Malvinas y tanta confianza que poníamos en Dios y, al fina,l pasó lo que pasó. Y tantas otras cosas que pedimos ¡que eran necesarias, vitales que no le hubieran costado nada! Y no nos escuchó.
¿Podré seguir diciendo “¡Lo mismo tengo confianza en El! ¡Lo mismo estoy seguro de que me ama!”?
Y ¡no sé! Si solo hubieran sido promesas, palabras; si solo hubieran sido mensajes de profetas, de libros enviados desde su lejano trono del cielo; allá Él grande, Él Santo, Él Inmutable, Él feliz, en su palacio de oro y de cristal ¡no sé! No sé si hubiera seguido teniendo confianza en El. No sé, incluso, si no me hubiera rebelado, si no le hubiera tenido rabia por tanta súplica sin respuesta, por tanta lágrima, por tanto dolor y tanta muerte.
Thomas Eakins, Crucifixión, pintor estadounidense, 1844-1916
Pero no fueron solo palabras, porque hoy lo veo allí, guiñapo de carne dolorosa sangrienta y escupida y burlada, flameando su atroz caricatura de hombre al viento, colgado en ganchos punzantes en el matadero de los criminales, en la fetidez de la carne lacerada y corrupta, en la agonía espantosa de la madre clavada con El al pie de la Cruz, recogiendo, en su dolor de Dios rechazado y escarnecido, todas las torturas de los hombres, recorriendo todos sus senderos de fracaso, todas las rebeldías de la soledad y el abandono, todas las suplicas sin respuesta, todos los llantos inocentes.
¡Todas sus promesas de amor se cumplieron en el abrazo amoroso de la cruz! En el dolor de Jesús abandonado Dios nos da su suprema prueba de amor. No se olvidó de nosotros, no huyó, no se rindió, cumplió, nos demostró su amor hasta el fin.
Podemos continuar ‑a pesar de todos los absurdos y dolores de nuestra vida‑ confiando en El.
Más aún: el misterio de la Pascua nos mostrará que el camino del dolor y de la muerte es la senda necesaria para llegar a la verdadera Tierra prometida, a la verdadera felicidad.
Por eso hoy no es día de tristeza absurda, de luto sin esperanza. Es el día en que, a través de su infinita tristeza, Dios cumple todas sus promesas de amor y nos abre finalmente las puertas de la auténtica plenitud.
A pesar de todos sus silencios, toda vez que miremos la Cruz ya nunca más podremos dudar de que Dios nos ama.