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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1994 - Ciclo B

viernes SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

SERMÓN

María, María, qué te han hecho...

María, Señora, ven, no te quedes más aquí, de pie. Tu hijo ya murió... Vamos, vamos un ratito, a descansar... Señora ¿no oyes?

María, María, ¿qué te han hecho?

Y no. María no oye... Ni siente el viento frío que la muerde en esta tarde oscura; ni el cansancio de las noches en vela que ha pasado en angustia; ni el hambre -que nada en estos días ha querido comer-; ni los dos caminos de lágrimas que se abren en su rostro; ni siente la gente que se está yendo a sus casas abrigadas, después del espectáculo horrendo; ni nota en su brazo la mano cariñosa de Juan, ni las palabras de las mujeres que la acompañan, ni el dolor de sus pies llagados que han venido hace tres días caminando, corriendo, desde Nazaret.

No, no siente ningún dolor, porque toda ella es un inmenso dolor, de pié, junto a la cruz...

No: nada siente, nada ve, porque todos sus ojos son para la mano de su hijito que, recién, finalmente, inmóvil sobre el horrible clavo, crispada se cerró...

Y la sangre que gotea. Gota, gota, gota

Mamá, me lastimé... y mostraba el dedito pinchado y el puntito de rubí, y levantaba la carita haciendo pucheros esperando el consuelo de la mamá...

¡Ah!, y cómo lo recibías en tus brazos, pequeño rubio mimoso, siempre sucio de aserrín, y cómo se te fruncía el ceño pensando en esa carpintería llena de peligros para tu bebe, y las astillas, y los formones y los clavos de José...

Clavos y madera...

María, qué te han hecho...

Vamos, María, no te quedes allí, de pié; ya nada puedes hacer... ya no tiene más a tu bebe... Ya no puedes quitarle el frío abrigándolo en tus brazos, ni sacudir de su pelo las astillas y aserrín de espinas, ni besar su mano...

María, vamos, ya no es más tu pequeño Jesús... Es un cuerpo muerto y desfigurado.

Recuérdalo, más bien, con su sonrisa de muchacho, cuando volvió el primer día de trabajar con José; recuérdalo serio y hermoso cuando José murió y se hizo cargo de la casa y del taller; recuérdalo, aún, el día que se despidió (aunque ese día lloró tu corazón) cómo te miró con esa mirada que quería parecer serena y en la que volcó por ti todo su amor...

Vamos, María, qué te han hecho...

Y María no oye... ¿qué vas a consolar vos; Juan, a la madre que sufre por el hijo? qué le vas a decir, qué paraísos de gloria le podrás prometer si, ahora, ahora, ella quiere tenerlo, besarlo, arrullarlo... y no lo tiene...

Pero ¿y la fe? Oh si, María cree y María desde l comienzo sabía -como han de saberlo todas las madres, pero ella lo sabía de una manera especial- desde el comienzo sabía que su hijo era de Dios... y sabía, como lo se yo y como lo sabes vos, que su Hijo iba a resucitar, y, cuando luego le dijeron que lo habían visto y que se había aparecido, no dudó un instante en creer...

Pero María, como vos y como yo, tuvo lo mismo que esperar, con la pena y la nostalgia de toda su carne de madre y de sus entrañas arrancadas y su congoja sin respiro, tuvo que esperar su propia muerte y paso al Padre, para poder encontrar otra vez en sus brazos y en sus labios y en sus ojos a su siempre niño Jesús...

Todos se han ido, en la ciudad comienzan a encenderse los primeros fuegos y ya se están cocinando los corderos para la fiesta y el vino ya está en las jarras...

Afuera frío, viento; María sola ya, de pie, junto a la cruz...

Qué te han hecho María

porque nadie los ve, pero ella también lleva bajo su mantilla corona de espinas, también ella está clavada en la cruz...

Porque, María ¿permites que revele algo de tu secreto con mis pobres palabras? Tu no tenias, no tienes, solo un corazón de madre hecho de instinto materno, hecho de humana responsabilidad materna...

Porque tu Hijo tampoco reducía su horizonte a sus amores de hombre: tu hijo era Dios: el Verbo sostuvo su corazón de carne y le prestó en parte la grandeza de su propio corazón. Jesús fué preparado por la gracia para poder llevar en su conciencia y en su corazón las vidas, dolores y amores de todos los hombres de los cuales él debía ser en el reino definitivo el hermano mayor.... ¡Y sí que los llevó los dolores, los dolores que sufren los hombres y los peores aún que son los que ellos mismos se causan y causan a los demás!

No fueron solo doce apóstoles, su familia, un centenar de conocidos los únicos que fueron objeto de su amor y compasión: en el fondo de su alma ensanchada por la gracia, Jesús, a todos nos conoció y nos amó... Y por eso con nosotros y de nosotros con cada uno sufrió...

Y algo semejante pasa en el interior de María...

El mundo de hoy, volcado a lo externo, al ruido, al movimiento, a la superficialidad, es incapaz de comprender esas honduras del alma, en donde se concentra el tiempo, en donde el pasado es presente y el futuro ya llegó; esos instantes en que el reloj marca un segundo pero en donde en el alma se vive casi una eternidad... algo así como esos sueños que parecen que no terminan nunca, pero que, en realidad, los neurólogos dicen, duran apenas un santiamén... El mundo de hoy no comprende esas alturas del espíritu, alturas místicas, desde donde, en una sola mirada -algo así como lo que dicen que pasa en el instante antes de morir o un accidente: se hacen explícitos, en cámara lenta, todos los detalles, se avizoran todas la geografías, se palpa toda la historia... Ni tampoco comprende el mundo esos estados hipersensibles en que el hombre se hace capaz de tomar conciencia de hasta el último átomo de su cuerpo...

Pues algo así, pero mucho más, pasa en esa eternidad que vive, frente a la cruz, el corazón y la mente de María agrandados por la gracia a la totalidad del tiempo y del espacio.

No: no es solamente su hijo Jesús quien está clavado en la cruz y la clava a ella: son todos sus hijos y todas sus hijas que adoptó como hermanos y hermanas de Jesús cuando le dijo sí a su Dios el día de la Anunciación...

Qué te han hecho María

No: María no es solo la figura frágil y patética, en oscuridad y viento, de pie bajo la sombra de la cruz... Es el dolor de todas la madres, es el dolor y la muerte de todos los hijos el que está realmente allí, resonando en aullidos de angustia, de lágrimas impotentes, de dolores sin consuelo, en el corazón inmenso de la Dama, de la Madre, de pie frente a la cruz...

Todo el inmenso dolor del mundo enmudece y se encarna en la cruz de María y de Jesús...

No hay dolor humano que ellos no compadezcan, no hay lágrima derramada, ni angustia sufrida por el más minúsculo de los hombres del pasado o del futuro, en la tierra o en Marte, por la más humilde de las madres, por el más insignificante de los hijos, ni una sola, que María y jesús, en ese instante que no pude medir ningún tiempo, en esa mirada para la cual no hay distancias, no recojan en sus corazones lacerados.

Sí: qué te han hecho mujer, cómo es que te han preparado así tan cruelmente para recoger tanto dolor...

Pero yo se, María, Señora, yo se también, que, en ese fondo de casi desespero que te hizo clamar muda junto con tu hijo "Dios mío porqué me has abandonado", yo se que allí, en ese fondo, se encuentra la fuerza de la roca que te hace estar allí clavada, de pie, frente a la cruz...

Yo se que allí, en esa hondura casi de tinieblas se estrella la angustia sobre un suelo de sólido vigor. Yo se que allí en el abismo del no comprender y del absurdo de tanto aparentemente inútil sufrir, se encuentra ya el principio del comprender...

Y yo se que, en todos mis dolores y mis penas y mis fracasos, desde ese tiempo sin tiempo que vives frente a la cruz, siempre me acompañas. Y yo sé que, si me abrazo a tí, no sucumbiré, y que algo me transmitirás de tu fuerza para seguir de pié...

No: ya no te digo más "vamos María, vamos, ya está, tu hijo ya murió"...

No: quédate, quédate de pie, acompáñame cuando tenga que sufrir y luchar... Si estás conmigo yo se que nunca desfalleceré. Tómame de la mano, con Jesús, desde la cruz...

Porque yo se también María, que en medio del viento y del frío, contigo Señora, sed destaparán las nubes y brillarán las estrellas y, allá, en el horizonte, el rojo del alba comenzará a anunciar el sol...

y la cruz se transformará en espada brillante, que hendirá en dos todas las oscuridades, sanará todas las llagas y conquistará victoriosa la gloria de la Resurrección.

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