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Sermones de Cuaresma

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento


1995 - Ciclo C

viernes SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

SERMÓN

Dolor: "sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior", define fríamente el DRA. Sus estímulos -dicen los que saben- son diversos, p.ej., el pinchazo y el calor, para la piel; la inflamación, para las mucosas; la distensión, para las vísceras huecas de fibra muscular lisa; la inflamación y la distensión, para las serosas; la anoxia, para el miocardio...

Fibras sensitivas y vegetativas -los llamados 'nociceptores', Delta A y C - conducen el estímulo a la médula espinal. Allí algunas largas fibras nerviosas mandan directamente la información al tálamo, de donde otras neuronas alcanzan el cortex cerebral. Las Delta A originan un dolor agudo, rápido, corto, bien localizado al ser procesado por el cerebro. Las fibras C transmiten, en cambio, sensaciones más permanentes, lentas, insinuantes, no tan localizadas, que avanzan por neuronas más cortas con muchas sinapsis, que retardan la información hacia el tálamo, pero cuando llegan la mantienen sorda, persistente, molesta... Nociceptores hay por todas partes: la piel, los vasos sanguíneos, los músculos y sus fundas, el tejido subcutáneo, el periostio, los órganos internos... El dolor a su vez puede producir espasmos, calambres, convulsiones, que suman dolor al dolor... Si es superficial -piel o mucosas- y quemante o pungente, lancinante o urente, es vivo y excitante: provoca reflejo de huida, aumento del pulso. Si es profundo -vísceras, nervios, arterias, periostio...- se hace difuso y persistente, opaco y pulsátil: es depresor, baja la presión y el pulso, causa nauseas y vómitos, aflojamiento de los esfínteres, secreciones...

Neuralgias, cefalalgias, gastralgias, tantas 'algias' para tantos lacerados miembros, para tanta dolorida humanidad...

También el ordenador, la computadora, lanza su queja de advertencia cuando apretamos la tecla equivocada; se enciende la luz roja del tablero del auto; titila la alarma y aulla la sirena cuando en la máquina, en el edificio, en la ciudad algo va mal...

Teóricamente el dolor es la alarma de la biología cuando algo agrede al ser vivo o lo hace peligrar. Mecanismo sutil de advertencia que hace que el animal no meta la mano en el fuego, reaccione rápidamente frente a la agresión, o busque remedio a su enfermedad...

Genialidad de la naturaleza, recurso astuto de la evolución, inteligente medida de seguridad de la supervivencia de las especies, bendición del mundo animal...

Pero ¡ah dolor que te haces mío! ¡ah dolor que te asientas en un miembro humano! ¡Cerebro de nuestra especie que llevas a la conciencia lo que, si no, sería solo una advertencia, una mala noticia! Complicado cerebro nuestro que elabora el dolor en sensación y en miedo, en emoción y tristeza, en angustia y desdicha, en pesar y congoja...

Y ya Aristóteles había anotado que la tristeza y angustia humana podía producirse incluso sin agresión física, porque el dolor que en el animal surge por lo que lo amenaza biológica, físicamente, en el hombre también puede desatarse ante la mera amenaza anímica. " Cualquier situación hostil a la realización del hombre -dice Aristóteles- causa dolor ".

A la realización del hombre ... Realización. Realizado, "¿ Te sentís realizado ?", preguntan los periodistas...

Pero ¿qué es hombre, para vos, sentirse realizado... o, por el contrario, sentirse fracasado...?

Situación hostil ¿a qué? ¿a tu economía?: no conseguiste el sueldo que querías, te bajaron las acciones, perdiste el campo, la fábrica, la empresa... ¿Eso te causa dolor? ¡Claro que sí! sos humano y humanos somos también teniendo y pudiendo ofrecer comodidad, bienes, educación, futuro a aquellos a quiénes amamos... ¡cómo no voy a sufrir si no puedo adquirir para mi aquello que deseo o necesito! Sobre todo: ¡Cómo no voy a sufrir por no poder dar lo que necesitan o desean a aquellos a quiénes amo y de mi dependen!

Pero claro que hay otras situaciones hostiles a tu realización. Quizá te duela el no haber triunfado en lo tuyo, no haber superado el examen, no haber terminado tu carrera, haber tenido que cambiar tu vocación, no haber llegado al prestigio que ambicionabas, no ser uno de los mejores en tu profesión... (otros en cambio, muy cerca tuyo, lo lograron...). ¿Eso te causa dolor? ¡Claro que si! Por lo menos a veces si; y mezclado con envidia, que, en los buenos, es simplemente otra clase de dolor...

Pero cierto que estos no son los grandes dolores; porque el hombre no se realiza principalmente en su bolsillo, ni en su oficio, ni en su carrera: el hombre, antes que nada, se realiza en la amistad, nace hambriento de amar y ser amado, necesitado de quereres...

Si: y quizá no has sabido amar, no has sabido despertar amor... Te faltó padre o madre, no tuviste hermanos, ni novio, o no tuviste hijos... O todo eso tuviste pero no supiste amarlos; no te amaron a vos; vivís junto a ellos pero no con ellos. O quizá te separaste, de dejaron, te diste cuenta de que te amaban mal; quizá se fueron, partieron, a lo mejor han enfermado, decaído, muerto... ¡Oh, inmenso dolor...: un hijo muerto, un hermano muerto, viudo vos...!.

Sí: ¡Qué endorfinas, que analgésicos, que opiáceos podrán mitigar esos dolores...! Dolor del amor no retribuido. Dolor del no tener a quien amar. Dolor de la soledad... Dolor del hambre de compartir, pena inmensa del monologar, del abrir la puerta de la casa donde nadie me espera, del encontrarme a oscuras, sola, solo, cuando apagada la pantalla enmudece la sonrisa falsa de vidrio frío del locutor...

Pero ¿habrá algún dolor más grande? Y ¿si en realidad, no estuvieras hecho solo para tu salud -"basta la salud", dicen los tontos-, ni solo para tu bolsillo, para tu status, para tu posición social, para tus buenos amores, sino -solo por hipótesis te lo digo- si en realidad estuvieras hecho para Dios...?

Si en realidad tu vocación de amor fuera tan grande que solo la fuente misma del amor y del bien y de la belleza lo pudiera saciar, si solo en Dios pudieras encontrar tu perfección, ¿no sería esa -el no poseerlo- la fuente máxima del dolor...?

Pero "¡Oh! ¿qué me dice? ¡hay tantos que viven sin Dios y no les importa nada!"

Si, claro, pero hay tantos que viven y vivieron sin electricidad y sin canillas, sin penicilina y sin Beethoven, sin alfabeto y sin Cervantes, sin tantas cosas que hoy cualquiera tiene, y tampoco sintieron su carencia... ¡Qué sabían o qué saben a lo que podía o puede llegar el ser humano!: qué sabía el hombre del paleolítico, de las cavernas, que su cerebro era capaz de manejar una computadora, llegar a la luna, escuchar a Mozart, construir un ciclotrón... ¡Qué sabe tanta gente que su cerebro está hecho para Dios! Que hasta el último nervio, la más abandonada de las dendritas, la última gota de líquido raquídeo, el extremo más inútil de su apéndice y de su uña y de su pelo, todo, todo lo que es, está hecho para Dios, y si no lo logra, si no lo consigue, si no se prende a El en la fe y en el amor, si lo pierde, si finalmente no lo alcanza... ese si es el fracaso, la ausencia, la carencia más espantosa, el malogro, la ruina más total...

¡Qué vas a saber vos del horror del pecado, vos que nunca gustaste la hermosura de la gracia, la exaltante sensación de la amistad divina, de la camaradería con Cristo, de la paterna afirmación de tu existencia en el amor que Dios te tiene; y jamás has vivido, en la esperanza, la ambición de los bienes del cielo! ¡Que voy a saber yo -cristiano- de pecado si casi ni idea tengo de ese cielo que pavorosamente corro el riesgo de perder...!

Aunque, quizá, quizá, las oscuras nostalgias que siempre quedan en la intuída desilusión de los bienes que, obtenidos, del todo no te llenan; quizá en el miedo de perderlos; quizá el saber que los minutos de gozo se te escapan uno a uno desde el reloj de tu muñeca; a lo mejor algo de ello te susurra que estás hecho para algo más...

Y a lo mejor, cualquier dolor, en el fondo, ¿no será el anticipo, pero anticipo benigno, mitigado, -como la alarma que te despierta, la luz roja que te hace estar alerta, el ¡atención! que te hace detenerte en la bocacalle- el anticipo amortiguado, de aquel gran dolor que no sos todavía capaz de sentir y que será el perderte aquello para lo cual has sido hecho...? Ya que todavía no podés ni sabés sufrir la ausencia de Dios, los sufrimientos humanos ¿no serán simplemente el recurso de Dios para incitarte a que no te arriesgues al sufrimiento supremo, su definitiva ausencia, tu supremo fracaso..?

Desde su espalda lacerada, despellejada por las púas de hierro de los tientos del látigo romano, desde los nervios comprimidos por los clavos entre los huesos carpianos de su mano y entre el escafoides tarsiano y el astrágalo de sus pies; desde sus brazos extendidos impidiéndole la respiración; todos sus nervios y fibras transmiten a su tálamo y su cortex ramalazos de alarma agudos, pungentes... y sordos, permanentes, despiadados, desesperados mensajes de dolor...

Ayer en su cena ha podido conservar la apostura, hacer su ofrenda con serenidad, celebrar dignamente su misa...

Hoy la Misa es él: su cuerpo torturado, su carne pendiendo en la cruz, la mujer anonadada frente a su cruz... La pulcra Misa en pan y en vino, se ha transformado en sangre, tortura, moscas, sordidez...

Nada queda de humano en ese cuerpo destrozado. El rostro tumefacto y amoratado forma un solo telón de goteante rojo hasta el extremo aullante de sus clavados pies...

Quien será tan torpe que no le conmueva el patetismo cruel de esta terrible escena...

Y, sin embargo, ello no es sino lo más externo, superficial, leve, de lo que por dentro está viviendo, muriendo, el Señor...

Despojo, pobreza, pudor herido, vergüenza, carne expuesta a la mofa de los que pasan, a la risa inhumana, a la burla soez...

Mamá, andate, andate, no quiero que me veas así...

Y adentro, el gemido inmenso, el estrujamiento y hielo de la soledad: Pedro, ¿donde estás? ¿Santiago, Andrés...? Judas, Judas, Judas de Cariot, ¡cómo pudiste...! ¡Pueblo mío!

Y donde estás Padre, que ya no se si eres mi Padre: Dios, si, Dios, ¡solamente Dios!, ¿porqué me abandonás...?

Y el alma de Jesús, preparada para ello desde todos los tiempos, unida hipostáticamente al Verbo, lúcida sobre la extensión del tiempo y de la historia y de la geografía, se abre de pronto, en ese amor divino que trasverbera su corazón y que se hace infinita compasión a los suyos, se abre a todo el dolor del mundo... La cruz se transforma en el eje del tiempo y del espacio, en el pararrayos colosal donde convergen todos los espantos, crímenes, soledades y sufrires de la humanidad... De repente, en Jesús, se vuelcan todas las penas, todos los fracasos, todas los abandonos. De pronto, se abre su espíritu a todas las tinieblas; sus oídos a todos los aullidos del humano dolor; su corazón a todas las traiciones, a todas las ingratitudes, a todos las congojas, desconsuelos y padeceres... Allí caben todas tus lágrimas y tus pesares, tus miedos y tus caídas, tus miembros envejecidos o enfermos y tu corazón vacío, la lágrima del niño y la mirada perdida del anciano, la flor marchita sobre la tumba y la que se seca en el libro de la abandonada, el huérfano que mendiga por la calle y la mujer violada, la bomba que explota entre la gente y el miedo previo a la batalla...

Todo, como un inmenso camión de basura que empujara sus desperdicios -el indescriptible dolor del mundo- desde los confines del tiempo y de la tierra, todo, se descarga grosero, sucio, maloliente, oscuro, brutal, en el alma de Jesús.

Pero él, sobre todo, que en la escuela de María ha aprendido a vivir cerca de Dios, y en el rostro de José ha aprendido a gozar de su paternidad, y en la proximidad hipostática del Verbo, en la intimidad de la oración, ha vivido el paraiso de la gracia, del gozar a Dios; El, que sabe lo que es Dios y del supremo mal de su ausencia, en este momento la vive en horripilante plenitud, en su pavorosa oquedad.

Ya no es ahora solamente el dolor de sus nervios estrujados, ni la salvaje furia de lo humano lo que se precipita sobre él: es la oscuridad impenetrable, la muerte en su aspecto más pavoroso, el Fracaso pleno de la ausencia de Dios, del infierno del pecado, de la aflicción inconsolable del ver tanto hermano hombre que se aleja, desconoce, olvida, pierde, carece, de aquello por lo cual al hombre se creó: mutilados de Dios, desnudos de Dios, indiferentes, incapaces de amar a Dios...

Y, en el terrible instante sin tiempo, de ese instante sobre todos los tiempos, el alma de Cristo se enfrenta desnuda, inerme, a la indescriptible realidad del horror del pecado, horror sobre todos los horrores, que nosotros apenas somos capaces de percibir porque nuestra ignorancia apenas sabe sufrir los dolores del cuerpo y algo de los dolores del alma...

Y la conciencia lacerada de Jesús desciende finalmente a los infiernos de esa terrible ausencia de Dios: "Dios mío, Dios mío: me has abandonado..."

Pero justo allí, en sus manos, en su cuerpo, en sus espaldas, en su alma, todo el dolor del mundo, todo ese desecho perverso de la historia, toda esa inútil alarma, inexplicable dolor, pervertida maldad, helada lejanía de Dios, todo ello, de pronto, toca fondo, y desde ese hondón en donde sus pies quieren apoyarse y tomar impulso para retornar a la superficie, saca fuerzas: el espanto se hace ofrenda y todo el dolor adquiere allí sentido, porque, en esa hondura de su acuchillado y destrozado corazón, es capaz de cargar todo, asumirlo, y convertirlo en ofrenda de si al Padre, aceptación plena de su voluntad, hacerse hijito en sus brazos, y realizar un acto de final confianza -con su dolor, con mi dolor, con tu dolor- en el amor de su padre.

"En tus manos Padre, encomiendo mi espíritu."

Y así, finalmente, esa cruz, con las nuestras, se hace acto de amor, promesa de vida, vísperas de Resurrección

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