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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2004. Ciclo C

12º Domingo durante el año
(GEP 20/06/04)

 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas  9, 18-24
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado» «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios» Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará».

SERMÓN

            Terminado ya el tiempo pascual y vueltos otra vez al tiempo común, durante el año, los fulgores pascuales han seguido motivando el tema de nuestras últimas fiestas: la solemnidad de la Santísima Trinidad, la solemnidad de Corpus Christi, del Sagrado Corazón. Todos luminosos misterios que nos hablan de que esa Pascua, esplendor de transmisión de vida y de transformación de lo humano en lo divino desde el amor y la generosidad de Dios, hunde sus raíces precisamente en el vivir divino. Vivir único ciertamente, como único es Su ser y Su existencia, pero vivir que no se cierra en el yo, el ego de una sola persona, sino que, en desborde de existencia impulsada precisamente por el ser de un Dios cuya definición es 'amor', se deshace en tres Personas, si se las puede llamar de alguna manera. Tres tús que desbordan el único yo divino en una especie de nosotros, donde ninguno de los tres tiene nada por sí mismo sino que es puro darse al otro en la inexistencia de ego alguno. El Padre puro darse al Hijo, y el Hijo, también sin ego, puro referirse al Padre y, con el Padre, al Santo Espíritu. Cada persona en el seno de la Trinidad es un puro olvido de sí mismo y afirmación de las otras.

            Cuando ese vivir de trino amor se refracta en el prisma del tiempo y el espacio de la criatura, de este universo creado para el hombre, se hace Cruz y Resurrección, Corazón Sagrado, porque también Jesús, regalo de sí mismo hecho por Dios a los hombres, es puro olvido de Sí: solo darse a su Padre y a nosotros. Pero, a imagen de las personas trinitarias, es justamente en ese darse, 'no cuidadosamente' reservarse' -como dice San Pablo-, como alcanza la Resurrección. La Cruz, la muerte, en Jesús, no es la extinción de una vida que hubiera querido prolongarse egoísta en este mundo, como la de la mayoría de los animales y los hombres, sino puro signo de esa entrega, de ese darse consagrándose, que lo hace saltar a la gloria y a la Resurrección.

            Y así, contrariamente a lo que nuestra pobreza de percepción alcanza a ver, la cruz de ninguna manera es instrumento de muerte sino de vida, de una vida que nace en la muerte y por la muerte, cuando ésta es vivida como regalo y sacrificio de amor. Juan lo ve claramente cuando no quiere distinguir en la hora de Jesús dos pasos: uno el de la muerte y otro el de la Resurrección. El momento de la cruz es, para San Juan, el momento de la glorificación: el instante en donde el éxtasis, el darse de amor de Cristo en pleno olvido de sí mismo, lo pone en consonancia y resonancia con su 'ser pleno recibir del Padre y con Este darse en el amor, en el Espíritu', a Dios y a nosotros. Su vida de Resucitado consistirá desde entonces en este eterno darse a la manera de las personas trinitarias. Ofrenda permanente. Sagrado Corazón. Eucaristía. "Haz de nosotros ofrenda permanente", dice una oración del Misal Romano.

            Ese ser ofrenda permanente y no ego excluyente, centro de gravedad de todos mis deseos narcisistas, agujero negro que digiere a todo y todos los que me rodean, ese 'darme' es lo que verdaderamente produce en los que amo y en mí la vida.

            Es en las profundidades inagotables del trinitario amor divino y en la fecundidad de la Cruz, amor total de Cristo florecido en Resurrección, donde se asienta, pues, el claro enunciado de Jesús: "El que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la salvará". Como el Padre pierde la vida en el Hijo y en Él la salva; como el Hijo se pierde en el Padre y con el Padre en el Espíritu Santo y así vive; como Jesús pierde su vida en cruz y la salva en pascual gloria, así el cristiano, solo renunciando a si mismo, siguiendo al Señor, dándose a los suyos sin reservas ni cerrazones suicidas, su vida salvará.

            Que en este día del padre -coincidente este año con el día de la Bandera, símbolo de la patria, que es lo mismo que decir 'tierra de padres'- nos remontemos pues, al origen de toda paternidad, la de Aquel que, porque nada busca para sí en el puro transmitir vida por amor, Es lo que Es, en infinito y pleno gozo y felicidad, por los siglos de los siglos.

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