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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1995. Ciclo C

12º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas  9, 18-24
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado» «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios» Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará».

SERMÓN

            En el idioma griego -que como Vds. saben es la lengua con la cual está escrito el nuevo testamento- hay varios términos para designar al pueblo, a la gente.

            El más conocido es el de demos, -de allí, p. Ej., demo-cracia, gobierno del pueblo, - de una raíz que significa dividir, y que significa originalmente porción, división de gente reunida por razones territoriales, y sirve para caracterizar al "pueblo" frente al rey, a los nobles, a los terratenientes. Salvo en Atenas, y por poco tiempo, donde designaba a los hombres libres, el término más bien tenía un significado peyorativo, despectivo, negativo: el vulgo, la turba. El término es poco usado en nuestros evangelios.

            Pero significado más peyorativo todavía tenía el vocablo ojlos que quería decir multitud, gentío. Servía para denominar a la gente masa, sin dirigencia, sin autoridades; lo que diríamos la plebe, o el populacho.

            En cambio el término pólis hablaba de ciudadanos organizados, de personas viviendo en comunidad, en la ciudad -de allí, política, policía-. Polis deriva de una raíz indogermánica que significa llenar, y hablaba, pues, del relleno de los terraplenes que servían de contrafuertes a los muros que rodeaban y protegían la ciudad. La polis era la organización ciudadana y solidaria que vivía dentro de los límites protegidos de sus murallas; y, al mismo tiempo, definía a sus integrantes como formando parte de la comunidad, contrariamente a los extranjeros, o a los advenedizos, o los refugiados o villeros de la época.

            Pero quizá el término más prestigioso, para designar a gente, era el de laos, término de origen militar, que designaba a la polis, si, pero organizada en ejército: los ciudadanos acaudillados por sus jefes, el pueblo en guerra, el pueblo saliendo de sus muros y abriéndose al mundo para la conquista, liderado por sus señores y dirigentes legítimos. A todo ese conjunto, no solo a los de abajo, sino al cuerpo social organizado y jerarquizado, con una misión, con un norte, con una empresa, con armas y estandartes, a ese conjunto se le llamaba laos.

            Es curioso que sea este término el que haya elegido la sagrada Escritura para designar a Israel y luego a la Iglesia: el pueblo de Dios, laós Zeoú.

            Y es bueno recordar que es del término laos de donde proviene nuestro vocablo laico: miembro del pueblo de Dios; miembro combatiente, en armas, del pueblo de Dios acaudillado por Cristo.

           Cuando Cristo pregunta a sus discípulos "¿quién dice la gente que soy?" para decir gente utiliza la palabra ojlos, casi sinónima de demos, como si dijera "¿quién dice la democracia, el voto popular, la opinión pública, las encuestas, las muchedumbres masa, que soy?" "¿qué dice Neustadt, Moria Casán, el pastor Gimenez, Aliberti, Verbisky, Maradona, la gente a la cual ponen el micrófono por la calle -ya que todos pueden opinar y contestar sobre cualquier cosa- quién dicen que soy?

            Y ahí, entonces, la respuesta falsa o imprecisa, a veces respetuosa, a veces no, pero nunca veraz, exacta: Juan el Bautista, un predicador, Elías, un agitador, un curador, un profeta, un maestro de moral, un subversivo...

            Hay están, sí, las opiniones de la gente, del ojlos, del demos, y aún las de los que, a través de los medios de comunicación -siendo políticos, o sacerdotes, o aún obispos, y que deberían tener una palabra autorizada- se contagian de estas opiniones y, para figurar en los medios y lograr votos y adhesiones, se pliegan a estas.

            Jesús ya sabe el valor de esos pareceres. Y, por eso, finalmente, les pregunta a ellos, a los protegidos por sus palabras y sus brazos, a los que forman el ámbito cerrado de los suyos, a la pequeña polis, a la mini-ciudad amurallada de sus discípulos: "No la gente, no el ojlos, el demos... Uds., mis discípulos, mi pequeña polis, quién dicen que soy?"

            Y ya no es el micrófono que va a preguntar a cualquiera por la calle, o a algún famoso famoso por cualquier cosa menos por su competencia en aquello por lo cual se le pregunta, "Vds., los que han empezado a conocerme, los que han escuchado mis palabras, los que han visto como vivo y actúo, Vds. ¿quien dicen que soy?"

            Y ahora ya no las voces estridentes y confusas de la multitud, de la muchedumbre, de los popes de moda, de los doctores con pipa, barba y anteojos, sino la voz jerárquica de la polis, del grupo unido de los seguidores de Jesús es la que responde. Toma la voz Simón, el que será Roca, Piedra, Pedro, en la Iglesia y da su respuesta, la palabra sensata, la definición autorizada: "Tú eres el Mesías de Dios".

          Pero, curiosamente, Lucas, como hemos recién oído, a diferencia del evangelio de Mateo con su mentalidad más judía, más estereotipada, representante de comunidades más jerarquizadas, más autoritarias, tipo sinagoga, no salta de allí a una canonización de Pedro: Feliz tu, hijo de Juan, porque lo que has dicho te ha sido revelado por el Padre, sobre ti construiré mi Iglesia, te daré las llaves del Reino de los cielos...

            No: Lucas, nuestro evangelista, el médico compañero de Pablo, ve las cosas de otro modo, que no niega lo de Mateo, por cierto; le es complementario, pero distinto. Lucas sabe, por sus largas correrías con Pablo, de las dificultades de la misión, de la debilidad de los hombres, de las discusiones con Pedro, de la necesidad de arrostrar contrariedades, y de cómo el temple y la autoridad y la verdadera doctrina se muestran en la lucha, en el combate, en la coherencia de la vida con la enseñanza, y en el enfrentar aún la posibilidad del martirio en testimonio de Cristo; no solo en una concepción hierática, jurídica u oracular de la estructura eclesiástica tipo Mateo, ni en la definición ex cathedra, ni en la oratoria, ni en la ceremonia sagrada.

            Por eso Cristo, en nuestro evangelio de hoy, a la respuesta de Pedro "Tú eres el Mesías de Dios" no responde con alabanzas al primado, como Mateo, sino que, sorprendentemente, con severidad, reprendiéndoles -dice el texto griego- les manda callar, que no se lo digan a nadie.

            Jesús sabe del Mesías triunfante, tonante, poderoso de poder político, que están esperando sus discípulos. Cristo sabe del permanente exitismo, de la tentación de poder, riqueza y notoriedad, de medrar con su nombre, que será el desliz casi infaltable de las estructuras hieratizadas de la Iglesia... y aún del uso que querrán hacer supersticiosamente de él muchos cristianos cuando alcance el poder divino y la corona triunfal de la Resurrección, como si fuera un ídolo más, para solucionar sus problemas particulares, para pedirle cosas, y no para ponerse en marcha en imitación, tarea y seguimiento... Cristo con su poder, sus milagros, su prestigio; la Iglesia con sus estructuras, su liturgia, su arte, su historia, su influencia; puestos al servicio de los intereses particulares de los hombres, cuando no al propio servicio de los que deberían servir, no ser servidos...

            Y Jesús ve ese futuro como tentación demoníaca de la Iglesia y de los cristianos... Eso ya había sido magistralmente pintado por Lucas en la escena de las tentaciones de Jesús en el desierto -todos los bienes y reinos de este mundo puestos a sus pies- y que reviven en la respuesta casi ingenua y a la vez presuntuosa de Pedro. Por eso ahora Cristo les habla del camino del verdadero seguimiento. Porque, contrariamente a lo que piensa Pedro, el sino de Jesús no será ser aplaudido, al menos en su dimensión real y divina, por los periodistas, por el poder político, por las finanzas de este mundo, sino el ser rechazado por "ancianos, sumos sacerdotes y escribas". "Senadores, mass media, leguleyos" harán mofa de él y, si molesta mucho, condenado a muerte será.

            Y ante la confusión de Pedro, que quería seguirlo con mitra y con chequera, con báculo y con cetro, con incienso y con aplausos, con cátedra y con primeras planas, con seguro de vida, de salud y de próspero futuro, Cristo les señala el camino de la renuncia del soldado, de la vigilia del combatiente, de la cruz de la batalla, del riesgo permanente a los flancos peligrosos de su Señor. Porque "el que pierda su vida por mi la salvará..."

            Poco a poco, Jesús va abriendo los ojos de sus discípulos a la verdadera naturaleza de la Iglesia que está por fundar: no la multitud supersticiosa detrás del poder benéfico del ídolo o del fetiche; no la exaltación de la histeria colectiva de las masas suscitadas por el demagogo o el falso predicador o sanador: ni el demos ni el ojlos. Pero tampoco la polis tranquila, honorable y burguesa, amurallada detrás de sus seguridades, de sus ritos, de sus jerarquías sagradas y de sus libros intangibles, cerrada en si misma, desconociendo el barullo hostil o indiferente del mundo, viviendo en descendiente natalidad de las viejas palabras y de los bienes heredados, ni tratando de adaptarse camaleónica, gatopardesca, bonapartistamente, al nuevo Orden... La Iglesia ha de ser -nos dice Cristo- el pueblo en armas, el laos, el verdadero laicado cristiano, alentado y fortificado por sus sacerdotes, todos misión y lucha, sal y levadura, sudor y sangre, compromiso y coherencia, en ese combate cotidiano del verdadero laico, del auténtico cristiano, que, porque realmente quiere salvar su vida, la pierde hacia Dios y los demás, en amor y entrega, en despojo de si y de toda impedimenta, en la verdadera libertad que, para servir a Cristo y a los hermanos, da la cruz.

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