Estos fines de semana largos son ocasión obligada de ansiosas consultas a los pronósticos meteorológicos y, consecuentemente, a la protesta generalizada por su habitual incumplimiento. Los pobres meteorólogos son tildados de ser tan poco fiables en sus predicciones como los astrólogos o los tiradores de cartas de Tarot que hacen su Agosto en la Recoleta explotando la estupidez de la gente.
Alguno hasta insinúa que nuestros pronósticos locales de tiempo son malos por la siempre denostada ineptitud argentina. Lo cual no es verdad, porque se trata de un mal universal, ya que, con los estudios satelitales y la comunicación global, nuestros pronosticadores criollos dependen de resultados ya internacionales. Basta ver ese canal que no se como se llama pero que se dedica al tiempo. (Y la verdad es que a uno le tiene que sobrar el tiempo para dedicarse a verlo.)
Pero la culpa -digámoslo de una vez- no es de los pobres meteorólogos autóctonos o foráneos, la culpa es de los fenómenos mismos, que obedecen a una tal variedad de causas aleatorias que, al menos a largo plazo, son totalmente impredecibles. Las concatenaciones de causas fortuitas, de pequeñas perturbaciones iniciales de alguno de los tantos factores, a medida que pasa el tiempo, van mudando los resultados exponencialmente, y son capaces de provocar a la larga enormes e insospechados cambios. Tan es así que, contra las teorías físicas admitidas hasta ahora -newtonianas, laplacianas- de rígidos enlaces causales capaces de hacer previsibles los hechos futuros, hoy, matemáticos de nota como Ford, Stewart, Gleick, Crutchfield, Gutwiller, están desarrollando la llamada "física del caos", la teoría del caos. Esta teoría, junto a la de la relatividad y la cuántica, pone absolutamente en duda la predictibilidad de la marcha, no solo de los fenómenos meteorológicos, sino de los químicos, físicos y biológicos en general tan pronto se introduzcan más de dos o tres causas variables coordenadas. ¡E imagínense en la realidad, en los grandes acontecimientos -tanto físicos, planetarios, como históricos- la cantidad de causas que intervienen! Es, pues, matemáticamente imposible predeterminar la marcha de los hechos con exactitud, tanto menos cuánto más al futuro nos adentramos. Y el ejemplo clásico de la teoría del caos viene de la meteorología: el batido de las alas de una mariposa en Kenya que, a través de millones de encadenamientos causales, es capaz de provocar finalmente una tempestad en Arizona.
Pensemos cada uno en nuestra propia vida ¡que distintas hubieran sido las cosas si aquel día no nos encontrábamos con tal persona; si, en vez de elegir la profesión que ejercemos, hubiéramos optado, en nuestra juventud, por otra; si en lugar de doblar en aquella cuadra hubiéramos doblado en la anterior; si hubiésemos mirado el espejo retrovisor a tiempo...! ¡Millones de posibilidades, millones de bifurcaciones de camino que -a lo mejor en sí sin importancia- cambiaron o hubieran cambiado substancialmente nuestra vida! Aún nuestra existencia: si nuestros abuelos no se hubieran hallado en esa ocasión; si de los miles de espermatozoides que el día de nuestra generación pugnaron por llegar al óvulo, en vez del que en efecto llegó y formó el embrión del cual nacimos, hubiera llegado cualquier otro...
A pesar de ello, de la imprevisibilidad matemática de los acontecimientos físicos, y mucho peor de los humanos, donde se introduce además lo enormemente aleatorio de la creatividad y libertad del hombre, los mismos físicos de la "teoría del caos", sobre todo mirando hacia atrás, descubren con enorme sorpresa que el universo en su conjunto no es un desbarajuste. El cosmos marcha como ordenadamente, con aparente sentido, como si hubiera un concierto, una armonía superior que subsumiera y manejara el caótico y entrecruzado chocar de las millones de causalidades de los seres individuales. Algunos hasta hablan de que pareciera existir una especie de computadora u ordenador universal que va manejando los conjuntos caóticos y desplegando el todo, holísticamente, hacia algún fin. Aún la historia humana, a pesar de la muchedumbre exuberante de sus protagonistas individuales y lo aleatorio del libre albedrío, también -dicen- parece sucederse hacia alguna meta, apuntando hacia algo, como si un procesador de textos supersagaz fuera escribiendo con ella, desde los orígenes de la especie, un relato coherente, una sinfonía ascendente y aún inconclusa...
Con lo cual siempre termina siendo verdad eso de Pasteur "un poco de ciencia nos aleja de Dios; la mucha ciencia otra vez nos lo acerca".
Sí: "un ordenador que todo lo maneja, aún lo aparentemente caótico y azaroso, en dirección del hombre y hacia algo..." Hasta esa afirmación arriba la razón humana con los recursos de la mera observación científica. El pensador, el filósofo, a partir de esos datos, razonando, puede llegar a algo más: a la afirmación de la existencia de una inteligencia todopoderosa, personal y trascendente al cosmos que va creando la realidad desplegándola en el tiempo y el espacio y culminándola en el hombre. El hombre; ese extraño ser que se hace preguntas, que mira hacia adelante y escudriña, que hambrea felicidad, que se interroga el porqué y el hacia dónde de la existencia y que, mediante la dura realidad, la descubre no solo encaminada a la muerte, sino -a pesar de sus bellezas y tantas cosas buenas- salpicada siempre de males y dolores...
Y allí la razón no basta. Pero, todavía, la sola razón descubre, con métodos propios de la ciencia de la historia, en el mismo corazón de la materia y del universo que es la historia del hombre, la existencia de Israel y de su forma de pensar supremamente original en medio de civilizaciones paganas míticas e inhumanas. Sabe también del extraño acontecimiento de la Pascua o de los sucesos que la rodearon. Puede conocer la historia de la Iglesia después de Cristo, con su mensaje de luz y su respuesta al mal, al dolor y a la muerte. Respuesta que tan grande le queda al hombre, tanto supera sus expectativas y deseos, tan inasible es en su estado terreno y embrional, que, no contra la razón, razonablemente, pero superada su capacidad de ver, tiene que aceptar luminosamente en la fe. Fe que, allende el alcance de su entender actual, lo abre a los paisajes maravillosos de la creación terminada, donde, finalmente, todo el aparente caos de nuestras historias personales encuentra su coherencia final.
Sí: allí ya interviene la fe. La fe en ese Dios ordenador, supremo computador, providente, que va tejiendo uno a uno los hilos del entramado de nuestra vida en el arduo trabajo de seducir nuestras libertades, atraernos hacia Él, sin descuidar un solo factor que incida en nuestras vidas, desde el aleteo de la mariposa capaz de producir en nosotros tempestades, pasando por el virus que se multiplica insidioso en el núcleo de nuestras células, el libro que de casualidad compramos y leímos, el encuentro con aquella persona que cambió mi vida, ese trabajo que perdí, ese terrible dolor que desgarró mi corazón -y aún no cicatriza: sangra-..., hasta el último llamado desesperado que me hará, furioso de amor por mi, en el instante previo a mi definitivo cesar de pensar o de vivir...
"Ni un solo pájaro cae en tierra sin el consentimiento del Padre que está en el cielo...." "Tenéis contados todos vuestro cabellos..." Todas vuestras células, todos vuestros átomos... "No temáis; que valéis más que millones y millones de átomos y de estrellas y de pájaros..."
Todo lo ha hecho y hace Dios por vos, por mi... Todo lo maneja hacia ese misterioso Bien, tan lejano a nuestros anhelos y tan suyo para nosotros, sin descuidar un solo ápice, ni instante, ni circunstancia de nuestro existir...
Sí: caerás ¡pobre pájaro! en tierra; perderás los cabellos; enfrentarás males; te aquejarán dolores... No te dice Jesús que sacás, en la fe, un seguro contra las calamidades de esta vida, ni te ilusiona para que tengas la boba confianza de que siempre resolverá tus problemas de este mundo. Lo que dice es que todo, todo, lo conduce, aún a través del caos y del dolor y de torbellinos impredecibles de tu vida que nunca imaginaste ni pudiste pronosticar, en la armonía superior del evangelio, en la sofisticada programación de la Pascua, todo lo lleva a que te encuentres con El y a que, en los brazos abiertos de su Hijo en cruz, descubras su apasionado reclamo de amor.
El hombre podrá brutalmente hacer estallar tus vísceras en pólvora y napalm; introducir groseramente un hierro filoso en el palpitar de tu miocardio y detener tanta maravilla; ahogar en gas letal los alvéolos sedientos de aire de tus pulmones... Mil maneras distintas de matar o, a lo mejor, solamente de hacer sufrir -que para eso sí que ha tenido inventiva el hombre-. Y nada de esto -te dice Jesús- será determinante para tu vida -como no lo es para la marcha de la historia del universo un terremoto ni un tornado- si la parte profunda de tu yo, de tu persona, eso que el evangelio llama, a lo griego, 'alma' -allí donde no puede llegar ni el acero, ni la bofetada, ni en el fondo el odio, ni la burla, ni la opresión-, si esa parte bien tuya de vos mismo, permanece adherida al amor de Dios.
Nada temas, salvo a esa porción terrible y ominosa de tu libertad que es capaz de negarse al llamado de Dios e instalarte para siempre en la muerte, en la gehena.
El evangelio de hoy es un llamado a la confianza, pero también a la seriedad. La vida del cristiano no tiene porqué moverse en los cauces de lo previsible, de lo dominable por nuestros pobres razonamientos; puede enfrentarse muchas veces con el dolor, y -siempre- termina enfrentando a la muerte. Más aún: puede llegar a desafiar dolores provocados precisamente por lealtad al mensaje de Jesús, por coherencia con sus palabras, por fidelidad a la dignidad de haber sido elegidos por él, por el honor de su nombre y por respuesta pobre de amor al enorme amor que nos tiene El...
La confianza no está en que Dios no permitirá que este aleteo provoque aquella tempestad, ni que las calamidades de este mundo y las perversidades de tu prójimo no te alcancen; o en que Dios hará que los pronósticos que aventurabas con tu pobre cerebro siempre se cumplan... La confianza viene de saber que aún las peores oscuridades de tus calvarios y las brumosidades de tus getsemaníes son redactadas en indescifrable lenguaje de amor; y en que, si eres fiel y sabes reconocer a Jesús ante los hombres, El te llevará hacia espléndidos horizontes de luz, de imperecedero gozo, de coruscante felicidad, donde, orgulloso de ti, su mano sobre tu hombro, ante el Padre te reconocerá.