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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1983. Ciclo C

13º Domingo durante el año
26-VI-83

Lectura del primer libro de los Reyes   19, 16b. 19-21
En aaquellos días: El Señor dijo a Elías: «A Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, lo ungirás profeta en lugar de ti» Elías partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante de él había doce yuntas de bueyes, y él iba con la última. Elías pasó cerca de él y le echó encima su manto. Eliseo dejó sus bueyes, corrió detrás de Elías y dijo: «Déjame besar a mi padre y a mi madre; luego te seguiré.» Elías le respondió: «Sí, puedes ir. ¿Qué hice yo para impedírtelo?» Eliseo dio media vuelta, tomó la yunta de bueyes y los inmoló. Luego, con los arneses de los bueyes, asó la carne y se la dio a su gente para que comieran. Después partió, fue detrás de Elías y se puso a su servicio.  

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 51-62
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» Y dijo a otro: «Sígueme» El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos» Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios»

Sermón

“Para la libertad Cristo nos liberó”, es la correcta traducción del primer versículo que hemos oído de la carta de San Pablo a los Gálatas. “ Te eleutería ‘emás Xristós eleuzérosen ”. “ Eleutería ”, libertad en griego. De allí el nombre de Eleuterio que aún se utiliza en el interior.

Eso es lo que nos viene a traer Cristo según San Pablo. Pero, tan pronto uno escucha el uso de la palabra ‘libertad' en labios de los defensores de “Doña Flor y sus maridos” o en las gargantas vociferantes que últimamente arrean los politicastros al Luna Park o en el agudo e histérico tono adolescente que convocan rockeros y trovadores de izquierda, se dará cuenta de que Pablo ha de estar hablando de una bien distinta ‘eleutería' o libertad.

En realidad la libertad de Cristo entronca más con la libertad o ‘eleutería' de los griegos que con estas libertades hijas de “ Oíd mortales el grito sagrado ” y nietas de Lutero y de Rousseau.

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Porque el término ‘eleutería', entre los griegos, tenía otras resonancias. Su etimología provenía de una raíz indoeuropea “ leudh ” que significaba ‘ crecer' . Es la misma raíz que está –algo más modificada- en el término latino ‘ liber', que significa no solo ‘libre', sino antes, ‘hijo' o ‘niño en crecimiento'. O, también, en una asociación más lejana en ‘ liber ', ‘corteza del árbol', es decir la parte más viva de la planta –de allí los ‘vasos liberianos' 1 por donde circula la savia vital-. Como es de la corteza de donde primitivamente se sacaban planchas papiráceas donde se escribía, el ‘ liber' latino terminó por significar ‘libro'. Y la derivación no está mal, porque los buenos libros también hacen a la libertad.

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Así pues ‘eleutería' o ‘libertas' tenían que ver, fundamentalmente, con el ‘crecimiento', con la ‘vitalidad'. ¿Y quién no se da cuenta de que vivir ‘creciendo' es todo lo contrario de un caótico ‘hacer cualquier cosa', ‘hacer lo que se me antoja'? Y que es distinto crecer como un animal que crecer como un hombre?

‘Crecer', lograr la eleuteria, la libertad, era, para los griegos, por un lado formarse en el señorío de sí mismo y, por el otro, integrarse en la comunidad, en la ‘ polis' , en la sociedad.

El hombre, a diferencia de las bestias y de los dioses –decía Aristóteles- se realiza y ‘crece' en el ámbito protector y amistoso de la ‘polis', de la comunidad. Solo no es nada; no puede nada. Por eso el hombre ‘es' en sociedad y ‘crece', ‘adquiere libertad', no solo en cuanto, como individuo, se hace cada vez más humano por medio de la ‘sabiduría', la ‘prudencia' y la nobleza o ‘virtud' –la ‘ sofía' , la ‘ sofrosine' y la ‘ areté' - sino en cuanto se integra a la sabiduría y armonía de la ‘polis'.

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Sabiduría social plasmada en el ‘ nomos' –que nosotros traducimos por ‘ ley' - pero que, en griego, antes, quiere decir ‘costumbres', ‘tradición' y, luego, recién, ‘ley escrita'. Para los helenos los modos de vivir en sociedad surgían antes que nada del espíritu mismo de los pueblos, de su ética, de su moral. Secundariamente, eran ‘leyes escritas'.

Lo contrario a nuestra época racionalista y liberal. Se inventan y escriben las leyes no a partir de la realidad vivida, sino en el gabinete de los juristas. No a partir del ‘ser' profundo de los pueblos, sin a partir de los ‘principios claros y distintos' del iluminismo utópico. O, peor, según el voto caprichoso de las masas. En contra, entonces, del espíritu de los pueblos y de la ley natural.

Se confunde, a renglón seguido, ‘eticidad' o ‘moral' con ‘legalidad' y, cuando las leyes inventadas en la razón funcionando en la estratósfera de las ideologías fracasan en la realidad –como, desde el 53 han venido fracasando en nuestra nación- y provocan el caos y el libertinaje, el espíritu nacional y la eticidad no tienen más remedio que volver al orden en la ilegalidad.

Pero, como la ‘legalidad' formal, liberal y positivista es confundida con la ‘eticidad', en un hábito mental del cual es difícil salir, al poco tiempo el ‘espíritu' y la ‘ética' se acomplejan frente a la ‘ley escrita' y se termina por querer hacerse perdonar lo ético que tuvo que hacerse ilegal, y confundir, en una misma amnistía, a la ilegalidad perversa de la delincuencia y el terrorismo, con la ilegalidad salvadora de las auténticas leyes no escritas de la patria, de su eticidad y de su ‘nomos'.

Que en tanto periódicamente, llevados por estas ‘leyes escritas' e ideologías racionalistas y utópicas, otra vez recaigamos inevitablemente en el caos, tendremos que pedir a hombres a quienes el espíritu y la ética sacudan, el martirio de tener que hacer ‘ética' sin ‘legalidad'.

Sí, señorío interior, dominio de sí mismo, lucidez de pensamiento y control de las pasiones para el servicio de los grandes ideales, junto con la sujeción a la ley protectora que armoniza y hace crecer juntos a los ciudadanos, eso era para los griegos la ‘eleutería', la libertad.

Pero los griegos sufrieron, en experiencia propia, que este concepto que los diferenciaba de los bárbaros y de los esclavos nunca pudo realizarse plenamente. La verdadera libertad permaneció siempre como una especie de ideal que afloraba fugazmente y que era rápidamente extinguido por la soberbia de los tiranos, el poder de las oligarquías, las fuerzas centrífugas de las democracias manejadas por los demagogos, el resquebrajamiento producido por los individualismos, los sofistas y los partidos.

El ideal griego, empero, sobrevivió siempre como una especie de aspiración de los mejores.

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Simultáneamente otra experiencia de liberación surgía en Asia Menor, en el pequeño pueblo de los hebreos. Ellos vivían, precisamente, su experiencia de Dios, como una vivencia de libertad. Dios era el que los había libertado de la esclavitud egipcia. El que, nuevamente esclavos, los había hecho retornar de Babilonia a la tierra prometida. El que, en la voz de los profetas, prometía que un día serían definitivamente soberanos.

Y soberanos, libres, precisamente porque Dios –aún antes de reconocerlo como el Creador- era el que los liberaba, el ‘ goel' , el que ‘rescata', el ‘redentor' –‘ red-emptor '- o ‘liberador'. Don de la libertad, pues, entre los hebreos, ligado al divino donante y redentor.

Pero la experiencia de Israel se profundiza. A partir de la esclavitud meramente política avanzan hacia la percepción de esclavitudes mucho más alienantes y radicales. Y, entonces, la esperanza puesta en Dios de verdadera libertad se transforma y sublima y llega a aspirar finalmente a la liberación total, que incluirá también la redención de las servidumbres del pecado, del egoísmo y de la muerte. Mucho más allá de la libertad que hubiera podido traerles el político o el guerrero.

Y esta experiencia de liberación que late en la esperanza hebrea se encuentra un día con la búsqueda de la ‘eleutería' griega, la búsqueda de crecimiento. Y la libertad pasará ahora por una meta de crecimiento infinito. Ya no ser un hombre excelente –‘sofía', ‘sofrosine', ‘areté'- sino ser un hombre divinizado, con horizonte de plenitud, con apetencias de ‘sabiduría' suprema, de ‘prudencia' de héroes y de ‘virtudes' y nobleza de príncipes.

Ya que, ahora, el adalid libertador no es el hombre, ni la humanidad, ni el proletariado, ni el superhombre. El adalid, el verdadero redentor y liberador, es Cristo.

Y la libertad no es solo liberarse de una cualquiera opresión política, ni de aquel vicio, o de este pecado, o de aquella concupiscencia, sino que es la libertad total. Es el liberarse del yugo de nuestro yo, el dejarnos todo, el morir a nosotros mismos, para darnos, en ofrenda de crecimiento infinito, plenamente a Dios y al prójimo, la Patria y los demás.

En medio de la hediondez política y moral que nos circunda, dejemos a los muertos que entierran a los muertos. Nosotros vivamos en Cristo para la libertad, para la ‘eleutería' que habrá de llegar un día, también para la Nación, desde la Cruz y de la espada.

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