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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

2001. Ciclo C

14º Domingo durante el año
(GEP 08-07-01)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo: El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Id! Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. No llevéis dinero, ni alforja, ni calzado, y no os detengais a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, decid primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a vosotros. Permaneced en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. En las ciudades donde entréis y seáis recibidos, comed lo que os sirvan; curad a sus enfermos y decid a la gente: "El Reino de Dios está cerca de vosotros." Pero en todas las ciudades donde entréis y no os reciban, salid a las plazas y decid: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre vosotros! Sabed, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca" Os aseguro que en aquel día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad» Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No os alegréis, sin embargo, de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo»

Sermón

             El cristiano común tiene hoy ideas muy claras respecto a la organización eclesiástica: existen los obispos, a la cabeza de los cuales se encuentra el de Roma, el Papa; subordinados a los obispos los presbíteros, los sacerdotes comunes; a lo mejor alguien menciona a los diáconos, a los religiosos y, componiendo la substancia misma de la Iglesia, los laicos en general.

            Pero esta clasificación es fruto de años de reflexión y organización de la Iglesia dirigida por el Espíritu, y que recién queda, más o menos clara, a finales del siglo segundo, y eso no en todas partes.

            Los evangelios, junto con las cartas apostólicas, entre la mitad y el final del siglo primero, nos muestran todavía la manera no del todo estructurada de la Iglesia de los primeros tiempos y aún su desconcierto respecto a las formas definitivas a adoptar. Se sabía que, aún antes de la Pascua, Jesús había reunido junto a sí muchos discípulos, varones y mujeres, que le seguían más o menos establemente. Entre ellos, Doce ocupaban un lugar preeminente. La cifra doce era fácil de recordar ya que su simbolismo era claro: uno por cada uno de las doce tribus de Israel. Era una clara alusión a que Jesús inauguraba un nuevo y definitivo pueblo de Dios, incluso rescatando a las once tribus perdidas de Israel. Sin embargo, hay que anotar que cuando se escriben nuestros relatos ya se han perdido los nombres de algunos de esos Doce. Si nos fijamos en las cuatro listas que nos han llegado de ellos algunos nombres no coinciden, por ejemplo en una Judas en otra Tadeo; para arreglarlo decimos que se trata de una misma persona a la cual llamamos Judas Tadeo. Y en verdad que, aparte de Pedro, Andrés, Santiago y Juan, de los ocho restantes apenas sabemos nada, por más que luego se tejieran leyendas alrededor de cada uno.

            Que después de la Resurrección todavía los Doce tuvieron al comienzo una cierta importancia, al menos en la Iglesia de Jerusalén, lo demuestra el hecho que, una vez muerto Judas, se vio la necesidad de designar a otro para volver a redondear ese número: resultó un tal Matías.

            Es importante de todos modos darse cuenta de que esos Doce discípulos no se identifican lisa y llanamente con los apóstoles. Apóstol es Pablo, por ejemplo y no tiene nada que ver con los Doce. También Bernabé es apóstol. Y en sus cartas, Pablo llama apóstoles a sus discípulos Silvano y Timotes, a Apolo e, incluso, a unos tales Andrónico y Junia, una mujer.

            Es que la apostolicidad estrictamente no existió hasta después de Pentecostés cuando realmente la Iglesia empezó a enviar discípulos calificados a propagar el mensaje de Jesús. Eso significa la palabra apóstol, 'enviado'. En la vida terrena de Jesús, salvo alguna misión puntual de preparar su llegada a algún pueblo, no existían estrictamente apóstoles, sino discípulos y es muy raro en los evangelios -y anacrónico-, el que a los Doce se los llame apóstoles ya en esa época, porque eran sobre todo y antes que nada discípulos.

            De lo que podemos reconstruir de los acontecimientos a partir de los datos que nos traen los escritos del nuevo testamento se colige que esos Doce elegidos por Jesús, después de su muerte y Resurrección gozaron, como decíamos, de una especial autoridad. Empero, cuando la Iglesia comienza a extenderse casi espontáneamente por el anuncio de la Resurrección que, sin mucha organización, se iba haciendo de amigo a amigo, de conocido a conocido, como se transmite una gran noticia, un rumor extraordinario, y esos que se enteraban se iban añadiendo a la comunidad de creyentes, a la Iglesia, los Doce resultaron pocos para atender a la gente. Por otro lado a medida que pasa el tiempo, irán inexorablemente muriendo. Tampoco bastaba que la noticia se fuera difundiendo de boca en boca. Los cristianos se dieron cuenta de que ella era demasiado importante para dejarla en manos de una difusión espontánea e incontrolada donde podía deformarse o exagerarse o cargarse con detalles innecesarios, portentosos o equivocados. Desde Jerusalén se empiezan a enviar delegados oficiales, dotados de autoridad para anunciar con la mayor exactitud posible lo que había sucedido y fundar nuevas comunidades e iglesias vivificadas por el Espíritu de Jesús. Estos serán los llamados 'enviados' o 'apóstoles', en griego. Trataban de elegirlos entre los que habían conocido a Jesús antes de la Pascua y luego sido testigos de su Resurrección. Por eso Pablo tiene que defender su condición de Apóstol porque -dice-, aunque no haya conocido al Jesús prepascual, lo ha visto resucitado camino a Damasco.

            Claro que, tarde o temprano, la generación de los que conocieron a Jesús y fueron testigos de su Resurrección se acabará y aunque todavía se seguirá durante un tiempo llamando apóstoles a los que se dedicaban a predicar a Cristo aún sin haberlo conocido, la Iglesia más adelante reservará el nombre de apóstoles solo a aquellos primeros que conocieron a Jesús. Por eso hoy afirmamos que la revelación se cerró con la muerte del último de los Apóstoles, que no hay que identificar así nomás con los Doce.

            Precisamente Lucas, que probablemente haya escrito su evangelio hacia los años setenta y pico en Antioquía, cuando ya no debía quedar ninguno de los Doce vivo, quiere justificar el que más allá de ellos la Iglesia sigue enviando predicadores y apóstoles a predicar el evangelio por el mundo. Y lo propone con esta ampliación que el mismo Jesús hace de los Doce cuando hoy designa a otros setenta y dos, como para dejar claro que de ninguna manera la apostolicidad se cierra en aquellos Doce y que la Iglesia tiene derecho, en nombre de Jesús, a seguir enviando misioneros, anunciadores de su palabra a todo el mundo.

            Es verdad que para Lucas una cosa es ser discípulo y otra apóstol. En la Iglesia de Lucas es evidente que existe el cristiano que vive su adhesión a Cristo inserto en el mundo, en su familia, en su trabajo y otros que dedican gran parte de su tiempo y aún su vida a predicar al evangelio. A estos últimos se está refiriendo Lucas en su evangelio de hoy. Algunos, mucho después, interpretarán que los Doce serían hoy los obispos y los setenta y dos, en cambio, los sacerdotes. Pero esto es totalmente descabellado. En ese estadio de la tradición y formación de la Iglesia que refleja Lucas sería desubicado totalmente identificar a los obispos no digo con los Doce, ni siquiera con los Apóstoles, ya que, al menos en las iglesias paulinas, los obispos no eran sino autoridades locales que Pablo, él sí Apóstol, dejaba en las comunidades que fundaban. Decir que los obispos son los descendientes o reemplazantes de los Apóstoles o que los Apóstoles eran obispos no tiene ningún fundamento bíblico. Una cosa es la autoridad única de aquellos Apóstoles testigos de la resurrección de Jesús y otra la de los actuales obispos que no pueden, al menos no deben, inventar doctrinas nuevas, sino solo transmitir lo que quedó cerrado como ya hemos dicho con la muerte del último de aquellos. En cuanto a la distinción entre obispos y presbíteros Lucas no tiene la menor idea.

            De todos modos, en sentido amplio, todos hemos de ser apóstoles, es decir, enviados de Jesús a los demás. Y el evangelio que hemos escuchado hoy aunque refleja costumbres de la época hoy inaplicables literalmente nos sirven de ejemplo de cómo hemos de realizar nuestro apostolado.

            Digamos que a la manera exacta como la describe Lucas la acción apostólica hoy es casi inimitable -salvo a lo mejor algún misionero en determinados países de misión-. Y eso que nuestra traducción ya actualiza alguna palabra del original: donde dice "no llevéis dinero, ni alforja, ni calzado"; el griego enuncia -según la Biblia de Jerusalén-, "no llevéis bolsa ni alforja ni sandalias". Yo podría decir que cumplo ese mandato al pie de la letra porque no llevo bolsa, sino billetera o tarjeta. Alforja menos -incluso tuve que ir al diccionario para saber exactamente lo que era-. Encontré "especie de talega abierta por el centro y cerrada por sus extremos, los cuales forman dos bolsas grandes y ordinariamente cuadradas, donde, repartiendo el peso para mayor comodidad, se guardan algunas cosas que han de llevarse de una parte a otra"; entonces tuve que buscar "talega" que dice: "saco o bolsa ancha y corta, de lienzo basto u otra tela, que sirve para llevar o guardar las cosas" y busqué entonces "saco"... Bué, en todo caso no uso alforja. Y, finalmente, tampoco sandalias, sino mocasines de Guido o Los Angelitos... Con lo cual cumplo al pie de la letra lo que dice Lucas... sin que por ello me haya hecho de ninguna manera ni gran apóstol ni de ninguna manera santo.

            Pero es claro que Lucas está hablando a hombres de su época. (Y a lo mejor ni siquiera eso, por ello, dice Bultman que, como lo que afirmaba la tradición recibida y se había hecho en los primeros años era inaplicable a las circunstancias que Lucas vivía, lo retrotrae a la época de Jesús.)

            En todo caso lo que Lucas está defendiendo es que estos apóstoles y predicadores, si se dedican a lo que han de hacer, tienen que estar de alguna manera desembarazados de preocupaciones económicas y mundanas. A eso apunta el "no saludéis a nadie en el camino", algo así como "no os dediquéis a hacer visitas sociales y ocuparos de politiquerías y problemas terrenos" y, también, lo de "permaneced en la casa viviendo y comiendo lo que haya, porque el que trabaja merece su salario" ya que, si cumplen su misión, los fieles harán bien en mantenerlos. Que es lo que justifica que la Iglesia pida a los cristianos que tengan a bien sustentar dignamente a su clero. Lo cual engendra en los fieles el derecho inverso y es que su clero y sus sacerdotes se comporten dignamente como tales, presten sus servicios con solicitud, cumplan con su misión sin decir ni hacer macanas, y traten de comportarse como obedientes discípulos de Jesús, anunciando a Éste, no a sus propias opiniones, ni metiéndose en lo que no les corresponde, ni dedicándose a funciones que como sacerdotes no les competen, descuidando los sacramentos, lo sagrado y la predicación de la palabra de Jesús o, peor aún, viviendo para su propia comodidad y beneficio y usando, no sirviendo, a la Iglesia.

            Y que si se desempeña bien, si no hace sociales ni se adapta al mundo y anuncia en toda su pureza el evangelio de Jesús va a tener oposición, eso también lo dice Lucas: "os envío como a ovejas entre lobos", a veces tendréis que "sacudir contra ellos el polvo de vuestros pies"... Hoy quizá ya no haya polvo por el asfalto, pero, por suerte, gracias a los perros, hay otras cosas que sacudir de nuestras suelas contra los enemigos de Jesús. "El mundo os odiará", dice, en otra parte, Juan... Es malo cuando los eclesiásticos lo único que quieren es recoger aplausos, ser alabados por el mundo, aprobados por los periodistas, vivados por las masas o, peor, votados o sumisos a encuestas y mesas redondas...

            Que "la mies es mucha" que no basta con doce, ni siquiera con setenta y dos, y que tenemos que rezar al dueño de los sembrados por vocaciones apostólicas laicales, religiosas y sacerdotales, esto es una verdad a gritos que surge del solo mirar la disminución de sacerdotes y de fieles por todo el mundo, la degeneración de las ideas y las costumbres y, al mismo tiempo, el hambre de Dios que hay por todas partes.

            Que tenemos que ir "de dos en dos", no significa que tenemos que ir con guardaespaldas -aunque ya pronto va a ser necesario para todos-. En el mundo jurídico judío no tenía ningún valor el testimonio de una sola persona, y los apóstoles eran, antes que nada, eso: testigos. Por eso tenían que ir de a dos. Hoy la gente miente tanto, y juicios y jueces y pastores están tan desprestigiados que ni siquiera con veinte testigos hacemos una verdad. Lo mejor es testimoniar a Jesús no con la palabra de otro, sino con ese otro testigo que, además de nuestra palabra, es la propia vida. Ya nadie puede creer más a fabricantes de palabras que no viven lo que predican.

            Pero a pesar de los curas y los obispos y los malos católicos, para bien de algunos, para mal de otros, "el Reino de Dios está cerca". Quiera El que nuestros nombres "estén escritos en el cielo".  

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