Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo: El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Id! Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. No llevéis dinero, ni alforja, ni calzado, y no os detengais a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, decid primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a vosotros. Permaneced en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. En las ciudades donde entréis y seáis recibidos, comed lo que os sirvan; curad a sus enfermos y decid a la gente: "El Reino de Dios está cerca de vosotros." Pero en todas las ciudades donde entréis y no os reciban, salid a las plazas y decid: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre vosotros! Sabed, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca" Os aseguro que en aquel día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad» Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No os alegréis, sin embargo, de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo»
Sermón
Leí en el diario que, el día de los funerales de los tres astronautas rusos Georgi T. Dobrovolsky, Viktor I. Patsayev y Wladislav N. Volkov muertos en el misterioso accidente del retorno de su vuelo a la Soyuz, Podgorny y otros jerarcas soviéticos se acercaron a las mujeres de los fallecidos para decirles palabras de consuelo.
Georgi T. Dobrovolsky, Viktor I. Patsayev y Wladislav N. Volkov
Nikolaj Viktorovic Podgorny
Me hubiera gustado saber cuáles fueron esas palabras, ya que los periódicos no las registran. ¿Qué capacidad de confortar puede tener un materialista ateo ante el espantoso drama de la muerte? ¿Les habrán hablado de la belleza de las transformaciones físico-químicas que se producirán en el cuerpo de sus maridos en putrefacción? ¿De la admirable vida de los gusanos? ¿Le habrán explicado científicamente el proceso por el cual se produce la subjetivamente desagradable sensación olfativa al ponerse en contacto las pituitarias con las emanaciones sulfhídricas? ¿O les habrá ensalzado las estupendas realizaciones de la sociedad comunista en gestación y de la cual los astronautas fallecidos han sido engranajes calificados? ¿Les habrá platicado del gran honor, del duelo nacional, de la gesta heroica, del monumento que construirán en su memoria, del privilegio de ser enterrados cerca de las momias de Lenin y de Stalin?
Estación espacial Salyut de la cual regresaban los astronautas accidentados.
¿O quizá las lágrimas de estas mujeres hayan despertado en ellos lejanos ecos y se haya atrevido a susurrar el nombre de Dios a sus oídos, escapando un instante a la vigilante mirada de la Troica?
¡Pobres astronautas! Intentando bajar a la tierra, subieron de golpe a los cielos.
Ese cielo que no puede alcanzar ningún vehículo espacial, ningún rascacielos, ninguna torre de Babel, fuera del tiempo y del espacio, fuera de toda posibilidad de realización técnica y humana, obtenible sólo con la llave mágica y sencilla de la fe y la caridad.
Ayer me decía una ancianita: “¿Se da cuenta, Padre, qué sorpresa se habrán llevado estos pobres rusos cuando, después de haberlo negado toda su vida, se encontraron de golpe frente a Dios?”
¡Qué cambio de manera de ver las cosas! ¡Qué profunda y radical revolución en la perspectiva de la realidad habrán tenido que hacer para ubicarse en su nueva y definitiva existencia! Como el ciego de nacimiento que, de golpe, abre los ojos a la maravilla innumerable de las formas y colores. O el que tomando un tren hacia Berzategui, al bajar, se diera cuenta de que había llegado a París. O el que viviendo miserablemente mucho tiempo con un sobretodo usado, un día descubriera que en su forro alguien había cosido, antes de dárselo, una fortuna.
“Érase una vez, en un país de montes y de prados, de ríos y de lagos, de flores y de pájaros, que un buen y viejo rey tuvo un hijo. Pero una gitana (1) mala se lo robó. Y el niño –sin saber quién era- creció en medio de gitanos ignorantes y rudos, entre carros y caballos, polvo y viajes, fraude y robos. Ya grande –por uno de esos azares de los cuentos de hadas- habiendo muerto su padre, fue encontrado por un antiguo ayo que lo había buscado día y noche, sierra y valles, y reconocido como el hijo del rey”
¡Ah los gitanos que nos han robado, o nos quiren sacar, de la casa de nuestro Padre! Somos hijos del viejo Rey de los cielos y la tierra y ¡tan pocos lo sabemos! Y, menos, lo vivimos. Debiéramos caminar por los jardines de mirtos y jazmines, amapolas y azahares de la casa paterna y, en lugar de ello, tragamos el polvo de las míseras carretas de nuestros amos. Debiéramos pasear altivos y orgullosos nuestra dignidad de príncipes, y mercamos, en el fraude del engaño, los efímeros placeres y trabajos de esta vida nómada. Pensamos que viajamos en segunda a Quilmes cuando en realidad estamos en un raudo Boeing acercándonos a París.
Los gitanos robadores de príncipes andan sueltos por el mundo –‘lobos que devoran a los corderos'-. Nos roban el alma, nos quitan la alegría de vivir, nos pillan el oro de nuestra fe, nos despojan la mirra de la esperanza, nos rapiñan el incienso de la caridad, nos saquean y dejan desnudos en las cunetas de la vida.
¡Gitanos comunistas! ¡Gitanos capitalistas! ¡Gitanos de la televisión y del cine, del diario y de las revistas, de la escuela y de la universidad, de la oficina y de la fábrica…! ¡Gitanos de la moda, de los sábados a la noche, de la necedad! ¡Gitanos de Buenos Aires!
¡Déjennos ir! ¡Queremos regresar a nuestro Padre el Rey!
Y nosotros, los cristianos, los aquí presentes, aunque tantas veces vivamos como cíngaros, sabemos al menos que ‘somos' príncipes, bautizados. Pero ¿los otros? ¿Los que han olvidado su condición de bautizados? ¿Habrá acaso un viejo ayo que los reconozca como hijos del Rey?
“La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos”
Los ayos se fatigan, no dan abasto detrás de las carretas, muchos mueren en el polvo de los caminos, algunos hasta también son raptados por los gitanos.
“Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”.
Y Vd. señora mujer del astronauta, no llore más. No crea a Podgorny ni a Breshnef, no escuche la farándula del desfile, ni el brillo falso de la póstuma medalla, ni la pandereta calé. Su marido astronauta -quizá cristianado de niño en la siempre santa Rusia- la espera, más allá de Marte y de Saturno, detrás del palpitar de las estrellas que miró con sus ojos asombrados, pegado a la ventanilla de su Soyuz. Ya no girará nunca más en el frio de la noche del espacio. Nadie lo disparará más, como un petardo anónimo, hacia la voracidad de los planetas azules y violetas. Se ha encontrado ya con el viejo Rey, su padre, y pasea, quizá, por parques encantados, arroyos de leche y miel, jilgueros y petirrojos.
También a nuestras puertas golpean viejos ayos, llama la Iglesia, y nos dicen “ está cerca de vosotros el reino de Dios ” Nos quieren dar la paz del Rey.
Que nuestra indiferencia no los haga volverse solos con ella, sacudiendo el polvo de nuestras casas de sus pies.
1- Los gitanos, pueblo nómade proveniente muy probablemente del norte de la India, han sido desde el siglo XIII protagonistas obligados de cuentos de raptos y de hurtos. El término de tal manera goza de sentido peyorativo que se ha propuesto, en España, cambiarlo por el de ‘romaní' o ‘rom'. En el sermón se utiliza la palabra en el sentido peyorativo de las leyendas no en su significado étnico. (Aclaración año 2009)