Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo: El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Id! Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. No llevéis dinero, ni alforja, ni calzado, y no os detengais a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, decid primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a vosotros. Permaneced en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. En las ciudades donde entréis y seáis recibidos, comed lo que os sirvan; curad a sus enfermos y decid a la gente: "El Reino de Dios está cerca de vosotros." Pero en todas las ciudades donde entréis y no os reciban, salid a las plazas y decid: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre vosotros! Sabed, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca" Os aseguro que en aquel día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad» Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No os alegréis, sin embargo, de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo»
Sermón
Cualquiera desee tener una hermosísima y panorámica vista de Roma no tiene más remedio que hacer la famosa “ passegiatta del Gianicolo ” en donde, ascendiendo a través de verdes parques, fuentes cantarinas y mohosas estatuas, llega, a unos cien metros de altura, a un gran parque en forma de terraza que se asoma al Tíber, algo arruinado por una fea estatua ecuestre de Giuseppe Garibaldi , la espada desenvainada, apuntando con la mirada contra el Vaticano, puesta allí por los masones en 1895, esculpida por un tal Emilio Gallori , casi tan horrenda como la que nos enchufaron de regalo los italianos a nosotros en Plaza Italia.
Pero nosotros les devolvimos el favor, porque, a unos cuarenta metros, allí en el Gianìcolo, los romanos tuvieron que poner un espantoso faro que, de noche, lanza colores colorado, blanco y verde –la bandera italiana- y que les donamos, hacia aquel entonces, los argentinos.
De todos modos, dando la espalda convenientemente a Garibaldi y al faro, desde allí se puede ver, al caer de la tarde, la más fascinante y completa mirada a Roma posible. Desde la cúpula de San Pedro y el Castel Sant'Angelo, pasando por el Panteon, el Campidoglio, hasta el Palatino; y, en el horizonte, cuando no hay bruma, ‘i colli Albani' con el Monte Cavo.
Pero lo que me interesa hoy es recordar que Gianìcolo, el nombre de este montículo transtiberino, viene de Giano , el famoso dios Jano , uno de los más antiguos y venerables de la romanidad y que, probablemente, según los historiadores de las religiones, en los orígenes no se diferenciaba de Giove , de Júpiter.
El dios de la totalidad. Una cara masculina, otra femenina. O, en tiempos históricos, un rostro malévolo, el otro bueno. Se colocaba en los umbrales de la viviendas, la cara amenazante mirando hacia fuera; la sonriente hacia adentro, para que protegiera a sus habitantes. El mes a él dedicado, Ianuarius, enero, miraba a la vez el año anterior y el nuevo.
Su antigüedad hacía que Giano fuera el dios aliado por antonomasia de los romanos. La tradición narraba que había fundado una población llamada Ianícolo en la colina que después tomó su nombre.
Empero, su templo principal estaba en el foro romano, en un lugar que no se ha podido localizar fehacientemente, pero que según antiguos testimonios era fastuoso y ricamente adornado. Lo triste es que el pobre Giano poco podía disfrutar de su lujosa mansión, porque los romanos, en épocas de guerra le tenían abiertas las puertas, sometiéndolo a las crueles corrientes de aire en invierno, y al calor del sirocco en verano, para obligarlo a salir a acompañar a sus tropas en batalla. De tal manera que, como Roma casi siempre estaba en guerra, las puertas del templo de Giano estaban casi constantemente abiertas. Abrir las puertas del templo de Giano era lo mismo, en aquellos tiempos, que decir en piel roja ‘desenterrar el hacha de guerra' y, cerrarlas, ‘volver a enterrar el hacha', ‘fumar la pipa de la paz'.
El templo de Giano imaginado por Rubens
El tiempo que más duraron cerradas 1 fue cuando Augusto después de sus campañas gálicas e hispánicas, creyendo haber puesto paz para siempre en el orbe, inauguró el 30 de enero del año 9 AC, en el campo de Marte, su famosa ‘ Ara Pacis Augustae' , uno de los más bellos monumentos romanos, hecho restaurar en 1937 por Mussolini.
Pero esto duró poco. Tres años después han de abrirse nuevamente las puertas del templo porque se rebelan los germanos y, después, nunca más estuvo tanto tiempo cerrado. El mismo Augusto no murió, en el año 19, sin ver que su famosa paz total era una utopía. Hasta tuvo que llorar, en el 9, la famosa derrota de las tres legiones de Varo en Teutoburgo 2.
Aún así es verdad que, más acá de sus fronteras, el imperio romano garantizó durante mucho tiempo una relativa paz y seguridad. Precisamente la que posibilitó la rápida difusión del cristianismo y, luego, su unificación. Fue a lo largo de las famosas vías imperiales -maravillas de la ingeniería de la época- por donde se desplazaron los descalzos pies de esos apóstoles que hoy vemos enviados por Cristo en el evangelio.
Fue esa relativa paz romana, conquistada a fuerza del valor y la disciplina de las legiones, la que permitió que los apóstoles anunciaran a todo el mundo la verdadera paz del reino definitivo. Curioso: fue el ejército romano el que abrió los caminos de la paz cristiana.
Vean, hoy, cuando se habla de paz -y allí están los soviéticos y los Carters y la ONU constantemente hablando de ella- se piensa inmediatamente en la ausencia de la guerra externa, del combate de las armas.
Y está bien, pero quede claro que esa paz, buena o mala, no es aquella que viene a traer y que nos da Cristo. Esta paz de Cristo prescinde de si hay o no tiros –mejor que no los haya, como regla general-. Es una realidad interior que se anida en el corazón del hombre y que le da la gracia. Paz que hace que, más allá de los avatares y problemas de este mundo, más allá de los sufrimientos y las dificultades, aún en medio de las tribulaciones, el corazón del hombre ancle en la seguridad del amor de Dios y en la promesa del Reino, de la Vida eterna.
Es esa paz y tranquilidad que, en medio del dolor y la dificultad, nos viene a traer la palabra de Dios, el consejo de una buena alma cristiana, el hablar con un sacerdote o una religiosa santos, el abrir el evangelio. ¡Cuántas veces, en medio de una pena, uno toma, por ejemplo, la “ Imitación de Cristo” y todo vuelve a su cauce, todo se tranquiliza.
“Quid hoc ad aeternitatem?” decía San Luis Gonzaga, “¿qué relación, qué importancia, tiene ésto con lo eterno?” “¿Qué son todos los sufrimientos de este mundo –afirmaba San Pablo- con lo que Dios, en el Cielo, nos tiene preparado”?
Dios me ama, ha muerto por mi en la Cruz, ha vencido al dolor y a la muerte. Él se ocupa de mi. ¿Cómo no tener paz?
Pero ¿cómo tener paz, en cambio, cuando mi corazón está dividido detrás de mil mezquinas ambiciones que cambian todos los días al compás de la moda y el lábil norte de mi veleta corazón? ¿Cómo tener paz cuando el infinito desear de felicidad con el cual fui creado lo vuelco al exiguo tiempo de este mundo y a sus insignificantes bienes y, para peor, me topo frecuentemente con sus muchos males? ¿Qué paz puede tener mi corazón en este mundo de envidias, de egoísmos, de pasiones incontroladas, de apetitos multiplicados por la propaganda, de divorcios íntimos y familiares, de falta de fines unificantes, de carencia de ideales nobles y horizontes grandes que hagan mi vida digna de ser vivida?
Por eso no confundamos la paz de Cristo con la que nos quieren vender los políticos y menos las izquierdas o los seguidores de Mahatma Ghandi. Desde principios de siglo el marxismo ha falseado la propaganda de paz, solamente para desarmar a Occidente y a los países cristianos.
La paz no es lo contrario de la guerra. Paz no es rendirse, como tampoco, en la vida cristiana, se logra la paz interior sin lucha, sin combate contra el mal, contra la fuerza maligna del egoísmo, de las pasiones desordenadas, de la pereza, de la concupiscencia, del mundo ensañado contra Cristo. Ser cristiano es luchar. No se pude ser cristiano sin hombría, virilidad y fuerza.
Hay una falsa paz que solo sirve para engordar los vientres, cebar las bajas pasiones y castrar cerebros y reciedumbres.
A esa paz nos llaman las izquierdas, en falso diálogo, para conquistarnos sin lucha.
Pero a esa paz no nos llama Cristo.
El marxismo acecha y avanza. Vencido en economía y en batallas, resurge constantemente de sus propias cenizas, en odio a lo cristiano.
Y porque el cristianismo era lucha y combate interior -¡el más difícil!-, por eso, rápidamente, se transformó en una religión de soldados. Fueron las legiones romanas las primeras en convertirse en masa. No los sibaritas que llenaban sus arcas, vientre y vejigas en Roma y las grandes y opulentas ciudades del imperio. Eran los hombres de lucha y de trabajo, las clases medias que peleaban con sus empeños de cada día, los habitantes de los campamentos y de los cuarteles. Esos fueron los primeros cristianos.
Por eso, se convirtió el imperio. Y, cuando la Roma corrupta que buscaba la falsa paz a toda costa, cayo, subsistió en el cristianismo porque los nuevos conquistadores eran los mismos soldados germanos, francos, longobardos y visigodos, en los cuales los romanos decadentes habían declinado la responsabilidad de las armas, pero que ya, gracias a Dios, eran cristianos o estaban cercanos a hacerlo.
Por supuesto que nadie quiere inútiles guerras y, menos, entre hermanos. Pero no es el achanchamiento y la pachorra de la falsa paz lo que las evita, sino la vigilia de las armas.
Estamos todos, en la Argentina, bajo la euforia del viaje papal. Después de la lucha contra el bandidaje guerrillero todo está en relativa paz. Pero cualquiera que sepa historia, vea las noticias internacionales y pegue los oídos al piso, no podrá dejar de oír los truenos lejanos que anuncian el combate tremendo que acecha. Dios quiera que falte mucho para ello.
Pero quede claro que no es en el pacifismo de la prosperidad liberal, ni en el puro ejercicio de la fuerza, ni en el voto, ni en la charlería de diputados y senadores, ni en el estómago y las glándulas satisfechas, ni en constituciones de papel, donde encontraremos la verdadera paz, sino en Cristo Jesús.
Aún cuando, para ello, haya que abrir de una buena vez y por mucho tiempo, para la Iglesia, para nuestra Patria y para nuestros corazones, las puertas del templo Jano.
1 «Il tempio di Giano Quirino che, dalla fondazione di Roma, non era stato chiuso che due volte prima di lui, sotto il suo principato fu chiuso tre volte, in uno spazio di tempo molto più breve, poiché la pace si trovò stabilita in terra e in mare»Svetonio, Vite dei Cesari, Divus Augustus 22
El templo fue abierto por última vez bajo el reino del joven emperador Gordiano III, antes de su partida para una campaña militar contra los Sasánidas en el 242.
2 Según Suetonio: «siempre celebró el aniversario como un día de profundo pesar» y «a menudo se golpeaba la cabeza contra una puerta y gritaba: " Quintili Vare, legiones redde! = ¡Varo, devuélveme mis legiones!"»