Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6,1-6a.
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
Sermón
Es la primera vez que Jesús vuelve a Nazareth después de haber iniciado su vida pública.
Marcos, cuyo relato no tiene detalles de la infancia del Señor –lo comienza con el episodio del bautismo de Jesús- insinúa aquí su nacimiento virginal.
Fíjense Vds. que jamás a un judío se le ocurriría nombrar a alguien por el nombre de la madre. La línea de la sucesión y del apellido pasaba siempre por el padre. Se decía Simón, ‘Bar Iona' -Simón, ‘hijo de Jonás'- o Santiago, ‘hijo de Cleofás', pero nunca hijo ‘de Juana' o hijo ‘de Marta'. Y, si eran de padres desconocidos, naturales, simplemente no se les agregaba al nombre ningún apelativo. Eran sencillamente Jacobo o José.
Por eso, el que Marcos hable de Jesús como ‘hijo de María', a cualquier lector de su época, llamaba sutilmente la atención sobre la procedencia particular de Cristo.
Tanto más cuando sabemos que todo este evangelio marcano tiene, como tesis central, la afirmación de que Jesús, el Mesías, es el “Hijo de Dios”.
Así empieza: “ Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, el Hijo de Dios ”. Y así termina, con la exclamación del centurión: “ ¡Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios ”.
Hijo, pues, de Dios y, también, de María. José ¡pobre! nada que ver. Eso sugiere Marcos.
El asunto es que, cuando Jesús llega a Nazareth, resulta que son sus connacionales y parientes cercanos quienes más dudas tienen de él. Y Marcos quiere anticipar, en este rechazo, el repudio a Jesús de parte de sus compatriotas y autoridades.
Nazareth, pesebre napolitano
Aquí, viene bien aclarar que los judíos no tiene una palabra específica para nombrar a los estrictamente ‘hermanos de sangre'. Las familias de aquella época eran muy unidas, y más en los pequeños pueblos. Un poco como, hasta no hace tantos años, entre nosotros, hermanos y primos éramos casi una misma cosa. La atomización de las grandes ciudades y el poco número de hijos en cada familia hace que este sentido más amplio de fraternidad haya desaparecido.
Antes no era así y, menos, en la antigüedad, sobre todo en las pequeñas aldeas. Y en Israel especialmente, dada la poligamia y la posibilidad del divorcio. Bajo el término “ ach ” hebreo o “ achá ” arameo –lengua que probablemente utilizaba Jesús- entraban hermanos, hermanastros, primos, primos segundos, hermanos de leche y hasta vecinos.
Lo mismo la palabra griega utilizada por Marcos para traducir ‘ achá '. “ Adelfos”, ya en Homero es usada para designar no solo a los hermanos carnales, -de ‘ delfis' , seno materno- sino a los parientes cercanos y, en sentido figurado, al compañero, al socio, al amigo, al prójimo.
El término adelfós , adquirirá, más tarde, en Pablo y Juan, un sentido más técnico y, de alguna manera, restrictivo. ‘Hermanos' son todos y únicamente aquellos que, por la fe y el bautismo, se han hermanado adoptivamente al único Hijo, Jesucristo. Nacidos en el mismo seno materno de la Iglesia.
De allí el ‘hermano' o ‘queridos hermanos' de la liturgia; o su uso -‘Reverendo Hermano' o ‘Hermana'- en las comunidades religiosas.
En nuestro evangelio de hoy, pues, para evitar perplejidades que no existen, habría que traducir, según el idioma original, en lugar de ‘hermanos', ‘parientes cercanos'.
Estos ‘hermanos' de Jesús, claro, viven en el pueblo, son conocidos por todos y Marcos, en esta escena, no hace sino resaltar la anterior normalidad de la vida de un Jesús que, durante la infancia, no hizo sino jugar y potrear como todos los chicos de su edad. Se ha criado junto con ellos, hasta que de mayorcito, se puso a trabajar, como era la costumbre entonces, en el mismo oficio de su padre. Sin aparentemente destacarse especialmente en nada. Los evangelios apócrifos, muy posteriores a los canónicos, han llenado la infancia de Jesús de acontecimientos portentosos. Pero, justamente, así no hubiera tenido sentido la sorpresa y el rechazo de los ‘parientes de Jesús' cuando reaparece entre ellos en su vida adulta.
Niños romanos jugando
Marcos ha querido señalar el momento de la transformación, al menos exterior, de Jesús, en su bautismo. Es recién allí cuando, a instancias de su madre, según Juan, empieza a mostrarse como ‘hijo de Dios'.
Pero éstos, que han rodado en el polvo. cuando pequeños. con Jesús, que han tenido que ir trabajosamente a aprender juntos la Torá a la sinagoga, que han corrido y saltado en barra detrás de las ovejas; éstos, que han visto entrar en su casa a Jesús a arreglarles el techo, a armar el corral, a revocar una pared y, quizá, han cantado tantas veces juntos, en familiar camaradería, junto al fuego al caer de la tarde, ahora ¿saludarlo como ‘Maestro'? ¿pedir permiso a esos que se dicen ‘sus discípulos' y se hacen los importantes, para hablar con él? “Pero, si yo me acuerdo aquella vez que estábamos juntos en y ahora ”
Vean el peligro de la familiaridad, de la costumbre, que nos hace incapaces de apreciar lo valioso si lo tenemos todos los días.
Hablaba el presidente ¿quién no lo escuchaba? Pero ahora que los oímos hablar todos los días. ¿A quién le interesarán sus palabras? Aún cuando las diga al asumir su función. Por otra parte, siempre las mismas. Si yo, que no lo escuché ni me interesa, ya sé lo que dijo: las mismas grandes, gastadas, vacías, institucionales, constitucionales palabras.
Yo todavía viví el momento del asombro cuando anunciaban que podían viajar imágenes por el aire y llegar a una pantalla de tubos catódicos. Hoy ¿quién se asombra de la televisión? Y de los viajes a la luna, y de la venida del Papa, y de las vacaciones en el exterior de dos o tres semanas. Nuestros abuelos, para viajar a Europa, debían tomar barcos que tardaban meses en llegar y allá viajar en vetustos trenes y frecuentar hoteles sin ducha…
Pero no solo corre lo del envilecimiento de aquello a lo cual nos acostumbramos en materia de artefactos, de técnica y de ciencia. Lo mismo y, peor, sucede con las cosas sagradas.
La palabra de Dios, por ejemplo. Allí hay bastante pólvora como para hacer explotar al mundo y de hecho suscitó santos, conversiones asombrosas de individuos y de pueblos y ¡véannos a nosotros! Parientes y hermanos de Jesús: siempre lo mismo, siempre los mismos
Nos hemos acostumbrado, se han encallecido nuestros tímpanos. El evangelio ya no nos interpela, ni nos pone en crisis, ni nos lanza a la lucha.
Allí vamos, cansina, blandamente, en nuestra rutina judaizante, dejando de lado con cuidado –y hasta sin hacerlo adrede- todas las ocasiones de heroísmo, evitando todas las batallas frontales, haciendo ecumenismo con el pecado, paz con el mal, diálogo con la mentira. Cuando no, capitulando.
No, no seamos nosotros de estos ‘hermanos', ‘parientes', de Jesús. Rescatemos en nuestra vida la novedad alborozada de su llamado; la alegría exultante de ser sus elegidos. Resucitemos. Renovemos el respeto sagrado de su presencia en los sacramentos, en sus ministros -aún indignos-, en nuestras almas bautizadas. Volvamos la atención vigilante a su palabra amada y venerada que nos dirige en la Escritura. Y a los escritos de los santos y al Magisterio de la Iglesia.
Resucitemos el asombro de que Él, el Señor, se haya fijado en nosotros y nos haya adoptado; y la gana de rompernos todo por El y de plantar su pica y su estandarte en nuestra Patria.
No sea que ¡tan hermanos! seamos de Jesús, ¡tan familiares! que Él no pueda hacer con nosotros -como en Nazareth, su patria- ningún milagro.