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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1986. Ciclo C

14º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo: El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Id! Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. No llevéis dinero, ni alforja, ni calzado, y no os detengais a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, decid primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a vosotros. Permaneced en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. En las ciudades donde entréis y seáis recibidos, comed lo que os sirvan; curad a sus enfermos y decid a la gente: "El Reino de Dios está cerca de vosotros." Pero en todas las ciudades donde entréis y no os reciban, salid a las plazas y decid: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre vosotros! Sabed, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca" Os aseguro que en aquel día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad» Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No os alegréis, sin embargo, de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo»

Sermón

La paz descienda sobre esta casa”. “Eirene to oiko touto”, “la paz a esta casa”, dice, más brevemente, el texto original griego, reflejando el saludo mucho más sintético que hubieron de decir los discípulos en arameo o hebreo: “shalom ”, y que era la salutación corriente entre judíos.

Y referirse al ‘shalom' judío interesa, porque su significado es mucho más rico que su traducción griega ‘ eirene '. La ‘eirene' griega, como la ‘ pax ' romana son términos casi exclusivamente militares, que se oponen, respectivamente, al “pólemos” y al “ bellum”, a la “guerra”.

Pero el ‘shalom', la paz bíblica, es mucho más que ‘ausencia de guerra' Es la oposición a la perturbación del bienestar colectivo del pueblo. Bienestar formado por el conjunto de bienes territoriales, materiales, familiares, políticos y espirituales –que, a veces, llega no a excluir sino a exigir la guerra-. La palabra ‘shalom', en la Sagrada Escritura , es sinónimo de dicha, de plenitud, de salud corporal, de tranquilidad, entendimiento pacífico, abundancia, y está asociada fuertemente al concepto de justicia, de juicio y de autoridad.

Pero, más aún: el concepto de ‘shalom', está indisolublemente unido a la idea de Dios, de Yahvé, porque solo Él puede dar a su pueblo todos estos dones y porque, precisamente, la ‘alianza' con Dios es la que garantiza esta paz y prosperidad. Era claro, en la experiencia de Israel, que todos los males sociales y personales, de una u otra manera, se originaban en la ruptura de la ‘alianza', en la rebeldía del hombre contra Dios.

Pero, un día, Yahvé perdonaría a su pueblo abrumado de desgracias, purificado por ellas, y le volverá a dar su ‘shalom'. Así lo anunciaba el profeta Isaías, como hemos escuchado en la primera lectura.

Esta promesa se cumple, de manera inesperada por los judíos, en Jesucristo. Inesperada –digo-, porque no significaba la restauración del Reino de Israel y la afluencia de las riquezas del mundo a sus arcas, ni el servicio de todas las naciones a su cetro, sino la posibilidad de una auténtica ‘Paz'. Paz ya en este mundo fundada en la justicia y caridad de Cristo. Pero sobre todo en la implantación de un germen de plenitud y felicidad divinas, no solamente humanas, participación del bienestar trinitario que estallará para siempre en la germinación de la muerte pascual.

Pero, mientras tanto, esa paz, ese ‘shalom' es una realidad viva que embarga la existencia del cristiano.

Precisamente Santo Tomás de Aquino nos habla de la interioridad de esa paz. “Para que haya paz” –dice- “no basta que haya concordia”. Y fíjense Vds que ya ‘concordia' es más que ausencia de enfrentamiento. Se da la ‘con-cordia' -dice Tomás- cuando hay consenso entre diversas voluntades, diversos corazones. No -sigue Tomás- “se necesita más que la concordia entre diversos corazones”; se necesita el con-senso en el interior de cada uno.

Tanto si mi querer inteligente sufre la contradicción de mis apetitos indisciplinados, como si mi propio querer no tiene norte -o porque no sabe lo que realmente quiere, o porque quiere muchas cosas a la vez imposibles de conseguir simultáneamente y nunca se decide claramente por una-; tanto en uno y otro caso no tengo ‘paz'. La unión, el consenso de estos impulsos –dice Santo Tomás- es la esencia de la paz.

Esta unión solo se consigue mediante las virtudes cardinales que subordinan nuestros apetitos a nuestros objetivos humanos, y la caridad que unifica y subordina todos nuestros quereres legítimos bajo el gran norte del último y supremo Bien.

Sin la caridad , pues, que es el amor que proviene de Dios desde la fe y es sostenida por el vigor de la esperanza , y sin la justicia , la templanza , la prudencia y la fortaleza , no hay verdadera paz.

Pero de ninguna manera por esto debemos pensar que la paz es algo puramente individual, íntimo, aislado, solitario. No es lo que quieren decir Santo Tomás ni el evangelio. La paz que nos trae Cristo se contrapone, sí, a ‘la paz que nos da el mundo', dice Juan. Pero de ninguna manera contrapone la paz de Cristo a la verdadera paz social. Al contrario. La paz ‘que trae el mundo' es la falsa paz que a lo mejor consiste, como la eirene griega, en la mera ausencia de pólemos , la paz del pacifismo, la paz de la ONU, la paz de la rendición, la paz que trajeron los comunistas al Vietnam, la paz de los premios nobeles de la paz –salvo honrosas excepciones-, la paz de Ghandi, de Kiessinger y de Tutu y de Contadora y de ‘los pueblos amantes de la paz' -como llamaba Stalin a sus vasallos comunistas-.

No, no esa paz. Ni la mera concordia de las voluntades –concordia, por otra parte, a la larga imposible de mantener- a través del voto de mayorías teleprogramadas hacia fines utópicos, cuando no perversos. Ni la paz de los establos, de los estómagos satisfechos y del sexo pletórico. Todas estas y tantas más falsas paces que ofrece el mundo. Todas convergentes hacia la parodia de definitiva paz que es la muerte.

La paz que nos trae Cristo, es otra. Fundamentalmente interior sin duda, porque capaz de subsistir aún en el combate y la lucha externos y porque el cristianismo siempre mira a la persona con nombre y apellido no a la masa anónima. Pero, de ninguna manera, únicamente interior e individual sino en simbiosis y plasmada en estructuras políticas y sociales y en cultura cristiana.

La persona humana es un ser social y su interioridad no es independiente de la sociedad en la cual crece y se nutre. El hombre depende, aún en su interioridad individual, en su intimidad -tanto intelectual como afectiva- de la educación que ha recibido, de las pautas éticas, ideológicas, estéticas que lo han informado a través de las costumbres sociales, normadas por leyes consuetudinarias o escritas. Depende de lo que le han enseñado en la familia y en la escuela, de lo que ‘mama' a través de los medios de comunicación. Nadie se cría solo, en una isla desierta: todos dependemos de las estructuras mentales y sociales en medio de las cuales crecemos.

Fundamentalmente dependemos -en nuestras pautas ideológicas, en nuestros sistemas de valores, en nuestra afectividad- de nuestros inmediatos formadores: la familia. Pero , mediatamente, del medio social, hoy día cada vez más manejado por los ‘mass media'.

Esto lo supo siempre el cristianismo. Por eso no solamente convertía los corazones y las mentes individuales, sino que agrupó a esos individuos en la sociedad de la Iglesia.

La comunidad de los cristianos y su jerarquía santificó la familia con el sacramento del matrimonio. Pero no se quedó allí sino que intentó y logró –en determinada época- transformar la sociedad política, construyendo ‘la Cristiandad'. Sistema ideológico y político conformando una cultura destinada a envolver benéficamente a la familia y llevar al individuo y a la sociedad a la verdadera paz. La que trae Cristo en la promoción de todos los verdaderos valores humanos y la consecución del bien común. Es en esa visión como España llegó a nuestras playas y fundó patria.

Pero esa paz fue rechazada por la soberbia protestante y por los instintos prometeicos del hombre, del mundo, plasmados en la revolución francesa , iluminista, masónica y liberal.

Independizaron la estructura política del Evangelio. La Iglesia no tuvo más remedio que replegarse, subsistiendo en las costumbres sociales, enfrentándose a gatas en la cultura y sólidamente implantada en sus propias estructuras eclesiales y, fundamentalmente, en la familia -sobre todo en la mujer-.

Esto no duró mucho, porque, perdido el poder político, los cristianos tampoco pudieron defender la cultura cristiana. Le arrebataron las escuelas, las universidades, la literatura, el arte. Ámbitos en donde los cristianos difícilmente subsistieron y subsisten penosamente todavía.

Esta demolición del cristianismo se aceleró vertiginosamente con el último embate de la revolución anticristiana: el marxismo. El último engendro del liberalismo.

Un marxismo, hoy, sumamente refinado, que comprende que no solo tiene que destruir e infiltrar las estructuras jerárquicas naturales que aún quedan: ejército, iglesia, gremios, colegios, universidades, sino que. con Antonio Gramsci –muerto en 1937- piensa ha de corromper la cultura, mediante las contradictorias ideas marxistas, la liberación del sexo, el freudismo a ultranza, terminando así por insidiar y destruir las virtudes cardinales y, antes que nada, la fe, la esperanza y la caridad.

Nos hallamos en esa última etapa de asalto a la cultura y destrucción de los restos de la vieja Cristiandad cuando, desmoronado el ejército, aún la Iglesia ha sido infiltrada y comenzada su autodemolición –al decir del mismo Papa Pablo VI-.

De allí el valor simbólico del firme no de la Iglesia al divorcio y de la manifestación pública, pequeña o grande, no interesa, presidida por Nuestra Señora de Luján, en el día de ayer.

Es casi seguro que el divorcio se aprobará. Pero no importa: la Generala ha salido a la calle y la Iglesia, los cristianos –aunque sea un pequeño grupo, no más de 72, como en el evangelio de Lucas-- han comenzado a ‘descalzarse', abandonar ‘sus alforjas' y ‘dejarse de saludar' y sonreír a todo el mundo.

Es el momento de virilmente unidos, en grupos, ‘de dos en dos', no solos, comencemos otra vez a ofrecer la Paz de Cristo. La que anida, antes que nada, en los corazones. Pero que también ha de hacerse cultura, fábrica, escuela, autoridad y espada.

Porque, si sacudimos nuestra modorra y otra vez comenzamos a pelear, -no solo por nosotros, sino por la Patria que quieren arrebatarnos y arrebatar a Cristo-, el Reino de Dios llegará, con su Paz, con su cristiano ‘shalom', y el enemigo, si Dios quiere, peor que Sodoma, desaparecerá en la polvareda que levantarán nuestros pies.

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