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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1973. Ciclo B

16º Domingo durante el año
22-VI-73

Lectura del santo Evangelio según san Marcos    6, 30-34
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco.» Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Sermón

En no me acuerdo bien qué obra de teatro toda la acción transcurría en una sola pequeña habitación donde cuatro hombres quedaban encerrados durante mucho tiempo. En dicho cuarto solo había un pequeño grabado colgado de la pared, una rejilla por donde les pasaban diariamente la comida, una mancha de humedad en una de las paredes y algún otro detalle u objeto que no recuerdo. Vds. dirán ¡qué obra opiante! ¿Qué diantres podía suceder en un lugar así?
Y, sin embargo, el autor se las arreglaba para conseguir, a partir de estos pobres elementos desencadenar, entre los protagonistas, un verdadero drama. Porque, de pronto, en el pequeño universo en donde esos hombres debían transcurrir sus veinticuatro horas diarias esos elementos adquirían una importancia enorme.

Comienzan a crearse, entre los cuatro, situaciones de conflicto para ver, por ejemplo, quién de ellos lograba en el cuarto una posición que le permitiera el mejor ángulo de visión del grabado; o a quién le tocaba dormir del lado de la pared húmeda; o quién sería el que retiraba primero la comida de la mirilla o se llevaba el mejor pedazo de alimento a la boca o lograba echar un vistazo hacia fuera en el corto tiempo cuando les pasaban la magra pitanza.
Esas minúsculas trivialidades, en la reducida dimensión de sus preocupaciones cotidianas, alcanzaron para ellos una importancia suprema. La tensión llega hasta tal punto que dos de ellos se ponen de acuerdo para eliminar a los restantes.
Pero, de pronto, ‑no se sabe por qué‑ las paredes caen, desaparecen y, ante los ojos de los cuatro, se abre el inmenso horizonte del verdadero mundo, la variedad y multiplicidad de los seres, de la sociedad humana, de los acontecimientos vitales. Y, entonces, como por ensalmo, los cuatro se dan cuenta de lo ridículo de sus conflictos y problemas. Se abrazan; termina la obra.

Y es que no hay peor cosa, señores, para aumentar e inflar nuestros problemas, que encerarnos en nuestro pequeño mundo.
Siempre recuerdo mis épocas de seminario en donde, por lógica necesidad, debíamos permanecer encerrados, sin salir durante mucho tiempo, en el vetusto edificio: cómo llegaban a tornarse obsesionantes ciertos detalles en si mismo nimios. El que ocupaba más de lo debido el baño; el que daba portazos al cerrar su camarilla; el que taconeaba por los pasillos. No me olvido nunca, por ejemplo, cómo, durante casi un año, mi hora de meditación en la capilla fue virtualmente arruinada, no podía hacer meditación, por culpa de un compañero que, cerca de mí, perpetuamente semiresfriado o alérgico, cada cinco minutos, por no usar pañuelo, aspiraba por la nariz. Y no demasiado ruidosamente, no vayan a creer. Pero, igualmente, en la repetición cotidiana de esta aspiración en el silencio del lugar, el fastidio se transformaba en un verdadero martirio. Ha sido una de las épocas de mi vida en que más cerca he estado de cometer un homicidio.

Y, por eso, ¡qué bien nos hacía a todos cuando íbamos a visitar las cárceles, o los hospitales u orfanatos y éramos observadores de verdaderos problemas y desdichas! A qué dimensión minúscula quedaban reducidos nuestros problemas. Y, si Vds. no lo han hecho aún, háganlo alguna vez: vayan por ejemplo a Claypole a visitar el Cottolengo, en donde un puñado de monjitas admirables cuida los desechos más penosos de la miseria humana, lunáticos, deformes, pequeños casos teratológicos, discapacitados, abandonados. A ver si, después, tienen coraje para quejarse y amargarse porque no tienen vestido qué ponerse para ir a tal reunión, o por qué no me invitaron, o por qué apareció una nuevo rayón en el auto, o por qué les fue mal en el examen, o por qué no consigo que me devuelvan la línea de teléfono, o por qué estoy gorda o se me cae el pelo o por qué Guillermito no me quiere…
Les puedo asegurar, por mi parte que, cuando me aqueja alguna preocupación, me bastan unas pocas horas de sentarme en el confesionario y de escuchar a los demás para redimensionar y centrar mi propia contrariedad.

Es que, es inútil: mientras vivamos encerrados en nuestro pequeño y egoísta mundo cualquier cosa nos afectará, hasta las más tontas se transformarán en enormes desdichas, nos parecerá que no hay dificultades más grandes que las nuestras.
¡Cuántas veces les habrá pasado a Vds. mismos preguntarle a alguno la razón de sus nervios o sus tristezas y, al escucharlo, decir por adentro “¿pero será posible que éste sufra por tan poca cosa?” Por eso es bueno, de vez en cuando, salir mentalmente de nosotros mismos y preguntarnos, por ejemplo, qué opinaría de mi desde el espejo de otra persona, qué consejo daría si yo debiera aconsejar a otro en mi misma situación.

Perspectiva, distancia. Eso es lo que falta tantas veces para enfrentar los problemas. Subirnos a una cierta altura y mirarlos desde arriba.
No es el soldado en medio del combate el que se da cuenta de cómo va la batalla y qué hay que hacer para ganarla, sino el general que la mira desde lejos. No es el que pega sus narices a la tela el que goza de la belleza de un cuadro, sino el que lo observa apartado de él. No es el que recuerda y conoce cada uno de los adoquines el que conoce la calle, sino el tiene su panorama, su mapa, en la cabeza.

Tomar distancia, retirarse, hacer silencio, romper un poco las cuatro paredes de nuestro mundillo con su mancha de humedad y su grabado. Recurso indispensable para quien quiera ser verdaderamente dueño de sí mismo. Y ¡cuánto más necesario hoy, señores, en medio de este mundo en que vivimos y que nos arrastra en su torrente de problemas cotidianos, de excitación, de ruido, de nerviosismo!
Tomar distancia, sí.
¿Y qué mejor distancia, qué mejor retiro, qué mejor punto de vista que ver, mirar las cosas, los problemas, las personas, desde Dios? ¿Y qué otra cosa es la oración, la meditación sino el tratar de asimilar en nuestra inteligencia, en nuestro corazón los puntos de vista de Éste nuestro Dios?
Hacer el esfuerzo de verme como Dios me ve, intentar observar las personas, los acontecimientos, los míos, como Dios los ve. Desde Su distancia; a la vez que profunda cercanía.
Eso es meditar, eso es orar. Salir de nosotros mismo e instalarnos en el corazón de Dios. Dejar mi mezquino ángulo, mis pobres pensamientos y sentimientos e imbuirme de los de Dios.

Quién no tenga diariamente sus largos minutos de silencio y oración, reflexión, meditación, encuentro con Dios, derribando las cuatro paredes de su pequeño mundo, abriéndose a los horizontes divinos, adoptando la perspectiva de batalla del General, quién no lo haga, yo les aseguro, que de ninguna manera puede será un buen cristiano. Y a eso los invita hoy el Señor en el Evangelio, junto con los Apóstoles:
Entonces él les dijo: Vengan Vds. solos conmigo a un lugar desierto, para descansar un poco.’ Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se dirigieron en la barca a un lugar desierto, para esta a solas”.

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