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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1975. Ciclo A
20-VII-75
Repetido 1987

16º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 24-43
Y les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'. El les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'. 'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'". También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas". Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa". Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo". El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!

Sermón

         Nuevamente una parábola campestre y, como la del domingo pasado, también explicada por Cristo.
¿Han visto Vds. alguna vez un trigal? Espectáculo hermoso si los hay. Sobre todo cuando, en un día de sol, sopla la brisa y se ve todo como un mar amarillo recorrido por las olas. “Blonda cabellera de mi patria”, cantaba Leopoldo Lugones, en las ya remotas épocas de prosperidad del campo argentino.

Sí, vista bella la de los trigales al viento y, sin embargo, todos sabemos que el objetivo de las espigas no es ofrecer lindos panoramas Kodak, sino, finalmente, ser cosechadas, y transformarse en harina y en pan.
Por más espléndido que aparezca el trigo en sus campos ningún agricultor está seguro del éxito de su sembradío sino cuando tiene el grano embolsado en sus galpones o llenando sus silos. ¡Cuántas sorpresas de último momento pueden dar pestes, granizo y heladas!
El hombre de campo sabe que las cosas nunca salen perfectas. Ha aprendido que siempre hay algo que anda menos bien, una lluvia a destiempo o que se retrasa, los días de calor que no llegan a hora, yuyos aquí, plagas allá. Por eso, desde pequeño, el agricultor aprende a ser paciente. No se amarga ni alegra nunca demasiado, antes de tiempo. Recién cuando cuente sus bolsas con acoplados sabrá cómo le ha ido.
Mucho más paciente es Dios con nosotros, porque también para Él el objetivo es la cosecha no los trigales. Y la historia de los hombres es como un inmenso campo donde el nos siembra con la esperanza de la cosecha. No interesa demasiado que, si deja crecer al trigo, también crezca la cizaña. Él ve todo desde la perspectiva de la siega y desde las enormes zarandas que filtrarán al trigo y no dejarán pasar la hierba mala al fin de los tiempos.

Pero, es claro, desde el campo de trigo ¡qué feos quedan los manchones de yuyos, la hierba mala que avanza sobre el trigo! “¡Dios es injusto!” “¿Cómo no castiga a los malos y defiende a los buenos?” “¿Cómo es posible que permita tanto mal, tanta desgracia, tantos sinvergüenzas?”
¡Cuánto más drásticos y mejores dioses seríamos nosotros! ¡A qué de cientos hemos fusilado y fusilaríamos en deseo! ¡Hay que limpiar! ¡Hay que liquidar!
Y sí: finalmente habrá limpieza y los perversos serán fusilados hacia el infierno. Pero eso será cuando la cosecha, al fin de la ruta y, mientras tanto, caminaremos juntos malos y buenos, porque el mundo es sendero, no meta ni llegada. Es trigo que crece es todavía ilusión, anhelo, cuanto mucho esperanza, no cosecha.
Y los hombres han de saber que si deben, cuando pueden, eliminar a los peores yuyos, a los que no permiten crecer e impiden a los otros caminar, a los que corrompen y viven en criminal intención, tendrán empero que tener tolerancia con los yuyos menores, con los pequeños gusanos, con las pestes tenues, para evitar males mayores o para adquirir o conservar mejores bienes. Si no correrán el riesgo de quedarse sin trigal porque ¿qué espiga habrá sin defecto, que hombre sin pecado? No se tira una bomba para matar una mosca; ni se usan potentes antibióticos por un simple resfrío.

Lo mejor siempre ha sido enemigo de lo bueno tanto en la vida personal, como en política (1). El hombre es un ser frágil y, para peor, herido por el pecado original. Debe saber de entrada que siempre habrá algo de cizaña aún en sus mejores acciones. Por no saberlo ¡tantas desilusiones! Comenzamos nuestra vida espiritual un día con enorme ímpetu o, después de aquella confesión o retiro, decidimos cambiar de vida y, cuando al mes o a la semana tuvimos nuestra primera recaída o nos dimos cuenta de que, a pesar de nuestros buenos propósitos, apenas pudimos modificar nuestro carácter, entonces nos desilusionamos, nos desesperanzamos, todo se nos vino abajo, quizás abandonamos.
Pero ¿quién cambia de golpe? Ni Dios actúa, ni nosotros cambiamos así. No podemos hacernos ni músicos, ni ingenieros ni santos de un día para otro. La gracia es una semillita que se desarrolla y crece lentamente al ritmo suave de la naturaleza. Un campo de trigo en que también crece cizaña.
Hay que ser pacientes: regar y rezar, arar y orar, podar y pedir. No se transforma de golpe la semilla en árbol. No hay ‘santidad en un día’ como ‘bachillerato en un año’ o ‘inglés en dos semanas’. El que no es paciente con sus debilidades, el que no es lo suficiente humilde para tolerar que en el campo de su alma también crezca la cizaña, es un iluso que tarde o temprano se dará un gran porrazo contra el suelo. La humildad del publicano, no la soberbia farisea es la que llega al cielo.
Y ¿si no somos tolerantes con nuestro prójimo y buscamos solo lo perfecto? ¿De quién podremos ser amigos sin, tarde o temprano, desilusionarnos? ¿Con quién nos casaremos sin, algún día, desencantarnos? ¿De qué hijos estaremos satisfechos sin desengaños? ¿En qué comunidad religiosa sin decepciones?

¿Y qué decir del perfeccionismo en política? ¡La de patíbulos que han levantado puritanos y jacobinos! ¡Qué gobierno va a durar más de un año si no le toleramos ningún defecto! Hay, por cierto, gobiernos que necesitan ser volteados y no voy a poner ejemplos, pero, si en el ejercicio de la autoridad exijo la perfección absoluta, nunca voy a estar conforme; porque nunca existirá en la tierra una autoridad semejante. Por eso las utopías y los utópicos, buscando irrealísticamente la paz y la justicia perfecta en un mundo que no pude darlas, son los más febriles generadores de conflictos e injusticas que puedan existir.
No: el hombre no es ni puede ser consumadamente perfecto sino en el cielo y, por ello, la tolerancia de ciertos males será inevitable en esta vida. Condición para que crezca el trigo que también dejemos crecer algo de cizaña.
El Señor es paciente y aguarda.
Es recién al final que dirá: “Arranquen la cizaña y átenla en manojos para quemarla”.
Recojan y junten al trigo en Mi granero”.

 

(1) Le mieux est l'ennemi du bien, decía Voltaire.

 

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