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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1981. Ciclo A

16º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 24-43
Y les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: 'Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?'. El les respondió: 'Esto lo ha hecho algún enemigo'. Los peones replicaron: '¿Quieres que vayamos a arrancarla?'. 'No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'". También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas". Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa". Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo". El les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal,y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!

Sermón

El diario de hoy nos despertó, como siempre, con su serie de acostumbradas buenas noticias: trescientos muertos en el bombardeo del sur del Líbano; ciento diez muertos por un derrumbe en una pista de baile de Kansas City; choques armados en Dublín; cien desaparecidos en un naufragio en Filipinas, sesenta y cuatro muertos en un ómnibus en Rajastán; un niño que se suicida en Perú porque sus padres se divorcian; tres andinistas italianos enterrados por la nieve en el monte Pucajirca … De las noticias nacionales, mejor ni hablar.


Cerro Pucajirca, Perú

Pero agarrar el diario de hoy es como si uno leyera una figurita repetida. Desde que empezaron a publicarse, allá hacia mediados del siglo XVII, no suelen ser sino el inventario cotidiano de cosas terribles que pasan en el mundo. Los titulares que leímos hoy, sin demasiadas variaciones podrían haberlos extraído de un diario cualquiera de hace diez años o de dentro de diez.


La Gazeta , 1661, primer periódico de información general en español

Pero, para saber que existen desgracias en el mundo ni siquiera es necesario leer los periódicos. Basta nuestra experiencia personal. A partir del pataleo y llanto furiosos en nuestras cunas, pasando por nuestros deseos frustrados o rabietas infantiles, nuestras tristezas y rebeldías de adolescentes, nuestras amarguras de estudiantes, nuestros problemas de adultos, hasta nuestras desdichas de vejez, sin contar los dolores fuertes de las verdaderas desgracias -orfandades, fracasos matrimoniales, enfermedades, muertes cercanas- ¿quién no sabe que esta vida, a pesar de la jarana, la televisión en colores y los goles de Boca, está deficientemente hecha?

¿Quién no se ha planteado alguna vez el problema de un mundo y de un hombre que decimos creado por Dios, pero que soporta tantas calamidades, tanta hambre, tantas injusticias, tantos dolores de inocentes, tanta prepotencia impune de malvados? ¿Qué clase de Dios es éste que tolera que aquellos a quienes ha creado –sin, por otra parte, que nadie se lo pidiera- soporten tantos males?

¿No son, precisamente, a veces, todas estas cosas, más las desgracias injustas, la muerte inexplicable de alguna persona buena y querida -a nuestro juicio necesaria para los suyos- o el sentimiento de rabia frente al triunfo del malo y el fracaso del bueno, los que hacen tambalear tantas veces nuestra fe en Dios?

¿Qué clase de Dios es éste que fabrica un mundo aparentemente tan mal pergeñado?

Es verdad que por ahí nos cuentan que la culpa no la tiene Dios, sino la libertad y el pecado de los hombres –cosa, en fin, discutible, no solo por lo aleatorio de la libertad sino por la evidente no intervención de ésta, como, por ejemplo, cuando se lleva a un chico una leucemia-. Nos dicen, además, que precisamente por eso vino Cristo: para repara al mundo y fundar la Iglesia, su Reino.

Pero, entonces, uno se hace otras preguntas. ¿Qué pasó con todos los que no conocieron, ni conocen ni conocerán a Cristo? O ¿qué eficacia verdadera, definitiva, total, ha tenido la intervención de éste en la historia?

Que fue influyente, aún desde el punto de vista puramente humano, nadie lo duda. Pero que haya habido un cambio radical en el hombre a la manera de lo que esperaban los judíos: la instauración de un Reino de Justicia, de amor, sin guerras, próspero, sin débiles o contrahechos, sin muerte. No se ve.

Lo más triste es que ni siquiera se ve en la Iglesia, supuestamente el Pueblo de Dios, el Reino comenzado por Jesús. Basta recorrer la historia del cristianismo para tener la evidencia de cómo ni siquiera esta porción aparentemente elegida de la humanidad, estuvo exenta de desórdenes, pecados e injusticias gravísimas. Aún entre los supuestamente ‘elegidos de los elegidos': clérigos, obispos, papas.

Y, si miramos la Iglesia de nuestros días: católicos, monjas, monjes, obispos, curas ¿cuántos santos podríamos señalar? Sabemos, por supuesto, de mártires, de gente extraordinaria y suponemos ciertamente la existencia de almas privilegiadas, pero ¿cuántos escándalos no padecemos dentro de las estructuras eclesiásticas? Sin ninguna sorpresa, por cierto, porque ni mejor ni peor que en otras épocas, con sus más y con sus menos.

Pero, claro, sin necesidad de mirar alrededor, es suficiente escudriñar dentro de uno mismo para darse cuenta de que las cosas, aún después de Cristo y con Cristo, siguen no yendo del todo bien.

¿Y entonces?

"¿Y entonces? ” también preguntaban impacientes los judíos piadosos y los discípulos a Jesús.

Ellos habían esperado tantos años un Mesías que restaurara el añorado Reino con todo su fasto y esplendor.

Sobre todo esenios y fariseos se habían dispuesto, mediante cuidadosas normas y regulaciones de santidad, a formar parte de ese pequeño núcleo de escogidos que, ciertamente, utilizaría Dios para restaurar el Reino.

“Fariseos” –‘separados', en hebreo- se llamaban a sí mismos, porque evitaban cuidadosamente todo alimento impuro, todo trabajo en sábado, todo contacto con paganos, con ignorantes, con prostitutas, con publicanos. Ellos estaban preparados, sí.

Y ahora venía ese Galileo, a quien sus discípulos creían el Mesías, y, en lugar de elegirlos a ellos, se juntaba precisamente con los que ellos sabían que no podían agradar a Dios.

Peor aún: el galileo todavía tenía el tupe de afirmar que el Reino ya había comenzado.

Los mismos discípulos estaban desconcertados. "¿Cuándo vas a instaurar el Reino? ” le urgían.

Tampoco ellos podían creer que el Reino ya estaba iniciado.

¿Cómo? ¿Este es el maravilloso mundo creado por Dios, con todas sus pavorosas penas e injusticias? ¿Esta es la famosa Iglesia, con la sordidez de las miserias y pecados de sus miembros?


Vasiliy Polenov , Cristo y la mujer sorprendida en adulterio , 1886-1887

Es entonces cuando Jesús responde con las parábolas que Vds. acaban de escuchar: las del sembrador, el grano de mostaza, la levadura.

Porque, todo el problema viene de la falsa ilusión -a la cual tenazmente se aferra nuestra psicología- de creer que el mundo, por un lado, y la Iglesia, por el otro, ya están hechos, terminados. "Dios ‘creó' el mundo ”, decimos, en tiempo pasado. Cuando la traducción correcta es "Dios crea está creando - al mundo ”.

Si la conjugación fuera en tiempo pasado, todas las objeciones contra la existencia de Dios a partir del mal en el mundo y del pecado en la Iglesia tendrían razón.

Pero no tendría ninguna razón quien quisiera juzgar a un escultor cuando recién ha dado los primeros martillazos en el mármol; ni quien opinara sobre la belleza de una casa cuando solamente se han echado los cimientos; ni quien quisiera hablar del ser humano mientras todavía está en el vientre de la madre.

No, el mundo no está terminado, el Reino está en germen, se está gestando, se está construyendo.

Eso es lo que hay que entender de una buena vez. La creación está solo en sus comienzos, en pañales: todo es aún sembrado, semilla, proyecto, gestación, La cosecha, el arbusto crecido, el hombre adulto y definitivo, la masa fermentada y horneada, recién se verá en la eternidad, en el cielo.

Y, como ese cielo es la transformación maravillosa de lo humano en divino a través del parto de la muerte, así como es necesario, para nacer, dejar el abrigo del vientre de la madre si se quiere ver la luz, así es menester pasar por los ‘dolores de parto', en mezcla de bien y de mal, de bondad y maldad, que es la vida en este mundo, antesala de eternidad.

Para ello todo nos sirve. El bien y la belleza, para darnos cuenta de las posibilidades, maestría e intenciones buenas del Supremo Artista. El mal y el dolor, para no apegarnos a algo que necesariamente hemos de abandonar si queremos alcanzar lo que Él quiere darnos.

Las maravillas del mundo, las felicidades terrenas, nos sirven para apreciar la bondad divina. Las desgracias y sufrires, para aprender a esperar de Él mucho más de lo que ya tenemos y no afincarnos en el esbozo, en el camino, en el viaje.

También la Iglesia: a todos ofrece semillas de eternidad a través de la palabra de Dios que custodia, y de los sacramentos que administra. Añadido a todo lo excelente que ha mostrado y muestra al mundo.

Los santos, la sabiduría de sus grandes pensadores, los testimonios de la belleza de su arte, sus gestas gloriosas, alimentan la seguridad de la fe. Las miserias y pecados de tantos de sus miembros -indignos y mediocres- consuela nuestras propias falencias, en la esperanza del perdón. Que Dios ha venido a buscar no a los perfectos, sino a los pecadores.

Todos podemos decir: “También yo, miserable pecador, soy miembro de la Iglesia y, a pesar de mis pecados, esa semillita que el Señor deposita con su perdón en el fondo de mi alma, aunque ahora no parezca nada, ni produzca nada, y me humille y duela el no verlo, un día florecerá en frondoso arbusto para la eternidad.

Y, mientras tanto, haré todo lo que pueda –confiando en Su misericordia-.

Cuando recién brotan, cuanto todavía están creciendo, el trigo y la cizaña no se distinguen.

¿Qué se yo todavía si soy cizaña o trigo? ¿Qué se yo de mi prójimo? ¿Quién duda de que Dios incluso pueda transformar el espinoso yuyo en crocante tallo constelado de frutos?

Quiera el Señor hacerme crecer espiga. Cosecharme un día. Cobijarme en los dorados graneros del Padre.


Campos de trigo , 1890, último paisaje pintado por Vincent van Gogh

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