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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1981. Ciclo A

17º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 44-52
El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró. El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".

Sermón

“¡Deber! Nombre sublime y grande (…) ¿Dónde se halla la raíz de tu noble ascendencia, que rechaza orgullosamente todo parentesco con las inclinaciones y alegrías?

Así ensalza al ‘deber' Manuel Kant , el padre de la filosofía moderna, en su “ Crítica de la Razón Práctica ”. De esta exaltación, en la que se lo contrapone a inclinaciones y alegrías, todavía hoy resuenan los ecos en la conocida frase “ Una cosa es el deber y otra el placer ”.

Claro, las cosas no podían ser de otra manera para el pobre Manuel. La naturaleza no lo había dotado con demasiadas posibilidades de diversión. Era un petizo feo –un metro y medio, a penas, de estatura-, de constitución débil, enclenque y enfermizo, torso hundido, hombre derecho levantado.

Con su complejo de petizo se dedicó a tratar de destacarse con lo que le sobraba: inteligencia y, sobre todo, una férrea voluntad.

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Immanuel Kant , 1724 –1804)

A fuerza de orden, metódica sobriedad y orgullo, supo hacer larga y fructífera una vida de tan débil contextura corporal.

Se levantaba en todo tiempo a las cinco de la mañana. Desde allí hasta las diez, hora en que se ponía su gorro de dormir, todo su día se desarrollaba a ritmo de metrónomo. La gente ponía su reloj en hora al verlo pasar.

Pero quizá lo que más afectó su vida y manera de pensar fue la educación pietista que le impartió su madre. El pietismo era una rama especialmente severa del protestantismo.

Pero, mejor, empezar por el principio, el protestantismo de Lutero.

Lutero dependía de un tal Guillermo de Ockham , fundador de la escuela nominalista, muerto hacia el 1347. Este Ockham negaba que hubiera acciones buenas o malas en sí mismas, por su propia naturaleza. El adulterio, el asesinato, el robo, la blasfemia, la mentira, el odio, son malos –decía- solamente porque Dios quiso prohibirlos, de lo contrario podrían ser buenos. Lo mismo: la oración, la castidad, la temperancia, la caridad, son buenas solo porque Dios las ha prescripto. Pero podría, si hubiera querido, ocurrírsele lo opuesto. ¿Ven? Los mandamientos, la moral, son arbitrarios, dependen del antojo, de la pura voluntad de Dios. No de la coherencia de Su Entender con la realidad. El hombre será bueno o malo moralmente en la medida o no en que obedezca sumisamente a estos decretos divinos volubles.

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Guillermo de Ockham (1300-1350)

Lutero acepta y asimila sin más esta doctrina. Pero añade, para empeorar el pastel, que estos mandamientos caprichosos de Dios, en la práctica son imposibles de cumplir, porque se oponen a nuestras tendencias.

Para Lutero el hombre es un manojo de tendencias desviadas por el pecado original, que siempre busca placeres ilícitos y satisfacciones egoístas.

Desviación, corrupción, que le viene al hombre de nacimiento y que ni siquiera el bautismo puede quitar. Lo único que puede hacer Dios con el hombre es exculparlo, pero no cambiarlo. Su ser y sus tendencias, por más sacramentos que reciba, serán siempre corrompidas y corruptoras.

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Felipe Jacobo Spener (1635-1705) padre del pietismo

Esta posición se vuelve especialmente dura entre los discípulos puritanos de Calvino y los pietistas luteranos. Para ellos todo deseo del corazón humano, toda tendencia, toda inclinación y, por tanto, toda satisfacción de esas tendencias, todo placer o gozo, son ilícitos y, por tanto, pecaminosos. Buen cristiano será, según ellos, todo aquel que, matando todo sentimiento, todo deseo, inclinación o placer, busque solamente obedecer a Dios, cumplir sus mandatos.

El esmirriado y enfermizo Manolo Kant , fue educado en esta horrible moral. Peor aún: lo metieron –de feo que era- en una especie de seminario regenteado por un teólogo pietista de la más estricta observancia. La disciplina era tan rigurosa y las prácticas de religiosidad externa tan minuciosas y asfixiantes que, cuando salió, no quiso saber más de ir a la Iglesia. Siguió estudiando un tiempo teología, pero, luego, se dedicó a las ciencias y a la filosofía.

El asunto es que, al perder la fe en el cristianismo, por otra parte deformado, en el cual se había educado, continuó, sin embargo, manteniendo muchas convicciones protestantes y pietistas. Entre ellas la de que todo deseo, afecto, tendencia, inclinación, sentimiento, son malos, y no pueden ser los reguladores de la actividad del hombre.

Pero, como para él ya Dios no cuenta, quién toma Su lugar y se convierte en Supremo Regulador de los actos humanos, es la razón.

Es la Razón quien dicta al hombre lo que ha de hacer, y es la voluntad, en contra de todo sentimiento, quien lo imponga. La razón y la voluntad, pues, según Kant, nos crean ‘el sentido del deber' y este ‘deber' es así, finalmente, la norma de toda moral.

¿Ven? El Dios de Ockham y de Lutero ha sido suplantado en Kant por la razón individual. Ella es la que impone, fuera de toda ley que no sea ella misma, -sin tener en cuenta ninguna tendencia o inclinación, sino más bien oponiéndose a ellas, qué es lo que hay que hacer o no hacer-. De allí la loa al ‘deber' y el desprecio a las inclinaciones y placeres que hemos leído al comenzar esta prédica.

Algunos, al escucharme estará pensando “ Pero, eso que nos está diciendo de Kant y de Lutero ¿acaso no es así ? ¿La voluntad no tiene que obligar al deber en contra del deseo?” Sí y no.

La verdad es la siguiente. Dios de ninguna manera es arbitrario en sus mandatos. No puede hacer que algo malo sea bueno simplemente por decirlo o ponerle la etiqueta de tal. Debe transformarlo, convertirlo en realmente bueno. El mismo Dios está obligado a actuar según Su Ser, Su Verdad y Su Bondad. El adulterio, el robo, la mentira, son males no porque Dios lo haya dispuesto así, sino porque realmente infieren un daño a la realidad de la sociedad y de la persona.

Dios no actúa, como los pseudolegisladores modernos –discípulos de Kant- señalando el mal y declarándolo bueno o indicando el bien y proscribiéndolo como malo.

La mentira es pecado, no porque se le antoje al capricho divino, sino porque impide al hombre realizarse en sociedad. El fabricante manda cambiar el aceite tantos cientos de kilómetros no porque se le ocurra, sino por el bien del motor.

Ese es el verdadero sentido de los preceptos y consejos de Dios: ilustrarnos respecto a aquellas cosas que nos hacen bien, apartarnos de las que nos hacen mal y tomándose todo eso personalmente. En última instancia las leyes divinas han sido reveladas para el bien y por tanto la verdadera felicidad y placer del hombre.

Placer, si, porque los actos buenos de por sí, son al mismo tiempo, placenteros. Para el verdadero cristianismo el mandamiento responde a instancias objetivas de la realidad creada por Dios, aunque deformadas parcialmente por la herencia del pecado. En el ser humano existe un deseo esencial de seguir la inclinación buena de su realidad racional, aún en su nivel sensible. El hombre virtuoso es quien, con la ayuda de la gracia, ha logrado impregnar todas sus tendencias con la racionalidad divina y la caridad de modo de espontáneamente seguir con gozo y placer los caminos de la ley. En el hombre totalmente virtuoso la delectación acompañaría siempre sus actos buenos.

Que alguna vez deseemos cosas u objetos que los mandamientos o nuestra inteligencia nos indiquen como malas y nos cueste y duela el no hacer todo lo posible por obtenerlas no es extraño. ¿Cuánta veces un deseo inmediato no está en contra de algo que sabemos no nos hará bien? La señora o señorita obesa que no resiste a su apetito de comer no está oponiendo un deseo a una decisión, está oponiendo dos deseos, el de comer –inmediato- y el de enflaquecer –a mediano plazo-. El que resiste la gana de fumar porque el médico se lo indicó, lo mismo. No es la voluntad del médico la que se impone, sino la inclinación a estar sano. El que aguanta la gana de ir a jugar o ver televisión por estudiar, lo está haciendo porque desea sacar buena nota, no llevarse la materia, agradar a sus padres, recibirse. Y en todas esas cosas alcanzará legítimos y sanos placeres: la alegría de estar flaca, de sentirse con los pulmones limpios, de recibirse. Todas alegrías mayores que los placeres inferiores que debió evitar. Se ha renunciado a placeres más inmediatos y groseros, para alcanzar dichas más grandes. Se dejan de lado tendencias superficiales –aunque vehementes- para dejarse llevar por tendencias más profundas y valederas.

Porque el hombre todavía no está del todo fabricado y porque está en parte desviado y desordenado por el pecado, por eso, muchas veces, bienes aparentes, deseos desviados, lo atraen fuertemente. Pero eso no quiere decir que todo deseo y todo placer sean malos. Al contrario, fundamentalmente todos, bien ordenados, son buenos, si no serían una trampa con la cual Dios nos habría creado.

Lo que pasa -y en esto Lutero y Kant yerran groseramente- es que la voluntad no es simplemente el instrumento que tiene la razón para imponerse despóticamente sobre los deseos. No existen solamente las inclinaciones de los sentidos. La voluntad es tan inclinación y tendencia como los sentimientos, con la diferencia de que la primera surge de lo más humano del hombre y los sentimientos corresponden a la esfera subordinada de lo sensible.

La voluntad es, así, no una fuerza despótica, sino la inclinación, el afecto, la atracción de los bienes que responden al orden específicamente humano. Cuando la inteligencia descubre un verdadero bien la voluntad natural y espontáneamente tiende a él. De la misma manera que cuando vemos un bife con papas fritas se nos hace agua a la boca. La voluntad fría, mecánica, despótica, de Kant, es un invento racionalista y puritano. El hombre que se deja guiar por una moral de este tipo resulta un monstruo gélido y despojado de calidez y auténtica humanidad.

Para el verdadero cristiano el deber no se opone al placer. Porque Dios no nos manda nada que se oponga a las verdaderas inclinaciones de nuestro ser humano, quizá, sí, muchas veces, a nuestras inclinaciones desviadas, inferiores o viciosas -inclinaciones que a la postre, si nos dejamos llevar por ellas nos hacen mal y que son, en palabras de Pablo, las del ‘hombre viejo'-. De allí que el deber coincida siempre, en el Hombre Nuevo, con los verdaderos y hondos deseos que se esconden en el corazón humano.

Por eso, cuando uno encuentra finalmente aquello que, en lo profundo, ambicionaba y deseaba, todos los deseos menores quedan de lado. Por un gran amor ¿qué no somos capaces de hacer, sufrir y renunciar? ¿A cuántas cosas renuncia la gente por comprarse un auto, un televisor en colores, una casa? ¿Cuántos sacrificios no enfrentamos por ganar más dinero?

Y, cuando nos damos cuenta de lo que debemos buscar, ¿acaso las renuncias nos duelen tanto? ¿no pensamos, más bien, en lo que conseguiremos y con alegría esperamos y, luego, con placer fruiremos?

 

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Y si, de pronto, descubriéramos algo o Alguien capaz de satisfacer todas nuestra hambres, todos nuestros deseos, colmar nuestra indefinida capacidad de gozo ¿acaso nos dolerían las renuncias, las cosas que tendríamos que hacer o dejar de hacer para obtenerlo?

¿O, más bien, iríamos, no por deber, sino locos de alegría, a vender todo lo que tenemos y comprarlo?

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