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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1994. Ciclo B

17º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Juan   6, 1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan» Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?» Jesús le respondió: «Háganlos sentar» Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada» Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo» Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

Sermón

             Cuentan que, una vez, el Cura Brochero, explicando a sus cordobeses el milagro que acabamos de escuchar, se confundió con los números. Dijo: "Miren Vds. el poder de Cristo, que con cinco mil panes y dos mil pescados dio de comer a cinco hombres". Y ahí nomás le saltó el sacristán, que estaba sentado debajo del púlpito, y comentó en voz alta: "¡Eso lo hago yo también!", con lo cual varios se rieron y el cura, mortificado, dejó el sermón allí y siguió la Misa todo colorado... Al domingo siguiente con un machete de papel, para no equivocarse en los números, el Cura empezó: "Como les iba diciendo, Jesucristo, con 5 panes y dos pescados dio de comer a 5000 varones... " Y ahí otra vez el sacristán gritó: "¡Eso lo hago yo también!" "¿Cómo, sacristán sacrílego?" explotó Brochero... "¡Con lo que sobró el domingo pasao!"...  Por supuesto que otra vez Brochero tuvo que dejar su sermón...

            Para desgracia de Vds. en cambio, yo lo voy a seguir.

            El hecho es que nos encontramos hoy con uno de los milagros más conocidos de Jesús -y mejor atestiguados por los evangelios, ya que los cuatro lo mencionan...- Y, realmente, debe haber impresionado: ¡con cinco panes de aquella época, redondos, chatos, más o menos del tamaño y forma de una moderna pizza mediana, alimentar a una multitud por lo menos veinte veces más grande de los que estamos aquí ahora reunidos..! Y eso que estos evangelistas, como buenos orientales machistas que eran, solo contaban a los varones...

            Pero, curioso cómo este milagro del pan lo han repetido, en la historia de la Iglesia, tantos santos... Para hablar solo de aquellos más o menos recientes y de los cuales hay declaraciones de testigos presenciales, por ejemplo San Francisco Solano, del cual se dice que, visitando las tolderías de los indios que poblaban aquel tiempo La Rioja, estando estos hambrientos, se le acercaban pidiendo pan, y Francisco metiendo la mano en un pequeño morral que llevaba siempre consigo sacaba un pedazo y se los daba. El asunto era que, siendo tantos aquellos que le pedían de comer, el morral -no más grande que una cartera de mujer- nunca se vaciaba.

            Algo semejante se relata de Don Bosco, en su colegio de Turín, para sus alumnos, al menos en dos ocasiones y, también, de Don Orione.

            Pero, claro, que lo menos que me interesa es relatarles milagros y contribuir a fomentar toda esa mojiganga de búsqueda de lo maravilloso, y extraordinario, y parapsicológico, en lo cual parece consistir gran parte de la falsa religiosidad de muchos sedicentes cristianos...

            El mismo Jesús, huía como de la peste, de aquellos que lo buscaban solo para que hiciera milagros. Recuerden a Herodes que lo quiere ver con la esperanza de que haga algún prodigio, y cómo Cristo le responde con el silencio, hasta que Herodes se aburre y lo deriva a Pilatos...

            Hoy también tiene Jesús que irse, porque la gente, entusiasmada por su poder, quiere hacerlo Rey...

            Claro que Jesús ha hecho milagros -y sigue haciéndolos-, pero de ninguna manera quiere aparecer solo como un taumaturgo capaz de solucionar los problemas temporales de la gente. Si eso hubiera querido sin duda que se hubiera constituido en el mayor fracaso de la historia. Frente a los millones y millones de personas que, en el transcurso de los siglos, se han muerto y siguen muriendo de hambre, cinco mil saciados, y un solo almuerzo, realmente parece poca cosa... Más algunos rengos enderezados, algunos ciegos vueltos a la visión, algún epiléptico curado...

            Y no se diga nada, hoy, de las famosas sanaciones y supuestos curas sanadores: estadísticamente hablando, no dejan la más mínima huella en los anales de la medicina. Mejor papel han hecho y hacen para intentar dar solución a esos problemas la ciencia, la FAO y la Organización mundial de la salud.

            Pero es que los milagros de Jesús no pretenden de ningún modo ser sanaciones ni contribuciones a la alimentación o salud mundial. Dios no está como un "Deus ex machina" a nuestra disposición para arreglar nuestras dificultades de este mundo; aunque si nos enseñe a cómo tenemos que proceder para enfrentarlas.

            El mismo Juan, del cual hemos escuchado el relato de la multiplicación de los panes, jamás en su evangelio utiliza el término milagro o prodigio: usa, a propósito, otro término: semeion, en griego; signo, en castellano. Es decir, algo que, más allá de su apariencia externa, de su realidad literal, apunta a un sentido, un significado; a la manera como el dibujo de las letras apunta al sentido de lo escrito; o el género y color de una bandera simboliza la patria...

            También en Cristo los milagros apuntan a algo más adentro, más profundo, que el hecho externo que perciben nuestros sentidos y registran nuestros ojos...

            La índole simbólica de los milagros de Jesús, de sus "signos", es clarísima en la teología de Juan. Si Vds. recorren su evangelio verán que a cada discurso importante de Cristo, Juan lo hace preceder de un milagro que tiene relación con aquel; como si dijera las cosas dos veces, una con su acción, con el signo, otra con su palabra: después del signo de la conversión del agua en vino, en Caná, viene la plática de Jesús con Nicodemo hablándole del agua del bautismo; al signo de la curación de un enfermo en Cafarnaún, sigue su discurso sobre la verdadera vida, la verdadera salud, que es El mismo: Yo soy la vida; después de devolver la vista a un ciego, tiene lugar el hermoso discurso de la luz: "Yo soy la luz del mundo"; otra vez, después del signo de la Resurrección de Lázaro: el discurso sobre la resurrección: "yo soy la Resurrección, y la Vida"...

            Y en este capítulo, luego del milagro, del signo, que acabamos de presenciar, seguirá el discurso de Jesús sobre Él como verdadero pan   y que escucharemos por partes en los próximos cuatro domingos...

            Desde cada cosa creada, terrena -vida biológica, salud, ver, pan- Cristo señala, remonta a una de índole superior: vida, salud, luz, pan, si, pero de otro tipo, trascendentes, del plano del existir divino al cual nos invita.

            Y es a ese pan con mayúsculas, que es Cristo, a donde apunta el signo de hoy...

            Como si las realidades de esta tierra, en su belleza fueran solo el preanuncio, el pregusto de la plena belleza y alegría que es capaz de darnos el que es fuente y plenitud de todas las riquezas y gozos de este mundo...

            Como si esas mismas realidades, en su caducidad, en su capacidad, también, de causarnos sufrimiento y dolor, llevaran en sí el síntoma, de que el hombre no está hecho en definitiva para ellas, sino para mucho más...

            Y como si los milagros de Jesús, al demostrarlo capaz de vencer esos sufrimientos, esos límites, cuando quiere, se transformaran precisamente en signo de aquel remedio, saciedad, gozo y vida definitivos al cual EL nos invita y hacia el cual nos hace crecer mediante el único verdadero alimento, el pan del cielo, Jesús nuestro Señor.

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