Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, dadles de comer vosotros mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Traédmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Sermón
Hasta mi generación -que, antes de la aparición de la televisión, nos pasamos nuestra niñez y juventud leyendo- harto conocido era, para los que se interesaban a favor o en contra por el cristianismo, el historiador y ensayista francés Ernesto Renán, muerto a los 69 años en 1892. Había seguido la carrera eclesiástica por imperativos familiares. La dejó, antes de llegar al sacerdocio, a los 22 años. Se aplicó entonces al estudio de las ciencias y, fruto de sus reflexiones, fue una obra -"El porvenir de la ciencia"- donde se pronunciaba exaltadamente sobre ésta como la panacea para todos los males de la humanidad. Le seguía picando empero el interés por la religión -ahora para atacarla- y en el lapso de veinte años publicó su célebre "Historia de los orígenes del cristianismo" en ocho volúmenes, seguida de otra obra en cinco tomos y en la cual insumió los quince últimos años de su vida: "Historia del pueblo de Israel".
Hombre de genio polifacético, académico de Francia, también se dedicó al drama, al ensayo filosófico y a la poesía.
Su obra empero más conocida y que lo hizo famoso fue uno de los tomos de su estudio sobre el cristianismo titulado "La Vida de Jesús", en la cual negaba el carácter divino de Cristo. Nunca se podrá medir todo el mal que Renán hizo con esta obra a cientos de miles de lectores mal formados. Todavía en mi juventud era de lectura obligada para los ateos. Yo tengo una versión argentina de la editorial El Ateneo publicada en el aún cercano 1951.
En su "Vida de Jesús", Renán particularmente negaba la veracidad histórica de los milagros. En realidad no porque a ello lo llevara ninguna clase de juicio histórico, sino desde los presupuestos ateos que entonces sustentaba. En su prefacio a la decimotercera edición señalaba: "...saber que los milagros relatados por los evangelios no son reales, que los evangelios no son libros inspirados... estas dos negaciones no son para nosotros resultado de la exégesis. Son fruto de la experiencia nunca desmentida. Los milagros son cosas que no suceden nunca; solo los crédulos creen percibirlos... Por el mero hecho de admitir lo sobrenatural, se está fuera de la ciencia..." Así, pues, muy poco científicamente, Renán 'a priori' rechazaba la posibilidad de los milagros. No necesitaba investigar los hechos: si Dios no existe -cosa que Renán se cuidaba muy bien de probar- por lógica consecuencia tampoco los milagros. De tal manera que todas los llamados milagros del evangelio debían poder explicarse por la ciencia. Las curaciones, por el conocido influjo psicosomático de las convicciones profundas que puede suscitar en otro un hombre de carácter. Los milagros físicos, de diversas maneras. En el caso de la multiplicación de los panes por el hecho de que, ante la predicación de Jesús y frente a la ingenua generosidad del muchacho -según el paralelo de Marcos- que no vacila en ceder sus cinco panes y dos pescados, el resto de la multitud, avergonzada, comienza a mostrar la comida que cada uno llevaba a hurtadillas y la comparte con los demás. Un verdadero milagro, dirá Renán, pero milagro moral.
Lo malo es que, a pesar de lo que diga Renán, Dios existe, Jesús es Dios y los milagros no solo abundan en la antigüedad -en donde podría haberse deslizado alguna inflación al respecto- sino que, en nuestros días, están al alcance de la investigación científica -y en cantidades-. Baste visitar la oficina de reconocimientos médicos del santuario de Lourdes o los centenares de milagros cuidadosamente sopesados que se necesitan para cualquier proceso de canonización.
Particularmente, en lo de la multiplicación de la comida, si no fueran suficientes los antiguos testimonios sobre San Columbano multiplicando el pan -¡y la cerveza!- para sus monjes; o sobre el obispo Ricardo alimentando a tres mil pobres con un trozo de pan que se le reproduce en la mano, o sobre San Francisco y tantos otros ... allí están los hechos contemporáneos perfectamente atestiguados de multiplicación de panes de Don Bosco o Don Orione.
Pero el fondo del relato evangélico apenas admite discusión, por el solo hecho de estar asentado, y hasta en dos ocasiones, por los cuatro evangelistas. No puede ser de ninguna manera una invención para prefigurar ninguna doctrina eucarística -como dicen algunos, más allá de Renan- porque sin el apoyo fáctico del milagro la enseñanza hubiera resultado totalmente inconsistente. Y las pequeñas divergencias entre el relato y el rito eucarístico hacen inverosímil esta explicación. Si se hubiera querido forjar de la nada la narración para hablar de la Eucaristía ¿para qué, por ejemplo, introducir el tema de los dos pescados, que nada tenía que ver con la Cena del Señor? Pan y pescado en sal o en escabeche eran la comida habitual, a orillas del mar de Galilea, de la gente común.
El detalle añadido a Marcos de que, a los cinco mil hombres que comieron hay que agregar las mujeres y los niños, nos hablan de que Mateo quiere tomar en serio el milagro real. El que se haga después de curaciones "concretas" hace difícil admitir que la multiplicación de panes tuviera un carácter simbólico o meramente sacramental. Por supuesto que era inevitable que en la Iglesia primitiva el recuerdo de este signo de Jesús se asociara al de la celebración de la eucaristía, pero esas referencias surgen casi naturalmente del hecho mismo, no lo preceden. Levantar los ojos al cielo, pronunciar la bendición, partir el pan y dárselo a los discípulos, no eran solo gestos propios de la Misa, era el modo habitual, entre los judíos, del padre repartiendo el pan a sus hijos.
La referencia a las doce canastas sobrantes no tiene tampoco ningún simbolismo especial: simplemente señala que solo un milagro pudo lograr la total saciedad de la gente. En todo caso más bien habla de un milagro que no hay que pretender se transforme, al menos con esas características, en habitual entre los fieles, ya que es necesario cuidar muy bien las sobras, como se hacía en toda casa modesta.
Por supuesto que Jesús no hacía milagros solo para solucionar problemas temporales de salud o plata: en ellos apuntaba siempre a algún significado trascendente. Pero ese significado es entendido por la tradición apostólica no directamente de la eucaristía, sino como el signo de esa salud y banquete definitivos que estaban anunciados en el antiguo testamento para el reino mesiánico, a la manera de esa agua, pan, vino y leche que Isaías, en nuestra primera lectura, invita a comer gratuitamente para el tiempo final. Y que es mucho más, por supuesto, que el mero alimento o salud material.
Hay que tener en cuenta que este relato de la sobria comida ofrecida por el Señor contrasta con el relato inmediatamente anterior del rumboso y alcohólico banquete del palacio de Herodes donde la hija de Herodías con su danza obtiene la cabeza del Bautista.
Mateo, en todo caso, en este pasaje, llama a su Iglesia de mediados de la segunda mitad del siglo primero -una iglesia que sufre dificultades y vacila en la confianza en su Señor- no solo a la esperanza definitiva del cielo, sino también a renovados bríos por la tarea misional. Porque la pequeña comunidad de Mateo a veces se desalienta frente a la magnitud del contraste entre la misión que el Resucitado les ha encomendado: convertir a todo el mundo y los exiguos medios que tienen para cumplirla. Son como los apóstoles, perplejos frente al mandato de Jesús de alimentar a diez mil personas con solo cinco panes y dos peces.
Tampoco puede aducirse este pasaje, como muchos hacen, para sostener que solo una Iglesia que se ocupe antes de las necesidades materiales de la gente y de los pobres puede, recién después, predicar el evangelio. Al contrario: es al caer de la tarde, cuando ya todos están cansados de oír a Jesús, que éste realiza su milagro. El milagro está después de la fe, no antes.
Por otro lado no se trata de que la que rodeaba a Cristo fuera una turba de pobres. Si hubiera sido así a los discípulos no se les habría ocurrido mandar a la gente a comprarse comida a las ciudades. Tenían plata para hacerlo. Aquí no se trata para nada de alimentar a los indigentes. Se trata pura y simplemente de un signo de poder, de un llamado a la confianza, en todo caso, una exhortación a no abandonar a Jesús y su anuncio con la excusa de tener que trabajar, o procurarse la subsistencia. Como los que dicen que no tienen tiempo de rezar o de ocuparse de las cosas de Dios, porque demasiado han de pensar en sobrevivir o alimentar a los suyos. El "No es necesario que se vayan" del Jesús de hoy es paralelo al "Buscad el Reino de Dios y lo demás os será dado por añadidura".
Sin duda que por más que el relato se refiera al concretísimo milagro, la Iglesia luego encontrará en él legítimas asociaciones y enseñanzas. Ciertamente la de la eucaristía, como ya dijimos, milagro de la multiplicación del don del cuerpo y la sangre del Señor capaz de saciar abundantemente a los hombres de todo lugar y todo tiempo hasta el fin del mundo. Si se quiere hablar de solidaridad, también podemos hacerlo. Si de que la Iglesia no es un reino puramente espiritual, dedicado al alma, sino que también ha de curar de los cuerpos, del mismo modo ellos herederos de la resurrección, igualmente puede admitirse. Podemos, asimismo, insistir en la magnitud del suceso, dada la imposibilidad técnica de que diez mil personas pudieran encontrar comida en pequeña ciudades de no más de dos mil o tres mil habitantes una noche de primavera -cuando la cosecha del año anterior ya estaba casi del todo consumida- y, más, a la tarde, cuando todo el mundo había ya comido en casa su pan, exaltando así el poder de Jesús frente a cualquier obstáculo.
Al fin y al cabo todos los hechos y dichos de Jesús siempre nos dan pie para interpretaciones nuevas y cada vez más ricas. Nosotros mismos podemos sacar nuestras propias conclusiones para nuestro tiempo.
Este tiempo que, más allá de sus miserias materiales indudables, nos presenta, antes que nada, profundas heridas en la fe y en la moral de nuestra gente. Obviamente no vamos a recurrir al evangelio de hoy para alentar la falsa ilusión que de esta tristeza económica en que nos vemos sumidos, con la fe y la oración, Jesús va a multiplicar los planes trabajar o las alfonsinistas cajas de Pan, ni llamar inversiones de capitales extranjeros, ni romper corralitos, ni producir por ensalmo fuentes de trabajo... Todo ello es lograble, por poco que se dirijan bien las cosas, se respeten las leyes elementales de la economía, haya un poco de justicia y honestidad y no se pretenda, con fines electoralistas, desde arriba, robando, hacer beneficencia pública con el dinero de los demás. Lograr esto no sería algo técnicamente imposible, como aquella tarde ir a buscar pan para diez mil personas.
Lo que si parece técnicamente imposible es lograr que la gente vuelva a Dios, se libere del perverso influjo de los medios y de las ideologías, se convierta a Jesús, vuelva a fundar la patria y la familia, viva el evangelio. Ya somos otra vez, los cristianos, como la pequeña comunidad de Mateo frente a la inmensidad pagana del imperio romano. Y también a nosotros, en nuestra pobreza y debilidad, se nos da la tarea de repartir el verdadero pan de vida a nuestra gente, a esta gran muchedumbre de enfermos y extraviados que somos los argentinos. Es a nosotros a quienes, a pesar de las dificultades, Jesús nos dice: "dadles de comer vosotros mismos".
Pero ¿qué podemos hacer nosotros? ¿qué somos; cuántos? ¿qué frente al poder de la política, de los periodistas, del dinero? Resuena en nuestros pensamientos y en nuestras voces, la respuesta de los discípulos a Jesús: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". Aquí tengo solo mi pobre talento, mi palabra que se trabuca, mi corta ciencia, mis pobres medios, mi falta de simpatía, mi poco valor, mi actitud cristiana timorata frente al desparpajo de los demás, apenas, quizá, mi familia buena, mis amigos... Y Jesús nos dice, no importa "traédmelos"... Y de los cinco panes y dos pescados alimentará a los diez mil.
Vean: quizá hubiera podido sacar el pan y el alimento simplemente de canastas vacías, hacerlo todo él -como crea Dios el cielo y la tierra de la nada- y, sin embargo, así no lo hace: nos concede el honor de que nosotros aportemos lo nuestro, y con eso poco que aportemos, él hará todo lo demás. Y serán los mismos discípulos, dice el evangelio, quienes, a partir de esos pocos panes y pescados, distribuyeron hasta sobrar comida a la multitud.
"El que te creó sin ti, no te redimirá sin ti", decía San Agustín. Pero ciertamente no serás vos el que te hagas santo, ni el que instaure su reino en este mundo y lo haga crecer hasta la frondosa eternidad: será su gracia. Por eso no tenés que tener miedo de intentar la empresa: creé en los milagros. El solo te pide ese poco de voluntad que decís tener, esa pobre decisión, ese propósito de lucha, ese querer dar -sabiendo lo poco que es- todo lo que sos. Y sobre eso -no en tontas y humanas ilusiones, sino en verdadera cristiana Esperanza- multiplicará tu pan, te hará crecer en santidad, reconstruirá a su Iglesia, a tu patria, te llevará a la eternidad.