Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, dadles de comer vosotros mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Traédmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Sermón
Las últimas colectas nacionales de Cáritas destinadas, finalmente, a la atención permanente de más de tres millones de personas, han recaudado, en promedio, unos tres o cuatro millones de pesos anuales, los cuales -aparte algún gasto administrativo, costeado en general por los mismos agentes de Cáritas- se vuelcan en ayuda directa a aquellos a quienes la institución atiende. La otra colecta católica nacional, Más por menos, que lleva su ayuda a las diócesis más necesitadas, recauda por año un total algo inferior: unos dos o tres millones de pesos. Si uno ingresa en los respectivos sitios de Internet podrá darse cuenta de la eficaz acción de ambas instituciones y la cantidad ingente de obras que realiza.
Pero, cualquiera que se ponga a pensar y tenga idea de números, habrá de darse cuenta de que en el ámbito del gasto nacional y, sobre todo del gasto público, las cifras que manejan ambas organizaciones católicas son irrisorias. Pensemos que PAMI, por ejemplo, recauda no tres o cuatro millones por año, sino -óigase bien- ¡3.128 millones de pesos! que llegan en ayuda también a aproximadamente tres millones de afiliados.
Con uno de los ingresos más altos del mundo para este tipo de institutos, es sabido que el PAMI no presta, desgraciadamente, la calidad de servicio que, con dicha cifra, administrada bajo las mismas pautas de 'Cáritas' o 'Más por menos', podría prestar. Proporcionalmente hacen muchísimo más cualquiera de estas con sus tres millones, que PAMI con sus 3.128.
No debemos extrañarnos. En más chico: el otro día examiné la 'Memoria y Balance' de la Asociación Eclesiástica San Pedro, que es el servicio social que desde hace unos decenios se ocupa de la salud -y el entierro, también hay que decirlo- de los curas y religiosos afiliados. Solo el tres por ciento de su presupuesto está encaminado a tareas administrativas, papeleo y control; el 97 por ciento restante va directamente a servicios médicos, fármacos, análisis, internaciones y cirugía. Si alguien es curioso, métase en algún presupuesto sindical y sus obras sociales y vea cuál es el porcentaje de ingresos que finalmente deriva en servicios a los socios. En la mayoría de ellas son más los gastos de administración y, digamos, 'adornos' y enriquecimiento de contratantes sindicales y prestatarios, que lo que se alcanza en efectivas prestaciones a los esquilmados obligados pagadores.
Que los sindicatos y PAMI y otras organizaciones estatales han enriquecido a mucha gente, nadie lo duda, pero se duda que lo haya hecho con los supuestos beneficiarios designados por sus estatutos. Y es archiconocido que la eficiencia de sus respectivas gestiones está severamente comprometida por la ineptitud y la corrupción de gran parte de los mediadores que se interponen entre el ingreso del dinero y el final servicio al afiliado. No se conoce a nadie, en cambio, de los gestores de 'Cáritas', o 'Más por menos', o de la mayoría de las organizaciones eclesiásticas, que hayan hecho, mediante ellas, su propia fortuna, siendo, en líneas generales, su administración, cuidadosa y eficaz.
Con lo cual se concluye que el evangelio, aparte sus objetivos sobrenaturales, es capaz de inducir una conducción fundamentalmente justa, eficaz y ejemplarizadora aún en asuntos meramente económicos. Ejemplarizadoras, digo, también, porque no conozco, por ejemplo, salvo posibles contadísimas excepciones, a nadie que, ni siquiera desde puestos públicos, y ni siquiera del policía que hace la multa, se atreva o intente, no digo por miedo, sino por respeto, pretender ser coimeado -y mucho menos coimear- a un obispo o un sacerdote.
Que en este mundo y este ambiente esto sea una especie de milagro nadie lo duda. Por eso no resulta del todo disparatado explicar la escena del evangelio de hoy a la manera, como en su momento lo hizo el protestante David Strauss, discípulo de Schleiermacher, en 1835, cuando tenía 27 años de edad, en su famosísima Vida de Jesús, que luego inspiró a Renan. Strauss decía que el milagro de la multiplicación del pan había consistido en que, ante la generosidad del que ofreció a Jesús sus cinco panes y dos pescados inducida por la predicación del Señor, todos, tímidamente, comenzaron a sacar de sus alforjas lo que llevaban escondido para comer y, cediéndolo los unos a los otros, consiguieron alimentarse sin que nadie pasara hambre. Milagro, pues, de solidaridad.
Y, si el texto no dijera otra cosa, hubiera podido ser así perfectamente. Muy de acuerdo con el espíritu cristiano. También de ese modo cuasi milagroso multiplican 'Cáritas' y 'Más por Menos' su acción con precarios medios. Pero ciertamente el evangelio no dice eso.
Siempre es bueno recordar que el evangelio no es la proclamación de una mera doctrina social que venga a morigerar los intereses egoístas de los hombres para construir una sociedad mejor ni inspirar buenos sentimientos entre los humanos. Lamentablemente hay muchos cristianos que así lo piensan y, aún sacerdotes, que así lo predican, pero pobre sería el objetivo de la Iglesia si se limitara a estas motivaciones filantrópicas.
El evangelio está encaminado a un propósito que supera todo objetivo puramente humano y tiene aspiraciones, sin las cuales se hace estéril, de eternidad y santidad. Es como querer reducir la Misa a una reunión fraterna en donde, en lugar del misterio de la Vida divina comunicada en muerte y Resurrección a los hombres, lo más importante fuera la camaradería lograda por las lecturas, las enseñanzas moralizantes del predicador, la música dulzona o excitante, los abrazos de paz, la adultez supuestamente alcanzada en la comunión en la mano, el compartir la misma mesa, el saludo del cura en la puerta a la salida de la Misa. Sin esas cosas, la Misa sería para muchos menos Misa. En cambio lo sagrado sería lo de menos.
Tanto es así que el papa ha declarado recientemente su suma preocupación porque, en diversos lugares de Europa, por falta de sacerdotes, los domingos se hacen reuniones dominicales presididas por animadores laicos -lo cual es mejor que nada- y la gente casi no se da cuenta de la diferencia -lo cual es muy malo-. Total, para promover la unión fraterna, la autoayuda y la mutua simpatía basta un buen locutor.
Pero tampoco, por cierto, se trata -lo relatado por nuestro evangelio de hoy- de un mero prodigio de multiplicación de comida. Aunque podría perfectamente serlo sin recurrir a la explicación de Strauss. Al fin y al cabo, durante toda la historia de la Iglesia desde Elías, pero recientemente en hechos perfectamente atestiguados protagonizados por San Juan Bosco y Don Orione, se dieron casos notables de canastas de pan que no se agotaban, o copones con cuatro o cinco hostias capaces de dar, una tras otra, la comunión a ingentes multitudes.
Pero lo repetimos: la Iglesia no vino ni a hacerle competencia a nadie en portentos para asombrar a la gente, ni a la FAO en su lucha contra el hambre. Su objetivo principal no es que la comida que produce la tierra llegue a todas las poblaciones que sufren hambre, (aunque esto lo promueva y haya ayudado muchísimo a que se concrete). Siempre, en la vida cristiana, tanto milagrosa como trabajosamente, la acción de ayudar materialmente a los hombres solo tiene sentido si va impregnada de la virtud teologal de la Caridad. La búsqueda, para el ayudado, de su auténtico bien sobrenatural.
El accionar de la Iglesia buscando el bien de los demás no quiere ser sino 'signo' e instrumento de ese amor de Dios, por el cual, mucho más allá de la vida terrena y biológica, Él nos ha hecho llegar la posibilidad de alcanzar la verdadera Vida: su vitalidad divina. Los pequeños bienes solo han de servir al cristiano como signos del Verdadero Bien. Y si, utópicamente, la acción de la Iglesia terminara en la construcción de una sociedad justa, de una humanidad solidaria, de una producción y reparto equitativo de los frutos de la tierra y la inteligencia humana, sin hacer levantar los ojos de los hombres a Cristo y su invitación de Cielo, no solo traicionaría su misión, sino que corrompería al hombre ayudándolo a encerrarse en este mundo, sin apertura a lo trascendente, a lo divino, a lo sacro.
La escena de hoy poco tiene que ver con el reparto de sopa, o de platos de arroz, o planes 'no trabajar', o 'jefes de familia', o con ollas populares que instalan en su indigencia a indigentes materiales y espirituales, cuando no fomentan la vagancia, la delincuencia y la falsa idea de que otros son los que están obligados a darme y a cuidarme, por las buenas o las malas.
Para el buen entendedor de los judíos, para el seguidor de Jesús, para los primeros lectores del evangelio de Mateo, no se trataba aquí, pues, ni de un mero portento, ni de un comedero social, ni de un almuerzo a la canasta: se trataba del signo anunciado por los profetas del banquete mesiánico. De la inauguración de los últimos tiempos de saciedades maravillosas, en donde el hombre encontraría, abierto a Dios, ¡y de sobra!, en calidad y cantidad inimaginada, el pan espiritual, el maná que haría llevar al colmo todas sus posibilidades -e imposibilidades-, conectándolo con lo divino.
Y en el relato de Mateo, escrito cuando ya la Iglesia celebraba -en la plenitud del ámbito del Espíritu de la Pascua - la Eucaristía , asomándose al misterio solemne de Dios revelado en cruz y tumba vacía, este relato no era la representación de una mesa colectiva, ni comunitaria, ni mucho menos comunera o comunista, sino el estremecedor encuentro con Dios, en humildad y respeto, en lejanía cercana, en alborozo interior y pleno de reverencia. No en el abrazo fraterno ni mirando al pueblo, sino, como relata Mateo, elevando los ojos al cielo, pronunciando la bendición, y acercándose a la multitud mediante la sacralidad contagiada a los apóstoles.
La liturgia de los cristianos de Oriente -tanto los griegos, como la sirios, como los rusos-, a pesar de sus desviaciones en otros temas, (hablo de los que se denominan 'ortodoxos', los no católicos) nunca han perdido, en cambio, las manifestaciones, incluso exageradas, de respeto por lo sagrado de la Eucaristía. La acción eucarística, en su solemne liturgia, se desarrolla no solo de espalda a la posible curiosidad de los presentes, sino oculta detrás del llamado 'iconostasio' -la pared que separa el presbiterio de la nave y oculta la acción sacramental-. Las frases de la consagración nadie puede escucharlas, a riesgo de que palabras tan sublimes -afirman- sean repetidas por cualquiera fuera de lugar sagrado y de contexto. Así se pronunciaban todavía en nuestro canon, antes de las reformas del Vaticano II.
Cuando los 'ortodoxos' se apartaron de Roma, sus teólogos afirmaban, entre otras cosas, que la eucaristía celebrada por los sacerdotes latinos era inválida. Aunque no todos sostuvieron siempre esta posición, hoy casi todos ellos niegan la validez de la eucaristía católica, afirmados en sus ideas por el modo -dicen- que tienen los católicos de tratarla y por el para ellos inexplicable hecho de que tan fácilmente se deje manosearla a cualquiera. Signo evidente, dicen, que no creen en la presencia del Señor, ni en la majestad de la Misa , ni en el valor de lo que dicen poseer, pero de hecho, según ellos, no poseemos.
En este Año de la Eucaristía , declarado tal por Juan Pablo y promovido por Benedicto, pero del cual poco se habla entre nosotros, renovemos, en piedad y fe, nuestra devoción eucarística. Avivemos nuestra actitud orante y adorante frente a ella; no la sometamos ni dejemos someter al torpe abuso de actos, palabras y manipulaciones de mal gusto; no degrademos su doctrina a una mera incitación a la justicia social o a la mutua amistad. Vivamos su contacto desde la conciencia de nuestra pequeñez frente a lo augusto de la Majestad Divina , en la solemnidad del auténtico cántico sagrado, y multiplicando nuestros gestos de respeto al Señor presente soberanamente ella.
Y aprovechemos su invencible poder -en estos tiempos para héroes y santos-, con tan poca substancia terrena (cinco panes y dos peces; una oblea de pan blanco), para realizar la maravilla de su saciadora entrega, de su regalo de auténtica Vida, de su acción santa y divinizante entre nosotros. Y, si multiplicamos nuestros actos de caridad -como hemos de hacerlo- ellos sean a la manera del pan del sagrario: llevando en su sencillez austera la presencia de Jesús, el mensaje de Vida verdadera, el amor a Dios, la esperanza de Cielo.