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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1978. Ciclo A

18º Domingo durante el año
30-VII-78

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, dadles de comer vosotros mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Traédmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.


Sermón

Ya todos estamos acostumbrados a esta especie de ficciones que utiliza Jesús para ilustrar una u otra de sus enseñanzas. Comparaciones anecdóticas, imaginarias, por medio de las cuales pretende hacernos asequibles y llanas verdades sublimes.

La anécdota imaginaria lleva al oyente a simpatizar o no con los personajes, sin caer en la cuenta hasta al final de que las acciones que aprueba o desaprueban pueden aplicarse perfectamente a él.

Además, como sabía Don Bosco, siempre el relato despierta la curiosidad, atrae la atención, contrariamente a las proposiciones puramente teóricas.

De estas comparaciones está lleno el evangelio y son llamadas, por los mismos evangelistas, “parábolas”.

Algunas vienen ya interpretadas, es decir, vertidas a la realidad significada, como la de la ‘red' que acabamos de escuchar en último lugar: “Así sucederá al fin del mundo…”. O la de la cizaña del domingo pasado. Otras quedan sin aplicación explícita, como la del tesoro encontrado en el campo y la perla.

Muchos exégetas contemporáneos afirman que, en realidad, Jesús casi nunca explicaba las parábolas. La mayoría de las explicaciones que aparecen en los evangelios proviene de los mismos evangelistas. O, quizá, son recogidas de la tradición catequística de la iglesia primitiva que, al recordar las palabras de Jesús, las van aplicando a las circunstancias de la comunidad cristiana para quien escriben.

Puede ser. A veces las explicaciones parece como que cortaran las alas o forzaran la intención de la parábola original.

Pero no siempre es fácil saber en qué ocasión o frente a qué problema o para explicar qué cosa, Jesús inventa o usa, originalmente, la parábola. Tanto es así que, a veces, un evangelista utiliza el mismo cuento para ilustrar una verdad, y otro, una diversa y en diferente contexto.

Es que, al parecer, antes de escribirse los cuatro evangelios actuales, después de veinte años a partir de la Resurrección del Señor, todo lo que había hecho y dicho Jesús se transmitía oralmente o por escrito, no en forma de relatos más o menos ordenados, como nos lo traen los evangelistas, sino en forma de ‘colecciones'.

Colecciones de dichos y discursos de Cristo, colección de milagros, colección de hechos, de polémicas con los judíos, de parábolas, de apariciones del Resucitado.

Desde el comienzo, eso sí, se transmite el relato minucioso de la semana santa. Por eso los cuatro evangelistas coinciden casi al pie de la letra en su redacción.

Con todo ese material, más la tradición oral y su investigación personal, Mateo, Lucas, Marcos y Juan redactan sus evangelios, sin pretender hacer estrictamente crónica, sino presentar vivo y veraz el mensaje de Jesús.

De allí que no siempre coincidan en la presentación de los contextos donde se hace tal milagro o se cuenta tal parábola o se entabla aquella discusión. Contextos que ellos eligen según su propio y peculiar orden sistemático.

En fin, estas cosas Vds. las pueden leer en cualquier buena introducción al Nuevo Testamento.

El hecho es que muchos biblistas, para intentar reconstruir el significado de ciertas parábolas en la intención más original de Jesús cuál es, se preguntan cual habrá sido el contexto histórico real de éstas, y no el que trae hoy el evangelista. Esto, por supuesto, no es fácil de determinar pero, a veces, aún hipotéticamente, pude ayudarnos a comprender mejor el evangelio.

Por ejemplo.

Las parábolas hoy escuchadas pertenecen a una extensa sección de Mateo destinada a la controversia con los judíos respecto del Reino de Dios o de los Cielos. Está ilustrada con una serie de parábolas –siete en total- unidas entre sí precisamente por el tema ‘ Reino '. Son ‘la del sembrador' , ‘la de la cizaña' , ‘la del grano de mostaza' , ‘la de la levadura' , la de las tres que hoy escuchamos.

¿Qué hizo Mateo? Necesitaba ilustrar esta idea del Reino y buscó, en la colección de parábolas de las cuales disponía, todas las que se referían a dicho tema. En las siete, en efecto, aparece explícitamente la expresión “ Reino de los Cielos ”.

Sin embargo, a pesar de esto, la unidad temática no aparece tan clara. Sí en las parábolas del sembrador, de la cizaña, de la levadura, del grano de mostaza, de la red. Son evidentemente afines y obedecen a un mismo contexto histórico. Nos parece estar viendo el ambiente de perplejidad de los judíos frente a este predicador nativo -se dice- de la perdida aldea de Nazaret que pretende estar fundando el Reino por ellos esperado. “¿Cómo? ¿Estos doce pescadores y publicanos ignorantes y el hato de zaparrastrosos y pecadores que les sieguen ¿eso es el Reino? ¿ese es el Mesías esperado?

Ellos esperaban otra cosa: el rey fulgurante, la liberación de los romanos, la preponderancia de los mejores, la expulsión de los pecadores, las conversiones en masa.

Jesús les contesta: No se confundan, no se engañen, el Reino definitivo estallará triunfante recién n al fin de los tiempos. No es de este tierra. Por ahora es como un humilde grano de mostaza, como la levadura, como el sembrador. Algunos oyen otros no. Hay piedras, hay espinas, hay poca tierra. También hay cizaña; hay peces buenos y malos. Recién al final la mostaza se convertirá en inmenso arbusto, la levadura fermentará la masa, la cizaña y los peces malos serán arrojados fuera.

Desde estas parábolas, pues, Jesús responde a las fariseos de su época y de todas las épocas. Sí: estos pobres pescadores y pecadores, este puñado de lamentables seguidores, de lamentables obispos y sacerdotes, de flojos religiosos y cristianos, a pesar de las tristes y mediocres apariencias, a pesar de la cizaña, son ya el comienzo del Reino de los Cielos.

En este probable contexto, empero, no entran para nada la parábola del tesoro enterrado en el campo y la de la perla que acabamos de leer este domingo y que no presentan ninguna intención polémica.

Y, mientras las otras mencionadas parábolas hablan del Reino y de sus miembros en cuanto ‘grupo', estas van dirigidas a la persona como ‘individuo'. Evidentemente Mateo las ha colocado en este capítulo solo porque ambas tienen literalmente la expresión “el Reino de los cielos es semejante a “, aunque su temática se aparte de la del resto de las siete.

Y como etas dos parábolas se encuentra solo aquí en Mateo es imposible saber cuándo y en qué ocasión las pronunció Cristo.

De todos modos su significado parece claro. Hablan de la exigencia de una entrega total, sin reservas. El hombre, para alcanzar el Reino, ha de vender todo lo que tiene.

Sin embargo, aún cuando no podamos identificar su contexto primitivo, justo en estas parábolas tenemos otra recurso para intentar entenderlas mejor.

Son de las que -como en el caso de la del rico Epulón y Lázaro a la cual nos referimos no hace mucho- Cristo no inventa, sino que reelabora un cuento ya conocido. Lo oyentes ya saben el argumento original y al ver cómo Jesús lo modifica, la variación que añade -y sorprende al auditorio- ayuda a comprender qué es aquello a lo cual apunta el narrador.

El relato del tesoro lo encontramos en dos libros extrabíblicos. Uno, el llamado “ Evangelio de Tomás ”. Evangelio ‘apócrifo' encontrado en Egipto en 1946, en Nag Hammadi, escrito en copto hacia el siglo II. Otro, en un comentario rabínico –un ‘midrash'- al libro de Esdras, más o menos de la misma época.


Nag Hammadi, Evangelio gnóstico de Tomás

Dice el relato rabínico: “Sucede como con u hombre que heredó un terreno lleno de basura. El heredero era perezoso y lo vendió por una pequeñez ridícula. El comprador lo cavó con gran afán y encontró en él un tesoro. Edificó con ello un gran palacio y recorría el mercado seguido de esclavos que había comprado con el tesoro. Cuando el vendedor vio esto, hubiese preferido ahorcarse de rabia

El relato del apócrifo dice: “El Reino se parece a un hombre que tenía un tesoro escondido en su campo, del cuan nada sabía. Y después que murió lo dejó a su hijo. Tampoco el hijo sabía nada. Tomó aquel campo y lo vendió. Y el comprador vino a labrarlo y encontró el tesoro. El heredero quedó desolado

¿Ven? El acento es absolutamente destino. La parábola se escribe en ambas versiones desde la perspectiva del que vende el campo y muestra su enojo por la ocasión que, teniéndola en las manos, se le ha escapado irremisiblemente.

Precisamente este acento del conocido cuento que Jesús utiliza nos hace ver que la intención del Señor no es tanto postular, como decía, la exigencia de una entrega total, sin reservas –cosa que también surge del relato- sino contrariamente al enojo o tristeza del vendedor del relato rabínico y del apócrifo, destacar la alegría del que compra, encuentra y gana.

Las palabras decisivas son “lleno de alegría”. Encuentra el tesoro y ‘lleno de alegría' vende todo lo que posee y compra el campo.

Cuando la ‘gran alegría' que sobrepasa toda medida, embarga a un hombre, lo arrastra, abarca lo más íntimo, subyuga el sentido. Todo palidece ante el brillo de lo encontrado. Ningún precio parece demasiado alto.

La renuncia a todo lo que se tiene no es tal, porque la entrega, aún de lo más precioso, se convierte en algo obvio. Lo decisivo no es lo que se entrega, la renuncia, sino el motivo de la decisión: el ser subyugados por la grandeza del hallazgo y el gozo de lo que se adquirirá.

Cristiano, si no vives la alegría de tu condición cristiana, si te pesan los mandamientos, si te duelen las renuncias finitas que a veces has de hacer por Cristo, si todo en ti es enojo y disgusto y tristeza por lo que crees perder; es que no has un encontrado el tesoro, no te has llenado de gracia ni te has enamorado de Cristo.

Aún no has entendido nada.

No has recibido quemando tu corazón la buena, la alegre, la estupenda noticia del Señor Jesús.

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