Sermón
El domingo pasado hablamos de Kant quien, heredero del puritanismo y pietismo protestantes -y quizá, en lo que estamos exponiendo, especialmente, del racionalista Christian Wolff - concibe a todas las pasiones o impulsos afectivos como tendencias inferiores y caóticas que han de ser enfrenadas y dominadas por la voluntad. Así, la voluntad, guiada por el ‘sentido del deber' que le propone la razón, ha de transformarse, en el hombre, en la fuerza ‘despótica' que debe imponerse a todos estos sentimientos e impulsos sospechosos (1).
En base a esta concepción se educaron, en el siglo pasado, varias generaciones de varones y mujeres, agravada la cosa en las naciones de influencia protestante, pero también contagiados muchos católicos. Recuerdo todavía en la biblioteca de mis padres un libro que había pertenecido a mis abuelos y que yo mismo debí leer que se llamaba “La educación de la voluntad ”. Cualquier hombre que se respetara debía emprender esta tarea, contrariando sus impulsos.
Claro, esta tónica racionalista y puritana que forjó la mentalidad de tantos países y seres humanos, mientras duró la herencia del contexto moral de la cristiandad pudo más o menos sostenerse. Pero, finalmente, la pura ética -entendida en este sentido- despojada de la gracia, no pudo sostenerse y, como consecuencia, produjo el reflujo contrario.
Ante una concepción represiva, autoritaria, racionalista y puritana de la sociedad y del hombre se rebelaron, finalmente, las fuerzas de la animalidad bestial y del instinto independizado de la inteligencia.
Darwin, Freud, Nietzsche, Marx –todos descendientes de Kant- son, entre otros, los grandes teorizadores de la rebelión de los impulsos elementales contra la voluntad entendida kantiana, despóticamente.
A partir de la enseñanza malhadada de aquellos rebeldes, todos los esfuerzos de la inteligencia humana se volcarán a intentar satisfacer los deseos de estos desorbitados impulsos e instintos revolucionariamente reivindicados.
Mayo francés
Esa inteligencia que, en el mundo griego y cristiano, era sobre todo el vínculo del hombre con la verdad, con la realidad, y con Dios y el prójimo como objetos de amor, había sido degradada por Kant a mera directriz de la voluntad en el ‘deber moral'. Sin ligazón con la verdad, se transforma ahora en pura servidora de la técnica, productora de bienes, objetos y diversiones, aptos a satisfacer los instintos sensible.
Esa es, a grandes rasgos, la civilización que está construyendo el mundo contemporáneo, con la bendición de su pseudofilósofos, tecnócratas, políticos, psicoanalistas, pedagogos y hasta eclesiásticos.
La gran ambición, la soñada utopía, es una sociedad eficiente en la cual la abundancia de bienes de consumo, televisión, confort, permisividad, liberación de viejos tabúes, control de la natalidad y otros tantos ítems anticristianos. Permitirá, poco a poco, a todos, un pacífico goce de la ‘vida' y de sus instintos.
Esos eran recientemente los propósitos expuestos sin tapujos por la Trilateral, con su proyecto de la ‘era tecnotrónica'. En ese proyecto nuestro país habría de ocupar, en el concierto mundial, el puesto de gran proveedor de alimentos. Para evitar conflictos internos e ineficiencias sería necesario eliminar la industria nacional, transformar a todo el mundo en empleados públicos y tenerlos contentos en las ciudades –total no somos más de 27 millones- con buena comida, autos, sexo, futbol y TV. El campo produciría para todos y, además, ayudaría a alimentar al mundo. La gente, contenta, de vez en cuando se divertiría también con el Prode o Bingo de las elecciones. Firmado: Rockefeller.
David Rockefeller
Pero, claro, una cosa son los planes y la prospectiva y otra la realidad.
Y, sin hablar de nuestro país, la realidad es que las cosas no parecen salir en el mundo de acuerdo a las teorías, porque lo cierto es que, aún en los países supuestamente desarrollados, donde, con todos las ayudas de la técnica, se ha intentado satisfacer los instintos de tener y de placer, la insatisfacción, testificada por el abundante número de conflictos sociales y personales, sigue siendo trágica constante de la vida del hombre.
Y todo esto ¿por qué? Porque ni la concepción luterana racionalista o kantiana del ser humano es la verdadera, ni la darwiniana o tecnócrata o freudiana.
El cristianismo, en la única realidad substancial que es el ser humano, reconoce dos niveles instintivos. No solamente el de los llamados ‘inferiores', sino uno más poderoso y específicamente humano, que es el de ‘la voluntad'.
Pero la voluntad, para la concepción cristiana, no es el imperio seco de la razón sobre los sentidos, sino, por el contrario, un instinto específicamente humano que es atraído -y es capaz de ‘apasionarse'- por los verdaderos valores: el bien, la verdad, la belleza, la patria, el honor, el prójimo, Dios.
Y, precisamente porque su objeto, aquello que la atrae es tan alto y digno, por eso es capaz de resistir la fuerza de la atracción de las pulsiones parciales de los instintos inferiores.
Más aún, el cristianismo afirma que esta voluntad o capacidad de amor o de deseo específicamente humana está programada por Dios precisamente para permitir al hombre ¡desear y gozar la felicidad infinita del mismo Dios! Es decir, la voluntad humana, en última instancia, está creada para desear, querer, ¡el Infinito! Eso es, como dijimos, lo que le da libertad para querer o no los bienes finitos y manejar libremente los instintos inferiores.
Estos instintos inferiores no son adversarios de la voluntad sino cuando están desordenados. Naturalmente están ordenados a ser instrumentos de la voluntad. ‘ Passiones sunt naturaliter oboedibiles rationi' , decía Santo Tomás. Son sus desviaciones, los vicios, los malos hábitos, la falsa educación, el pecado, lo que hacen que estos instintos inferiores parezcan oponerse tantas veces al verdadero bien del hombre. Pero no que ellos sean malos en sí mismos como sostenían Lutero o Kant o Wolff.
Christian Freiherr von Wolff (1679 - 1754)
Tampoco, como dicen Freud o Marx o los psicoanalistas o los sociólogos de la izquierda freudiana, que sean los verdaderos representantes de los más auténticos deseos humanos.
El drama es que, como en el mundo moderno, con su ateísmo confeso y militante o en sus hábitos mentales y sociales, la gente encamina todos sus deseos e instintos hacia la consecución de bienes inferiores y nadie le propone los verdaderos bienes, sucede que por estos instintos inferiores no solo pasa la fuerza del deseo puramente sensible, sino la fuerza del deseo infinito de la voluntad que los contagia de inagotable avidez.
La voluntad humana, el instinto más primordial y profundo del ser humano, con su hambre de verdadero amor, de verdadera belleza, verdad y bien, volcado a los bienes finitos que le propone la sociedad actual con sus artefactos, sus remedos de amor, su sexualidad exhausta, sus iras primitivas, sus rebeldías y libertades de pacotilla ¿cómo no habría de transformarse no solo en fuente de abusos -y por tanto de insatisfacciones y neurosis-, sino de rebeldías y tristezas profundas que ningún pan del supermercado de este mundo pueden saciar?
De allí que, frente al engaño de un mundo que pretende satisfacer nuestras necesidades e instintos de hombres llamados al infinito con alimentos perecederos –con la intención adrede de apartarnos de Dios y reprimir a la voluntad en sus raigales deseos de auténtico bien-, la Iglesia vuelve a proponer hoy a nuestra hambre el verdadero Pan.
Ese que, una vez repartido hasta saciarnos, todavía es capaz de colmar sobrante los innumerables canastos de la humanidad.
Ese Pan que es Cristo y su llamado, en esta tierra, a la caballería cristiana y, en el cielo, al Banquete que nunca acabará.
1- Santo Tomas decía que la voluntad solo puede impregnar virtuosamente las pasiones ‘política', no ‘despóticamente'.