Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 24-35
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?". Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello". Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?". Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado". Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo". Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Sermón
Ya se está instalando gente, en carpas, por la zona de Liniers, para poder el próximo martes siete ingresar temprano en el templo de San Cayetano de ese barrio. Así lo escuché ayer por radio, mientras el locutor se refería a "la gran solemnidad de San Cayetano que la Iglesia Católica se apresta a celebrar".
Para cualquiera que no estuviera al tanto de lo que significan las grandes celebraciones católicas, la noticia daba la impresión de referirse a algo semejante a Pascua o Pentecostés, que por supuesto no son anunciados de manera tan espectacular por ningún periodista. El asunto es que, en los próximos días, tendremos amplios espacios de los noticiosos televisivos dedicados a mostrar la monumental cola de personas esperando entrar a venerar la imagen del santo, con las consabidas entrevistas a los pacientes cayetanófilos, vistas de la multitud aguardando a la intemperie y, a lo mejor, alguna nota a algún 'piadoso' sindicalista y hasta -con suerte- al mismísimo Ubaldini, que no dejarán de hacerse presentes para expresar su solidaridad con el abogado de los sin trabajo.
Digamos que estos espectáculos no son buena propaganda para la fe cristiana. En la liturgia la celebración de los santos, salvo que sea el patrón de la diócesis o de la parroquia, no pasan de ser, como se las denomina técnicamente, "memorias". Como Vds. saben en el calendario católico la máxima categoría de festejo sería la de solemnidad -dentro de cuya clase se encuentran los domingos-; luego la fiesta; en tercer lugar la memoria obligatoria y en último lugar la memoria libre. Pues bien, San Cayetano se encuentra dentro de este último género, es decir que puedo ese día celebrar su Misa o cualquier otra que se me ocurra. Por lo cual de "gran solemnidad católica" -como decía el periodista- San Cayetano no tiene nada, a menos que la concurrencia más o menos piadosa, más o menos supersticiosa de gran cantidad de gente a su santuario en determinadas fechas, quiera considerarse como signo de catolicidad, cosa de la cual se puede dudar con fundamento, ya que -según dicen los que han ido- también se juntan multitudes en el santuario -por asi llamarlo- de la difunta Correa en su provincia.
Con lo cual por supuesto nada quiero decir en disminución de Cayetano de Thiene y Porto, hijo del conde de Thiene, oriundo de Vicenza, Italia, en el siglo XVI. Excelente doctor en leyes, desdeñando una importante carrera en los tribunales romanos, a los 33 años dejó la abogacía para hacerse sacerdote. Fundador de los clérigos regulares teatinos, se dedicó a ayudar a la reforma del clero de la época, a combatir el protestantismo y a acercar a la gente a los sacramentos, especialmente a la eucaristía. Al mismo tiempo se ocupó especialmente de la atención de los enfermos, particularmente de los contagiosos; y de tratar de aliviar la situación de los pobres de Vicenza, Venecia y luego Nápoles donde ejerció su ministerio. Para lo cual encaró diversas obras sociales, entre ellas famosa la de los así llamados "Montes de Piedad", casas de préstamos sin intereses, contra la entrega de alguna prenda u objeto; y de compra, reparación y venta, a precios irrisorios, de ropa, enseres y muebles. Algo así como el Banco de Préstamos de la Municipalidad de Buenos Aires, pero honesto y sin fines de lucro.
Ciertamente fue un santo, enamorado de Cristo y con enorme celo por transmitir la fé a los demás y enseñarles a vivir la caridad.
Pero dudo de que esté contento de estas multitudes que se dirigen a él para utilizar sus estampas o su imagen como mascotas o talismanes para proteger la caja registradora o el trabajo. Porque todos sabemos, y él lo sabe mejor que nadie, que la desocupación no se arregla con milagros -a no ser el "milagro alemán" o el "milagro japonés", que fueron fruto de la inversión, de la honestidad y del trabajo-. No porque Dios no pueda hacerlos, sino porque los milagros que Dios quiere, en el terreno de lo humano, son normalmente los que surgen de seguir las reglas de juego que El ha puesto providencialmente en el acontecer mundano desde la fundación del mundo y que, entre otras cosas, además de las buenas políticas económicas, implican cumplir los mandamientos y transitar el camino de Jesús, con lo cual ciertamente se arreglarían gran parte de nuestros problemas.
Tampoco Jesús estaba contento con esas multitudes que lo seguían -como dice el evangelio de hoy- "no porque hubieran visto signos, sino porque habían comido pan hasta saciarse."
Tampoco, vayan a creer Vds. que están demasiado contentos los sacerdotes que están a cargo del templo de San Cayetano. La Iglesia tiene grandes problemas con estos movimientos populares, -no muy distintos de los que llevaban en la antigüedad a multitudes hacia los templos y santuarios paganos en búsqueda de salud, poder, dinero o consuelo, o los que promueven las sectas con sus promesas casi comerciales de milagros- y le es difícil tratar de encauzarlos para que se transformen en vivencias auténticamente cristianas.
De todos modos tampoco los sacerdotes de la Parroquia de San Cayetano van a desaprovechar ni desoír esta afluencia de gente necesitada, en el fondo buena y que de alguna manera se acerca a lo sagrado al solicitar ayuda a sus problemas. Tampoco Cristo desdeñó atraer a mucha gente mediante sus milagros, curaciones, señales de poder, multiplicaciones de pan. Pero, como hemos visto en el evangelio de hoy, queriendo llevar, a aquellos que lo buscan solo por el pan material, a que lo busquen por otra cosa, a darse cuenta de una carencia y de un hambre mucho más profunda y que solo Él es capaz de saciar y deshambrear para siempre.
Y en realidad, la actitud del que va a un santuario a pedir algo, por más supersticiosa que pudiera ser, es ya fundamentalmente religiosa: es la de aquel que confiesa que con sus propias fuerzas no puede conseguir aquello que viene a solicitar; la del que se declara pobre e impotente y se pone entonces en manos de Dios para que le conceda lo que intenta.
Y en verdad que es así como tenemos que acercarnos todos a Dios. Porque, si las cosas humanas -aunque a veces Dios, por intermedio de sus santos pueda hacer milagros para arreglarlas- si ellas -digo- se obtienen normalmente según las leyes naturales, mediante el esfuerzo y el ingenio humano, que ciertamente no excluye la Providencia -"a Dios rogando y con el mazo dando"-; en realidad el alimento capaz de darnos la Vida verdadera, la eterna, la que Cristo nos ofrece más allá de nuestras posibilidades humanas, ese pan no puede fabricarlo ninguna panadería de esta tierra. Por eso, ante la oferta de ese alimento, cuando la multitud pregunta a Jesús cómo hacer para conseguirlo, para elaborarlo, "¿qué debemos hacer" -le dicen- "para realizar las obras de Dios?" Jesús les contesta: lo único que pueden hacer es creer en aquel que Dios ha enviado. La fe.
De tal manera que esa actitud de pobreza frente a Dios que suele tener el que humildemente se acerca a él para pedirle cualquier cosa, es una buena plataforma de partida para predicar la actitud de humildad fundamental que todo cristiano ha de tener frente a Dios para obtener de él lo único que importa y que es la vida eterna. Es lo contrario del rico o del fariseo que cree que todo lo puede obtener con su riqueza o con su esfuerzo y entonces jamás podrá abrirse a la oferta gratuita, incomprable, inobtenible con ninguna cuenta bancaria, con ningún mérito puramente humano, de la Vida divina.
De eso trataba Jesús de convencer a esos seguidores interesados, aunque pobre gente, sencilla y humilde, que le seguían para que les hiciera milagros: "Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece para la vida eterna."
Y así hacía Cayetano de Vicenza, hijo del conde de Thiene: intentaba ciertamente ayudar a los desdichados por medio de ayudas bien materiales, pero lo que quería sobre todo era llevarlos, a través de esas obras de bien, de esos "signos" evangélicos, a acercarse a Jesús. Lo que, en palabras católicas, significa acercarlos a los sacramentos, a la confesión, a la eucaristía, a la oración.
Y así tratan de hacer el párroco y vicarios de la Parroquia San Cayetano de Liniers o aquí de Belgrano, sin soberbia intelectual, sin despreciar a la pobre gente que acude a pedir ayuda a sus problemas materiales. Tratando de llevarlos a hallar su verdadera necesidad, no la del alimento perecedero, sino la del que permanece hasta la Vida eterna. Y allí los verán Vds el siete, predicando, sentados en los confesionarios, celebrando la santa Misa y distribuyendo la comunión. Aunque la televisión quiera mostrarnos cualquier otra cosa y los sindicalistas metidos a políticos puedan encontrar allí réditos electorales.
Que también nosotros aprendamos a buscar en Jesús y en sus santos no a aquellos capaces de valernos en nuestras dificultades temporales, sino sobre todo a los dadores de gracia y de ejemplo que nos inciten y alimenten para emprender decididos cada uno el camino de nuestra propia santidad. Ir a El para nunca más tener hambre; creer en El para nunca más tener sed.