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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

 

1996. Ciclo A

18º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21
En aquel tiempo: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, dadles de comer vosotros mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Traédmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.


Sermón

            Contemporáneo de Velázquez, opacado al fin de sus días por la fama del joven Murillo, Francisco de Zurbarán, uno de los más importantes pintores españoles del barroco, fue redescubierto el siglo pasado por Edouard Manet. Manet lo relanzó a la fama y, en nuestros días, nadie medianamente informado desconoce sus famosos retratos de personajes de la orden Mercedaria, o su preciosísima obra en el Colegio San Buenaventura en Sevilla, o sus ciclos monásticos de la cartuja de Jerez o del monasterio de Guadalupe.

            Precisamente uno de los retratos que más llamaron la atención de Manet pinta a una joven de aspecto moruno, vestida de reina, con brocados y terciopelos y que sujeta con el halda de su vestido un manojo abundante de lozanas rosas.

Santa Casilda dice escuetamente un cartelito sobre la pared, nombrando al cuadro, sus dimensiones y su fecha. Es difícil que Manet, más allá de sus intereses estéticos, haya intentado averiguar quién había sido Casilda ; y solo lo impresionó la hondura azabache de los ojos de la santa pintada por Zurbarán y el contraste del fondo oscuro y la luminosidad de la imagen.

Pero las rosas que sujeta Casilda no son mero adorno. La legendaria historia narra que la muchacha nació a fines del primer milenio en España, Toledo, cuando casi toda la península estaba en poder del Islam. Justamente Casilda es hija del Rey moro Dsi-l-Nun o Aldemón -como lo llamaban los españoles- cruel y fanático enemigo de cristianos. En las mazmorras de su palacio de Galiana, asomado al Tajo, gimen, por centenares, cautivos cristianos que en sus batallas hiciera prisioneros el poderoso Rey. Casilda, iniciada en la verdadera fe por una esclava cristiana que le ha servido de nodriza, compadecida, sin que lo sepa su padre, baja todos los días a la prisión a consolar a los presos, llevándoles -ocultos en el refajo de su pollera- abundantes pedazos de pan. Alguien la acusa a Aldemón, el rey, que, furibundo, un día la intercepta en su camino y le ordena que muestre qué es lo que lleva en los pliegues de su vestido. Al abrirlo los dos ven azorados que lo que lleva son rosas. Es pleno invierno y los rosales del jardín real son en ese momento pura rama y espinas. El moro la deja ir. Cuando Casilda llega frente a las rejas las rosas otra vez han tomado su aspecto de pan.

Pocos meses después Casilda se enferma y recupera la salud recién cuando es bautizada en las milagrosas aguas de lago de San Vicente, cerca de Burgos, tierras recuperadas a Cristo por la espada de Fernando I, valeroso monarca de Castilla. Allí también quedará la virgen mora, no volverá mas a su reino toledano. Cerca del lago construirá un oratorio y una celda donde pasa en el retiro el resto de su vida. No vestirá más ricos trajes, ni rodeará su cintura el maravilloso ceñidor cuajado de perlas y piedras preciosas que fuera joya preciada de Zobeida y de las princesas de Medina Azahara. Ceñirá su cuerpo con bayeta de rústica lana. Pero su adorno será siempre, en la iconografía, la explosión de rosas con la cual la ha adornado Zurbarán, maestro del claroscuro, -maestro de Manet-, haciéndola surgir en un estallido de color y de luz que representa el bautismo, del fondo oscuro de las tinieblas de Mahoma. También rosas adornan hoy el precioso relicario de oro que guarda sus restos en la catedral de Burgos.

El pan que se transforma en rosas las rosas que se transforman en pan. Renán y Loisy explicaban el milagro de la multiplicación del pan como una consecuencia de las enseñanzas de Jesús. Después de su predicación, cuando alguien de la multitud ofrece sus pobres cinco panes y dos pescados, todos, rompiendo su egoísmo, comienzan a sacar a luz los panes y vituallas que llevan escondidos entres sus ropas o en sus morrales y, al compartir lo mucho o poco que tienen con los demás, ninguno queda con hambre.

La explicación no deja de ser sugerente, pero se queda en la materialidad de una enseñanza que, cuanto mucho, puede llevarnos a la solidaridad social. Por supuesto que también eso es parte del evangelio. Pero la escena de la multiplicación de los panes más tiene que ver con la eucaristía y con las rosas de Casilda que con los imperativos de la justicia social.

Porque en realidad el de hoy es un milagro casi superfluo : no se trata de gente muerta de hambre, ni desocupados, ni de pobres al borde de la inanición ; no se trata de un problema de la FAO o de la Organización mundial de lucha contra el hambre ; no se trata tampoco de proletarios, ni de siervos de la gleba, ni esclavos, que no podrían darse el lujo de perder libremente un día de trabajo para escuchar a un predicador. Es gente media, cansada, que, al fin del día puede perfectamente ir a los poblados a comprarse alimentos, como proponen los discípulos.

La carencia de esa gente va mucho más allá del pequeño ayuno de ese día. Cuando Jesús los ve, dice nuestro evangelio, al desembarcar ya al comienzo de la jornada, les tiene lástima, les tuvo compasión, -se le conmovieron las entrañas dice gráficamente el texto griego original-, no por su carencia de alimentos sino porque -como explican los demás evangelistas- eran "como ovejas sin pastor". Y -cuenta Mateo- 'compadeciéndose de la muchedumbre, curó a los enfermos'. Y ya sabemos que tampoco la enfermedad de la cual cura Jesús es aquella que tratan de curar nuestros médicos. Es esa enfermedad interna que agobia al hombre cuando no encuentra sentido a su vida, o cuando la malgasta en egoísmo y desamor, o cuando vanamente corre detrás de objetivos y de bienes incapaces de colmarlo. Esa insatisfacción del estar malgastando la vida, de ver que pasan los años y se acumulan en el pasado páginas vacías, y el futuro no va más allá del disfrute torpe del día, sin proyecto, sin misión, sin perspectivas, sin conquistas... Sin esas metas que marcan los adalides, los verdaderos príncipes de su pueblo, los dirigentes, las figuras ejemplares, los maestros, los padres... ¡"Ovejas sin pastor!"

Es evidente que, cuando Mateo escribe su escena de la multiplicación de los panes, allá por la segunda mitad del siglo primero, aquello en lo que está pensando no es en el viejo milagro que había hecho Jesús hacía más de treinta años, sino en las reuniones eucarísticas que vive la comunidad. Lo escuchado, más que la versión periodística del portento de los panes, es una reflexión sobre la Misa. Esas Misas que ya están viviendo como fuente de vida cristiana los contemporáneos de Mateo y en donde reciben fuerza, de la palabra de Jesús y de la comunión, para enfrentarse con su mundo. Es la muchedumbre dispersa en las ciudades que, en el silencio del desierto, en esa hora de encuentro con Jesús y con su pan, de ser muchedumbre pasamos a tener conciencia de nuestra condición de pueblo, de comunidad solidaria, unidos por los lazos abundantes y alimenticios de la comunión con Cristo.

El relato no se queda en la descripción del hecho. Centro del evangelio de hoy no es la multiplicación : es la escueta y seca orden de Jesús. Ante los discípulos que se lavan las manos y quieren que la gente vaya a buscar alimento por su cuenta, Jesús los conmina :"¡Dadles de comer vosotros !".

Más aún, multiplicado el pan, consagrada la hostia, no es Jesús directamente quien da de comer a la multitud : "pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos y ellos los distribuyeron entre la multitud".

Y ciertamente que no se trata aquí del asunto totalmente secundario de quien es el que da la comunión, si el sacerdote o los ministros, si se toma en la boca o con las manos... esa es la parte externa de lo que la eucaristía quiere significar : una verdadera transmisión de vida que ha de manifestarse en el dinamismo de la caridad, de la palabra que resuena a través de mi lengua y de mi ejemplo, de ese fermento cristiano que ha de llegar a todos los que viven a mi alrededor y sin lo cual mi comunión permanece estéril e infecunda.

Porque Cristo no da su pan directamente, no habla por telepatía al corazón de nadie, no se revela a los hombres mediante mensajes de ángeles, ni su modo normal de hablar es a través de apariciones individuales. Jesús necesita de los discípulos que distribuyan su pan, su palabra. Jesús necesita nuestras voces y nuestros labios y nuestros brazos y aún nuestras espadas. Y de la poquedad de nuestra elocuencia o nuestras fuerzas humanas, si unidos a él, Cristo sabrá sacar, como de los pocos cinco panes y dos pescados, alimento sobreabundante para dar de comer a la multitud ; transformará nuestras humildes acciones de amor a los demás en manojos de rosas.

Sí : a esta sociedad mal acostumbrada que, para resolver sus problemas, pretende todavía recurrir al paternalismo del estado, y a cristianos que piensan que su deber apostólico está cumplido con mantener a los clérigos profesionales para que lo hagan en su lugar y su deber de ayudar al prójimo con aportar una vez por año para Cáritas o Más por menos, Jesús les dice : "Dadles de comer vosotros mismos". Ni Roque Fernández, ni el Papa, "vosotros mismos". No a la miseria en general, sino al miserable que a lo mejor no te das cuenta y tienes al lado : miserable de cuerpo o de espíritu.

            Porque en el evangelio de hoy no hay la más mínima alusión a los apóstoles o a los clérigos : es a los discípulos, a todos nosotros a quienes nos dice "dadles de comer vosotros" y a quien nos hace distribuir su pan a los demás.

            La caridad que transforma en rosas el pan que lleva Casilda, la virgen Mora, a los cautivos ; el poder de Jesús que transforma nuestro pan en su Cuerpo y su Sangre, son los que han de transformar nuestras rutinarias comuniones para que, traducidas a la vida, se hagan -como dice Pablo- fragancia de Cristo para nuestros hermanos, pan sobreabundante distribuido por nosotros a los demás.

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