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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2003. Ciclo B

19º Domingo durante el año
(GEP, 10/08/03)

Lectura del santo Evangelio según san Juan   6, 41-51
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo» Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo»


Sermón

             El discurso del Pan de Vida que estamos leyendo en Juan como comentario a la multiplicación de los panes comienza -mediante el pasaje de hoy- a preparar la referencia directa a la Eucaristía que hará el domingo que viene, tocando nuevamente el tema, caro a Juan, del misterio de la Encarnación: la Vida de Dios que se nos da por medio de un hombre: Jesús, Palabra del Padre. En su humanidad, surgida de las entrañas de María, pero asumida por Dios a la persona del Verbo, Dios 'se hace' hombre. Jesús no es el hombre pugnando por hacerse Dios -como pretende, desde los comienzos de su historia, en ese "seréis como dioses" que representa la tentación permanentemente del 'homo sapiens'-, sino Dios elevando al hombre hacia Si por gratuito amor.

            Dramáticamente el mundo contemporáneo vive signado por la ideología de la modernidad que, abrevándose en la Revolución Protestante, declara la inexistencia de un Dios que no sea la humanidad o no surja de ella. El hombre se ha declarado autónomo, forjador a su antojo de normas o antinormas que solo encuentran validación en su propio arbitrio; desconoce toda autoridad que no emane de su propia naturaleza; solo limita sus instintos o sus metas prometeicas en el confín que le impone la necesaria convivencia con los demás, (y únicamente si los demás son lo suficientemente fuertes o astutos como para imponérselos por la propaganda, la educación o la fuerza).

            El hombre de nuestros días no suele ver más allá de su vida terrena, que transforma, por lo tanto, en lo Único, lo Absoluto. Solo le importa extraer 'la felicidad' -entiéndala como la entienda, a veces en formas aberrantes- de este mundo y su biología. Dios, la moral objetiva, la Iglesia, cuando no son negados o ignorados o caricaturizados, solo interesan en cuanto protectores míticos de mi ego sentimental. Inmediatamente quedan dejados de lado o reinterpretados -por mi suprema inteligencia o sentir- si se interponen de cualquier modo entre mi "yo" y sus apetencias.

            O en forma individual, mediante el subjetivismo más craso, o en forma social, mediante arquetipos forjados por la propaganda o políticas sistemáticas de desprestigio de todo lo objetivamente noble, bueno, natural o auténticamente cristiano (como las que estamos padeciendo en nuestro país ocupado ya en gran parte por una casta de dirigentes sin escrúpulos) se intenta erguir al hombre -supuestamente representado por los partidos, en la mentira de la democracia- en patrón antojadizo de cualquier dislate, de cualquier erróneo camino, de cualquier brutal afirmación de si mismo.

            La forma más prosaicas de este culto por el hombre, por el yo, es la ligereza con la cual se rompen los vínculos matrimoniales, se abandona a los hijos, o se incumplen los deberes profesionales. Las formas más domésticas son el culto por las autoayudas y la salud, el cuerpo, la moda; el auge de las distintas formas de la new age, la Nueva Era. Llegando a las formas más frívolas o depravadas del uso del sexo o de la droga. Todo acompañado, o, de un lado, por el pacifismo bobo de las pseudorreligiones orientales o el ecologismo verde o un cristianismo edulcorado; o, del otro, por la masificación alienante pero aparentemente poderosa del hombre masa, del hombre discoteca, del hombre piquete, del hombre manifestación, del hombre cacerolero, del hombre estadio, formas espurias de 'compromisos' sociales 'que no comprometen' y que, ante cualquier mano más o menos enérgica, se disiparían como el humo. 

            "There is no god but man".

            "No hay dios sino el hombre".

            "Haz lo que quieras, esa es toda la ley".

            "Todo hombre y toda mujer es una estrella".

            "El hombre tiene el derecho a vivir según su propia ley".

            "Vivir del modo que se le ocurra. Morir cuando se le ocurra. Amar como se le ocurra. 'Toma tu 

            sentimiento y antojo y ama como quieras, cuándo, dónde y con quien quieras'"

            "El hombre tiene derecho a matar a quien no respete estos derechos"  


            Estos son algunos apotegmas del resumen del Libro de la ley del famoso mago inglés, ocultista, del siglo pasado, muerto hacia el 1947, Aleister Crowley, satanista, pornógrafo, insaciable atleta ambisexual, drogadicto, estudioso de la Cábala, del yoga, de las doctrinas sufíes musulmanas, del tantra bengalí. Se consideraba la Bestia 6-6-6 del Apocalipsis.

            Pero, sin considerarse 'bestias', gran parte de nuestro mundo, aún académico o jurídico, dice las mismas cosas. Algunos por tontos, otros por jugados. Y aún el que lo pensaría dos veces antes de leer a Crowley se traga lo mismo que él dice -aunque de maneras más digeribles- leyendo a filósofos y psicólogos contemporáneos, escuchando a ciertos políticos y periodistas, acudiendo a autoayudas y orientalismos e, incluso, divirtiéndose con Harry Potter.

            Pero al hombre que quiere hacerse Dios desde abajo, la Providencia opone el Dios que se hace hombre desde arriba.

            Razón tenían los judíos, en principio, en escandalizarse de que Jesús, de quien conocen a su padre y a su madre, el hijo de José, quisiera afirmarse como el Pan de Vida, el capaz de dar la Vida verdadera, la divina. Ningún hombre, de por si, tiene nada de divino, aunque así lo hayan afirmado, desde el alba de la historia, las diversas gnosis, las doctrinas orientales, el budismo, el yoga, las ideologías y filosofía contemporáneas... los Crowley...

            Hecho, sí, 'a imagen y semejanza de Dios'. Vicario de Dios en este mundo, el ser humano puede hacer muchas cosas y no sabemos hasta donde llegará un día con su poder y su técnica y su magia, pero nunca superará el límite de lo creado, de este cosmos que, en el fondo, lo encierra en sus coordenadas de tiempo y espacio finitos. Jamás podrá abandonar su condición de creatura y hacerse, por si mismo, Dios; llegar a la Vida Eterna.

            Claro que Jesús no afirmaba simplemente "Yo soy el pan de vida", ni "Yo soy el que sube al cielo", sino "Yo soy el pan bajado del cielo". "Este es el pan que desciende del cielo". "Es el Padre quien me envió".

            Todo el pasaje del evangelio de hoy, pues, está impregnado de las maravillosas cadencias de su Prólogo: "En el principio era la Palabra, el Verbo ... Él era Dios ... y el Verbo se hizo carne".

            Sí, "Yo soy el pan", "la Palabra de Dios", "bajado del cielo" y, realmente -aunque Hijo de Dios, Verbo del Padre- también hijo de María, bien hombre, descendiente de David, ciudadano de Judá, nacido en Belén, vecino de Nazareth. Tocable y visible, vulnerable y mortal, capaz de risa y de llanto... Aunque 'murmuren' los judíos.

            Jesús, hijo de María, Hijo de Dios bajado del cielo, se hace para nosotros pan crujiente, costra dorada, miga pulposa, maná de sabiduría, camino de verdadera Vida.

            Pero ¿cómo veríamos, detrás de los ojos, a la persona; detrás de los gestos, el corazón; detrás de las palabras, el sentido; detrás de las acciones, la índole interior, si no tuviéramos inteligencia, si la inteligencia no fuera atraída por la verdad, por la búsqueda del conocimiento de las cosas, por el amor a nuestro prójimo? Siempre será la inteligencia, no los sentidos, la gran reveladora de la realidad. Es ella, la razón, no los ojos la que me hace saber que la tierra gira alrededor del sol y no al revés.

            ¿Cómo entonces intuir en los gestos humanos de Jesús, en su vestidura de pan, a aquel que baja del cielo? Por la inteligencia, sí, pero no solo por la inteligencia. No basta. "Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron" decía en aquel Prólogo de su evangelio Juan. Porque -en el evangelio de hoy-: "Nadie puede venir a mi si no lo atrae el Padre que me envió". Es la gracia del Padre la que, haciéndose en nosotros buena voluntad y, finalmente, acto de fe, potenciando nuestra inteligencia, nos permite ver en Jesús al verdadero Pan. "Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza viene a mi".

            Y se trata casi de una cuestión de matiz. Porque parece que los dos -la serpiente y el Padre- dicen cosa parecida: llegar a lo divino. Podemos escuchar la palabra de la serpiente, representante de las fuerzas puramente naturales, de la razón que quiere adueñarse del fruto del árbol de la ciencia de lo bueno y de lo malo para hacer lo que se le antoje, voz hecha millones de ecos en las diversas ideologías de glorificación del hombre que repercuten a tantos niveles en nuestra pobre cultura anticristiana... O podemos ser más agudos todavía, más sensibles a la realidad, más 'inteligentes' y escuchar al Autor mismo de nuestra naturaleza que nos llama a realizarnos según, no nuestro querer, sino de acuerdo a Su infinito amor. "Seréis como dioses" nos dice la víbora; seres "hijos de Dios" nos dice el Padre. "Comed del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal", dice la una; "comed de este Pan", nos dice Jesús.

            Para lo primero, hay que renegar ser creaturas, ser hijos, y afirmarnos, en la soberbia, independientes, plenamente libres. Para lo segundo, debemos reconocer nuestro ser de creaturas y refugiarnos, pequeños, en los brazos del Padre, recibir su Pan, su Palabra.

            Y "a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios" (decía el Prólogo). Hoy nos dice. "Os aseguro que el que cree tiene Vida eterna." 'Creer', 'comer', es el constante paralelo que hace de hilo conductor a este discurso del pan. 'Comer', 'creer'. 'Pan de vida', 'vivir eternamente'. Esa Vida eterna que no es la prolongación indefinida del vivir humano, sino la Vida de Dios. El verdadero "ser como Dios".

            El que no cree y se queda encerrado en su yo soberbio, endiosado, ídolo de pies de barro, en esta convivencia de millones de pequeños dioses que quieren ejercer su supuesta omnipotencia destruyéndose los unos a los otros, finalmente se topa con el límite extremo de su propia creaturidad, de la implacable biología del vivir humano.

            El que cree, en cambio; aquel al que el Padre atrae y da el poder de llegar a ser hijo de Dios; el que come del "pan que desciende del cielo para que el que lo coma no muera" y se alimente de la Vida y la Palabra de Jesús, amando y actuando como Él... el que coma de ese pan, vivirá eternamente.

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