1975. Ciclo A
19º Domingo durante el año
10-8-75
(Repetido en 1981, Carmelo)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-35
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Curaciones en la región de Genesaret. Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.
Sermón
No todos, probablemente, hemos navegado en alta mar en un pequeño barco en medio de una tempestad –no es lo mismo, por supuesto, en el Enrico C. o el Giulio Cesare o el Augustus, con sus estabilizadores y aire acondicionado‑ pero, casi todos, alguna vez, hemos podido mirar al mar desde la orilla. Y ¿quién ha resistido, ante su vista, el embrujo imponente de un piélago desatado en iras espumantes, aliado del frio y del viento, quebrando sus puños salados contra las escolleras, las rocas y los pilotes de los muelles? ¿Quién –gorro, campera y guantes‑ no se ha dado una vuelta por la costanera a la noche, después de comer, para mirar y oír, respetuoso, los acordes crispados de la música furiosa, golpeada con manotazos de olas en las teclas de los peñascos, mientras, más allá del nevar de las espumas, desaparece el horizonte tragado por el negro del mar y el carbón de la noche? ¡Qué lindo entonces volver al refugio cálido y luminoso de la casa o del hotel!
¡Qué delicia despertarse a la otra mañana y, bajo el sol esplendente, ver flameando en la playa el triángulo celeste de ‘mar bueno’ y, ahí, el monstruo apacible invitándonos con su calma dormida al chapuzón restaurador sin revolcones!
¡Versatilidad del mar! Capaz de hundir como a una nuez ‘andreas dorias’ y ‘titanics’; capaz de mecer, maternal, a mi bebe de un año haciendo la plancha.
No es extraño que la Biblia y la tradición cristiana hayan utilizado la figura del mar para describir nuestros cambiantes estados del alma o de la vida de la Iglesia.
‘Pastor et nauta’, ‘Pastor y navegante’, se llamó uno de los últimos papas. Y no es casualidad que el Señor haya elegido a un viejo marinero primer piloto de su Iglesia. ¡Pedro y su barca pescadora! ¡Arca de Noé! ¡Quién fuera pescado por sus redes!
Porque esa es la vida, la vida cristiana: navegar, a veces en mares calmos y, ¡tantas!, en mares tempestuosos. ¡No por la orilla! “¡Navega mar adentro!” dijo Jesús. Fuera de vista la seguridad amiga de las costas: hay un mar Rojo y un Jordán que atravesar ¡y el puerto de amarre está más allá del horizonte!
¡Qué te extraña, grumete de pacotilla, polizón cristiano, que sople el viento y baile la barca! No te invitó Jesús a tirarte al sol en la arena ni a un crucero de primavera por el Caribe. A la flaca barca de Pedro te invitó. La senda es estrecha y los transatlánticos no caben entre los corales y témpanos hundidos que acechan los navíos y en los canales que llevan a nuestro desembarcadero.
Ya sabes de entrada que sus báculos son frágiles para remar y sus mitras pequeñas para achicar el agua. ¡Chalupa de la Iglesia en el mar proceloso de este mundo!
Motines y reyertas, pilotos desorientados, marinos traidores. Todo eso habrá, que somos hombres de barro. Y Escila a la izquierda y Caribdis a diestra y el canto de las sirenas.
Y la tempestad rugiente y la engañadora bonanza.
Cristo camina sobre el lago Tiberiades. 1560. Jacopo Robusti, il Tintoretto. Washington.
También tú, que un día te encontraste con Cristo y amaneció en tu alma y se calmaron los vientos de tus penas y comenzaste gozoso a navegar en mar sereno. Pero el Señor te dejó tranquilo poco tiempo, marinero que todavía no has hecho ni siquiera tu primera escala, porque una vez sobre tu barca ‑que El al comienzo acompañó con brisa franca‑ te dejó solo con tus remos.
Y vinieron noches y vendavales. El frio de las dudas, el salpicar de las desgracias, la corriente en contra de los que te rodean, el hastío de la oración sin paisajes, el viaje largo y la proa fatigada.
¡Y cuántas veces a lo mejor caíste nuevamente al agua y hubo otra vez que pescarte! ¡Y cuántas veces, en medio de las olas, enloqueció tu brújula y te sacudieron las aguas y llamaste y pediste y, en la duda y el desaliento, Dios y Cristo te parecieron inconsistentes y ridículas imágenes! ¡Fantasmas!
“¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”
No estás en puerto aún, no pretendas un bogar fácil con Aquel que fabricó su barco con madera de Cruz y orzó su nave hacia las aguas sangrientas del Calvario.
¡Confianza! Medroso marinero. Puede que El –que habla bajito en el susurro de la brisa‑ duerma en la popa, no se haga oír ‑o no se deje ver, porque está detrás de ti caminando sobre el agua‑; pero no te ha dejado ni te deja un solo instante. Si acaso, ‘parece’ que te deja, para que aprendas a manejarte solo o, quizá mejor, para que sepas que no puedes manejarte solo. Pero no permitirá que te hundas, no –ni a su Iglesia‑. Que El, si quiere, puede hacernos caminar sobre las aguas.
Quien, en el principio, con su palabra omnipotente separó la tierra de las aguas y mandó al monstruo del mar devolver su presa, Jonás y Jesús, a los tres días. Él es el garante de tu victoria.
Aunque ruja el ciclón y amenacen los turbiones el barco no se hunde si lo sostiene la fe y la esperanza.
No cristianos; no nos asusten ventiscas y marejadas.
¡Pobre mar vanamente airado ante el barco insumergible!
No: no hemos llegado a puerto todavía, pero sabemos que allá está, y que, con Jesús, no nos hundiremos. Preferimos la bonanza, pero, con El ¿por qué ha de afligirnos demasiado la tormenta?
Por eso canta un poeta (1):
“¡Alegría del mar!
“¡Los vientos resalados danzan, corren, asaltan!
“¡Los vientos anchos muerden las grandes aguas locas!
“¡Ruedan ebrias las olas!
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“Corazón mío, danza sobre la nave.
“Yo aguardo el instante del prodigioso escollo donde se estrellarán las viejas tablas.
“¡Ah, cuando mi cuerpo blanco, extenso y luminoso
“vaya en las grandes olas a la orilla divina
“hacia lo inesperado de un destino más alto!
“¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar ¡Alegría del mar!
(1)Carlos Sabat Ercasty, poeta uruguayo 1887 - 1982) –fragmentos de su poesía Alegría del Mar. No precisamente católico, más bien inclinación oriental.
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