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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996. Ciclo A

19º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 22-35
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Curaciones en la región de Genesaret. Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

 

Sermón
       
Hace un par de años, en el lago de Galilea, un grupo de exploradores submarinos encontró, cerca de la orilla, a pocos pasos de Tiberíades, hundida y bastante bien conservada, una barca de unos diecisiete metros de eslora. El análisis del Carbono 14 dató su madera hacia la primera mitad del siglo primero. En estos momentos, antes de exponerla al público, está siendo cuidadosamente desecad a y reconstruida. Emociona pensar que dicha barca estuvo casi seguramente en actividad en vida de Jesús.

Ciertamente que no se trata de un bote pequeño, más bien un barco de transporte, casi seguramente un pesquero, abierto y abombado. Uno podría pensar que su tamaño es excesivo, dado el tamaño del lago sobre el cual flotaba: 21 kilómetros de largo, doce de ancho. Agua dulce, transparente y aún en nuestros días, como en tiempos bíblicos, de abundante pesca. Pero su tamaño no debe engañamos: no es Chascomús, es un lago peligroso. Como se encuentra encajonado en la grieta del Jordán, como una olla, doscientos metros por debajo del nivel del mar, durante el día puede alcanzar en su superficie temperaturas de hasta cincuenta grados. A la noche ese aire recalentado asciende y rápidamente caen en cascada sobre el agua masas de aire frío del Mediterráneo que descienden de las laderas de la montaña de Galilea y azotan furiosamente el lago levantando verdaderas tempestades.

Pero sería torpe tratar de reconstruir históricamente el episodio del evangelio de hoy. Los evangelistas no narran hechos por el solo motivo de guardarlos periodísticamente en la memoria. Los acontecimientos que jalonan la vida de Jesús son más para Mateo, Marcos, Lucas y Juan ocasión de reflexión sobre Cristo y sobre la iglesia que puras crónicas de sucesos. Y cualquiera que conozca algo de la simbología más o menos mitológica del mundo antiguo y aún del mundo bíblico sabe que el mar y el agua son algo más que el líquido elemento que se toma, o que es el hábitat de los peces, o en el cual nos bañamos en verano.

Es verdad que el pueblo judío nunca fue un pueblo navegante ni en excesivo contacto con el mar. Pueblo de arideces y de montañas, las costas les estaban cerradas por fenicios y filisteos. Pero lo mismo, en su trato con los pueblos vecinos había asimilado abundante mitología respecto del agua y del mar. Desde la antigua leyenda de Noé y su arca flotando en las aguas del diluvio, copiada de los antiguos poemas mesopotámicos de Gilgamesh y de Atra-Hasis, hasta el legendario relato de Jonás arrojado al mar y devorado por un monstruo.

Es que el agua, en casi todos los mitos de la antigüedad, al menos el agua salada la del mar -aunque también la dulce pero furiosa del diluvio y de los desbordes del Tigris, el Éufrates o del Nilo- era considerada una divinidad caprichosa, más bien malvada, a la cual había que propiciar con sacrificios para que no se enojara y engullera barcos y personas, o se lanzara furiosa contra las defensas de las ciudades de la costa. En la mitología fenicia, Yam , el mar era hermano de Mot , la muerte, y era Baal , el dios de la vida, el encargado de contenerlo y de descabezar a los monstruos que enviaba contra los hombres, Leviatán , Rahab y Tannin .

Cuando el dios de Israel se apropie de los papeles de Baal, también el míticamente, como se reza aún en los salmos, se ocupará de descabezar a estos infernales enviados de Yam.

Entre los babilonios, en cambio, es Marduk el dios solar quien se verá insidiado y combatido constantemente por Kingu, el monstruo demoníaco enviado por Tiamat , la mala hembra, personificación de las aguas saladas, del mar, aliada de Hosek , las tinieblas.

Tampoco Poseidón -o Neptuno entre los romanos -hijo de Cronos como Zeus- goza de mejor prensa. No solo tiene poder sobre las olas, sino que también puede desatar tempestades, desquiciar las rocas de las costas con un golpe de su tridente, y aún en tierra puede desatar aluviones de las montañas y destruir ciudades.

En resumen que el mar es un elemento más bien maligno, tanto es así que, aún cuando del agua pueda nacer la vida, como en muchos mitos de origen, esto lo hace inseminado o puesto en razón por el Dios bueno, como Afrodita que nace de las aguas, pero de la semilla de Urano, el cielo; o la tierra, Geb, entre los egipcios, que nace del poner en cauce a las inundaciones del Nilo, gracias a la intervención de Ra .

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El agua es pues, en estas concepciones, el elemento caótico que hay que dominar y sojuzgar para que permita el nacimiento de las cosas, de la vida, de la luz. Algo de eso subsiste en el mito de la creación del primer capítulo del Génesis: el ‘espíritu de Dios' –dice- se cernía sobre las aguas -y la palabra hebrea que designa a esas aguas - tehom - recuerda extrañamente el nombre de Tiamat, la maligna diosa de las aguas saladas del mito mesopotámico-.

También cuando Dios se decide a crear al pueblo de Israel, lo hace pasar por las aguas caóticas y míticas del mar Rojo. Esas mismas aguas que se desatan furiosas sobre el hombre en el relato del diluvio.

No es extraño que la antigüedad llegara a representar la endeble vida del hombre, siempre amenazada por el mal y por la muerte, como una navegación en una frágil barca. Es una representación universal tanto en la literatura occidental, así en el primer libro la Oda XIV de Horacio - Quinto Horacio Flacco -, como en la oriental: piénsese en Amida guiando su barca en la tradición budista. No digamos nada de las distintas naves que tanto en la mitología griega, como en la egipcia, como en la vikinga, llevan el alma de los muertos a los diversos puertos del Walhalla .

Es difícil que, cuando los evangelistas, toman el sorprendente recuerdo de Jesús caminando sobre las aguas y domeñando la furia del mar no hayan tenido estas asociaciones comunes en la cabeza.

Es evidente que la barca, para Mateo, ya no es solo el humilde esquife que servía a la modesta industria de Pedro y del viejo Zebedeo. El mismo lenguaje mateano está antropomorfizado: las olas no solo sacuden la barca, sino que dice el griego: la ‘maltratan', la ‘torturan'.

Son términos que evidentemente se refieren a las persecuciones en aumento a la joven iglesia, sobre la cual ya en época de Mateo se ha desatado terrible la reacción judía y comienza a inquietarse la autoridad romana.

Inmediatamente aparecerán en las catacumbas figuraciones de la Iglesia como una barca impulsada por doce remeros, y es también recurrente en ella la imagen pintada de Jonás cayendo a las aguas y siendo rescatado indemne por la ballena.

Tampoco es ajeno a esto que, al recinto de nuestros templos, cuya proa el ábside ocupa el puesto del timonel, el altar, la llamemos nave.

Claramente Mateo está pensando en su evangelio en los poderes del mal insidiando a la Iglesia, aparentemente abandonada por Cristo y con los remeros a punto de desesperar. La mención del término ‘fantasma' -que probablemente no figuraba en el relato primitivo- es una composición del evangelista para referirse a la situación de la Iglesia después de la Ascensión: esa presencia de Cristo que ahora es solo percibida por la fe. Esa fe que, traducida a nuestras sensaciones tan pronto se vive como presencia contundente, incontestable, consoladora; tan pronto como ausencia, abandono, desolación. Y hay que seguir remando.

La experiencia de la fe se dobla, en el relato de Mateo -que es el único que trae el episodio de Pedro-, con la caminata de éste hacia Cristo sobre las aguas.

No solo la Iglesia vive la aparente ausencia de Cristo, zarandeada por las olas del mundo, sino cada uno de nosotros -representados por Pedro- que experimentamos la exaltación impetuosa de una fe entusiasta que nos llena de ganas de hacer cualquier cosa, de enfrentar cualquier dificultad por Jesús -en aquel retiro, en aquel cursillo, en aquella confesión después de tantos años, en aquella experiencia religiosa- y, luego, la sensación del piso que se mueve abajo nuestro, que nos hundimos, que defeccionamos, que perdemos la fe... “¡Señor, sálvame!”

Pero el marco que pinta Mateo es demasiado grandioso para que solo esté intentando damos una especie de psicología de la fe. Aquí lo que prima es la figura señorial de Cristo, no la actitud de los discípulos. Tanto es así que toda esta escena, cuya simbología tiende a presentar a Cristo o como el supremo dominador del caos y del mal, se explicita finalmente en la sorprendente afirmación teológica que es puesta en labios de los apóstoles: "¡Realmente tu eres el Hijo de Dios!"

A la naciente y ya sufriente Iglesia, tentada al desaliento, Mateo recuerda ‘quién' es el verdadero timonel de la frágil barca que avanza sacudida por el proceloso mundo. No un fundador cualquiera de escuela o secta, no un adalid humano ni almirante experto en hundimientos y fracasos, sino el mismísimo Hijo de Dios, el que comparte, con el padre y el Espíritu, el poder de domeñar el abismo, de cortar las cabezas de Leviatán y de Rahab, y de vencer a los poderes de la muerte: el Creador del universo.

¿Quién dirá que ser cristiano en serio es fácil? ¿Quién minimizará los conflictos de conciencia y las renuncias y las dudas de fe que pueblan la vida del seguidor de Jesús? ¿Quién no se escandalizará tantas veces de los frágiles e incluso indignos y fatuos remeros que rigen los destinos de la Iglesia? ¿Quien restará importancia a los múltiples dolores, penas y males que aquejan a muchos en esta vida? Pero no deja de ser verdad, también, que nuestra fe depositada en Cristo, Señor del mar, del cielo y de la tierra, es capaz de hacer de toda esta lucha algo pasible de ser enfrentado con valentía, con serenidad, porque, aunque algo exagerado, vale la famosa frase de Pascal : "Hay hasta placer en estar en un barco embestido por la tempestad, cuando uno está seguro de que no se hundirá jamás "

Oda XIV, Libro I.
Oh nave, nuevas olas te empujan a los mares...
¿A donde vas? Retorna con rapidez al puerto.
¿No ves cómo tus flancos
están sin remos
y abatido tu mástil por insane borrasca
y tus antenas gimen y apenas tus cordajes
sostienen el ensamble
de tu alta quilla?
Está roto el velamen y tus dioses de popa
descuartizados oyen apenas las plegarias.
No te vanaglories
del maderamen
aunque sea heredero fiel de los bosques políticos.
Es inútil tu raza y es inútil tu estirpe.
No fíes en tus proas
flanquibermejas.

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